El plan del Gobierno para revertir la economía en el 2017
Números que no son el resultado del Loto, sino una versión rápida de las proyecciones para la economía de 2017.
16, 27, 23. Estos números son la evolución porcentual de los precios relativos (una combinación posible de aumento del dólar, los salarios y la inflación resultante). Así las cosas, el Gobierno vaticina un crecimiento del 3 por ciento del consumo para el 2017, un 10 por ciento en la inversión y un 5 por ciento del PBI. Si bien el escenario parecería exagerado frente a una historia del segundo semestre que por ahora es más promesa que realidad, al menos en lo que hace a los fríos datos de actividad de junio (no tanto a los de inflación que muestran una disminución a la mitad del ritmo promedio desde el 4,2% registrado entre noviembre de 2015 y mayo de 2016), la construcción de esta historia tentativa para el próximo año se apoya sobre dos datos concretos:
El primero es el financiamiento disponible en los mercados internacionales a los que están accediendo en forma fluida la Nación, Provincias y Empresas en consistencia con una caída del riesgo país y la posibilidad cierta de conseguir un blanqueo exitoso en un mundo donde se dificulta cada vez más el manejo de los capitales “negros”. Si bien siempre el futuro es incierto y la confirmación del Brexit recuerda que no estamos exentos de episodios de volatilidad, en un mundo donde el nuevo rol de los nacionalismos en la economía global -que crece poco y sin solución al problema de los refugiados-, pone en juego el orden mundial de los últimos años, lo cierto es que en el corto plazo asegura un mundo donde las tasas de interés libres de riesgo no tienen lugar para subir. De hecho a casi dos semanas del pánico que provocó el Brexit y cuando el Reino Unido intenta ver como maneja los costos asociados a la decisión del electorado, el resultado es una depreciación brusca de la libra y mucho menor del Euro, un desplome en los precios de las acciones de compañías europeas (sobre todo aquellas del sector financiero con injerencia fuerte en el Reino Unido) y una caída de la tasa de interés a 10 años de EE.UU. por debajo de 1,4% anual.
El segundo es la necesidad política de manejar la gobernabilidad, y esto incluye aprovechar el apalancamiento para amortiguar los costos políticos asociados a la corrección de los precios relativos. Este dato que inicialmente no había entrado en la agenda de un Gobierno que minimizó los costos en el diagnóstico inicial (cuando afirmaba que los precios ya estaban fijados a la brecha cambiaria y que la suba en las tarifas no era inflacionaria, sino deflacionaria), pasa a ser el eje en las definiciones hacia adelante, una vez que la caída en las encuestas provocada por el pico de la inflación y el desplome en la actividad del segundo trimestre pasó a ser un dato de la realidad, aún en un contexto donde las evidencias de corrupción de la gestión anterior ayudan, y no poco, a contener el malhumor por la recesión.
Es la razón del envío al Congreso de la ley de Reparación Histórica a los Jubilados financiada con un blanqueo, aprobada en forma express. Y es la razón detrás de un manejo más fluido de las paritarias, de la decisión de reactivar rápido la obra pública, de postergar algunos anuncios comprometidos en tarifas, de generar mecanismos de indexación para intentar recrear el crédito de largo plazo para la vivienda y fundamentalmente de aprovechar el excedente de dólares proveniente de las colocaciones de deuda para manejar un tipo de cambio que en el margen funcione como moderador de la inflación en un contexto donde la política monetaria tiende a ser menos contractiva (en parte por la necesidad de comprar al menos una porción de los dólares del endeudamiento para financiar la brecha de pesos y evitar una apreciación nominal de la moneda).
Si bien la consistencia fiscal implícita en las proyecciones de reducción gradual del déficit muestra fuertes interrogantes, en el corto plazo –léase 2016 y los primeros meses de 2017- los ingresos de una vez, esperados por un blanqueo que seguramente va a ser exitoso sumado al impacto de la revisión estadística sobre las Cuentas Nacionales (que muestran un aumento en el tamaño del PIB del 9,3% en pesos corrientes en relación a los datos previos) permitirían sostener incluso mejores números fiscales en relación a lo previsto. En la nueva foto, el aumento en el “tamaño estadístico de la economía” (PIB a precios corrientes) se refleja en una caída de 0,4 p.p. en el déficit fiscal, es decir, todo lo demás estable, el 4,8% original estimado ahora es 4,4% luego de la suba del denominador. O, analizado desde otro ángulo y suponiendo que la meta ya era cumplible en 2016 (cuando además la recomposición de los haberes jubilatorios casi no pesa), asegura una tercera parte de la reducción anunciada para el próximo año. Delicias de las estadísticas.
Hoy, la apertura de la cuenta capital depende más de las expectativas sobre la sustentabilidad política del Gobierno que de la consistencia fiscal de mediano plazo, y la sustentabilidad del Gobierno depende a su vez de la capacidad para revertir la coyuntura actual. Esta recursividad en el análisis explica que los mercados no hayan tomado nota de la inconsistencia fiscal implícita en el proyecto de ley enviado al Congreso. Y con financiamiento externo vuelve a estar disponible la capacidad de la política fiscal para tener efectos reales positivos en el corto plazo. De hecho, la inconsistencia inmediata de la expansión fiscal cuando no se puede financiar (con recursos propios y/o con deuda) está dada por la contracción monetaria implícita asociada a la salida de capitales que provoca la incertidumbre fiscal. Como mencionamos antes, en este mundo particular y dada la baja deuda de Argentina, hay margen para financiar con dólares la brecha de pesos. Claro que, para ello, el BCRA no debe esterilizar plenamente lo que antes expandió para comprar los dólares del Tesoro.
De cara al segundo semestre, el giro de la política mencionado va a tener impacto: Si bien no se recuperan plenamente, los salarios le van a ganar a una inflación que se desacelera ya sin aumentos tarifarios y con un dólar que en el margen empieza a funcionar como semiancla, la obra pública empieza a reactivarse y la política monetaria tiende a ser menos contractiva. Sin embargo, dada la dinámica acumulada, esta mejora contra el segundo trimestre no se va a ver reflejada en la comparación interanual ni en la inflación ni en el crecimiento hasta los últimos meses del año. La historia del 2017 va a ser más nítida, sobre todo a partir del segundo trimestre cuando se contraste contra lo peor de 2016. La necesidad (y posibilidad) de amortiguar los costos políticos asociados a la corrección en 2016, aseguran un 2017 mejor y es lo que está detrás de los números que titulan este informe.
Partiendo de un dólar subiendo hasta las elecciones entre 16/17% (usando los dólares de la deuda y las Reservas para manejar estas presiones), una pausa en las tarifas, y paritarias al 27% (número que va a depender no sólo de las expectativas de inflación hacia adelante sino fundamentalmente de la presión y su manejo para recuperar parte de la capacidad de compra perdida en 2016), la inflación se ubicaría en torno a 23%. Con esta dinámica del salario real y de las jubilaciones, y apalancándose en el crédito en un mundo donde los precios de los commodities se sostienen, la recuperación del consumo en 2017 puede darse en simultáneo a una de la inversión, 3% y 10% respectivamente consistentes con una obra pública expandiéndose al 15/20%, y resultando en un crecimiento de la economía en torno al 5%.
En democracia, el manejo de la política económica requiere navegar entre dos equilibrios básicos, la consistencia de las políticas a largo plazo y la consistencia social, y en los años electorales -cuando se puede-, es esta última la que prima por sobre la primera. El zigzag (crecimiento en los años electorales impares, caída en los pares sin tendencia) que reflejó la economía desde 2011 cuando se acabó el excedente de dólares y el gobierno intentó administrar la escasez, se repite ahora. El desafío de la navegación política a vela, con el viento de frente de nuestros desafíos estructurales, es que el zigzag logre transitar sobre una clara línea de tendencia que envíe señales nítidas a la inversión para instalar exitosamente la agenda del desarrollo con inclusión social.
Fuente: Resumen Ejecutivo de la Consultora Bein & Asociados.
Números que no son el resultado del Loto, sino una versión rápida de las proyecciones para la economía de 2017.
16, 27, 23. Estos números son la evolución porcentual de los precios relativos (una combinación posible de aumento del dólar, los salarios y la inflación resultante). Así las cosas, el Gobierno vaticina un crecimiento del 3 por ciento del consumo para el 2017, un 10 por ciento en la inversión y un 5 por ciento del PBI. Si bien el escenario parecería exagerado frente a una historia del segundo semestre que por ahora es más promesa que realidad, al menos en lo que hace a los fríos datos de actividad de junio (no tanto a los de inflación que muestran una disminución a la mitad del ritmo promedio desde el 4,2% registrado entre noviembre de 2015 y mayo de 2016), la construcción de esta historia tentativa para el próximo año se apoya sobre dos datos concretos:
El primero es el financiamiento disponible en los mercados internacionales a los que están accediendo en forma fluida la Nación, Provincias y Empresas en consistencia con una caída del riesgo país y la posibilidad cierta de conseguir un blanqueo exitoso en un mundo donde se dificulta cada vez más el manejo de los capitales “negros”. Si bien siempre el futuro es incierto y la confirmación del Brexit recuerda que no estamos exentos de episodios de volatilidad, en un mundo donde el nuevo rol de los nacionalismos en la economía global -que crece poco y sin solución al problema de los refugiados-, pone en juego el orden mundial de los últimos años, lo cierto es que en el corto plazo asegura un mundo donde las tasas de interés libres de riesgo no tienen lugar para subir. De hecho a casi dos semanas del pánico que provocó el Brexit y cuando el Reino Unido intenta ver como maneja los costos asociados a la decisión del electorado, el resultado es una depreciación brusca de la libra y mucho menor del Euro, un desplome en los precios de las acciones de compañías europeas (sobre todo aquellas del sector financiero con injerencia fuerte en el Reino Unido) y una caída de la tasa de interés a 10 años de EE.UU. por debajo de 1,4% anual.
El segundo es la necesidad política de manejar la gobernabilidad, y esto incluye aprovechar el apalancamiento para amortiguar los costos políticos asociados a la corrección de los precios relativos. Este dato que inicialmente no había entrado en la agenda de un Gobierno que minimizó los costos en el diagnóstico inicial (cuando afirmaba que los precios ya estaban fijados a la brecha cambiaria y que la suba en las tarifas no era inflacionaria, sino deflacionaria), pasa a ser el eje en las definiciones hacia adelante, una vez que la caída en las encuestas provocada por el pico de la inflación y el desplome en la actividad del segundo trimestre pasó a ser un dato de la realidad, aún en un contexto donde las evidencias de corrupción de la gestión anterior ayudan, y no poco, a contener el malhumor por la recesión.
Es la razón del envío al Congreso de la ley de Reparación Histórica a los Jubilados financiada con un blanqueo, aprobada en forma express. Y es la razón detrás de un manejo más fluido de las paritarias, de la decisión de reactivar rápido la obra pública, de postergar algunos anuncios comprometidos en tarifas, de generar mecanismos de indexación para intentar recrear el crédito de largo plazo para la vivienda y fundamentalmente de aprovechar el excedente de dólares proveniente de las colocaciones de deuda para manejar un tipo de cambio que en el margen funcione como moderador de la inflación en un contexto donde la política monetaria tiende a ser menos contractiva (en parte por la necesidad de comprar al menos una porción de los dólares del endeudamiento para financiar la brecha de pesos y evitar una apreciación nominal de la moneda).
Si bien la consistencia fiscal implícita en las proyecciones de reducción gradual del déficit muestra fuertes interrogantes, en el corto plazo –léase 2016 y los primeros meses de 2017- los ingresos de una vez, esperados por un blanqueo que seguramente va a ser exitoso sumado al impacto de la revisión estadística sobre las Cuentas Nacionales (que muestran un aumento en el tamaño del PIB del 9,3% en pesos corrientes en relación a los datos previos) permitirían sostener incluso mejores números fiscales en relación a lo previsto. En la nueva foto, el aumento en el “tamaño estadístico de la economía” (PIB a precios corrientes) se refleja en una caída de 0,4 p.p. en el déficit fiscal, es decir, todo lo demás estable, el 4,8% original estimado ahora es 4,4% luego de la suba del denominador. O, analizado desde otro ángulo y suponiendo que la meta ya era cumplible en 2016 (cuando además la recomposición de los haberes jubilatorios casi no pesa), asegura una tercera parte de la reducción anunciada para el próximo año. Delicias de las estadísticas.
Hoy, la apertura de la cuenta capital depende más de las expectativas sobre la sustentabilidad política del Gobierno que de la consistencia fiscal de mediano plazo, y la sustentabilidad del Gobierno depende a su vez de la capacidad para revertir la coyuntura actual. Esta recursividad en el análisis explica que los mercados no hayan tomado nota de la inconsistencia fiscal implícita en el proyecto de ley enviado al Congreso. Y con financiamiento externo vuelve a estar disponible la capacidad de la política fiscal para tener efectos reales positivos en el corto plazo. De hecho, la inconsistencia inmediata de la expansión fiscal cuando no se puede financiar (con recursos propios y/o con deuda) está dada por la contracción monetaria implícita asociada a la salida de capitales que provoca la incertidumbre fiscal. Como mencionamos antes, en este mundo particular y dada la baja deuda de Argentina, hay margen para financiar con dólares la brecha de pesos. Claro que, para ello, el BCRA no debe esterilizar plenamente lo que antes expandió para comprar los dólares del Tesoro.
De cara al segundo semestre, el giro de la política mencionado va a tener impacto: Si bien no se recuperan plenamente, los salarios le van a ganar a una inflación que se desacelera ya sin aumentos tarifarios y con un dólar que en el margen empieza a funcionar como semiancla, la obra pública empieza a reactivarse y la política monetaria tiende a ser menos contractiva. Sin embargo, dada la dinámica acumulada, esta mejora contra el segundo trimestre no se va a ver reflejada en la comparación interanual ni en la inflación ni en el crecimiento hasta los últimos meses del año. La historia del 2017 va a ser más nítida, sobre todo a partir del segundo trimestre cuando se contraste contra lo peor de 2016. La necesidad (y posibilidad) de amortiguar los costos políticos asociados a la corrección en 2016, aseguran un 2017 mejor y es lo que está detrás de los números que titulan este informe.
Partiendo de un dólar subiendo hasta las elecciones entre 16/17% (usando los dólares de la deuda y las Reservas para manejar estas presiones), una pausa en las tarifas, y paritarias al 27% (número que va a depender no sólo de las expectativas de inflación hacia adelante sino fundamentalmente de la presión y su manejo para recuperar parte de la capacidad de compra perdida en 2016), la inflación se ubicaría en torno a 23%. Con esta dinámica del salario real y de las jubilaciones, y apalancándose en el crédito en un mundo donde los precios de los commodities se sostienen, la recuperación del consumo en 2017 puede darse en simultáneo a una de la inversión, 3% y 10% respectivamente consistentes con una obra pública expandiéndose al 15/20%, y resultando en un crecimiento de la economía en torno al 5%.
En democracia, el manejo de la política económica requiere navegar entre dos equilibrios básicos, la consistencia de las políticas a largo plazo y la consistencia social, y en los años electorales -cuando se puede-, es esta última la que prima por sobre la primera. El zigzag (crecimiento en los años electorales impares, caída en los pares sin tendencia) que reflejó la economía desde 2011 cuando se acabó el excedente de dólares y el gobierno intentó administrar la escasez, se repite ahora. El desafío de la navegación política a vela, con el viento de frente de nuestros desafíos estructurales, es que el zigzag logre transitar sobre una clara línea de tendencia que envíe señales nítidas a la inversión para instalar exitosamente la agenda del desarrollo con inclusión social.
Fuente: Resumen Ejecutivo de la Consultora Bein & Asociados.