¿El régimen kirchnerista será capaz de enmendarse?

29/10/13
La plana mayor del gobierno se exhibió por TV, el domingo por la noche, de modo teatral, para festejar un triunfo imaginario, que incluyó jactancia por haber aumentado los diputados oficialistas. Esta actitud, ¿es un indicio de que el gobierno no va a cambiar? ¿De qué, como dijo Juliana Di Tullio, “no pasa nada”? Cuesta creerlo. Por de pronto, lo que ha cambiado es la relación del país con el kirchnerismo. Si este decidiera cerrarse sobre sí mismo, conduciría hacia un colapso político-económico en los largos 24 meses hasta el cambio de gobierno. Y hay, claramente, dentro del conglomerado político oficial, algunas fuerzas favorables al cambio.
Varios gobernadores, empezando por Scioli, se cuentan dentro de este grupo. Pero suponiendo que el gobierno quiera cambiar, ¿puede hacerlo?
Los recalcitrantes tienen un buen argumento: se corre el riesgo de perderlo todo. Alexis de Tocqueville decía que el peor momento de un mal gobierno es aquel en que se quiere enmendar. ¿Hay acaso un grupo interno suficientemente denso como para presidir un cambio genuino? ¿Y Cristina Kirchner está dispuesta y en condiciones de dar las señales sin las cuales difícilmente tenga lugar un cambio?
Lo mejor que podría ocurrir es que un auténtico proceso de cambio sea impulsado desde el riñón del kirchnerismo ya que, si nace en un sector muy exterior, el kirchnerismo puro y duro lo saboteará. Pero las figuras presidenciales convincentes son — como es natural — prácticamente externas — como Scioli — y es indispensable contar con ellas para evitar la sangría que se produciría si todo el mundo percibiera al kirchnerismo como perdedor. Una composición entre ambos sectores es difícil aunque no imposible y exigiría un arte político que hasta ahora el kirchnerismo no ha demostrado. Pero esa adaptación a las circunstancias puede ser colectivamente beneficiosa.
Un kirchnerismo periclitante pero todavía competitivo (alentando la esperanza de llegar a la segunda vuelta) sería un acicate para que las fuerzas opositoras eviten conductas oportunistas e irresponsables, y desenvuelvan sensatas estrategias de coordinación entre ellas . En suma, esa adaptación es deseable. Pero ¿en qué terrenos es posible?
En primer lugar, en el de la calamitosa política económica que ha acumulado una serie de problemas peligrosos y en los que, para actuar, el gobierno debería estar dispuesto a revisar su “modelo” tanto como a sobrellevar el encrespamiento de sectores y grupos sociales. Para el gobierno es un dilema.
Si lo hace corre el riesgo de ser sancionado por quienes pagan el costo pero si no lo hace se arriesga a enfrentar los próximos dos años con un cuadro económico en deterioro creciente.
En segundo lugar, el gobierno podría enmendarse en lo que se refiere al patrimonialismo desenfrenado con que viene manejando la cosa pública.
Desde luego esto incluye la corrupción, y por lo tanto es un campo minado. Señalizar una nueva actitud en una materia que ha sido tan consustancial con el kirchnerismo exigiría tomar elevados riesgos, pero si esto se conjugara con una eventual caída de la inflación consecuencia de ajustes económicos, el resultado sería prometedor .
Por fin, debemos prestar atención a lo que incorrectamente suele llamarse el “estilo” de gobierno.
La orientación antirrepublicana y antiliberal del kirchnerismo ha llegado suficientemente lejos como para que podamos considerarla un régimen más que un estilo, un régimen en el que el poder es autorreferencial, se ejerce para sí mismo y sobre sí mismo.
En principio, modificar este comportamiento no sería tan difícil — en relación a la Corte Suprema o al Congreso.
En síntesis, aunque los riesgos son altos, una adaptación más que cosmética constituiría un valioso aporte para la democracia argentina. No por inesperado sería menos bienvenido.

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