Mauricio Macri lo llama la guerra de los egos. Algunos de sus ministros prefieren hablar de un déficit político. El Presidente tiene un ranking personal de egos saludables que encabeza el rival dialéctico de estos días, el ex ministro Roberto Lavagna, pero seguidos por Alfonso Prat Gay, Federico Sturzenegger, Carlos Melconian y Martín Lousteau. Y si el formidable ego de Lavagna le complica el frente externo de la economía, el resto de los egos del ranking le complican su propia gestión porque se trata nada menos que de su ministro de Economía, su presidente del Banco Central, su presidente del Banco Nación y de su embajador en Washington. No es poco.
Que los principales dirigentes de la Argentina tengan el ego bien predispuesto no puede sorprender a nadie. Por algo están dónde están y cada uno de ellos tiene una trayectoria que exhiben en sus currículums. Incluso el propio Macri, el autor intelectual del ranking de egos, también tiene una opinión súper valorada de sí mismo. Pero el problema del Presidente es la administración de los egos oficiales en el intenso día a día del país adolescente.
Es que mientras la reactivación económica insiste en demorar su llegada a la Argentina del macrismo, la superpoblación de egos en un gabinete de 23 ministros y un número aún mayor de secretarios de Estado se ha convertido en un intríngulis político de compleja resolución. El novedoso diseño del equipo de gobierno de Macri tiene al jefe de gabinete, Marcos Peña, como la figura de mayor influencia sobre el Presidente. Pero la ejecución de las decisiones está a cargo de los ministros coordinadores, los ex Ceos Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, quienes deben batallar cada jornada con los egos expectantes de sus compañeros.
Hay ministros que son atentos y obedientes con las órdenes y las sugerencias que vienen de la Jefatura de Gabinete. Pero los funcionarios más importantes tienen sus propias ideas acerca de cómo llevar adelante los objetivos que les pide el Presidente. Prat Gay es uno de los más temidos por el tándem Quintana-Lopetegui. El ministro es reacio a las sugerencias de cualquier tipo y a la mayoría de las reuniones envía a sus colaboradores. El va poco en persona, imponiendo una distancia que sólo rompe cuando se trata de Macri o de unos pocos colegas a los que considera a su altura. La noche del miércoles pasado fue una de esas excepciones. Se dirigió al Congreso junto al ministro de Trabajo, Jorge Triaca, para apagar el incendio en el que se había convertido la negociación con Sergio Massa y otros dirigentes del peronismo por el controvertido manejo del impuesto a las Ganancias. Promesa desgastada de la campaña presidencial que hoy se ha transformado, increíblemente, en uno de los flancos más vulnerables del Gobierno ante sus propios votantes.
Sturzenegger tiene siempre la ventaja de estar a cargo de la presidencia de un ente autárquico. Se sabe que el Banco Central es un independiente cuando las cosas están bien y una herramienta financiera del Gobierno cuando las papas queman. Pero cuando Macri tiene que mediar entre Prat Gay y Sturzenegger elige un atajo discursivo para ponerse a salvo. “Estoy más cerca de Alfonso porque es mi ministro y tengo que respetar la independencia de Federico”, le dijo a Clarín hace ocho días. Claro que en el final del verano pasado, cuando debió enfrentar la presión del dólar post devaluación, coordinó con el titular del Banco Central para afinar la estrategia de contención y acordaron la suba de tasas para atacar al dólar y a la inflación.
El ego de Melconian por ahora está controlado. Macri le pidió a principios de año que limitara sus exposiciones públicas y privadas en las que destrozaba a los ministros economistas del gabinete. El Presidente lo consulta bastante seguido y el titular del Banco Nación se dedica a mantener tenso el pulso de la política pero sin agitar la interna de PRO. El lunes pasado, Melconian aprovechó los 125 años del primer banco público del país para codearse con dirigentes políticos, jueces y empresarios. Fue durante la celebración en el Teatro Colón, que incluyó un exquisito recital de Elena Roger junto a Escalandrum, la enorme banda de jazz que comanda Pipi Piazzolla, nieto del genial Astor.
Diferente es el caso de Lousteau. Su ego está a diez mil kilómetros de distancia, en la embajada argentina en Washington, y se vuelve a encender cada vez que el economista cercano a la UCR y a Elisa Carrió regresa a Buenos Aires. Todo el macrismo, empezando por Horacio Rodríguez Larreta, está al tanto de las expectativas de Martín, quien estuvo a menos de tres puntos de arrebatarle la jefatura de gobierno porteño en aquel apretado final en las elecciones de julio de 2015. Hay mil estrategias oficialistas para intentar que el muchacho, que apostó erróneamente por Hillary Clinton, desista de ser candidato el año próximo o que lo haga dentro del paraguas macrista. No será fácil para Macri hallar un placebo para el ego de su embajador. Pero como si tuviera pocos problemas con gobernar la Argentina, la administración de egos se ha convertido para el Presidente en un desafío inesperado en el arte resbaladizo de gobernar.
Que los principales dirigentes de la Argentina tengan el ego bien predispuesto no puede sorprender a nadie. Por algo están dónde están y cada uno de ellos tiene una trayectoria que exhiben en sus currículums. Incluso el propio Macri, el autor intelectual del ranking de egos, también tiene una opinión súper valorada de sí mismo. Pero el problema del Presidente es la administración de los egos oficiales en el intenso día a día del país adolescente.
Es que mientras la reactivación económica insiste en demorar su llegada a la Argentina del macrismo, la superpoblación de egos en un gabinete de 23 ministros y un número aún mayor de secretarios de Estado se ha convertido en un intríngulis político de compleja resolución. El novedoso diseño del equipo de gobierno de Macri tiene al jefe de gabinete, Marcos Peña, como la figura de mayor influencia sobre el Presidente. Pero la ejecución de las decisiones está a cargo de los ministros coordinadores, los ex Ceos Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, quienes deben batallar cada jornada con los egos expectantes de sus compañeros.
Hay ministros que son atentos y obedientes con las órdenes y las sugerencias que vienen de la Jefatura de Gabinete. Pero los funcionarios más importantes tienen sus propias ideas acerca de cómo llevar adelante los objetivos que les pide el Presidente. Prat Gay es uno de los más temidos por el tándem Quintana-Lopetegui. El ministro es reacio a las sugerencias de cualquier tipo y a la mayoría de las reuniones envía a sus colaboradores. El va poco en persona, imponiendo una distancia que sólo rompe cuando se trata de Macri o de unos pocos colegas a los que considera a su altura. La noche del miércoles pasado fue una de esas excepciones. Se dirigió al Congreso junto al ministro de Trabajo, Jorge Triaca, para apagar el incendio en el que se había convertido la negociación con Sergio Massa y otros dirigentes del peronismo por el controvertido manejo del impuesto a las Ganancias. Promesa desgastada de la campaña presidencial que hoy se ha transformado, increíblemente, en uno de los flancos más vulnerables del Gobierno ante sus propios votantes.
Sturzenegger tiene siempre la ventaja de estar a cargo de la presidencia de un ente autárquico. Se sabe que el Banco Central es un independiente cuando las cosas están bien y una herramienta financiera del Gobierno cuando las papas queman. Pero cuando Macri tiene que mediar entre Prat Gay y Sturzenegger elige un atajo discursivo para ponerse a salvo. “Estoy más cerca de Alfonso porque es mi ministro y tengo que respetar la independencia de Federico”, le dijo a Clarín hace ocho días. Claro que en el final del verano pasado, cuando debió enfrentar la presión del dólar post devaluación, coordinó con el titular del Banco Central para afinar la estrategia de contención y acordaron la suba de tasas para atacar al dólar y a la inflación.
El ego de Melconian por ahora está controlado. Macri le pidió a principios de año que limitara sus exposiciones públicas y privadas en las que destrozaba a los ministros economistas del gabinete. El Presidente lo consulta bastante seguido y el titular del Banco Nación se dedica a mantener tenso el pulso de la política pero sin agitar la interna de PRO. El lunes pasado, Melconian aprovechó los 125 años del primer banco público del país para codearse con dirigentes políticos, jueces y empresarios. Fue durante la celebración en el Teatro Colón, que incluyó un exquisito recital de Elena Roger junto a Escalandrum, la enorme banda de jazz que comanda Pipi Piazzolla, nieto del genial Astor.
Diferente es el caso de Lousteau. Su ego está a diez mil kilómetros de distancia, en la embajada argentina en Washington, y se vuelve a encender cada vez que el economista cercano a la UCR y a Elisa Carrió regresa a Buenos Aires. Todo el macrismo, empezando por Horacio Rodríguez Larreta, está al tanto de las expectativas de Martín, quien estuvo a menos de tres puntos de arrebatarle la jefatura de gobierno porteño en aquel apretado final en las elecciones de julio de 2015. Hay mil estrategias oficialistas para intentar que el muchacho, que apostó erróneamente por Hillary Clinton, desista de ser candidato el año próximo o que lo haga dentro del paraguas macrista. No será fácil para Macri hallar un placebo para el ego de su embajador. Pero como si tuviera pocos problemas con gobernar la Argentina, la administración de egos se ha convertido para el Presidente en un desafío inesperado en el arte resbaladizo de gobernar.