El primer millón de votos radicales

Los radicales tienen un optimismo a toda prueba. Casi se rompen en Gualeguaychú, cuando la convención partidaria forzó la decisión de aliarse con Mauricio Macri. Pero con Ernesto Sanz en el timón fueron acomodando las cargas hasta lograr que díscolos como Julio Cobos o Gerardo Morales, más cercanos a un acuerdo con Sergio Massa, prometieran respetar el resultado de las PASO, una forma elegante de admitir que apoyarán a Macri si éste le gana la primaria a Sanz, como todo indica que sucederá.
El maridaje con el macrismo avanza a tambor batiente en Buenos Aires y en varias provincias del interior. Los radicales bonaerenses pidieron poco porque tienen poco. Pero en Tucumán y Jujuy, por ejemplo, la llave mágica fue que el macrismo baje a sus candidatos y apoye a los radicales que van a pelear la gobernación. Visto así, parece ganancia para todos.
La última expresión del optimismo radical vino en formato de evaluación de las elecciones del domingo pasado en Salta, para gobernador. Allí volvió a ganar el peronista Juan Manuel Urtubey con el 51% de los votos. Segundo salió el peronista Juan Carlos Romero con el 30%. Tercero quedó el radical Miguel Nanni con el 8%.
En un cálculo atrevido, en la UCR vinculan Salta con el triunfo en las PASO de Mendoza, fórmula propia encabezada por Alfredo Cornejo y apoyo del PRO y el massismo; con el segundo puesto de Martín Lousteau en la Capital, donde los radicales son parte de una alianza variopinta; con los votos de Mario Barletta en la primaria de Santa Fe, donde perdió la candidatura ante el socialista Miguel Lifschitz pero resultó el tercer postulante más votado en el distrito; y con el desempeño de “Pechi” Quiroga en Neuquén, tercero en la elección de gobernador, también con apoyo de Macri y Massa, orillando el 20%.
De esa ensalada sesgada y confusa, típicamente peronista por la flexibilidad para sumar lo que venga, deducen que de las cinco provincias en las que ya se votó y de los cinco millones de argentinos que pasaron por las urnas, un millón o más lo hicieron por candidatos, listas, alianzas, en las que iba embarcado el radicalismo.
Es una manera oblicua de forzar la realidad, podrá decirse. Pero Cristina enseñó que la política es el reino de la subjetividad. Y los radicales dicen estar contentos con el veredicto parcial de su propia subjetividad. Por si fuera poco, aseguran además que esto es sólo el principio.
Exageran sin inocencia cuando dicen que el radicalismo es “el único partido nacional, popular y democrático” del país. Machacan con esta idea, como contracara de las acusaciones de haber llevado al radicalismo de Yrigoyen y Alfonsín al atracadero liberal de Macri. Especialistas en hablar, los radicales tienen una explicación para esa flamante relación carnal. “Macri es un desarrollista moderno”, explica sin perder la compostura un dirigente histórico del alfonsinismo, que operó a tiempo completo para este acuerdo.
Jesús Rodríguez, otro histórico, convertido hace tiempo en el principal asesor político de Sanz, evita las martingalas dialécticas y describe la situación con pragmatismo estricto. Según dice, el objetivo fijado se cumplirá porque la UCR saldrá de este proceso electoral con “más gobernadores, más intendentes, más legisladores nacionales y provinciales y más concejales”.
La vocación de poder, que en buena parte han recuperado los radicales, los lleva hasta ese punto y no sigue más adelante. La Presidencia, el poder mayor, suena a algo extraño, lejano, que disputarán otros.
Si se abunda en ese tópico, no será difícil encontrar el resquemor radical porque Macri los trata con cierto desdén, como mirándolos de arriba. Que le avisa a todo el mundo que si le toca mudarse a la Casa Rosada no piensa asignarle de antemano una sola porción de la torta del gobierno a sus aliados. Y les apura los acuerdos sabiendo que todo dirigente territorial quiere colgar su boleta y su ambición del candidato presidencial que mejor mide en la competencia con la trituradora kirchnerista.
Jugado su destino a las cartas que maneja Macri, los radicales sintieron un intenso escozor cuando, el lunes pasado, la mesa chica del PRO consagró la estrategia del consultor ecuatoriano Jaime Durán Barba, basada en el virtual repudio a todo lo que pudiese contaminar la pureza étnica del macrismo en el armado electoral.
En lo puntual, era la clausura del intento de acercamiento con el massismo y con Francico De Narváez en la Provincia. Pero también era la ratificación de la idea según la cual toda mezcla con fuerzas ya establecidas le quita a Macri la cualidad de lo nuevo y, con ello, la exclusividad como agente del cambio.
¿Y lo nuestro en qué queda?, se preguntaron los radicales. Pronto, una llamada del macrismo a Sanz calmó tanta angustia. No cambia nada. Ni para mal, ni para bien. Las reglas del juego las fija Macri.
Los dirigentes acuerdistas derrotados en la discusión del PRO recuerdan hoy el mismo dato que los radicales comprometidos en la alianza con el macrismo. Curiosamente, es también el dato que agitan los operadores de Massa que buscan recolocar a su jefe en la discusión mayor.
Se refiere a que Durán Barba supo asesorar a la brasileña Marina Silva, una candidata presidencial alternativa que rechazó cualquier alianza que pudiera desdibujar su perfil. En un momento pareció que Marina podía superar a Dilma Rousseff y la poderosa maquinaria del PT. Pero cuando en octubre del año pasado se abrieron las urnas en Brasil, Marina quedó tercera y el desafiante de Dilma, después derrotado en la segunda vuelta, fue Aecio Neves.
Los enemigos de Durán Barba se apuran a trazar paralelos entre la pureza aconsejada a Macri y el destino final de Marina en Brasil. Demasiado simplismo, podrá decirse. Pero de eso se está hablando.
Ajenos a esos presagios agoreros, Sanz y Macri aterrizaron ayer en Tucumán para consagrar su apoyo al radical José Cano, candidato a gobernador que cerró un acuerdo estratégico con el intendente peronista de la capital provincial, Domingo Amaya. Es una yunta capaz de pelearle la provincia al ex ministro de Salud de Cristina, José Manzur, continuidad del espeso entramado de poder del gobernador José Alperovich.
No se llegó a esta alianza tucumana sólo con bellos principios y virginales espíritus de cambio. Amaya venía coqueteando con expresiones del peronismo opositor: tiene buena relación con Massa y también con el cordobés José Manuel De la Sota. Pero a la hora en que se terminan las palabras acordó con los radicales de Cano.
Antes hizo un último intento con la Casa Rosada. Mandó avisar que si le daban espacio se quedaba en el Frente para la Victoria. Fuentes del Gobierno aseguran a Clarín que el mensaje llegó hasta Máximo Kirchner. Le dijeron a Amaya que viaje a Buenos Aires. Lo recibieron los jefes de La Cámpora: el diputado Andrés Larroque y el secretario general de la Presidencia, Eduardo de Pedro. Le prometieron una pronta respuesta. Al día siguiente le avisaron que no tenían lugar para darle, porque la prioridad era contener a Alperovich y a José López, el influyente número dos de Julio De Vido. Amaya entendió el mensaje y decidió aliarse con los radicales.
Aunque la Casa Rosada, que tanto lo protege, tiene como favorito a Florencio Randazzo en la interna, dos días después Alperovich recibió en triunfo a Daniel Scioli, armándole un acto con más de 40.000 personas en el hipódromo tucumano.
Son pequeñas delicias de la política de la oferta y la demanda.
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