El presidente Macri y la primera dama Awada, durante su visita oficial ante el Papa.
La cercanía del encuentro entre el Papa y el Presidente el próximo sábado 15, deja en evidencia que la herida del 27 de febrero todavía está abierta. Ese día Francisco, que antes había sido generoso en sonrisas hacia Cristina, recibió a Mauricio Macri en el Vaticano con el gesto notoriamente serio. El intercambio fue breve y sólo protocolar. Los intentos posteriores de recomposición resultaron insuficientes, contradictorios y hasta escandalosos. Por eso el Gobierno prepara con infinito cuidado el encuentro que tendrá lugar en ocasión de la consagración como santo del Cura Brochero. La repetición de aquella foto adusta de febrero es el infierno más temido.
“Fue un golpe duro y más porque no lo esperábamos”, sostiene un alto funcionario que trabaja en contacto directo con la Iglesia. Admite que entre el Papa y el Presidente hay diferencias ideológicas y políticas “que quizás nunca se van a resolver”, acerca de cómo afrontar problemas básicos en los que sí coinciden: lucha contra la pobreza, combate al narcotráfico, unidad de los argentinos después de tanta grieta.
Un viejo amigo peronista del Papa, que con buena leche aconseja a hombres del Gobierno, les ha dicho que dejen de hacer aspaviento con las diferencias, porque eso no ayuda a superarlas. “Hay algunos que viven del ruido”, protesta este contemporáneo de Bergoglio.
El desafío, para las dos partes, es encontrar un modo constructivo de trabajar sobre las coincidencias.
Conversaciones formales e informales con obispos y laicos en Buenos Aires y en Roma, gestiones apuradas y errores corregidos sobre la marcha, están alfombrando el camino hacia ese día crucial, que marcará el tono de la relación entre Francisco y Macri durante un largo período.
Más ahora, cuando el Papa acaba de anunciar que no viajará el año próximo a la Argentina, como se esperaba. La suspensión de esa visita no es una buena noticia para Macri. Entre otras cosas porque da cuenta que, en la opinión del Papa, no están aún dadas las condiciones para que su regreso sea un elemento de unión de los argentinos, en un año electoral y cuando sobreviven las diferencias exasperadas del tiempo reciente.
En el Gobierno tienen su propia interpretación: dicen que “tenemos que despolitizar la visita del Papa; el día que se produzca debe ser la fiesta del reencuentro del padre Jorge con sus fieles”.
Después del helado encuentro de febrero, en junio había surgido un atisbo de acercamiento con el reconocimiento formal y el apoyo material del Gobierno a la fundación Scholas Occurrentes. Pero terminó en un escandalete, con la donación rechazada y una carta del Papa a los directivos de esa entidad, creada por él mismo en Buenos Aires, advirtiéndoles: “Tengo miedo que ustedes comiencen a resbalar en el camino hacia la corrupción”.
El ruido ensordecedor en la línea encontró al fin un bálsamo eficaz en la entrevista que Francisco concedió al periodista Joaquín Morales Solá, publicada en el diario La Nación a comienzos de julio. “No tengo ningún problema con Macri, es una persona noble”, dijo el Papa. Y fue nítido su elogio a la sensibilidad social de la gobernadora María Eugenia Vidal y la ministra de Desarrollo Social Carolina Stanley.
Desde entonces se opacaron los intermediarios y los ruidos perdieron volumen, aunque nunca desaparecieron del todo. También se registró algún brusco reacomodamiento entre quienes antes echaban nafta al fuego y de pronto pasaron a ser angelitos de Dios. Por lo visto, las puertas del Vaticano se hicieron más difíciles de trasponer después de tantísimo jaleo.
Por cierto es fácil percibir la acción constante, las más de las veces corrosiva, de quienes operan escudados en el nombre del Papa para hacer su negocio político en la Argentina. Funcionarios del Gobierno señalan entre otros al legislador porteño Gustavo Vera, a los máximos directivos de Scholas, José María del Corral y Enrique Piñeyro y al dirigente social Juan Grabois, como los más activos en la línea de conflicto. Aunque los amigos de Bergoglio advierten que en el pensamiento y el corazón del Papa habría que diferenciar claramente a Grabois de todos los demás.
El Gobierno también puso su cuota de ácido sobre la herida. Las opiniones despectivas de Jaime Durán Barba respecto de la figura y la influencia del Papa generaron en Francisco un resquemor que algunos supieron explotar de modo oportuno. Desde la cercanía de Macri esto nunca se atendió debidamente, por ineficacia en la acción o por coincidencia última con los dichos del consultor ecuatoriano.
Mantener a Durán Barba con la boca cerrada es una de las prioridades de quienes trabajan para que la visita de Macri al Papa transcurra de modo sereno y constructivo. En esa línea, no integraría la comitiva presidencial el jefe de Gabinete, Marcos Peña, a quien el imaginario vaticano identifica asimilado a las ideas y prácticas de Durán Barba. Puede resultar incierto o injusto con Peña, pero es así.
Igual, fue el jefe de Gabinete quien salió a retrucar esta semana al influyente arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo, quien entrevistado por el periodista Sergio Rubin, en Clarín, cuestionó la comunicación oficial, sostuvo que “muchas veces no se entiende qué quieren” en el Gobierno y afirmó que eso perjudica la relación entre el Papa y el Presidente. Sánchez Sorondo es canciller de la poderosa academia de Ciencias Sociales del Vaticano. Peña respondió que “pocos gobiernos tuvieron tanto contacto con los medios como nosotros”. El intercambio no progresó más allá.
Desde ya, la pulseada también se libra en el terreno de los medios. Los allegados al Papa que militan contra el Gobierno tienen buena llegada en Roma a periodistas que relatan en español las intimidades del Vaticano. Pero los demás también juegan.
Pronto habrá una edición argentina de L’Osservatore Romano, el único medio escrito oficial de la Santa Sede. El Papa quiere que su voz llegue sin intermediarios al país. Le encargó el emprendimiento a su amigo, el empresario de medios Santiago Pont Lezica. El coordinador del proyecto será Marcelo Figueroa, un teólogo protestante con quien Francisco había trabajado acá en el diálogo interreligioso.
Además de hablar con los medios, el Gobierno trabaja intensamente con jerarquías de la Iglesia. El embajador ante el Vaticano, Rogelio Pfirter, mantiene contacto fluido con la estratégica secretaría de Estado que comanda el cardenal Pietro Parolín.
Se atribuye a Pfirter haber corregido el equívoco inicial sobre la fecha del próximo encuentro. La Cancillería argentina había pedido que el Papa reciba a Macri el día después de la canonización del cura cordobés José Gabriel Brochero. Esa ceremonia se hará el domingo 16. Así, la reunión debía hacerse el lunes 17 de octubre. Nadie pareció advertir que la asociación entre el día fundacional del peronismo, la vieja identidad peronista del Papa y la condición no peronista de Macri era otro bocado perfecto que el Gobierno ofrecía para que se lo tomaran a la chacota.
Una oportuna comunicación de Pfirter, señalando diplomáticamente que el Presidente estaba en disposición de reunirse cuando la agenda del Papa lo permitiera, facilitó al protocolo vaticano pasar el encuentro para el sábado 15.
En las conversaciones cotidianas con la Iglesia local trabajan el secretario de Culto, Santiago de Estrada y el subsecretario Alfredo Abriani. Tienen diálogo fluido con el titular del Episcopado, monseñor José María Arancedo, y con el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli. No tanto con el jefe de la Pastoral Social, monseñor Jorge Lozano, ni con el responsable de esa área en Buenos Aires, el padre Carlos Accaputo.
Entre las prioridades de esos funcionarios está también el trabajo con obispos de las zonas del Gran Buenos Aires donde más golpea la pobreza, como Eduardo García (San Justo), Bernardo Barba (Lafferrere), Carlos Tissera (Quilmes) y Fernando Maletti (Merlo-Moreno). Salvo Tissera, los otros tres fueron nombrados por el Papa argentino. En verdad, casi la mitad de los 80 obispos del país ya fueron designados por Francisco en algo más de tres años de papado.
El rector de la Universidad Católica, arzobispo Víctor Manuel Fernández, es quizás el hombre que mejor interpreta y ejecuta las ideas del Papa. Está volviendo este fin de semana desde Roma y el 12 de este mes, tres días antes del encuentro entre Francisco y Macri, encabezará en la UCA una reunión muy amplia sobre la cultura del encuentro, piedra angular de la acción del Papa que tiene aplicación inmediata sobre la realidad argentina.
En esa línea del pensamiento papal se inscribe el acercamiento entre la CGT y las organizaciones sociales, que bajo el auspicio de la Iglesia se formalizó el sábado anterior en la sede de la central obrera. Entre esas organizaciones está la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), cercana al Movimiento Evita, que nuclea a trabajadores informales y lidera el ya mencionado –siempre recordar este nombre– Juan Grabois.
Ese día, en la CGT, Grabois dijo: “La única grieta que de verdad reconocemos es la que existe entre los integrados y los excluídos”. Más Francisco imposible.
Para quienes actúan sin dobleces en nombre del Papa, esta flamante cercanía de la CGT unificada con los movimientos sociales le da un “marco de contención” a una realidad que apunta a mejorar pero que hoy sigue muy complicada y riesgosa. El 32,2% de pobreza y 6,3% de indigencia admitidos por el INDEC tienen elocuencia suficiente.
“Se trata de construir puentes que sean sólidos”, dicen los amigos y seguidores de Bergoglio. Aseguran que Macri será bien recibido esta vez en el Vaticano. Pero el Gobierno mantendrá sus temores hasta el minuto final.
La cercanía del encuentro entre el Papa y el Presidente el próximo sábado 15, deja en evidencia que la herida del 27 de febrero todavía está abierta. Ese día Francisco, que antes había sido generoso en sonrisas hacia Cristina, recibió a Mauricio Macri en el Vaticano con el gesto notoriamente serio. El intercambio fue breve y sólo protocolar. Los intentos posteriores de recomposición resultaron insuficientes, contradictorios y hasta escandalosos. Por eso el Gobierno prepara con infinito cuidado el encuentro que tendrá lugar en ocasión de la consagración como santo del Cura Brochero. La repetición de aquella foto adusta de febrero es el infierno más temido.
“Fue un golpe duro y más porque no lo esperábamos”, sostiene un alto funcionario que trabaja en contacto directo con la Iglesia. Admite que entre el Papa y el Presidente hay diferencias ideológicas y políticas “que quizás nunca se van a resolver”, acerca de cómo afrontar problemas básicos en los que sí coinciden: lucha contra la pobreza, combate al narcotráfico, unidad de los argentinos después de tanta grieta.
Un viejo amigo peronista del Papa, que con buena leche aconseja a hombres del Gobierno, les ha dicho que dejen de hacer aspaviento con las diferencias, porque eso no ayuda a superarlas. “Hay algunos que viven del ruido”, protesta este contemporáneo de Bergoglio.
El desafío, para las dos partes, es encontrar un modo constructivo de trabajar sobre las coincidencias.
Conversaciones formales e informales con obispos y laicos en Buenos Aires y en Roma, gestiones apuradas y errores corregidos sobre la marcha, están alfombrando el camino hacia ese día crucial, que marcará el tono de la relación entre Francisco y Macri durante un largo período.
Más ahora, cuando el Papa acaba de anunciar que no viajará el año próximo a la Argentina, como se esperaba. La suspensión de esa visita no es una buena noticia para Macri. Entre otras cosas porque da cuenta que, en la opinión del Papa, no están aún dadas las condiciones para que su regreso sea un elemento de unión de los argentinos, en un año electoral y cuando sobreviven las diferencias exasperadas del tiempo reciente.
En el Gobierno tienen su propia interpretación: dicen que “tenemos que despolitizar la visita del Papa; el día que se produzca debe ser la fiesta del reencuentro del padre Jorge con sus fieles”.
Después del helado encuentro de febrero, en junio había surgido un atisbo de acercamiento con el reconocimiento formal y el apoyo material del Gobierno a la fundación Scholas Occurrentes. Pero terminó en un escandalete, con la donación rechazada y una carta del Papa a los directivos de esa entidad, creada por él mismo en Buenos Aires, advirtiéndoles: “Tengo miedo que ustedes comiencen a resbalar en el camino hacia la corrupción”.
El ruido ensordecedor en la línea encontró al fin un bálsamo eficaz en la entrevista que Francisco concedió al periodista Joaquín Morales Solá, publicada en el diario La Nación a comienzos de julio. “No tengo ningún problema con Macri, es una persona noble”, dijo el Papa. Y fue nítido su elogio a la sensibilidad social de la gobernadora María Eugenia Vidal y la ministra de Desarrollo Social Carolina Stanley.
Desde entonces se opacaron los intermediarios y los ruidos perdieron volumen, aunque nunca desaparecieron del todo. También se registró algún brusco reacomodamiento entre quienes antes echaban nafta al fuego y de pronto pasaron a ser angelitos de Dios. Por lo visto, las puertas del Vaticano se hicieron más difíciles de trasponer después de tantísimo jaleo.
Por cierto es fácil percibir la acción constante, las más de las veces corrosiva, de quienes operan escudados en el nombre del Papa para hacer su negocio político en la Argentina. Funcionarios del Gobierno señalan entre otros al legislador porteño Gustavo Vera, a los máximos directivos de Scholas, José María del Corral y Enrique Piñeyro y al dirigente social Juan Grabois, como los más activos en la línea de conflicto. Aunque los amigos de Bergoglio advierten que en el pensamiento y el corazón del Papa habría que diferenciar claramente a Grabois de todos los demás.
El Gobierno también puso su cuota de ácido sobre la herida. Las opiniones despectivas de Jaime Durán Barba respecto de la figura y la influencia del Papa generaron en Francisco un resquemor que algunos supieron explotar de modo oportuno. Desde la cercanía de Macri esto nunca se atendió debidamente, por ineficacia en la acción o por coincidencia última con los dichos del consultor ecuatoriano.
Mantener a Durán Barba con la boca cerrada es una de las prioridades de quienes trabajan para que la visita de Macri al Papa transcurra de modo sereno y constructivo. En esa línea, no integraría la comitiva presidencial el jefe de Gabinete, Marcos Peña, a quien el imaginario vaticano identifica asimilado a las ideas y prácticas de Durán Barba. Puede resultar incierto o injusto con Peña, pero es así.
Igual, fue el jefe de Gabinete quien salió a retrucar esta semana al influyente arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo, quien entrevistado por el periodista Sergio Rubin, en Clarín, cuestionó la comunicación oficial, sostuvo que “muchas veces no se entiende qué quieren” en el Gobierno y afirmó que eso perjudica la relación entre el Papa y el Presidente. Sánchez Sorondo es canciller de la poderosa academia de Ciencias Sociales del Vaticano. Peña respondió que “pocos gobiernos tuvieron tanto contacto con los medios como nosotros”. El intercambio no progresó más allá.
Desde ya, la pulseada también se libra en el terreno de los medios. Los allegados al Papa que militan contra el Gobierno tienen buena llegada en Roma a periodistas que relatan en español las intimidades del Vaticano. Pero los demás también juegan.
Pronto habrá una edición argentina de L’Osservatore Romano, el único medio escrito oficial de la Santa Sede. El Papa quiere que su voz llegue sin intermediarios al país. Le encargó el emprendimiento a su amigo, el empresario de medios Santiago Pont Lezica. El coordinador del proyecto será Marcelo Figueroa, un teólogo protestante con quien Francisco había trabajado acá en el diálogo interreligioso.
Además de hablar con los medios, el Gobierno trabaja intensamente con jerarquías de la Iglesia. El embajador ante el Vaticano, Rogelio Pfirter, mantiene contacto fluido con la estratégica secretaría de Estado que comanda el cardenal Pietro Parolín.
Se atribuye a Pfirter haber corregido el equívoco inicial sobre la fecha del próximo encuentro. La Cancillería argentina había pedido que el Papa reciba a Macri el día después de la canonización del cura cordobés José Gabriel Brochero. Esa ceremonia se hará el domingo 16. Así, la reunión debía hacerse el lunes 17 de octubre. Nadie pareció advertir que la asociación entre el día fundacional del peronismo, la vieja identidad peronista del Papa y la condición no peronista de Macri era otro bocado perfecto que el Gobierno ofrecía para que se lo tomaran a la chacota.
Una oportuna comunicación de Pfirter, señalando diplomáticamente que el Presidente estaba en disposición de reunirse cuando la agenda del Papa lo permitiera, facilitó al protocolo vaticano pasar el encuentro para el sábado 15.
En las conversaciones cotidianas con la Iglesia local trabajan el secretario de Culto, Santiago de Estrada y el subsecretario Alfredo Abriani. Tienen diálogo fluido con el titular del Episcopado, monseñor José María Arancedo, y con el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli. No tanto con el jefe de la Pastoral Social, monseñor Jorge Lozano, ni con el responsable de esa área en Buenos Aires, el padre Carlos Accaputo.
Entre las prioridades de esos funcionarios está también el trabajo con obispos de las zonas del Gran Buenos Aires donde más golpea la pobreza, como Eduardo García (San Justo), Bernardo Barba (Lafferrere), Carlos Tissera (Quilmes) y Fernando Maletti (Merlo-Moreno). Salvo Tissera, los otros tres fueron nombrados por el Papa argentino. En verdad, casi la mitad de los 80 obispos del país ya fueron designados por Francisco en algo más de tres años de papado.
El rector de la Universidad Católica, arzobispo Víctor Manuel Fernández, es quizás el hombre que mejor interpreta y ejecuta las ideas del Papa. Está volviendo este fin de semana desde Roma y el 12 de este mes, tres días antes del encuentro entre Francisco y Macri, encabezará en la UCA una reunión muy amplia sobre la cultura del encuentro, piedra angular de la acción del Papa que tiene aplicación inmediata sobre la realidad argentina.
En esa línea del pensamiento papal se inscribe el acercamiento entre la CGT y las organizaciones sociales, que bajo el auspicio de la Iglesia se formalizó el sábado anterior en la sede de la central obrera. Entre esas organizaciones está la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), cercana al Movimiento Evita, que nuclea a trabajadores informales y lidera el ya mencionado –siempre recordar este nombre– Juan Grabois.
Ese día, en la CGT, Grabois dijo: “La única grieta que de verdad reconocemos es la que existe entre los integrados y los excluídos”. Más Francisco imposible.
Para quienes actúan sin dobleces en nombre del Papa, esta flamante cercanía de la CGT unificada con los movimientos sociales le da un “marco de contención” a una realidad que apunta a mejorar pero que hoy sigue muy complicada y riesgosa. El 32,2% de pobreza y 6,3% de indigencia admitidos por el INDEC tienen elocuencia suficiente.
“Se trata de construir puentes que sean sólidos”, dicen los amigos y seguidores de Bergoglio. Aseguran que Macri será bien recibido esta vez en el Vaticano. Pero el Gobierno mantendrá sus temores hasta el minuto final.