El partido camionero y un camionero partido

Todos quedaron contentos, aunque ninguno se llevó todo lo que quería. Si la encrucijada sindical que quedó al desnudo la semana pasada fuera sólo un juego de palabras, podría decirse que Hugo Moyano sentó las bases de su partido camionero y que sus rivales, a su vez, lograron mostrar un camionero partido. Pero eso ya no alcanza y desde ambas trincheras se espera que Cristina Kirchner brinde alguna señal.
El sindicalismo K, orgulloso de su operativo que juntó las cabezas de los principales gremios para armar una propia CGT, necesita desesperadamente que la Presidenta retribuya su gesto antimoyanista con algo. Algún anuncio de tibias medidas, una foto en la Casa Rosada, quince minutos en Olivos. Lo que sea, pero cuanto antes.
En eso trabajan los que tienen trato casi directo con Cristina Kirchner, como el metalúrgico Antonio Caló, el estatal Andrés Rodríguez y el albañil Gerardo Martínez, y los que tienen llegada a Carlos Zannini, como el mercantil Armando Cavalieri, de los “Gordos”. Saben, en definitiva, que sólo si la Casa Rosada los recibe o les brinda la onda expansiva de alguna medida a favor de los trabajadores podrán afirmar su heterogéneo frente interno, donde todos odian a Moyano, pero se miran con desconfianza. Y demostrar, sobre todo, que ser oficialista puede deparar beneficios .
Hay rumores que no ayudan, aunque sería más que eso la decisión del Gobierno de reestructurar el sistema de obras sociales y quitarles a los gremios el control de una preciada caja de 30.000 millones de pesos anuales. Al cristinismo sindical le han prometido participación en este plan, pero nadie le garantizó el manejo de los fondos. Y, para colmo, en ese tema opinan jóvenes economistas de La Cámpora, que, como bromea un dirigente, “lo más cerca que vieron a un trabajador fue en las páginas de Billiken”.
Muchos recuerdan que cuando Néstor Kirchner planificaba sus embestidas contra algunas corporaciones molestas, les advertía a los muchachos camporistas: “Ojo, con el sindicalismo no se metan”. Era la época en que él se reservaba la interlocución directa con Moyano, al que beneficiaba con todos los privilegios posibles. Y el líder camionero, pese a que compartía sólo migas de ese poder, lograba contener al sindicalismo porque todos sabían que tenía la llave de la Casa de Gobierno. Esta relación es una de las herencias maritales de las que Cristina Kirchner quiere desprenderse , pero los dirigentes sindicales más obsecuentes temen que también quiera deshacerse de ellos.
De lo que no puede desligarse Caló, el favorito de la Presidenta para liderar la CGT oficialista, es del desconcierto que provoca entre sus aliados. El martes pasado anunció que iba a ser “el titular de la CGT que votarán los gremios más importantes”, pero sus colegas casi se atragantan: de ese tema no se había hablado ni una palabra en la reunión que, pocos minutos antes, el antimoyanismo había mantenido en la UOM.
Moyano también provoca confusiones. Su abogado Héctor Recalde participó del congreso en que fue reelegido el jefe camionero, pero se fue antes del acto en el que éste amenazó a la Presidenta con repensar el voto para 2013. Los allegados al diputado kirchnerista aseguran que Recalde está cada vez más incómodo y que se tomó unos días para pensar qué hacer, aunque deslizan que “no se pasará a la oposición”.
Ese es precisamente el sector político en el que ya se ubicó Moyano. Desde la óptica sindical, quedó debilitado con una CGT raleada, que tiene sólo un puñado de gremios fuertes (además de camioneros, trabajadores rurales, bancarios y municipales porteños), muchas deserciones y la ambigüedad de algunos sindicatos, como el textil, que participaron del congreso, pero que no quisieron formar parte de la conducción.
El plan para transformar a Moyano en el Lula argentino ya está en marcha . Por un lado, imagina una CGT que se meta en temas extra sindicales (no fue casual la mención sobre la inseguridad en su discurso de Ferro) y, por otro, comenzará a armar una estructura política para tener presencia en las elecciones del año próximo. Ya no confía en que Daniel Scioli se decida a saltar el cerco oficialista para ponerse al frente del peronismo disidente y por eso, aseguran, no descarta abrir el juego mediante contactos con Mauricio Macri y con el socialista Hermes Binner. Incluso, con la mira puesta en el peronismo tradicional y en la clase media, organizaría un acto para conmemorar, en noviembre, los 40 años del abrazo entre Juan Perón y Ricardo Balbín, el gran símbolo de conciliación al que se suele contraponer con el ánimo intolerante del mundo K.
Moyano y Macri comparten gestos de armonía : el jefe de gobierno porteño justificó el último paro camionero y, hace un mes, ambos hablaron de cómo Covelia, vinculada con el líder cegetista, podría sumarse a la recolección de basura en la Capital. Pero también coinciden en los contactos con Julio Bárbaro, que se ha transformado en el gurú del peronismo disidente. Ya lo había sido para Néstor Kirchner mucho antes de que llegara a la Casa Rosada, y por eso es sugestivo que Bárbaro repita en la intimidad: “Moyano es lo más parecido a Kirchner que conocí. Néstor no tenía marcha atrás. Hugo, tampoco”.

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