Por Manuel Barrientos *
El Espacio Memoria, la ex ESMA, tal vez sea un abrazo al futuro. Un legado de las Madres y las Abuelas y los Padres y los Familiares no a quienes rondamos los cuarenta años, y ya estamos a mitad de camino, sino a los que vienen. Un regalo nacido del dolor a esa Argentina del futuro, que será invariablemente mejor.
Me gusta la idea de reemplazar la palabra legado por regalo: porque ellas (y ellos) sembraron esta democracia que estamos viviendo, que es la más larga de la historia argentina. Y parece palabrerío, pero no lo es. Las Madres y las Abuelas nos construyeron un escalón mucho más alto del que tuvieron ellas. Entonces partimos desde ahí, desde ese gran regalo.
Pero volvamos al eje. El regalo. El abrazo al futuro. El estar en el medio de la oscuridad, del dolor, de la pérdida, de la impotencia.
Y en esa oscuridad: ver.
Porque ésa es la luz de las Madres y las Abuelas. La luz es que vieron el futuro. La luz es que no se enredaron en ese presente horrible. No. Pensaron a largo plazo. Construyeron comunidad. Interpelaron. Una a una. Uno a uno. Y en masa. Convocaron (nos convocaron: y por eso estoy escribiendo esto ahora). Ellas, hace 39 años, crearon esta posibilidad de escribir ahora sobre este Espacio Memoria, ése en el que sus hijos estuvieron secuestrados y fueron torturados. Es extrañísimo.
Vuelvo a pensar en eso. En esas mamás. En Vera Jarach, en Laura Conte, en Enriqueta Maroni (con toda su fragilidad, su potencia de enana) diciendo: “Tenemos que salir a la calle. Aunque nunca nos devuelvan a nuestros hijos” (¿cuándo fue el momento exacto en que se dieron cuenta de que nunca iban a volver?).
Tenemos que salir a la calle, al espacio público, a inundarlo, se animaron. Estaban aterradísimas, pero salieron y se tomaron el colectivo o el subte y pensaron mil veces en volverse, pero llegaron. Y vieron que eran varias. Se dijeron: llamemos a más. ¿Por qué vos no venís? ¿Tenés miedo? ¿O no estás de acuerdo con nosotras? Y si era miedo, le decían: “Vení, yo también tengo miedo, pero vení, saquemosnos el miedo entre todas”.
No se volvieron a la casa (¿cuántas sí lo habrán hecho?). Y llegaron a la Plaza. También fueron a la boca del lobo, a las fauces del monstruo. Eso era la ESMA: la boca del lobo, las fauces del monstruo marino más tenebroso y macabro. Pero ellas se acercaron y vieron que no era un monstruo, que eran seres humanos, que inspiraban miedo, que tenían bigotes y caras de malo. Pero eran humanos. Y eran vulnerables. Era cuestión de insistir, de desnudarlos. Ese fue el primer gran gesto. Decir: “Mireeeennnn, ¡son humanos! ¡No son monstruos!”.
–Les podemos re ganar, entonces.
–Sí, obvio.
(Ellas veían el futuro y hablaban así: como las chicas de ahora.)
Entonces, el Espacio Memoria es eso: es el símbolo de esa transformación. No es una frase hecha, entonces, que allí donde hubo oscuridad hoy hay luz. Porque esa luz alumbró hace ya casi 40 años. Estas mamás (y esos papás y esos hermanos y esas esposas y esos esposos) hicieron eso: iluminaron con su linternita-pañuelo y miraron las caras de los iluminados y ¡no eran los lobos de Caperucita!
Dijeron: nuestros hijos no van a volver, pero nuestros nietos, y los hijos de nuestros nietos tienen que saber que no hay monstruos, que hay seres humanos que pueden llegar a hacer cosas siniestras. Pero se les puede ganar. Hay que pelear construyendo hegemonía, comunicación, comunidad. Se gana así: con democracia. Y así se pierde: con democracia. Pero siempre se puede volver a ganar. Pero para eso falta hacer cosas más lindas y más bellas y más liberadoras.
Hoy todos vivimos aterrados de lo que nos pueda pasar en la calle, de un motochorro, de un psicópata, de un asesino serial, de un violador, pero también de lo que nos pueda pasar en nuestra casa, porque todos los alimentos son cancerígenos, hasta las salchichas y el jamón.
Entonces la tarea hoy es liberar a las personas, quitarles los miedos, para que puedan desatarse de sus temores, para que se animen a ser más de lo que creen que pueden. Para eso necesitamos –para ser mejores– experimentar la alegría de estar con otros, de pensar con otros, de trabajar con otros. Porque cuando estamos solos nos llenamos de miedo, como Enriqueta, chiquita y sola, en ese subte línea E que ahora la lleva a Plaza de Mayo, porque estamos en 1978. Y ella mira al tipo que tiene al lado y piensa que la pueden boletear, porque si le pasó al hijo por qué –alguien que explique por qué– no le puede pasar a ella. Pero no se baja.
¡Enriqueta enana no se baja! ¡Se la rebanca!
Hay algo que no la hace bajar, que la lleva hasta la Plaza.
Sale de la boca del subte y ve que tienen como ciento cincuenta metros hasta el centro de la Plaza. Está cagada de miedo. Pero sigue.
Y ahí llega.
Es tanta tanta la luz de ese gesto, que se une con la luz de los otros gestos, de las otras mamás y de las otras abuelas, que nos inunda hasta ahora, hasta este noviembre de 2015. Esa luz es tan potente que salta tiempos y distancias y me atraviesa a mí ahora.
Esa luz nos libera, nos saca los dolores y nos sentimos mejor, plenos: libres. Y entonces: quiero seguir escribiendo. Me salta de la zona clara de mi mente esta frase de Hordelin: allí donde está el peligro, florece también lo que salva.
El peligro era total, pero ese gesto de no bajarse del subte, de no volverse a la casa, nos salvó. Sembró futuro.
También como ese gesto de los papás, de Emilio Mignone y Augusto Conte, de luchar en plena dictadura desde ese terreno judicial que había sido saqueado. Pero ellos repetían que había que pensar políticamente y actuar jurídicamente. Y juntaban papeles, documentos, hábeas corpus, que parecían inocuos pero luego, años después, fueron fundamentales para condenar a esos genocidas. Y cuando el campo de la Justicia se volvió a cerrar con las leyes de impunidad, volvieron a ver una grieta (pequeña para el ojo desesperanzado) y comenzaron con los Juicios por la Verdad. Que desde 2006 nuevamente fueron juicios por la verdad, pero también por la justicia.
O como ese gesto de amor loco y desgarrador y esperanzado de Estela (sí, Barnes de Carlotto) de guardarle en cada uno de sus viajes una remera, un souvenir, a ese nieto que estaba lejos o cerca. Eso debería haberla vuelto loca. ¿Y si mi nieto vive a la vuelta de mi casa y yo me lo estoy cruzando todos los días? Es ese nene, sí, ese, que acaba de pasar con el cochecito, por la vereda de enfrente. Entonces debería correr y arrebatárselo. Como hicieron ellos. Pero no. Convocaron a otros (en tiempos de paranoia: ¿Si el antrópologo forense Clide Snow era un espía? ¿Si el genetista Víctor Penchaszadeh era un infiltrado?). Pero no. Los llamaron. Eso es construir mayoría. No quedarse entre los poquitos que nos conocemos. Abrir. Abrir. Abrir. Convocar. Interpelar. Comunicar. Crear comunidad.
Vencer al miedo.
Ese es el regalo. Ese es el futuro. Y es nuestro.
Y nosotros tenemos la responsabilidad de mejorar ese regalo. Porque es un abracito que nos hicieron hace 39 años pero para dárnoslo hoy. Esta noche.
El Espacio Memoria es la coexistencia espacio temporal de ese abrazo. Es un abrazo de contención. Ellas (y ellos) nos contienen. Con ese abrazo del futuro. Nos interpelan. Nos convocan. Quieren que creemos comunidad. Aunque (ellas, obvio) se vayan yendo de a poco. De a una. Porque se van yendo. Como Aurora Zucco de Bellocchio. Como Coqui Pereyra. Pero nos dejan este regalo trascendente (y alguien que me explique si hay una mejor utilización de la palabra trascendente que como adjetivo de ese regalo que las trasciende, que nos trasciende), que nos vuelve una y otra vez a despertar: “No te bajes del subte, no te vuelvas a casa, seguí, vencé el miedo, llegá a la Plaza, juntate con otras y otros, disfrutá de esos otros, aprendé de esos otros: porque allí donde está el peligro, florece también lo que salva”.
* Coordinador de Comunicación del Ente Público Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA).
El Espacio Memoria, la ex ESMA, tal vez sea un abrazo al futuro. Un legado de las Madres y las Abuelas y los Padres y los Familiares no a quienes rondamos los cuarenta años, y ya estamos a mitad de camino, sino a los que vienen. Un regalo nacido del dolor a esa Argentina del futuro, que será invariablemente mejor.
Me gusta la idea de reemplazar la palabra legado por regalo: porque ellas (y ellos) sembraron esta democracia que estamos viviendo, que es la más larga de la historia argentina. Y parece palabrerío, pero no lo es. Las Madres y las Abuelas nos construyeron un escalón mucho más alto del que tuvieron ellas. Entonces partimos desde ahí, desde ese gran regalo.
Pero volvamos al eje. El regalo. El abrazo al futuro. El estar en el medio de la oscuridad, del dolor, de la pérdida, de la impotencia.
Y en esa oscuridad: ver.
Porque ésa es la luz de las Madres y las Abuelas. La luz es que vieron el futuro. La luz es que no se enredaron en ese presente horrible. No. Pensaron a largo plazo. Construyeron comunidad. Interpelaron. Una a una. Uno a uno. Y en masa. Convocaron (nos convocaron: y por eso estoy escribiendo esto ahora). Ellas, hace 39 años, crearon esta posibilidad de escribir ahora sobre este Espacio Memoria, ése en el que sus hijos estuvieron secuestrados y fueron torturados. Es extrañísimo.
Vuelvo a pensar en eso. En esas mamás. En Vera Jarach, en Laura Conte, en Enriqueta Maroni (con toda su fragilidad, su potencia de enana) diciendo: “Tenemos que salir a la calle. Aunque nunca nos devuelvan a nuestros hijos” (¿cuándo fue el momento exacto en que se dieron cuenta de que nunca iban a volver?).
Tenemos que salir a la calle, al espacio público, a inundarlo, se animaron. Estaban aterradísimas, pero salieron y se tomaron el colectivo o el subte y pensaron mil veces en volverse, pero llegaron. Y vieron que eran varias. Se dijeron: llamemos a más. ¿Por qué vos no venís? ¿Tenés miedo? ¿O no estás de acuerdo con nosotras? Y si era miedo, le decían: “Vení, yo también tengo miedo, pero vení, saquemosnos el miedo entre todas”.
No se volvieron a la casa (¿cuántas sí lo habrán hecho?). Y llegaron a la Plaza. También fueron a la boca del lobo, a las fauces del monstruo. Eso era la ESMA: la boca del lobo, las fauces del monstruo marino más tenebroso y macabro. Pero ellas se acercaron y vieron que no era un monstruo, que eran seres humanos, que inspiraban miedo, que tenían bigotes y caras de malo. Pero eran humanos. Y eran vulnerables. Era cuestión de insistir, de desnudarlos. Ese fue el primer gran gesto. Decir: “Mireeeennnn, ¡son humanos! ¡No son monstruos!”.
–Les podemos re ganar, entonces.
–Sí, obvio.
(Ellas veían el futuro y hablaban así: como las chicas de ahora.)
Entonces, el Espacio Memoria es eso: es el símbolo de esa transformación. No es una frase hecha, entonces, que allí donde hubo oscuridad hoy hay luz. Porque esa luz alumbró hace ya casi 40 años. Estas mamás (y esos papás y esos hermanos y esas esposas y esos esposos) hicieron eso: iluminaron con su linternita-pañuelo y miraron las caras de los iluminados y ¡no eran los lobos de Caperucita!
Dijeron: nuestros hijos no van a volver, pero nuestros nietos, y los hijos de nuestros nietos tienen que saber que no hay monstruos, que hay seres humanos que pueden llegar a hacer cosas siniestras. Pero se les puede ganar. Hay que pelear construyendo hegemonía, comunicación, comunidad. Se gana así: con democracia. Y así se pierde: con democracia. Pero siempre se puede volver a ganar. Pero para eso falta hacer cosas más lindas y más bellas y más liberadoras.
Hoy todos vivimos aterrados de lo que nos pueda pasar en la calle, de un motochorro, de un psicópata, de un asesino serial, de un violador, pero también de lo que nos pueda pasar en nuestra casa, porque todos los alimentos son cancerígenos, hasta las salchichas y el jamón.
Entonces la tarea hoy es liberar a las personas, quitarles los miedos, para que puedan desatarse de sus temores, para que se animen a ser más de lo que creen que pueden. Para eso necesitamos –para ser mejores– experimentar la alegría de estar con otros, de pensar con otros, de trabajar con otros. Porque cuando estamos solos nos llenamos de miedo, como Enriqueta, chiquita y sola, en ese subte línea E que ahora la lleva a Plaza de Mayo, porque estamos en 1978. Y ella mira al tipo que tiene al lado y piensa que la pueden boletear, porque si le pasó al hijo por qué –alguien que explique por qué– no le puede pasar a ella. Pero no se baja.
¡Enriqueta enana no se baja! ¡Se la rebanca!
Hay algo que no la hace bajar, que la lleva hasta la Plaza.
Sale de la boca del subte y ve que tienen como ciento cincuenta metros hasta el centro de la Plaza. Está cagada de miedo. Pero sigue.
Y ahí llega.
Es tanta tanta la luz de ese gesto, que se une con la luz de los otros gestos, de las otras mamás y de las otras abuelas, que nos inunda hasta ahora, hasta este noviembre de 2015. Esa luz es tan potente que salta tiempos y distancias y me atraviesa a mí ahora.
Esa luz nos libera, nos saca los dolores y nos sentimos mejor, plenos: libres. Y entonces: quiero seguir escribiendo. Me salta de la zona clara de mi mente esta frase de Hordelin: allí donde está el peligro, florece también lo que salva.
El peligro era total, pero ese gesto de no bajarse del subte, de no volverse a la casa, nos salvó. Sembró futuro.
También como ese gesto de los papás, de Emilio Mignone y Augusto Conte, de luchar en plena dictadura desde ese terreno judicial que había sido saqueado. Pero ellos repetían que había que pensar políticamente y actuar jurídicamente. Y juntaban papeles, documentos, hábeas corpus, que parecían inocuos pero luego, años después, fueron fundamentales para condenar a esos genocidas. Y cuando el campo de la Justicia se volvió a cerrar con las leyes de impunidad, volvieron a ver una grieta (pequeña para el ojo desesperanzado) y comenzaron con los Juicios por la Verdad. Que desde 2006 nuevamente fueron juicios por la verdad, pero también por la justicia.
O como ese gesto de amor loco y desgarrador y esperanzado de Estela (sí, Barnes de Carlotto) de guardarle en cada uno de sus viajes una remera, un souvenir, a ese nieto que estaba lejos o cerca. Eso debería haberla vuelto loca. ¿Y si mi nieto vive a la vuelta de mi casa y yo me lo estoy cruzando todos los días? Es ese nene, sí, ese, que acaba de pasar con el cochecito, por la vereda de enfrente. Entonces debería correr y arrebatárselo. Como hicieron ellos. Pero no. Convocaron a otros (en tiempos de paranoia: ¿Si el antrópologo forense Clide Snow era un espía? ¿Si el genetista Víctor Penchaszadeh era un infiltrado?). Pero no. Los llamaron. Eso es construir mayoría. No quedarse entre los poquitos que nos conocemos. Abrir. Abrir. Abrir. Convocar. Interpelar. Comunicar. Crear comunidad.
Vencer al miedo.
Ese es el regalo. Ese es el futuro. Y es nuestro.
Y nosotros tenemos la responsabilidad de mejorar ese regalo. Porque es un abracito que nos hicieron hace 39 años pero para dárnoslo hoy. Esta noche.
El Espacio Memoria es la coexistencia espacio temporal de ese abrazo. Es un abrazo de contención. Ellas (y ellos) nos contienen. Con ese abrazo del futuro. Nos interpelan. Nos convocan. Quieren que creemos comunidad. Aunque (ellas, obvio) se vayan yendo de a poco. De a una. Porque se van yendo. Como Aurora Zucco de Bellocchio. Como Coqui Pereyra. Pero nos dejan este regalo trascendente (y alguien que me explique si hay una mejor utilización de la palabra trascendente que como adjetivo de ese regalo que las trasciende, que nos trasciende), que nos vuelve una y otra vez a despertar: “No te bajes del subte, no te vuelvas a casa, seguí, vencé el miedo, llegá a la Plaza, juntate con otras y otros, disfrutá de esos otros, aprendé de esos otros: porque allí donde está el peligro, florece también lo que salva”.
* Coordinador de Comunicación del Ente Público Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA).