La nota de opinión del doctor Francisco Delich, ex rector de la UBA, publicada en LA NACION del domingo 25 de septiembre me generó la necesidad de algunas impresiones. Por un lado, el desconcierto por el temerario, casi trivial, despliegue de afirmaciones adjetivas sobre el estado de la Universidad, tan incorrectas como inconexas, tan vagas como carentes de respaldo en datos verificables y, por cierto, tan superfluas respecto de los verdaderos problemas que enfrenta nuestra casa de estudios superiores.
Por otro, la decepción, porque el autor tiene una trayectoria académica -como normalizador de la UBA designado por el Ejecutivo, como rector de la Universidad de Córdoba, donde impulsó un controvertido y velado arancelamiento, y como investigador- que haría esperar una crítica con algún rigor de diagnóstico y propositivo, y no la diatriba que nos entregó con el título «Una votación anacrónica».
Delich plantea que los estudiantes de la UBA son los «hijos» de los votantes que en la ciudad de Buenos Aires respaldaron a «un jefe de gobierno conservador modernizante». Pasando por alto la inevitable objeción al concepto «conservador modernizante», pulverizado en la teoría y en la práctica por la catastrófica experiencia mundial de los últimos 35 años, como rector de la Universidad puedo afirmar que el 47% de nuestros alumnos residen en el conurbano, y casi la mitad de ellos en la zona sur. Es decir, no son sólo los hijos de las clases media porteñas.
Dice también que «las clases medias altas hace tiempo que desertaron de la universidad pública». Pues no, la mitad de los matriculados de la UBA provienen de la escuela secundaria pública y la otra mitad, de la escuela privada. Agrega en su nota que «las clases medias medias privilegian más la contención que la formación». Tampoco es cierto.
Primero, todos los indicadores de calidad de formación y ranking internacionales colocan a la UBA por encima de la media de las universidades privadas que, al contrario de lo postulado, ofrecen más contención que excelencia.
Segundo, en el último censo masivo y obligatorio de la UBA, las razones de elección más votadas fueron la excelencia educativa y el prestigio.
Tercero, y no menos importante, los títulos de grado de la UBA son los que más califican, en el área metropolitana, en las búsquedas laborales de empresas y consultoras.
Más adelante, Delich asegura que la UBA «institución hipermasiva [inquietante adjetivo dirigido a asustar incautos, que vuelve a traer al debate la falaz y agotada opción entre calidad y masividad] ha dejado hace tiempo de tener políticas comunes». En esto Delich tendría razón si hablara de su período de gestión, pero hoy es una foto vieja y anacrónica.
Bastaría con presentar los documentos, las conclusiones y el abrumador volumen y variedad del trabajo del Primer Congreso Internacional de Pedagogía Universitaria, convocado y organizado por la UBA en 2009, para hacer patente una universidad que promueve activamente la transdisciplina, el diálogo transversal entre las ciencias y las unidades académicas y, aunque difícil, su creciente e incesante integración.
Pero hay más. Los programas interdisciplinarios sobre cambio climático, energías sustentables y marginaciones sociales; el programa integral de barrios vulnerables, que obtuvo el premio internacional Mc Jannet; el programa de derechos humanos; las prácticas sociales educativas, con orientación de aprendizaje-servicio, de las que participan todos los estudiantes; el programa de acceso a la información; una nueva escuela media, de especialización agropecuaria; nuevas tecnicaturas, y la promoción de debates sobre la ley de medios audiovisuales y la elección del gobierno porteño, entre otros.
Es notable la ligera apreciación del doctor Delich acerca de una supuesta «conducción de la UBA orientada por peronistas y radicales convencionales con claras simpatías con el Gobierno, que nada propone en términos estrictamente universitarios y, tampoco, políticos».
Empezando por el final, en pocos momentos de su historia institucional -uno de ellos, quizás el más significativo, el período 1958-66- la UBA ha promovido y generado un debate interno tan múltiple y activo sobre su estructura curricular y sus interacciones con la sociedad ni ha estado al frente de tantos programas de investigación, extensión y asociación productiva a escala nacional e internacional.
Por otro lado, en el gobierno de la UBA hay peronistas, radicales, socialistas, independientes, tanto «convencionales» como heterodoxos, todos pluralmente articulados en un consenso entre decanos que, desde perspectivas y posiciones diferentes, acordaron trabajar para el logro de objetivos comunes. Un consenso activo que, más allá del esperable desorden de superficie, ha facilitado una gestión múltiple y continua sin precedente.
Para cerrar, y a título personal, opino que es un ejercicio superfluo, banal y ajeno a los parámetros más aceptados de la ciencia política trazar un parangón entre las elecciones de autoridades de gobierno y las de las representaciones estudiantiles.
Ningún contraste especular entre estas prácticas democráticas tiene solidez, ni en Buenos Aires ni en París ni en Los Angeles ni en Ciudad de México ni en Bombay.
© La Nacion
El autor es rector de la Universidad de Buenos Aires.
Por otro, la decepción, porque el autor tiene una trayectoria académica -como normalizador de la UBA designado por el Ejecutivo, como rector de la Universidad de Córdoba, donde impulsó un controvertido y velado arancelamiento, y como investigador- que haría esperar una crítica con algún rigor de diagnóstico y propositivo, y no la diatriba que nos entregó con el título «Una votación anacrónica».
Delich plantea que los estudiantes de la UBA son los «hijos» de los votantes que en la ciudad de Buenos Aires respaldaron a «un jefe de gobierno conservador modernizante». Pasando por alto la inevitable objeción al concepto «conservador modernizante», pulverizado en la teoría y en la práctica por la catastrófica experiencia mundial de los últimos 35 años, como rector de la Universidad puedo afirmar que el 47% de nuestros alumnos residen en el conurbano, y casi la mitad de ellos en la zona sur. Es decir, no son sólo los hijos de las clases media porteñas.
Dice también que «las clases medias altas hace tiempo que desertaron de la universidad pública». Pues no, la mitad de los matriculados de la UBA provienen de la escuela secundaria pública y la otra mitad, de la escuela privada. Agrega en su nota que «las clases medias medias privilegian más la contención que la formación». Tampoco es cierto.
Primero, todos los indicadores de calidad de formación y ranking internacionales colocan a la UBA por encima de la media de las universidades privadas que, al contrario de lo postulado, ofrecen más contención que excelencia.
Segundo, en el último censo masivo y obligatorio de la UBA, las razones de elección más votadas fueron la excelencia educativa y el prestigio.
Tercero, y no menos importante, los títulos de grado de la UBA son los que más califican, en el área metropolitana, en las búsquedas laborales de empresas y consultoras.
Más adelante, Delich asegura que la UBA «institución hipermasiva [inquietante adjetivo dirigido a asustar incautos, que vuelve a traer al debate la falaz y agotada opción entre calidad y masividad] ha dejado hace tiempo de tener políticas comunes». En esto Delich tendría razón si hablara de su período de gestión, pero hoy es una foto vieja y anacrónica.
Bastaría con presentar los documentos, las conclusiones y el abrumador volumen y variedad del trabajo del Primer Congreso Internacional de Pedagogía Universitaria, convocado y organizado por la UBA en 2009, para hacer patente una universidad que promueve activamente la transdisciplina, el diálogo transversal entre las ciencias y las unidades académicas y, aunque difícil, su creciente e incesante integración.
Pero hay más. Los programas interdisciplinarios sobre cambio climático, energías sustentables y marginaciones sociales; el programa integral de barrios vulnerables, que obtuvo el premio internacional Mc Jannet; el programa de derechos humanos; las prácticas sociales educativas, con orientación de aprendizaje-servicio, de las que participan todos los estudiantes; el programa de acceso a la información; una nueva escuela media, de especialización agropecuaria; nuevas tecnicaturas, y la promoción de debates sobre la ley de medios audiovisuales y la elección del gobierno porteño, entre otros.
Es notable la ligera apreciación del doctor Delich acerca de una supuesta «conducción de la UBA orientada por peronistas y radicales convencionales con claras simpatías con el Gobierno, que nada propone en términos estrictamente universitarios y, tampoco, políticos».
Empezando por el final, en pocos momentos de su historia institucional -uno de ellos, quizás el más significativo, el período 1958-66- la UBA ha promovido y generado un debate interno tan múltiple y activo sobre su estructura curricular y sus interacciones con la sociedad ni ha estado al frente de tantos programas de investigación, extensión y asociación productiva a escala nacional e internacional.
Por otro lado, en el gobierno de la UBA hay peronistas, radicales, socialistas, independientes, tanto «convencionales» como heterodoxos, todos pluralmente articulados en un consenso entre decanos que, desde perspectivas y posiciones diferentes, acordaron trabajar para el logro de objetivos comunes. Un consenso activo que, más allá del esperable desorden de superficie, ha facilitado una gestión múltiple y continua sin precedente.
Para cerrar, y a título personal, opino que es un ejercicio superfluo, banal y ajeno a los parámetros más aceptados de la ciencia política trazar un parangón entre las elecciones de autoridades de gobierno y las de las representaciones estudiantiles.
Ningún contraste especular entre estas prácticas democráticas tiene solidez, ni en Buenos Aires ni en París ni en Los Angeles ni en Ciudad de México ni en Bombay.
© La Nacion
El autor es rector de la Universidad de Buenos Aires.