Foto: LA NACION
Este es el texto editorial que el autor leyó ayer durante su programa en Radio Mitre, tras la sorpresiva respuesta del papa Francisco a la crítica del periodista por recibir a la Presidenta en plena campaña electoral
Ayer fue el día de la información y de la emoción. Hoy es el día de la opinión y la reflexión. La primera pregunta es la siguiente: ¿cuál fue el objetivo del papa Francisco al responder mi carta abierta con dos comunicaciones telefónicas y un correo electrónico? Vale la pena hacer este análisis porque un líder espiritual y político de semejante envergadura no hace nada porque sí. Todo tiene un motivo, una explicación. Siempre hay un mensaje más allá del mensaje.
En primera instancia, creo que los muchos amigos que el Papa tiene en la Argentina le avisaron que mi crítica por recibir por quinta vez a Cristina no era algo descolgado o producto de mi imaginación. Los curas que hablan con Bergoglio también tuvieron la sensibilidad suficiente como para registrar que mi audacia y caradurez para dirigirme al Santo Padre expresaba el pensamiento y el sentimiento de muchos compatriotas. Nunca sabremos cuántos. Pero no hay dudas de que son legión los que manifestaron su adhesión a ese párrafo que decía: «Aquí abajo, en el fin del mundo y con los pies sobre la tierra, le cuento que una gran porción de los argentinos está molesta, disgustada o desilusionada con la nueva cita que le dio a Cristina para el 7 de junio».
Nadie puede hacer una encuesta seria solamente con las llamadas telefónicas a una radio o con las quejas en las redes sociales pero creo tener el suficiente olfato periodístico, después de 30 años de oficio, como para darme cuenta de cuándo un tema toca una tecla sensible de la sociedad. En los taxis, en el supermercado, en la calle, el comentario generalizado era ése: ¿Por qué el Papa le da tanto espacio a Cristina? ¿No era que lo habían usado y que no iba a recibir a nadie más hasta después de las elecciones? Los más extremos, al borde de la falta de respeto, sacaban una equivocada conclusión política: «El Papa se hizo kirchnerista».
Creo que no hay nada de eso. Tengo información suficiente para afirmar que el padre Bergoglio estaba preocupado por nuestras instituciones republicanas y temía que el proceso kirchnerista terminara en forma violenta o caótica. Por eso repetía como un rezo de despedida: «Cuiden a Cristina». Hoy, que registró la fortaleza de la Presidenta, ese lema cambió. Francisco le dice a cada argentino que lo visita «cuiden la transición y ayudemos a los que vienen».
Por eso estoy convencido de que el Papa aprovechó mi carta para enviar una señal de calma y tranquilidad para los que levantaron sus voces críticas. La sutileza jesuítica de su mail está en la cita de una de las Bienaventuranzas: «Felices los mansos, porque recibirán la tierra en herencia», y aclara que, «en realidad, la mansedumbre es la virtud de los fuertes». Traducido al lenguaje descarnado del periodismo callejero, algo así como decir que piano, piano, si va lontano, tranquilo muchachos, que estoy pensando en la Argentina en su totalidad y no en un partido político o en una presidenta en particular. Los tiempos y el horizonte de un papa son mucho mas estratégicos y de largo plazo que la urgencia de un cronista.
Pero la enseñanza más grande que el Papa deja con su respuesta es la que ayer me dijo Nelson Castro: «Nos demuestra a todos en general, pero a la Presidenta en particular, que las críticas hay que agradecerlas aunque no se las comparta». Que la democracia es un juego de consensos y disensos. Que la opinión del otro nos enriquece aunque no estemos de acuerdo. Que la genuflexión y el verticalismo empobrecen los discursos y congelan el pensamiento creativo. Que el insulto y la descalificación son el recurso de los que no tienen argumentos racionales.
Es una forma de decirles a los fanáticos de toda especie, pero sobre todo a los que reportan al Estado, que una crítica, por más dura que sea, no es un drama y mucho menos un golpe de Estado en ciernes. En dos palabras, el Papa hizo una defensa de la libertad de expresión. Me hizo recordar mucho a ese concepto tan citado de Voltaire que dice: «No pienso como usted, pero daría mi vida para defender su derecho a expresarlo».
Finalmente, el Papa hace una fuerte apuesta a llevar a la vida cotidiana su maravillosa propuesta de la cultura del encuentro. Da su vida para encontrar denominadores comunes y rescatar lo mejor del otro. En una Argentina tan fracturada por el odio que inoculó el gobierno nacional, siempre es bueno apostar a la construcción de puentes para cerrar la grieta y las trincheras. Nos avisa que se puede. Que es posible escucharnos y convivir pacíficamente con nuestras diferencias.
En su mail dice que en mi carta «no hay una sola agresión o alguna expresión altisonante. Y esta actitud edifica, une, es constructiva». Eso dice el Papa pese a que yo no fui tibio en mis expresiones ni apelé a la gambeta de los eufemismos. Un fragmento de mi carta decía textualmente: «Usted reclama manos limpias, uñas cortas y ética para la función pública, y este gobierno es el más corrupto de la historia argentina. Usted habla de ayudar a los pobres y este gobierno dejó de medir la pobreza. Usted nos reclama abrir nuestros corazones y este gobierno es el que lo espió a usted a través de Antonio Stiuso, según contó su amigo Gustavo Vera».
Una vez más el papa Francisco iluminó el mejor camino de esta sociedad y, ecuménico, se puso por encima de las minucias terrenales sin dejar de preocuparse por el sufrimiento de los que más sufren. Una vez más el papa celeste y blanco exhibió la sabiduría que lo llevó a consagrarse como el argentino mas importante de todos los tiempos. Tenemos mucho que agradecerle..
Este es el texto editorial que el autor leyó ayer durante su programa en Radio Mitre, tras la sorpresiva respuesta del papa Francisco a la crítica del periodista por recibir a la Presidenta en plena campaña electoral
Ayer fue el día de la información y de la emoción. Hoy es el día de la opinión y la reflexión. La primera pregunta es la siguiente: ¿cuál fue el objetivo del papa Francisco al responder mi carta abierta con dos comunicaciones telefónicas y un correo electrónico? Vale la pena hacer este análisis porque un líder espiritual y político de semejante envergadura no hace nada porque sí. Todo tiene un motivo, una explicación. Siempre hay un mensaje más allá del mensaje.
En primera instancia, creo que los muchos amigos que el Papa tiene en la Argentina le avisaron que mi crítica por recibir por quinta vez a Cristina no era algo descolgado o producto de mi imaginación. Los curas que hablan con Bergoglio también tuvieron la sensibilidad suficiente como para registrar que mi audacia y caradurez para dirigirme al Santo Padre expresaba el pensamiento y el sentimiento de muchos compatriotas. Nunca sabremos cuántos. Pero no hay dudas de que son legión los que manifestaron su adhesión a ese párrafo que decía: «Aquí abajo, en el fin del mundo y con los pies sobre la tierra, le cuento que una gran porción de los argentinos está molesta, disgustada o desilusionada con la nueva cita que le dio a Cristina para el 7 de junio».
Nadie puede hacer una encuesta seria solamente con las llamadas telefónicas a una radio o con las quejas en las redes sociales pero creo tener el suficiente olfato periodístico, después de 30 años de oficio, como para darme cuenta de cuándo un tema toca una tecla sensible de la sociedad. En los taxis, en el supermercado, en la calle, el comentario generalizado era ése: ¿Por qué el Papa le da tanto espacio a Cristina? ¿No era que lo habían usado y que no iba a recibir a nadie más hasta después de las elecciones? Los más extremos, al borde de la falta de respeto, sacaban una equivocada conclusión política: «El Papa se hizo kirchnerista».
Creo que no hay nada de eso. Tengo información suficiente para afirmar que el padre Bergoglio estaba preocupado por nuestras instituciones republicanas y temía que el proceso kirchnerista terminara en forma violenta o caótica. Por eso repetía como un rezo de despedida: «Cuiden a Cristina». Hoy, que registró la fortaleza de la Presidenta, ese lema cambió. Francisco le dice a cada argentino que lo visita «cuiden la transición y ayudemos a los que vienen».
Por eso estoy convencido de que el Papa aprovechó mi carta para enviar una señal de calma y tranquilidad para los que levantaron sus voces críticas. La sutileza jesuítica de su mail está en la cita de una de las Bienaventuranzas: «Felices los mansos, porque recibirán la tierra en herencia», y aclara que, «en realidad, la mansedumbre es la virtud de los fuertes». Traducido al lenguaje descarnado del periodismo callejero, algo así como decir que piano, piano, si va lontano, tranquilo muchachos, que estoy pensando en la Argentina en su totalidad y no en un partido político o en una presidenta en particular. Los tiempos y el horizonte de un papa son mucho mas estratégicos y de largo plazo que la urgencia de un cronista.
Pero la enseñanza más grande que el Papa deja con su respuesta es la que ayer me dijo Nelson Castro: «Nos demuestra a todos en general, pero a la Presidenta en particular, que las críticas hay que agradecerlas aunque no se las comparta». Que la democracia es un juego de consensos y disensos. Que la opinión del otro nos enriquece aunque no estemos de acuerdo. Que la genuflexión y el verticalismo empobrecen los discursos y congelan el pensamiento creativo. Que el insulto y la descalificación son el recurso de los que no tienen argumentos racionales.
Es una forma de decirles a los fanáticos de toda especie, pero sobre todo a los que reportan al Estado, que una crítica, por más dura que sea, no es un drama y mucho menos un golpe de Estado en ciernes. En dos palabras, el Papa hizo una defensa de la libertad de expresión. Me hizo recordar mucho a ese concepto tan citado de Voltaire que dice: «No pienso como usted, pero daría mi vida para defender su derecho a expresarlo».
Finalmente, el Papa hace una fuerte apuesta a llevar a la vida cotidiana su maravillosa propuesta de la cultura del encuentro. Da su vida para encontrar denominadores comunes y rescatar lo mejor del otro. En una Argentina tan fracturada por el odio que inoculó el gobierno nacional, siempre es bueno apostar a la construcción de puentes para cerrar la grieta y las trincheras. Nos avisa que se puede. Que es posible escucharnos y convivir pacíficamente con nuestras diferencias.
En su mail dice que en mi carta «no hay una sola agresión o alguna expresión altisonante. Y esta actitud edifica, une, es constructiva». Eso dice el Papa pese a que yo no fui tibio en mis expresiones ni apelé a la gambeta de los eufemismos. Un fragmento de mi carta decía textualmente: «Usted reclama manos limpias, uñas cortas y ética para la función pública, y este gobierno es el más corrupto de la historia argentina. Usted habla de ayudar a los pobres y este gobierno dejó de medir la pobreza. Usted nos reclama abrir nuestros corazones y este gobierno es el que lo espió a usted a través de Antonio Stiuso, según contó su amigo Gustavo Vera».
Una vez más el papa Francisco iluminó el mejor camino de esta sociedad y, ecuménico, se puso por encima de las minucias terrenales sin dejar de preocuparse por el sufrimiento de los que más sufren. Una vez más el papa celeste y blanco exhibió la sabiduría que lo llevó a consagrarse como el argentino mas importante de todos los tiempos. Tenemos mucho que agradecerle..