Si hay una zona de la Ciudad de Buenos Aires en la que el PRO exhibe records imbatibles, ese lugar es la Comuna 13. Conformada por los barrios Belgrano, Colegiales y Nuñez, ese distrito del norte porteño suele ser definido por los dirigentes y simpatizantes del macrismo como una suerte de «La Matanza propia». Aluden a los contundentes triunfos electorales que el partido amarillo obtiene allí cada dos años: casi un espejo de lo que sucede con el FPV en aquel municipio bonaerense, famoso bastión del peronismo.
El sociólogo Gabriel Vommaro conoce muy bien esos antecedentes. De hecho, fue él mismo quien eligió la intersección de las avenidas Cabildo y Juramento, corazón comercial de Belgrano, como punto de encuentro para el reportaje. A pedido de Tiempo Argentino, Vommaro debía elegir una parte de la ciudad que pudiera ser definida como un rincón emblemático del Mundo PRO. Investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento y doctor en Sociología de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, Vommaro dedicó varios años de su vida profesional a investigar la gestación, el funcionamiento y las perspectivas futuras del partido creado por Mauricio Macri.
Al momento de sentarse en una mesa para comenzar la entrevista, el sociólogo e investigador de la historia reciente del macrismo –coautor del libro Mundo PRO, escrito junto al politólogo Sergio Morresi y el periodista Alejandro Bellotti- propone el bar del Museo Larreta, con entrada por la calle Vuelta de Obligado. Más allá de la irónica coincidencia con el apellido del electo jefe de Gobierno, que el entrevistado comenta con una risa apagada, el Museo Larreta es –además- un escenario ideal para tomar la foto que acompaña esta nota.
«Al ingresar al mundo PRO, nos dimos cuenta que había un partido de verdad. No sólo el sello de un líder mediático».
Se trata de una casona colonial de color blanco, con galerías y arcos de estilo español, y un jardín del tipo andaluz con enredaderas y plantas trepadoras, cercos bajos de ligustrina y reminiscencias de la cultura mora. Con el permiso del gobierno de la Ciudad, Tiempo retrata a Vommaro entre árboles y plantas. «El PRO fue muy hábil en conectar con la demanda de embellecimiento de la ciudad. Se ocupó de hacerlo tras la herencia que había dejado la crisis de 2001/2002 en el paisaje social de la ciudad», comenta cuando terminan los flashes.
En la hora que sigue, mientras decenas de comensales apuran su almuerzo en el café Croque Madame emplazado en el jardín del museo, Vommaro desmenuza la galaxia empresarial-emprendorista, de catolicismo social de clases medias-altas, de fundaciones y ONGs profesionalizadas que terminó conformando lo que hoy se conoce como PRO. «El macrismo apunta a conformarse como el nuevo partido de las clases medias no peronistas, antiplebeyas, de la Argentina», vaticina.
-¿Por qué hacer un libro sobre el PRO?
-Todo esto lo pensamos primero como un producto académico que iniciamos en 2010. Al principio uno tenía una idea del macrismo un poco distante y publicitaria, pero durante la investigación, al ingresar al mundo PRO, nos dimos cuenta que había un partido de verdad. No sólo el sello de un líder mediático. Aunque todavía era un partido de gobierno local. Todo eso lo contamos en el libro Mundo PRO y también en otro, que saldrá dentro de poco, que se llama Hagamos equipo, en el que trazamos una propuesta metodológica y conceptual sobre cómo estudiar a estos partidos de la nueva derecha.
-En Mundo PRO es claro que el macrismo es una combinación de cosas. El mundo de la clase media-alta de los colegios católicos con compromiso social; la mirada tecnocrática de las fundaciones; el mundo del PRO-peronismo, de la zona sur de la ciudad; el gurú ecuatoriano que viene con una cosa bastante amoral y su libro El arte de ganar. Todo eso, más el liderazgo de Macri. De todos los rasgos de la marca PRO, ¿cuál es el más importante para su fortaleza electoral en la CABA?
-La marca PRO y la fortaleza electoral son dos cosas diferentes. Porque el PRO es a la vez un partido que busca ser competitivo y que, por lo tanto, si bien está bien arraigado en el centro-derecha, es un partido pragmático, flexible y multitarget.
-¿Es un partido catch-all (NdR: «atrapa todo», definición anglosajona que refiere a los candidatos que buscan sumar votos de todos los sectores sociales e/o ideológicos)?
-Es parecido a la vieja idea del catch-all. Es un partido que no tiene un vínculo único con un sector social, con una clase. Y a nivel de sus cuadros y militantes, según una encuesta que hicimos, coexisten cinco facciones. Tres de ellas están vinculadas al radicalismo, el peronismo y la vieja derecha tradicional, y son políticos de larga data, y todos ellos proveen vinculaciones con electorados diferentes. (Cristian) Ritondo es el gran referente de la zona sur, de las Comunas 8 y 9; el radicalismo provee una vinculación con los sectores medios de la zona de Flores, Caballito o, más en el sur también, en La Boca y Barracas; y la derecha tiene el arraigo más clásico de clase –típico de los partidos de centroderecha- en las Comunas 2 y 13. La capacidad de juntar esos pedazos hace que el PRO sea una alianza electoral muy poderosa en la ciudad, hay que decirlo. Y las otras dos facciones internas son, justamente, las que constituyen el núcleo del partido: lo que se puede definir como marca PRO.
-Los empresarios que se metieron en política. O. como dice el libro, «los que hacen».
-Claro. Esa facción, la de los empresarios que se meten en política, sigue esa idea de que la política necesita de los que saben hacer, gestionar. Ese grupo expresa un poco la dimensión de novedad que trae el PRO. Para no ser sólo un armado pragmático de pedazos de partidos viejos. No tenemos por qué a priori dudar de tipos que dicen «yo en el mundo privado ganaría fortunas y concedo, dono mi tiempo, dono parte de mi vida, llegué a una etapa de éxito y fortuna personal en el que puedo donar parte de mi vida al bien público». Las metáforas religiosas ayudan mucho para pensar la política. Y Macri usa palabras ligadas al mundo religioso, como «testimonio». Las usa, en parte por el mundo religioso, pero también por el mundo de la autoayuda empresaria, la superación y el éxito personal, que es otro de los lenguajes que circula por el PRO. Por último, el quinto grupo es el mundo del ongeísmo (sic) y las fundaciones. Un activismo profesionalizado, ONGs de expertos que toman ese mundo como un trabajo, como un desarrollo personal y profesional. De estos dos mundos, toma el PRO la parte fundamental de su acción. Porque cuando uno observa cómo se milita, se milita haciendo voluntariado. Aunque, ojo, eso no significa que no haya un costado de política más clásica: peronistas y radicales con militancia territorial.
-Está clara la fortaleza del PRO en la CABA. Pero la pretensión de construir un partido en todo el país ha encontrado logros y problemas. ¿Ha sido correcta la estrategia de Duran Barba de preservar la identidad del PRO y rechazar una coalición con el peronismo disidente?
-El PRO, desde su nacimiento, cuando se llamaba Compromiso para el Cambio, y todavía antes, mientras fue una fundación –Creer y Crecer, porque el mismo PRO nace como think tank-, ya surge jalonado con conflictos y posiciones encontradas. Y una controversia que pervive desde los inicios es qué hacer con el peronismo. Porque en ellos está muy clara la tensión respecto a este tema. Que se expresó desde el principio, cuando Macri decide fundar un partido y no ser una especie de frutilla del postre de una facción peronista: luego decide cuidar ese partido. Y eso significaba evitar a toda costa ser fagocitado por la interna del PJ. En los últimos años, el PRO buscó nacionalizarse de formas diferentes, pero siempre con la premisa de no ser fagocitado por el PJ. Por eso buscó acercarse a los partidos provinciales conservadores clásicos. Y se juntó con ellos. Pero con eso obviamente no alcanzaba. Después construyó la idea que crear el partido PRO «puro» en todo el país. Un proceso muy largo. El PRO comparte un dilema con todos los partidos que han sido terceras fuerzas de este país: le cuesta implantarse en el resto del país y romper el bipartidismo. ¿Qué eligió entonces como último atajo? Juntarse con el otro partido que tiene implantación nacional, pero con el que tiene menos riesgo de ser fagocitado porque es un partido más debilitado, en crisis (NdR: por la UCR). Es más, creo que el PRO se ve más como un relevo del radicalismo que como una tercera fuerza. Se piensa como el nuevo partido de las clases medias urbanas y del interior, del campo, de la Argentina. Eso es sociológicamente más compatible en términos de su electorado que acercarse al peronismo.
-En el libro hay una definición llamativa. Ustedes dicen que el PRO es uno de los emergentes de la crisis social de 2001/2002, de aquel «Que se vayan todos».
-Hay dos lecturas. El kirchnerismo y el PRO son hijos del mismo ciclo histórico, digamos. Del mismo momento histórico. Y se co-construyen desde entonces.
-Eso está en sintonía con la hipótesis dialéctica del «construye tu enemigo», por la cual tanto el kirchnerismo como el PRO se necesitarían mutuamente…
-Las identidades políticas y las posiciones en el espacio político son siempre dialógicas, siempre relacionales. Uno siempre se construye en relación a los otros disponibles, a los otros que coexisten. Por otro lado, el PRO atraviesa otra gran tensión que en cierto modo tiene que ver con el kirchnerismo aunque también lo sobrepasa, y es que hoy existe un consenso de época que uno podría llamar «estatalista»: ser un partido de centroderecha en épocas de consenso populista-estatalista es difícil. Es un consenso cultural no unánime pero sí mayoritario. Y también complica al PRO. Ese consenso produjo otro conflicto: el miedo a perder la identidad de posicionamiento.
-Eso explica las sorpresivas declaraciones de Macri después de las PASO, cuando habló de la AUH, Aerolíneas, y algunos dijeron que se había «kirchnerizado»…
-Fue un contexto de excitación y de bandeo un poco violento. Internamente lo sufrieron mucho. Fue un cimbronazo interno tan importante como lo de (Fernando) Niembro, porque no se puede construir históricamente una prédica vinculada con el emprendedorismo, con la importancia de la iniciativa de los privados, con que el Estado no puede ahogar la inversión y debe respetar las reglas de los privados, y un día, cerca de las elecciones, decir que está perfecto que Aerolíneas e YPF sean del Estado… Con la AUH es diferente, porque eso es compatible con el PRO. Fue muy complicado para ellos explicar eso. Como también es complicado hacer una campaña en la que tenés mucha dificultad para decir lo que piensan tus equipos económicos.
-¿El PRO es un partido nacional? ¿Está en condiciones de gobernar hoy el país?
-No es un partido nacional, es un partido en vías de nacionalización. Con la capacidad de reunir cuadros técnicos en todas las áreas. Y ha construido equipos. El PRO tiene vínculos con el mundo de las fundaciones y las ONGs y eso supone también tener acceso a políticas «llave en mano» y técnicos para ejecutarlas. Pero también hay otra dimensión que tiene que ver con sus bases políticas, con sus bases de apoyo. Y yo creo que el PRO, si ganara las elecciones, tendría muchos problemas para garantizar apoyos políticos. También es cierto que en la ciudad ganó las elecciones –es cierto, con mayoría legislativa- y que supo acordar con el sindicalismo peronista de la ciudad, con el que se lleva bárbaro desde hace mucho. Pero en el país hay otra complejidad. Y yo creo que hay una dimensión con la que el PRO y la tradición de centroderecha tienen todavía muchos problemas, que es lidiar con el plebeyismo argentino del mundo popular.
-¿El PRO tiene un proyecto de país?
-Es difícil responder eso, porque yo no he encontrado escrito en ninguna parte. Pero uno puede ver que en la ciudad sí hay un proyecto. Que es una ciudad con un Estado presente, fuerte, al servicio de las energías privadas. Es un Estado al servicio de los privados. Y yo creo que en el país sería algo parecido a eso. Una idea de que el verdadero desarrollo del país viene de la mano de las energías emprendedoras privadas. Y el Estado, entonces, tiene que estar a la altura de eso para poder llevarlo a cabo. Y por eso digo que tiene muchos problemas con la tradición plebeyista argentina: porque tiene muchos problemas con el discurso igualitario, con el discurso que rompe jerarquías, con el discurso de los derechos y de la demanda «desde abajo».
-Con el «para todos y todas».
-Claro. Con aquello que interpela muy bien el «para todos y todas». Que interpela muy bien un kirchnerismo que encontró su voz y su lugar en esa tradición plebeyista.
Escándalo Niembro y crisis de identidad
–¿Comparte el optimismo de algunos analistas que ven al PRO como una opción democrática y competitiva de centroderecha, cuando en el pasado esos sectores promovían golpes de Estado?
-El PRO es un partido democrático con convicciones democráticas y, le diría, con mucha responsabilidad política. De eso no hay duda. Fíjese que en Tucumán, tras el fallo de la Corte provincial, el primero que dijo «aceptemos esto» fue (Mauricio) Macri. Antes que (José) Cano, antes que la UCR. Cuando fue lo de (Abel) Posse en la ciudad, al mes o mes y medio lo echaron sin problema.
–Pero digamos también que es un partido más dependiente de la agenda de los medios concentrados que lo acompañan, lo promueven…
–Y que le imponen, también.
–Eso quedó claro con el caso Niembro, porque cuando Clarín y La Nación publicaron columnas de opinión en las que coincidían en que Niembro se tenía que ir, al día siguiente se fue.
–Sí. Así como vos no podés decir durante años que el Estado está confiscando a los privados y de repente decir sí al ANSES, sí a Aerolíneas; también el PRO hizo uno de sus ejes fundamentales en la agenda que uno podría llamar más republicana. La agenda republicana y la agenda eficientista son los dos grandes ejes del PRO. La agenda republicana supone transparencia, no corrupción, división de poderes, respeto por la justicia, no decisionismo en la figura del presidente. Y si vos hacés eje en todo eso, construís parte de tu fuerza electoral alrededor de todo eso, y te cae Niembro, tenés un problema. Probablemente al kirchnerismo le hubiese hecho mucho menos daño. No porque sea más o menos corrupto o porque tenga la piel más o menos dura, sino porque no tiene que ver con su identidad.
El sociólogo Gabriel Vommaro conoce muy bien esos antecedentes. De hecho, fue él mismo quien eligió la intersección de las avenidas Cabildo y Juramento, corazón comercial de Belgrano, como punto de encuentro para el reportaje. A pedido de Tiempo Argentino, Vommaro debía elegir una parte de la ciudad que pudiera ser definida como un rincón emblemático del Mundo PRO. Investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento y doctor en Sociología de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, Vommaro dedicó varios años de su vida profesional a investigar la gestación, el funcionamiento y las perspectivas futuras del partido creado por Mauricio Macri.
Al momento de sentarse en una mesa para comenzar la entrevista, el sociólogo e investigador de la historia reciente del macrismo –coautor del libro Mundo PRO, escrito junto al politólogo Sergio Morresi y el periodista Alejandro Bellotti- propone el bar del Museo Larreta, con entrada por la calle Vuelta de Obligado. Más allá de la irónica coincidencia con el apellido del electo jefe de Gobierno, que el entrevistado comenta con una risa apagada, el Museo Larreta es –además- un escenario ideal para tomar la foto que acompaña esta nota.
«Al ingresar al mundo PRO, nos dimos cuenta que había un partido de verdad. No sólo el sello de un líder mediático».
Se trata de una casona colonial de color blanco, con galerías y arcos de estilo español, y un jardín del tipo andaluz con enredaderas y plantas trepadoras, cercos bajos de ligustrina y reminiscencias de la cultura mora. Con el permiso del gobierno de la Ciudad, Tiempo retrata a Vommaro entre árboles y plantas. «El PRO fue muy hábil en conectar con la demanda de embellecimiento de la ciudad. Se ocupó de hacerlo tras la herencia que había dejado la crisis de 2001/2002 en el paisaje social de la ciudad», comenta cuando terminan los flashes.
En la hora que sigue, mientras decenas de comensales apuran su almuerzo en el café Croque Madame emplazado en el jardín del museo, Vommaro desmenuza la galaxia empresarial-emprendorista, de catolicismo social de clases medias-altas, de fundaciones y ONGs profesionalizadas que terminó conformando lo que hoy se conoce como PRO. «El macrismo apunta a conformarse como el nuevo partido de las clases medias no peronistas, antiplebeyas, de la Argentina», vaticina.
-¿Por qué hacer un libro sobre el PRO?
-Todo esto lo pensamos primero como un producto académico que iniciamos en 2010. Al principio uno tenía una idea del macrismo un poco distante y publicitaria, pero durante la investigación, al ingresar al mundo PRO, nos dimos cuenta que había un partido de verdad. No sólo el sello de un líder mediático. Aunque todavía era un partido de gobierno local. Todo eso lo contamos en el libro Mundo PRO y también en otro, que saldrá dentro de poco, que se llama Hagamos equipo, en el que trazamos una propuesta metodológica y conceptual sobre cómo estudiar a estos partidos de la nueva derecha.
-En Mundo PRO es claro que el macrismo es una combinación de cosas. El mundo de la clase media-alta de los colegios católicos con compromiso social; la mirada tecnocrática de las fundaciones; el mundo del PRO-peronismo, de la zona sur de la ciudad; el gurú ecuatoriano que viene con una cosa bastante amoral y su libro El arte de ganar. Todo eso, más el liderazgo de Macri. De todos los rasgos de la marca PRO, ¿cuál es el más importante para su fortaleza electoral en la CABA?
-La marca PRO y la fortaleza electoral son dos cosas diferentes. Porque el PRO es a la vez un partido que busca ser competitivo y que, por lo tanto, si bien está bien arraigado en el centro-derecha, es un partido pragmático, flexible y multitarget.
-¿Es un partido catch-all (NdR: «atrapa todo», definición anglosajona que refiere a los candidatos que buscan sumar votos de todos los sectores sociales e/o ideológicos)?
-Es parecido a la vieja idea del catch-all. Es un partido que no tiene un vínculo único con un sector social, con una clase. Y a nivel de sus cuadros y militantes, según una encuesta que hicimos, coexisten cinco facciones. Tres de ellas están vinculadas al radicalismo, el peronismo y la vieja derecha tradicional, y son políticos de larga data, y todos ellos proveen vinculaciones con electorados diferentes. (Cristian) Ritondo es el gran referente de la zona sur, de las Comunas 8 y 9; el radicalismo provee una vinculación con los sectores medios de la zona de Flores, Caballito o, más en el sur también, en La Boca y Barracas; y la derecha tiene el arraigo más clásico de clase –típico de los partidos de centroderecha- en las Comunas 2 y 13. La capacidad de juntar esos pedazos hace que el PRO sea una alianza electoral muy poderosa en la ciudad, hay que decirlo. Y las otras dos facciones internas son, justamente, las que constituyen el núcleo del partido: lo que se puede definir como marca PRO.
-Los empresarios que se metieron en política. O. como dice el libro, «los que hacen».
-Claro. Esa facción, la de los empresarios que se meten en política, sigue esa idea de que la política necesita de los que saben hacer, gestionar. Ese grupo expresa un poco la dimensión de novedad que trae el PRO. Para no ser sólo un armado pragmático de pedazos de partidos viejos. No tenemos por qué a priori dudar de tipos que dicen «yo en el mundo privado ganaría fortunas y concedo, dono mi tiempo, dono parte de mi vida, llegué a una etapa de éxito y fortuna personal en el que puedo donar parte de mi vida al bien público». Las metáforas religiosas ayudan mucho para pensar la política. Y Macri usa palabras ligadas al mundo religioso, como «testimonio». Las usa, en parte por el mundo religioso, pero también por el mundo de la autoayuda empresaria, la superación y el éxito personal, que es otro de los lenguajes que circula por el PRO. Por último, el quinto grupo es el mundo del ongeísmo (sic) y las fundaciones. Un activismo profesionalizado, ONGs de expertos que toman ese mundo como un trabajo, como un desarrollo personal y profesional. De estos dos mundos, toma el PRO la parte fundamental de su acción. Porque cuando uno observa cómo se milita, se milita haciendo voluntariado. Aunque, ojo, eso no significa que no haya un costado de política más clásica: peronistas y radicales con militancia territorial.
-Está clara la fortaleza del PRO en la CABA. Pero la pretensión de construir un partido en todo el país ha encontrado logros y problemas. ¿Ha sido correcta la estrategia de Duran Barba de preservar la identidad del PRO y rechazar una coalición con el peronismo disidente?
-El PRO, desde su nacimiento, cuando se llamaba Compromiso para el Cambio, y todavía antes, mientras fue una fundación –Creer y Crecer, porque el mismo PRO nace como think tank-, ya surge jalonado con conflictos y posiciones encontradas. Y una controversia que pervive desde los inicios es qué hacer con el peronismo. Porque en ellos está muy clara la tensión respecto a este tema. Que se expresó desde el principio, cuando Macri decide fundar un partido y no ser una especie de frutilla del postre de una facción peronista: luego decide cuidar ese partido. Y eso significaba evitar a toda costa ser fagocitado por la interna del PJ. En los últimos años, el PRO buscó nacionalizarse de formas diferentes, pero siempre con la premisa de no ser fagocitado por el PJ. Por eso buscó acercarse a los partidos provinciales conservadores clásicos. Y se juntó con ellos. Pero con eso obviamente no alcanzaba. Después construyó la idea que crear el partido PRO «puro» en todo el país. Un proceso muy largo. El PRO comparte un dilema con todos los partidos que han sido terceras fuerzas de este país: le cuesta implantarse en el resto del país y romper el bipartidismo. ¿Qué eligió entonces como último atajo? Juntarse con el otro partido que tiene implantación nacional, pero con el que tiene menos riesgo de ser fagocitado porque es un partido más debilitado, en crisis (NdR: por la UCR). Es más, creo que el PRO se ve más como un relevo del radicalismo que como una tercera fuerza. Se piensa como el nuevo partido de las clases medias urbanas y del interior, del campo, de la Argentina. Eso es sociológicamente más compatible en términos de su electorado que acercarse al peronismo.
-En el libro hay una definición llamativa. Ustedes dicen que el PRO es uno de los emergentes de la crisis social de 2001/2002, de aquel «Que se vayan todos».
-Hay dos lecturas. El kirchnerismo y el PRO son hijos del mismo ciclo histórico, digamos. Del mismo momento histórico. Y se co-construyen desde entonces.
-Eso está en sintonía con la hipótesis dialéctica del «construye tu enemigo», por la cual tanto el kirchnerismo como el PRO se necesitarían mutuamente…
-Las identidades políticas y las posiciones en el espacio político son siempre dialógicas, siempre relacionales. Uno siempre se construye en relación a los otros disponibles, a los otros que coexisten. Por otro lado, el PRO atraviesa otra gran tensión que en cierto modo tiene que ver con el kirchnerismo aunque también lo sobrepasa, y es que hoy existe un consenso de época que uno podría llamar «estatalista»: ser un partido de centroderecha en épocas de consenso populista-estatalista es difícil. Es un consenso cultural no unánime pero sí mayoritario. Y también complica al PRO. Ese consenso produjo otro conflicto: el miedo a perder la identidad de posicionamiento.
-Eso explica las sorpresivas declaraciones de Macri después de las PASO, cuando habló de la AUH, Aerolíneas, y algunos dijeron que se había «kirchnerizado»…
-Fue un contexto de excitación y de bandeo un poco violento. Internamente lo sufrieron mucho. Fue un cimbronazo interno tan importante como lo de (Fernando) Niembro, porque no se puede construir históricamente una prédica vinculada con el emprendedorismo, con la importancia de la iniciativa de los privados, con que el Estado no puede ahogar la inversión y debe respetar las reglas de los privados, y un día, cerca de las elecciones, decir que está perfecto que Aerolíneas e YPF sean del Estado… Con la AUH es diferente, porque eso es compatible con el PRO. Fue muy complicado para ellos explicar eso. Como también es complicado hacer una campaña en la que tenés mucha dificultad para decir lo que piensan tus equipos económicos.
-¿El PRO es un partido nacional? ¿Está en condiciones de gobernar hoy el país?
-No es un partido nacional, es un partido en vías de nacionalización. Con la capacidad de reunir cuadros técnicos en todas las áreas. Y ha construido equipos. El PRO tiene vínculos con el mundo de las fundaciones y las ONGs y eso supone también tener acceso a políticas «llave en mano» y técnicos para ejecutarlas. Pero también hay otra dimensión que tiene que ver con sus bases políticas, con sus bases de apoyo. Y yo creo que el PRO, si ganara las elecciones, tendría muchos problemas para garantizar apoyos políticos. También es cierto que en la ciudad ganó las elecciones –es cierto, con mayoría legislativa- y que supo acordar con el sindicalismo peronista de la ciudad, con el que se lleva bárbaro desde hace mucho. Pero en el país hay otra complejidad. Y yo creo que hay una dimensión con la que el PRO y la tradición de centroderecha tienen todavía muchos problemas, que es lidiar con el plebeyismo argentino del mundo popular.
-¿El PRO tiene un proyecto de país?
-Es difícil responder eso, porque yo no he encontrado escrito en ninguna parte. Pero uno puede ver que en la ciudad sí hay un proyecto. Que es una ciudad con un Estado presente, fuerte, al servicio de las energías privadas. Es un Estado al servicio de los privados. Y yo creo que en el país sería algo parecido a eso. Una idea de que el verdadero desarrollo del país viene de la mano de las energías emprendedoras privadas. Y el Estado, entonces, tiene que estar a la altura de eso para poder llevarlo a cabo. Y por eso digo que tiene muchos problemas con la tradición plebeyista argentina: porque tiene muchos problemas con el discurso igualitario, con el discurso que rompe jerarquías, con el discurso de los derechos y de la demanda «desde abajo».
-Con el «para todos y todas».
-Claro. Con aquello que interpela muy bien el «para todos y todas». Que interpela muy bien un kirchnerismo que encontró su voz y su lugar en esa tradición plebeyista.
Escándalo Niembro y crisis de identidad
–¿Comparte el optimismo de algunos analistas que ven al PRO como una opción democrática y competitiva de centroderecha, cuando en el pasado esos sectores promovían golpes de Estado?
-El PRO es un partido democrático con convicciones democráticas y, le diría, con mucha responsabilidad política. De eso no hay duda. Fíjese que en Tucumán, tras el fallo de la Corte provincial, el primero que dijo «aceptemos esto» fue (Mauricio) Macri. Antes que (José) Cano, antes que la UCR. Cuando fue lo de (Abel) Posse en la ciudad, al mes o mes y medio lo echaron sin problema.
–Pero digamos también que es un partido más dependiente de la agenda de los medios concentrados que lo acompañan, lo promueven…
–Y que le imponen, también.
–Eso quedó claro con el caso Niembro, porque cuando Clarín y La Nación publicaron columnas de opinión en las que coincidían en que Niembro se tenía que ir, al día siguiente se fue.
–Sí. Así como vos no podés decir durante años que el Estado está confiscando a los privados y de repente decir sí al ANSES, sí a Aerolíneas; también el PRO hizo uno de sus ejes fundamentales en la agenda que uno podría llamar más republicana. La agenda republicana y la agenda eficientista son los dos grandes ejes del PRO. La agenda republicana supone transparencia, no corrupción, división de poderes, respeto por la justicia, no decisionismo en la figura del presidente. Y si vos hacés eje en todo eso, construís parte de tu fuerza electoral alrededor de todo eso, y te cae Niembro, tenés un problema. Probablemente al kirchnerismo le hubiese hecho mucho menos daño. No porque sea más o menos corrupto o porque tenga la piel más o menos dura, sino porque no tiene que ver con su identidad.
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