En un día como hoy, 50 años atrás, un golpe de Estado terminó con el gobierno de Arturo Frondizi. La caída contó con un apoyo muy extendido. Un consenso que vuelve más contrastante la ecuménica simpatía que promueve Frondizi en estos tiempos. Las figuras más diversas se declaran sus descendientes. Néstor Kirchner se soñaba heredero de Frondizi, igual que Carlos Menem. Hasta Mauricio Macri, cuya incursión en la política parecía atemporal, acaba de descubrirse su continuador. Y los radicales, que lo denostaron desde la división de 1956, también vuelven a Frondizi. Aunque todavía no agregaron su retrato a la galería de ex presidentes del Comité Nacional, a pesar del frondizista Ernesto Sanz y del ultrafrondizista Rodolfo Terragno, que dirigieron esa casa.
Más allá de los abusos en el uso de la historia, hay en Frondizi una versatilidad capaz de convertirlo en patrimonio colectivo. Esa polivalencia está en el centro de su tragedia. Inspirado en Rogelio Frigerio, Frondizi entendió que el proceso de transformación que impulsaba era impensable sin la participación de los sindicatos, por lo cual normalizó la CGT y promovió la ley de asociaciones profesionales. Y quedó enfrentado al empresariado. El ajuste del gasto público, sobre todo en las empresas del Estado, lo indispusieron con los gremios, obligándolo a la reposición del Plan Conintes, que había decretado Juan Perón. La incorporación de tecnología benefició al campo, que igual lo enfrentó por su intervencionismo o, según la tesis de algunos de sus ex funcionarios, por una reacción de conservadurismo de clase.
Oscar Camilión, en sus imprescindibles memorias, sostiene que Frondizi era bifronte por la proyección de esa lógica dialéctica con la que él y Frigerio -que se había formado en el marxismo de Insurrexit- analizaban la política. A esa concepción se deben las operaciones más originales y riesgosas de aquel gobierno derrocado: el intento de evitar que la revolución cubana convirtiera a la región en otro escenario de la Guerra Fría; y el ensayo de una rehabilitación del peronismo como actor del sistema democrático. En ambas iniciativas están situadas las razones de la caída.
Es difícil encontrar en la historia contemporánea de América latina un acontecimiento más relevante que la revolución cubana. Cuando triunfa, el 1° de enero de 1959, hace ya ocho meses que Frondizi está en el poder. Su irrupción modela la agenda continental con un nuevo concepto: desarrollo. Esa idea está detrás de la Operación Panamericana del brasileño Juscelino Kubitscheck, con quien Frondizi constituye una alianza que trasciende a la administración de Janio Quadros. También inspira la Alianza para el Progreso de John Fitzgerald Kennedy, tan influida por los textos de W.W. Rostow sobre las etapas del crecimiento económico.
Frondizi y Kennedy tuvieron un vínculo amistoso. Se entrevistaron dos veces, en 1961. El último encuentro, el 24 de diciembre, en Palm Beach, fue relatado con detalle en Confidencias diplomáticas por quien ofició como intérprete, Carlos Ortiz de Rozas. Frondizi sostuvo que Cuba no debía ser el eje de la política interamericana; que Estados Unidos debía considerar las repercusiones que la revolución tendría en la política interna de los demás países, y que había que contener a Fidel Castro para que no terminara atrapado en la órbita soviética.
Frondizi había intentado una mediación entre Cuba y los Estados Unidos cuando recibió la visita clandestina de Ernesto «Che» Guevara en Olivos, el 18 de agosto de 1961. El Che acababa de tener un acercamiento con el representante de los Estados Unidos, Richard Goodwin, en una reunión continental de Punta del Este. El puente fue Jacobo Timerman, padre del actual canciller, quien regaló a Goodwin una caja de puros de parte de Guevara. Horacio Rodríguez Larreta, padre del actual jefe de Gabinete porteño, intentó sin éxito organizar un encuentro. La visita de Guevara a Buenos Aires fue instrumentada por el frondizista Jorge Carretoni, quien treinta y tres años más tarde, en Santa Fe, se enfrentaría como constituyente con una estrella en ascenso: Cristina Fernández de Kirchner.
Sobre Frondizi se desató una impugnación protogolpista, sobre todo desde las Fuerzas Armadas, que operaban con extraordinaria autonomía. A pesar de ello, en la Conferencia de Punta del Este de febrero de 1962, la Argentina se negó a convalidar la expulsión de Cuba de la OEA, absteniéndose. La presión aumentó y Frondizi debió romper relaciones con Castro.
La reacción del anticomunismo se superpuso a otra más antigua: la del antiperonismo. Para calibrar su magnitud basta leer los diálogos en los que Borges y Bioy, en 1957, confiesan su admiración por Ricardo Balbín, sólo justificada en la oposición al pacto de Frondizi con Perón. Ese acuerdo, negociado por Frigerio, impuso cargas costosísimas a Frondizi. La última, y la más grave, fue la crisis por la participación triunfal del peronismo en las elecciones bonaerenses del 18 de marzo de 1962, con la candidatura de Andrés Framini. Perón se había postulado como vice, pero estaba proscripto. Carlos Corach especula con que quiso estropear las elecciones y salvar a Frondizi de un golpe. Camilión va más allá: cree que Framini insistió, y se hizo acompañar por Marcos Anglada, para obedecer a Augusto Vandor y su proyecto de un «peronismo sin Perón». Camilión cita una frase que le escuchó años después a Antonio Cafiero, muy cercano a Vandor: «Perón estaba muerto y vino el estúpido de Frigerio y lo resucitó con el pacto».
Frondizi debió intervenir las provincias en la que se había impuesto el peronismo. Pero no consiguió sobrevivir. Las elecciones llevaron a que el Ejército le bajara el pulgar. La marina, cuyo antiperonismo era irreductible, lo tenía condenado hacía ya tiempo.
La creatividad de un joven ministro de la Corte, Julio Oyhanarte, impidió que el general Raúl Poggi ocupara la Presidencia. Con Poggi en la Casa Rosada, Oyhanarte hizo que la Corte tomara juramento a José María Guido, que encabezó un gobierno semi-constitucional. Era el presidente provisional del Senado. El vicepresidente, Alejandro Gómez, había renunciado en 1958.
El debilitamiento político convivió en Frondizi con un gran sueño, y tal vez no se entienda uno sin el otro: la Argentina debía entrar en un proceso de modernización industrial financiado por las exportaciones agropecuarias y energéticas.
En el campo de los hidrocarburos Frondizi produjo una revolución. Abrió el subsuelo a la inversión internacional, dando el paso insinuado por Perón antes de caer, que él había denunciado en su célebre Petróleo y Política. Entre 1958 y 1962 la producción de crudo pasó de 4,6 a 15 millones de metros cúbicos. Pocas veces el espejo de la historia se muestra tan actual.
Frondizi auspiciaba la intervención del Estado para atraer la inversión extranjera que facilitara la autonomía industrial. En ese marco promovió la producción de maquinaria agrícola, la petroquímica y, sobre todo, la siderurgia (fue un admirador de Agostino Rocca, a quien lo unía Arnaldo Musich).
Para esta estrategia económica Frondizi aspiró a correr a los Estados Unidos del eje histórico de defensa del libre comercio. Fue el tema de su primera entrevista con Kennedy, al que interesó a su colega en la construcción de un alto horno, una red de aeropuertos y la usina El Chocón.
Frondizi rompió también con una herencia central del peronismo: el control de cambios, incompatible con la inversión extranjera. Otro espejo.
La historiografía ha analizado las virtudes y limitaciones de esta estrategia. Tal vez ha sido Pablo Gerchunoff quien lo hizo con mayor equilibrio, al reconocer que entre 1960 y 1975 se verifica un «milagro argentino» oculto debajo de una gran turbulencia. Pero ese «milagro» sólo era posible con un deterioro del salario real. Esta contradicción es la que mantiene al experimento frondizista en discusión. Basta leer la Carta Abierta XI de los intelectuales kirchneristas para advertirlo.
A pesar de ese debate, hay razones que explican aquella apropiación más o menos forzada que hoy se hace de Frondizi. En la experiencia que colapsó hace medio siglo hay condiciones que este presente añora. Una es el audaz espíritu de síntesis. El intento, acaso ingenuo por lo prematuro, de superar contradicciones en apariencia insalvables. La otra, ligada a la anterior, es el ejercicio del pensamiento estratégico; la vocación para imaginar un país distinto del visible. En otras palabras: la capacidad de Frondizi para respirar en la atmósfera del futuro..
Más allá de los abusos en el uso de la historia, hay en Frondizi una versatilidad capaz de convertirlo en patrimonio colectivo. Esa polivalencia está en el centro de su tragedia. Inspirado en Rogelio Frigerio, Frondizi entendió que el proceso de transformación que impulsaba era impensable sin la participación de los sindicatos, por lo cual normalizó la CGT y promovió la ley de asociaciones profesionales. Y quedó enfrentado al empresariado. El ajuste del gasto público, sobre todo en las empresas del Estado, lo indispusieron con los gremios, obligándolo a la reposición del Plan Conintes, que había decretado Juan Perón. La incorporación de tecnología benefició al campo, que igual lo enfrentó por su intervencionismo o, según la tesis de algunos de sus ex funcionarios, por una reacción de conservadurismo de clase.
Oscar Camilión, en sus imprescindibles memorias, sostiene que Frondizi era bifronte por la proyección de esa lógica dialéctica con la que él y Frigerio -que se había formado en el marxismo de Insurrexit- analizaban la política. A esa concepción se deben las operaciones más originales y riesgosas de aquel gobierno derrocado: el intento de evitar que la revolución cubana convirtiera a la región en otro escenario de la Guerra Fría; y el ensayo de una rehabilitación del peronismo como actor del sistema democrático. En ambas iniciativas están situadas las razones de la caída.
Es difícil encontrar en la historia contemporánea de América latina un acontecimiento más relevante que la revolución cubana. Cuando triunfa, el 1° de enero de 1959, hace ya ocho meses que Frondizi está en el poder. Su irrupción modela la agenda continental con un nuevo concepto: desarrollo. Esa idea está detrás de la Operación Panamericana del brasileño Juscelino Kubitscheck, con quien Frondizi constituye una alianza que trasciende a la administración de Janio Quadros. También inspira la Alianza para el Progreso de John Fitzgerald Kennedy, tan influida por los textos de W.W. Rostow sobre las etapas del crecimiento económico.
Frondizi y Kennedy tuvieron un vínculo amistoso. Se entrevistaron dos veces, en 1961. El último encuentro, el 24 de diciembre, en Palm Beach, fue relatado con detalle en Confidencias diplomáticas por quien ofició como intérprete, Carlos Ortiz de Rozas. Frondizi sostuvo que Cuba no debía ser el eje de la política interamericana; que Estados Unidos debía considerar las repercusiones que la revolución tendría en la política interna de los demás países, y que había que contener a Fidel Castro para que no terminara atrapado en la órbita soviética.
Frondizi había intentado una mediación entre Cuba y los Estados Unidos cuando recibió la visita clandestina de Ernesto «Che» Guevara en Olivos, el 18 de agosto de 1961. El Che acababa de tener un acercamiento con el representante de los Estados Unidos, Richard Goodwin, en una reunión continental de Punta del Este. El puente fue Jacobo Timerman, padre del actual canciller, quien regaló a Goodwin una caja de puros de parte de Guevara. Horacio Rodríguez Larreta, padre del actual jefe de Gabinete porteño, intentó sin éxito organizar un encuentro. La visita de Guevara a Buenos Aires fue instrumentada por el frondizista Jorge Carretoni, quien treinta y tres años más tarde, en Santa Fe, se enfrentaría como constituyente con una estrella en ascenso: Cristina Fernández de Kirchner.
Sobre Frondizi se desató una impugnación protogolpista, sobre todo desde las Fuerzas Armadas, que operaban con extraordinaria autonomía. A pesar de ello, en la Conferencia de Punta del Este de febrero de 1962, la Argentina se negó a convalidar la expulsión de Cuba de la OEA, absteniéndose. La presión aumentó y Frondizi debió romper relaciones con Castro.
La reacción del anticomunismo se superpuso a otra más antigua: la del antiperonismo. Para calibrar su magnitud basta leer los diálogos en los que Borges y Bioy, en 1957, confiesan su admiración por Ricardo Balbín, sólo justificada en la oposición al pacto de Frondizi con Perón. Ese acuerdo, negociado por Frigerio, impuso cargas costosísimas a Frondizi. La última, y la más grave, fue la crisis por la participación triunfal del peronismo en las elecciones bonaerenses del 18 de marzo de 1962, con la candidatura de Andrés Framini. Perón se había postulado como vice, pero estaba proscripto. Carlos Corach especula con que quiso estropear las elecciones y salvar a Frondizi de un golpe. Camilión va más allá: cree que Framini insistió, y se hizo acompañar por Marcos Anglada, para obedecer a Augusto Vandor y su proyecto de un «peronismo sin Perón». Camilión cita una frase que le escuchó años después a Antonio Cafiero, muy cercano a Vandor: «Perón estaba muerto y vino el estúpido de Frigerio y lo resucitó con el pacto».
Frondizi debió intervenir las provincias en la que se había impuesto el peronismo. Pero no consiguió sobrevivir. Las elecciones llevaron a que el Ejército le bajara el pulgar. La marina, cuyo antiperonismo era irreductible, lo tenía condenado hacía ya tiempo.
La creatividad de un joven ministro de la Corte, Julio Oyhanarte, impidió que el general Raúl Poggi ocupara la Presidencia. Con Poggi en la Casa Rosada, Oyhanarte hizo que la Corte tomara juramento a José María Guido, que encabezó un gobierno semi-constitucional. Era el presidente provisional del Senado. El vicepresidente, Alejandro Gómez, había renunciado en 1958.
El debilitamiento político convivió en Frondizi con un gran sueño, y tal vez no se entienda uno sin el otro: la Argentina debía entrar en un proceso de modernización industrial financiado por las exportaciones agropecuarias y energéticas.
En el campo de los hidrocarburos Frondizi produjo una revolución. Abrió el subsuelo a la inversión internacional, dando el paso insinuado por Perón antes de caer, que él había denunciado en su célebre Petróleo y Política. Entre 1958 y 1962 la producción de crudo pasó de 4,6 a 15 millones de metros cúbicos. Pocas veces el espejo de la historia se muestra tan actual.
Frondizi auspiciaba la intervención del Estado para atraer la inversión extranjera que facilitara la autonomía industrial. En ese marco promovió la producción de maquinaria agrícola, la petroquímica y, sobre todo, la siderurgia (fue un admirador de Agostino Rocca, a quien lo unía Arnaldo Musich).
Para esta estrategia económica Frondizi aspiró a correr a los Estados Unidos del eje histórico de defensa del libre comercio. Fue el tema de su primera entrevista con Kennedy, al que interesó a su colega en la construcción de un alto horno, una red de aeropuertos y la usina El Chocón.
Frondizi rompió también con una herencia central del peronismo: el control de cambios, incompatible con la inversión extranjera. Otro espejo.
La historiografía ha analizado las virtudes y limitaciones de esta estrategia. Tal vez ha sido Pablo Gerchunoff quien lo hizo con mayor equilibrio, al reconocer que entre 1960 y 1975 se verifica un «milagro argentino» oculto debajo de una gran turbulencia. Pero ese «milagro» sólo era posible con un deterioro del salario real. Esta contradicción es la que mantiene al experimento frondizista en discusión. Basta leer la Carta Abierta XI de los intelectuales kirchneristas para advertirlo.
A pesar de ese debate, hay razones que explican aquella apropiación más o menos forzada que hoy se hace de Frondizi. En la experiencia que colapsó hace medio siglo hay condiciones que este presente añora. Una es el audaz espíritu de síntesis. El intento, acaso ingenuo por lo prematuro, de superar contradicciones en apariencia insalvables. La otra, ligada a la anterior, es el ejercicio del pensamiento estratégico; la vocación para imaginar un país distinto del visible. En otras palabras: la capacidad de Frondizi para respirar en la atmósfera del futuro..