Quisiera, en primer lugar, realizar una consideración acerca del proceso electoral español, que incluye a la denominada «jornada de reflexión» y al escrutinio en sí mismo. La jornada de reflexión es solamente de veinticuatro horas, a diferencia de Argentina, que es de cuarenta y ocho. Es decir, que acontece el día sábado previo al acto electoral.
En cuanto a los comicios, su formato es de boleta papel. Esto supondría un recuento largo y tedioso, sin embargo, a las tres horas de finalizada la elección, a las once de la noche, el Ministerio del Interior y la Vicepresidencia de Gobierno entregan cifras definitivas. Esta valoración me resulta trascendente, ya que muchos de nuestros países están sometidos a largos recuentos que pueden insumir madrugadas o días enteros sin conocer con certeza los resultados finales.
Entrando de lleno en la disputa electoral y sus consecuencias, quisiera rescatar algunos elementos que, me parece, influyeron en la elección número trece desde que España recuperó la democracia, allí por 1976.
Nunca como en la legislatura presidida por Mariano Rajoy hubo tantas denuncias de corrupción juntas. En su gran mayoría afectaban al Partido Popular (PP) y a sus más altos dirigentes. Un dato sintomático: 72 horas antes de la elección estalló un escándalo de escuchas ilegales que involucraba al ministro del Interior. Pero nada, no hizo mella.
La sorprendente performance del Partido Popular al conseguir 137 escaños hay que ir a buscarla a la incipiente recuperación económica de España. Grafiquémoslo claramente, se acaban de conocer las cifras de desocupación. Son las más bajas desde 2009. Hoy se registran 3.750.000 personas sin empleo, es mucho, pero cuando Rajoy asumió había casi cinco millones de desempleados.
Le pedí a un taxista que me llevara a una barriada obrera de las afueras de Madrid llamada Villaverde; allí cerraría su campaña el Partido Socialista (PSOE). En el trayecto, el chofer me describía una serie de calamidades con las que me encontraría al llegar al barrio. Lo que vi fueron urbanizaciones de clase media con el césped de sus canteros apenas desprolijo. Al bajar del coche, le pregunté al taxista si sabía cómo eran los barrios obreros de nuestra Latinoamérica. Claramente, en España se resintió el Estado del bienestar, pero en ningún caso se rompió. Hay mucho por conservar y, por supuesto, por remontar.
En cuanto a la campaña propiamente dicha, hubo una inteligente estrategia de polarización por parte del Partido Popular. El planteo era claro: «O nosotros o el caos populista venezolano encarnado por Podemos y sus confluencia con los comunistas de Izquierda Unida». El miedo funcionó.
La herramienta que más sirvió a esta estrategia fueron las encuestas, que daban todas, sin excepción, un triunfo por la mínima al PP, seguido de cerca por Podemos y, a su vez, estos concretando el sorpasso al PSOE y adueñándose del bloque de izquierdas.
Pero la suerte, siempre necesaria, estaba del lado de Rajoy. Apareció el Brexit, que fue un agente catalizador de los indecisos para volcarse a la centroderecha. En las 48 horas previas, una atmósfera de intranquilidad se apoderó de los sectores medios y este hecho remató la faena.
Quedará para más adelante un análisis sosegado y, con todos los números sobre la mesa, se podrá saber qué pasó en el bloque que comprende a la centroizquierda (PSOE) y a la izquierda representada por Unidos Podemos.
Que el PSOE haya evitado el sorpasso no lo exime del debate que deberá enfrentar si quiere recuperar centralidad en el juego político ibérico. Sin duda, el momento de gloria de la socialdemocracia europea tuvo relación con la Guerra Fría y con su pacto tácito con los poderes fácticos para mostrarse como el vehículo idóneo que llevaría el Estado del bienestar a las democracias occidentales. Caído el muro, otra parece ser la agenda que tendrá que poner en cuestión la izquierda reformista para volverse nuevamente atractiva.
En cuanto a la nueva política surgida en la Puerta del Sol, en los acampes del 15M, causas concurrentes parecen explicar la pérdida de un millón cien mil votos. Todo indica que fueron «víctimas» de la abstención de su propio caladero, tanto de la vertiente de Izquierda Unida, que no quiso votar a oportunistas que un día fueron «populistas latinoamericanos» y otro «socialdemócratas», como de «podemistas», que pasaban de comunistas.
Un nuevo ciclo de Mariano Rajoy estaría por comenzar. Probablemente, marcado por la necesidad de pactos y por una legislatura corta. Aunque nunca se sabe, porque si algo queda claro en política es que dos más dos no son cuatro.
En cuanto a los comicios, su formato es de boleta papel. Esto supondría un recuento largo y tedioso, sin embargo, a las tres horas de finalizada la elección, a las once de la noche, el Ministerio del Interior y la Vicepresidencia de Gobierno entregan cifras definitivas. Esta valoración me resulta trascendente, ya que muchos de nuestros países están sometidos a largos recuentos que pueden insumir madrugadas o días enteros sin conocer con certeza los resultados finales.
Entrando de lleno en la disputa electoral y sus consecuencias, quisiera rescatar algunos elementos que, me parece, influyeron en la elección número trece desde que España recuperó la democracia, allí por 1976.
Nunca como en la legislatura presidida por Mariano Rajoy hubo tantas denuncias de corrupción juntas. En su gran mayoría afectaban al Partido Popular (PP) y a sus más altos dirigentes. Un dato sintomático: 72 horas antes de la elección estalló un escándalo de escuchas ilegales que involucraba al ministro del Interior. Pero nada, no hizo mella.
La sorprendente performance del Partido Popular al conseguir 137 escaños hay que ir a buscarla a la incipiente recuperación económica de España. Grafiquémoslo claramente, se acaban de conocer las cifras de desocupación. Son las más bajas desde 2009. Hoy se registran 3.750.000 personas sin empleo, es mucho, pero cuando Rajoy asumió había casi cinco millones de desempleados.
Le pedí a un taxista que me llevara a una barriada obrera de las afueras de Madrid llamada Villaverde; allí cerraría su campaña el Partido Socialista (PSOE). En el trayecto, el chofer me describía una serie de calamidades con las que me encontraría al llegar al barrio. Lo que vi fueron urbanizaciones de clase media con el césped de sus canteros apenas desprolijo. Al bajar del coche, le pregunté al taxista si sabía cómo eran los barrios obreros de nuestra Latinoamérica. Claramente, en España se resintió el Estado del bienestar, pero en ningún caso se rompió. Hay mucho por conservar y, por supuesto, por remontar.
En cuanto a la campaña propiamente dicha, hubo una inteligente estrategia de polarización por parte del Partido Popular. El planteo era claro: «O nosotros o el caos populista venezolano encarnado por Podemos y sus confluencia con los comunistas de Izquierda Unida». El miedo funcionó.
La herramienta que más sirvió a esta estrategia fueron las encuestas, que daban todas, sin excepción, un triunfo por la mínima al PP, seguido de cerca por Podemos y, a su vez, estos concretando el sorpasso al PSOE y adueñándose del bloque de izquierdas.
Pero la suerte, siempre necesaria, estaba del lado de Rajoy. Apareció el Brexit, que fue un agente catalizador de los indecisos para volcarse a la centroderecha. En las 48 horas previas, una atmósfera de intranquilidad se apoderó de los sectores medios y este hecho remató la faena.
Quedará para más adelante un análisis sosegado y, con todos los números sobre la mesa, se podrá saber qué pasó en el bloque que comprende a la centroizquierda (PSOE) y a la izquierda representada por Unidos Podemos.
Que el PSOE haya evitado el sorpasso no lo exime del debate que deberá enfrentar si quiere recuperar centralidad en el juego político ibérico. Sin duda, el momento de gloria de la socialdemocracia europea tuvo relación con la Guerra Fría y con su pacto tácito con los poderes fácticos para mostrarse como el vehículo idóneo que llevaría el Estado del bienestar a las democracias occidentales. Caído el muro, otra parece ser la agenda que tendrá que poner en cuestión la izquierda reformista para volverse nuevamente atractiva.
En cuanto a la nueva política surgida en la Puerta del Sol, en los acampes del 15M, causas concurrentes parecen explicar la pérdida de un millón cien mil votos. Todo indica que fueron «víctimas» de la abstención de su propio caladero, tanto de la vertiente de Izquierda Unida, que no quiso votar a oportunistas que un día fueron «populistas latinoamericanos» y otro «socialdemócratas», como de «podemistas», que pasaban de comunistas.
Un nuevo ciclo de Mariano Rajoy estaría por comenzar. Probablemente, marcado por la necesidad de pactos y por una legislatura corta. Aunque nunca se sabe, porque si algo queda claro en política es que dos más dos no son cuatro.