El “poder del relato” en su test más difícil: convertir crisis del dólar en epopeya épica para que los argentinos piensen en pesos
04/06/2012 Falta energía, el transporte mostró su cara más dura y hay corralito cambiario. Esto hubiese «flaqueado» a cualquier Gobierno. Pero la Presidenta impuso su discurso. Ahora viene algo más complejo: convencer a «mentes dolarizadas». ¿Podrá, como con YPF, transformar una debilidad en batalla cultural?
Los psicólogos que estén interesados en el fenómeno de cómo puede estirarse o acortarse la percepción sobre el paso del tiempo encuentran, en la sociedad argentina, una gran oportunidad de estudio.
Por ejemplo, al observar que transcurrió apenas un mes desde el multitudinario acto realizado por la presidenta Cristina Kirchner en el estadio de Vélez Sarsfield, pero la sensación reinante es que ocurrió hace siglos.
Es que en el lapso de pocas semanascambió tan radicalmente el clima político que aquella gran demostración de liderazgo hoy luce un tanto diluida.
Y algo que en ese momento parecía inexorable -como la reforma constitucional para habilitar la reelección de la Presidenta- ahora se percibe como poco factible o, al menos, relegada a un cómodo segundo plano.
«El hecho parece haber quedado muy atrás en el tiempo, por la sencilla razón de que en la primera quincena de mayo se ha registrado una fuerte volatilidad política», señala el analista Rosendo Fraga.
Hoy, en medio de la encendida discusión sobre las restricciones a la compra de dólares, no sólo parece lejano el acto de Vélez, sino que hasta la reestatización de YPF -con toda su carga de euforia, polémica y ruido internacional- ya suena a noticia vieja.
Lo cierto es que empieza a transformarse en una costumbre bien argentina este espiral de acontecimientos, donde cada uno de los hechos va sustituyendo rápidamente al anterior y, a su vez, va cambiando radicalmente los temas que se imponen en la agenda.
Este vértigo parece abrumar a la opinión pública, que cuando apenas logra recuperarse de un «gran tema» se topa con otra cosa, que irrumpe de manera inesperada.
Para algunos analistas políticos, esta situación dista de ser casual sino que, por el contrario, el gobierno argentino lo asume como una estrategia.
Según señalan, el Ejecutivo está dispuesto a manejar la agenda pero sin ceder nunca la iniciativa. Y, cuando ocurre alguna situación adversa -como la tragedia ferroviaria de Once- trata de provocar un nuevo hecho político que genere gran impacto y distraiga la atención.
Pero esta «fórmula» ha empezado a enfrentar algunos obstáculos.
«Lo que está ocurriendo es que el Gobierno comienza a encontrar límites en el relato. Ya estamos viendo que ´el discurso´ empieza a tener rendimientos decrecientes», afirma Gustavo Lazzari, economista de la fundación Libertad y Progreso.
El analista sostiene que «cada vez se requiere de algo más espectacular para causar impacto. Pero, cada uno de los hechos que se va generando, va produciendo un efecto menor en la opinión pública».
Para este analista, hasta ahora el famoso «relato» se venía mostrando como efectivo y bien estructurado: «El de Cristina es un discurso muy inteligente, sabe a dónde apuntar. Mezcla muy bien dosis de nostalgia y de sensibilidad. Ella dice ‘Dios nos libre de los políticos que no son capaces de emocionarse’. Y todo el tiempo apela a mejorar la autoestima de los argentinos, remarcando que podemos tener una industria fuerte. Pero es un relato que empieza a tener problemas cuando ya no hay abundancia de recursos».
En la misma línea opina Alejandro Corbacho, catedrático de ciencias políticas en la Ucema, para quien hoy el discurso oficial ya no puede sostener el tono triunfalista que lo caracterizó durante la campaña electoral.
Por ejemplo, «ahora la gente está más conciente de la inflación, porque los salarios no ajustaron en la medida de lo esperado. Y encima los controles a la compra de dólares muestran un costado autoritario que le molesta a mucha gente».
En definitiva, sostiene el analista, «el relato está empezando a encontrar un límite que lo marca las propias fisuras del modelo».
Y su pronóstico es contundente: «El discurso pierde eficiencia. Y los que antes mostraban una postura más bien neutral, ahora pueden rápidamente comenzar a cuestionar algunas actitudes del Gobierno».
Efecto de corta duración
Las encuestas de opinión pública parecen darle la razón a estos análisis.
Una investigación de la consultora Poliarquía, realizada tras el anuncio de la «recuperación» de YPF, señala que no hubo un repunte importante en la imagen de la Presidenta.
Según Eduardo Fidanza, director de la firma, el porcentaje de aprobación a la gestión de Cristina cayó abruptamente unos 20 puntos.
Lo sucedido con la petrolera -que mostró a las claras la habilidad K para transformar una crisis energética en una epopeya nacionalista- sirvió para frenar la caída, pero no para regresar a la situación anterior.
También la politóloga Graciela Römer observa ese fenómeno: «La sociedad percibe un deterioro en la situación económica».
La analista señala que «aunque el caso YPF tuvo un apoyo del 70% de la gente, eso no logró revertir una caída en las expectativas. La aprobación a la gestión oficial se estabilizó en torno del 50 por ciento».
No obstante, cabe destacar que si bien ha descendido en poco tiempo, el actual nivel de opinión positiva tampoco es malo, para un gobierno que lleva nueve años en el poder y sufre el desgaste natural.
En este contexto, son varios los analistas que creen que los golpes de efecto buscados por el Ejecutivo van teniendo una duración cada vez más corta.
De todas formas, el gran interrogante es si, en la medida en que la economía se siga enfriando, el kircherismo logrará mantener esa reconocida habilidad para acomodar siempre la realidad a favor de sus intereses políticos.
Otra vez, de una crisis a una lucha épica
Un giro que ha tomado el «relato» en estos días es la derivación de culpas a la situación internacional, lo cual supone el refuerzo en el tono nacionalista y ofrece una justificación, tanto al cierre de la economía como a un mayor intervencionismo.
No en vano la frase preferida y más repetida por Cristina Kirchner en las últimas semanas ha sido: «Decían que íbamos a caernos del mundo, pero fue el mundo el que se nos cayó encima a nosotros».
Y es una frase que se ha usado para justificar medidas de diversa índole: desde el cierre importador hasta el tope a las paritarias, pasando por las restricciones a la compra de dólares.
En ese contexto, todas las iniciativas gubernamentales han tenido la intención de tomar una situación negativa para transformarla en una batalla épica.
Así:
El desastre del sistema de transporte derivó en el «castigo» a los ex socios de TBA.
La crisis energética allanó el camino para la «recuperación» de YPF.
Los faltantes de alimentos fue vista como maniobras especulativas de empresarios que había que cortar.
Ahora, por supuesto, llega el mayor desafío del «relato»: convencer que la falta de dólares, causada por el atraso cambiario y el desborde del gasto público es, en realidad, culpa del resto del mundo (aunque los países vecinos reciben grandes flujos de capital).
Y que, ante esa situación, el «corralito verde» se hizo en defensa del bolsillo de todos los argentinos, que representa una cruzada para erradicar la cultura dolarizada de la sociedad y que tiene como objetivo el de reivindicar la «dignidad» de la moneda nacional.
Los analistas muestran cierto escepticismo sobre que esta epopeya -que sirvió para el caso de YPF- también pueda ser reutilizada para imponer al peso frente al billete verde.
«Hay que ser cuidadosos con el intervencionismo estatizante. Lo de la petrolera es más la excepción que la norma. Pero, en el resto de los temas, la sociedad lo que reclama es que el Estado cumpla un rol de regulador, no quiere que asuma uno de empresario. Eso quedó en claro con la tragedia de Once», advierte la politóloga Römer.
La fase del discurso duro
Ahora empieza la batalla cultural para que el peso se imponga sobre el dólar como moneda de uso en las transacciones comerciales.
Es una etapa con final incierto, pero que todos los analistas perciben como un posible punto de inflexión para el kirchnerismo.
Los primeros pasos mostraron flancos débiles del discurso. Como el hecho de que altos funcionarios tienen sus propios ahorros en moneda estadounidense.
«Hay sectores de la clase media que apoyaban al Gobierno y que se están empezando a asustar por los controles. La gente quiere defender sus ingresos y busca refugiarse en un papel con respaldo para cubrirse de la inflación, mientras que el Gobierno trata de darle otro foco al problema», advierte Corbacho, de Ucema.
Pero los expertos también indican que, si bien es un tema espinoso, el kirchnerismo tiene cierto margen para defender su posición.
«La verdad es que los grandes vaivenes del humor social están en el empleo, en el consumo y en el poder adquisitivo real. Mientras eso se mantenga, el Ejecutivo puede conservar su nivel de apoyo», señala el analista Nicolás Tereschuk.
Hay, además, una sensación de que la suerte del relato dependerá también del factor «timing».
Así opina Nicolás Cherny, director del Centro de Investigaciones Políticas (Cipol): «Si esta es una medida temporaria, se tolerará y el Gobierno podrá mantener su apoyo político. Pero, si se extiende en el tiempo, la sociedad la rechazará y estaremos en problemas».
Finalmente, hay una cuestión que los analistas consideran central: que, pase lo que pase, el Ejecutivo transmita la sensación de que no se ve desbordado y que es dominador de la situación.
Como suele repetir Sergio Berensztein, director de Poliarquía, en el imaginario de los argentinos el peronismo es el partido que garantiza la gobernabilidad.
Y por eso la gente puede tolerar bajos niveles de institucionalidad o cambios de discurso, pero nunca le perdonaría que no tuviera la situación bajo control.
De momento, la visión es que el Ejecutivo intenta priorizar esa imagen.
El politólogo Enrique Zuleta Puceiro destaca que una parte de la población, que no se ve afectada por el tema dólar -porque no puede ahorrar- tiende a suscribir a la versión oficial según la cual se está librando una batalla contra los «especuladores».
Para este analista, la clave de la estrategia kirchnerista pasa por el convencimiento de que debe transmitir un sentido de orientación: «La gente no le reclama coherencia, como quedó demostrado en el caso de YPF, pero sí le exige que demuestre que sabe hacia dónde vamos y que se haga cargo de los problemas».
De todas formas, cree que esta etapa del endurecimiento del discurso no puede prolongarse demasiado, ya que conforme se acerquen las elecciones legislativas de 2013 el kirchnerismo buscará moderar las consecuencias del «corralito cambiario» para recuperar el voto de buena parte de la clase media.
Pero para esto falta al menos un semestre, lo que en la Argentina equivale a años. Y, mientras tanto, el «relato» deberá pelear uno de sus rounds más difíciles.
04/06/2012 Falta energía, el transporte mostró su cara más dura y hay corralito cambiario. Esto hubiese «flaqueado» a cualquier Gobierno. Pero la Presidenta impuso su discurso. Ahora viene algo más complejo: convencer a «mentes dolarizadas». ¿Podrá, como con YPF, transformar una debilidad en batalla cultural?
Los psicólogos que estén interesados en el fenómeno de cómo puede estirarse o acortarse la percepción sobre el paso del tiempo encuentran, en la sociedad argentina, una gran oportunidad de estudio.
Por ejemplo, al observar que transcurrió apenas un mes desde el multitudinario acto realizado por la presidenta Cristina Kirchner en el estadio de Vélez Sarsfield, pero la sensación reinante es que ocurrió hace siglos.
Es que en el lapso de pocas semanascambió tan radicalmente el clima político que aquella gran demostración de liderazgo hoy luce un tanto diluida.
Y algo que en ese momento parecía inexorable -como la reforma constitucional para habilitar la reelección de la Presidenta- ahora se percibe como poco factible o, al menos, relegada a un cómodo segundo plano.
«El hecho parece haber quedado muy atrás en el tiempo, por la sencilla razón de que en la primera quincena de mayo se ha registrado una fuerte volatilidad política», señala el analista Rosendo Fraga.
Hoy, en medio de la encendida discusión sobre las restricciones a la compra de dólares, no sólo parece lejano el acto de Vélez, sino que hasta la reestatización de YPF -con toda su carga de euforia, polémica y ruido internacional- ya suena a noticia vieja.
Lo cierto es que empieza a transformarse en una costumbre bien argentina este espiral de acontecimientos, donde cada uno de los hechos va sustituyendo rápidamente al anterior y, a su vez, va cambiando radicalmente los temas que se imponen en la agenda.
Este vértigo parece abrumar a la opinión pública, que cuando apenas logra recuperarse de un «gran tema» se topa con otra cosa, que irrumpe de manera inesperada.
Para algunos analistas políticos, esta situación dista de ser casual sino que, por el contrario, el gobierno argentino lo asume como una estrategia.
Según señalan, el Ejecutivo está dispuesto a manejar la agenda pero sin ceder nunca la iniciativa. Y, cuando ocurre alguna situación adversa -como la tragedia ferroviaria de Once- trata de provocar un nuevo hecho político que genere gran impacto y distraiga la atención.
Pero esta «fórmula» ha empezado a enfrentar algunos obstáculos.
«Lo que está ocurriendo es que el Gobierno comienza a encontrar límites en el relato. Ya estamos viendo que ´el discurso´ empieza a tener rendimientos decrecientes», afirma Gustavo Lazzari, economista de la fundación Libertad y Progreso.
El analista sostiene que «cada vez se requiere de algo más espectacular para causar impacto. Pero, cada uno de los hechos que se va generando, va produciendo un efecto menor en la opinión pública».
Para este analista, hasta ahora el famoso «relato» se venía mostrando como efectivo y bien estructurado: «El de Cristina es un discurso muy inteligente, sabe a dónde apuntar. Mezcla muy bien dosis de nostalgia y de sensibilidad. Ella dice ‘Dios nos libre de los políticos que no son capaces de emocionarse’. Y todo el tiempo apela a mejorar la autoestima de los argentinos, remarcando que podemos tener una industria fuerte. Pero es un relato que empieza a tener problemas cuando ya no hay abundancia de recursos».
En la misma línea opina Alejandro Corbacho, catedrático de ciencias políticas en la Ucema, para quien hoy el discurso oficial ya no puede sostener el tono triunfalista que lo caracterizó durante la campaña electoral.
Por ejemplo, «ahora la gente está más conciente de la inflación, porque los salarios no ajustaron en la medida de lo esperado. Y encima los controles a la compra de dólares muestran un costado autoritario que le molesta a mucha gente».
En definitiva, sostiene el analista, «el relato está empezando a encontrar un límite que lo marca las propias fisuras del modelo».
Y su pronóstico es contundente: «El discurso pierde eficiencia. Y los que antes mostraban una postura más bien neutral, ahora pueden rápidamente comenzar a cuestionar algunas actitudes del Gobierno».
Efecto de corta duración
Las encuestas de opinión pública parecen darle la razón a estos análisis.
Una investigación de la consultora Poliarquía, realizada tras el anuncio de la «recuperación» de YPF, señala que no hubo un repunte importante en la imagen de la Presidenta.
Según Eduardo Fidanza, director de la firma, el porcentaje de aprobación a la gestión de Cristina cayó abruptamente unos 20 puntos.
Lo sucedido con la petrolera -que mostró a las claras la habilidad K para transformar una crisis energética en una epopeya nacionalista- sirvió para frenar la caída, pero no para regresar a la situación anterior.
También la politóloga Graciela Römer observa ese fenómeno: «La sociedad percibe un deterioro en la situación económica».
La analista señala que «aunque el caso YPF tuvo un apoyo del 70% de la gente, eso no logró revertir una caída en las expectativas. La aprobación a la gestión oficial se estabilizó en torno del 50 por ciento».
No obstante, cabe destacar que si bien ha descendido en poco tiempo, el actual nivel de opinión positiva tampoco es malo, para un gobierno que lleva nueve años en el poder y sufre el desgaste natural.
En este contexto, son varios los analistas que creen que los golpes de efecto buscados por el Ejecutivo van teniendo una duración cada vez más corta.
De todas formas, el gran interrogante es si, en la medida en que la economía se siga enfriando, el kircherismo logrará mantener esa reconocida habilidad para acomodar siempre la realidad a favor de sus intereses políticos.
Otra vez, de una crisis a una lucha épica
Un giro que ha tomado el «relato» en estos días es la derivación de culpas a la situación internacional, lo cual supone el refuerzo en el tono nacionalista y ofrece una justificación, tanto al cierre de la economía como a un mayor intervencionismo.
No en vano la frase preferida y más repetida por Cristina Kirchner en las últimas semanas ha sido: «Decían que íbamos a caernos del mundo, pero fue el mundo el que se nos cayó encima a nosotros».
Y es una frase que se ha usado para justificar medidas de diversa índole: desde el cierre importador hasta el tope a las paritarias, pasando por las restricciones a la compra de dólares.
En ese contexto, todas las iniciativas gubernamentales han tenido la intención de tomar una situación negativa para transformarla en una batalla épica.
Así:
El desastre del sistema de transporte derivó en el «castigo» a los ex socios de TBA.
La crisis energética allanó el camino para la «recuperación» de YPF.
Los faltantes de alimentos fue vista como maniobras especulativas de empresarios que había que cortar.
Ahora, por supuesto, llega el mayor desafío del «relato»: convencer que la falta de dólares, causada por el atraso cambiario y el desborde del gasto público es, en realidad, culpa del resto del mundo (aunque los países vecinos reciben grandes flujos de capital).
Y que, ante esa situación, el «corralito verde» se hizo en defensa del bolsillo de todos los argentinos, que representa una cruzada para erradicar la cultura dolarizada de la sociedad y que tiene como objetivo el de reivindicar la «dignidad» de la moneda nacional.
Los analistas muestran cierto escepticismo sobre que esta epopeya -que sirvió para el caso de YPF- también pueda ser reutilizada para imponer al peso frente al billete verde.
«Hay que ser cuidadosos con el intervencionismo estatizante. Lo de la petrolera es más la excepción que la norma. Pero, en el resto de los temas, la sociedad lo que reclama es que el Estado cumpla un rol de regulador, no quiere que asuma uno de empresario. Eso quedó en claro con la tragedia de Once», advierte la politóloga Römer.
La fase del discurso duro
Ahora empieza la batalla cultural para que el peso se imponga sobre el dólar como moneda de uso en las transacciones comerciales.
Es una etapa con final incierto, pero que todos los analistas perciben como un posible punto de inflexión para el kirchnerismo.
Los primeros pasos mostraron flancos débiles del discurso. Como el hecho de que altos funcionarios tienen sus propios ahorros en moneda estadounidense.
«Hay sectores de la clase media que apoyaban al Gobierno y que se están empezando a asustar por los controles. La gente quiere defender sus ingresos y busca refugiarse en un papel con respaldo para cubrirse de la inflación, mientras que el Gobierno trata de darle otro foco al problema», advierte Corbacho, de Ucema.
Pero los expertos también indican que, si bien es un tema espinoso, el kirchnerismo tiene cierto margen para defender su posición.
«La verdad es que los grandes vaivenes del humor social están en el empleo, en el consumo y en el poder adquisitivo real. Mientras eso se mantenga, el Ejecutivo puede conservar su nivel de apoyo», señala el analista Nicolás Tereschuk.
Hay, además, una sensación de que la suerte del relato dependerá también del factor «timing».
Así opina Nicolás Cherny, director del Centro de Investigaciones Políticas (Cipol): «Si esta es una medida temporaria, se tolerará y el Gobierno podrá mantener su apoyo político. Pero, si se extiende en el tiempo, la sociedad la rechazará y estaremos en problemas».
Finalmente, hay una cuestión que los analistas consideran central: que, pase lo que pase, el Ejecutivo transmita la sensación de que no se ve desbordado y que es dominador de la situación.
Como suele repetir Sergio Berensztein, director de Poliarquía, en el imaginario de los argentinos el peronismo es el partido que garantiza la gobernabilidad.
Y por eso la gente puede tolerar bajos niveles de institucionalidad o cambios de discurso, pero nunca le perdonaría que no tuviera la situación bajo control.
De momento, la visión es que el Ejecutivo intenta priorizar esa imagen.
El politólogo Enrique Zuleta Puceiro destaca que una parte de la población, que no se ve afectada por el tema dólar -porque no puede ahorrar- tiende a suscribir a la versión oficial según la cual se está librando una batalla contra los «especuladores».
Para este analista, la clave de la estrategia kirchnerista pasa por el convencimiento de que debe transmitir un sentido de orientación: «La gente no le reclama coherencia, como quedó demostrado en el caso de YPF, pero sí le exige que demuestre que sabe hacia dónde vamos y que se haga cargo de los problemas».
De todas formas, cree que esta etapa del endurecimiento del discurso no puede prolongarse demasiado, ya que conforme se acerquen las elecciones legislativas de 2013 el kirchnerismo buscará moderar las consecuencias del «corralito cambiario» para recuperar el voto de buena parte de la clase media.
Pero para esto falta al menos un semestre, lo que en la Argentina equivale a años. Y, mientras tanto, el «relato» deberá pelear uno de sus rounds más difíciles.
La idea de VHM es buena. Que los funcionarios, encabezados por la presidente, vendan sus dólares en el mercado oficial. Sería un primer paso.
Pero que la casa de cambio no mande al rato un cadete (o un camión blindado) a devolverlos, eh!
¿Cómo hacen con los que tienen en Suiza?