No habrá relato M. Muchos querrían que lo hubiera, ya sea para pelearse con el relato K o para tener la tranquilidad de pertenecer a una corriente doctrinaria que sirva para explicar toda la vida de acuerdo con un manual. Pero no lo habrá, ni por el concepto relato ni por el concepto M.
Un relato es una simplificación, una explicación, un cuento, y cuando se aplica la categoría relato a la política de un país, lo que resulta es que una parte, un partido, se quiere apropiar de la explicación del todo. Una minoría, con el truco de decir que tiene un «relato nacional», se apropiaría así de la interpretación del conjunto, incluyendo la de la mayoría ajena. Esa vocación de totalidad que tienen los totalitarios (aquellos que van del sóviet al fascismo, pasando por el fin de las ideologías de los años 90) ni es democrática (en la democracia juegan mayorías y minorías en respeto mutuo) ni es realista.
Tampoco habrá relato M por el concepto M. No tenemos que inventar la interpretación macrista del universo, del amor, de la vida y del poder. Lo que sí debemos construir entre todos, M y no M, son los objetivos nacionales de la Argentina y los valores de la convivencia en paz en la Argentina. Ése será el relato de la nueva administración: objetivos nacionales y valores compartidos.
En materia política hemos transitado por los vaivenes de cierto peronismo capaz de usar el poder sin límite alguno y de cierto radicalismo cuyos límites eliminaban la posibilidad misma del poder, que es la relación de mando y obediencia. Ahora tenemos por delante un desafío apasionante: reconstruir un sistema político que funcione, pero que lo haga dentro de ciertos valores y con determinados objetivos nacionales. No se puede no ejercer el poder, esto es, afrontar los problemas de la sociedad con todo el peso del Estado; pero tampoco es tolerable que el poder lleve a cualquier cosa, como por ejemplo a que las fuerzas de seguridad y la política local las manejen los narcos. Los extremistas marginales querrán seguir con su juego del relato de los buenos y los malos, pero la gente seria de la política, de la cultura, del sindicalismo o del empresariado, tiene que construir otro camino, que es distinto del que veníamos recorriendo. No hay seguridades. Se requieren inteligencia para comprender la realidad, visión para diseñar el futuro y coraje para dar batallas diferentes de las del pasado.
El relato rico de la historia argentina, de toda la historia argentina, con lo que nos gusta y lo que no, es el relato formado por tres palabras: independencia, progreso e inclusión. La independencia nos dio patria, y nos la dio de un modo peculiar, hermanada con nuestros vecinos sudamericanos. La Argentina se entiende como parte de América, aunque esté abierta al resto del mundo. El progreso fue hijo de dos cosas: del Estado de Derecho, garantizado por jueces de la ley, y de las oportunidades que abrían nuestra tierra y nuestro pueblo, que llevaron a un maravilloso ejercicio de los valores del esfuerzo y de la superación personal. Eso nos lleva a la inclusión social que impulsaron el radicalismo y el peronismo, y que forjó un país de clases medias que integramos todos aquellos que queremos que nuestros hijos sean mejores que nosotros. Una cultura del encuentro debería asentarse en esos objetivos de tener una igualdad de oportunidades que garantice la dignidad y de asegurar la libertad que fomente la creatividad, en un marco de respeto por lo diverso. Respeto es lo que permite sumar.
La Constitución nacional es el tratado de paz de los argentinos, y no se opone ni impide, sino que promueve esos objetivos y valores. Empecemos por someternos a ella, porque el modelo de la degradación incontrolada de la inseguridad, el narco, la corrupción, el hambre y la mitad de los chicos que no terminan el secundario requiere ser reemplazado por un consenso de recuperación de reglas que permitan convivir en paz. Pero eso exige firmeza para erradicar una cultura del abuso, de la mentira, del apriete y de la mafia. Aunque sea duro, los mafiosos no pueden formar parte de los acuerdos del centro del sistema político y deben ser devueltos a sus márgenes para ser controlados y derrotados una y otra vez.
Presidente provisional del Senado de la Nación
Un relato es una simplificación, una explicación, un cuento, y cuando se aplica la categoría relato a la política de un país, lo que resulta es que una parte, un partido, se quiere apropiar de la explicación del todo. Una minoría, con el truco de decir que tiene un «relato nacional», se apropiaría así de la interpretación del conjunto, incluyendo la de la mayoría ajena. Esa vocación de totalidad que tienen los totalitarios (aquellos que van del sóviet al fascismo, pasando por el fin de las ideologías de los años 90) ni es democrática (en la democracia juegan mayorías y minorías en respeto mutuo) ni es realista.
Tampoco habrá relato M por el concepto M. No tenemos que inventar la interpretación macrista del universo, del amor, de la vida y del poder. Lo que sí debemos construir entre todos, M y no M, son los objetivos nacionales de la Argentina y los valores de la convivencia en paz en la Argentina. Ése será el relato de la nueva administración: objetivos nacionales y valores compartidos.
En materia política hemos transitado por los vaivenes de cierto peronismo capaz de usar el poder sin límite alguno y de cierto radicalismo cuyos límites eliminaban la posibilidad misma del poder, que es la relación de mando y obediencia. Ahora tenemos por delante un desafío apasionante: reconstruir un sistema político que funcione, pero que lo haga dentro de ciertos valores y con determinados objetivos nacionales. No se puede no ejercer el poder, esto es, afrontar los problemas de la sociedad con todo el peso del Estado; pero tampoco es tolerable que el poder lleve a cualquier cosa, como por ejemplo a que las fuerzas de seguridad y la política local las manejen los narcos. Los extremistas marginales querrán seguir con su juego del relato de los buenos y los malos, pero la gente seria de la política, de la cultura, del sindicalismo o del empresariado, tiene que construir otro camino, que es distinto del que veníamos recorriendo. No hay seguridades. Se requieren inteligencia para comprender la realidad, visión para diseñar el futuro y coraje para dar batallas diferentes de las del pasado.
El relato rico de la historia argentina, de toda la historia argentina, con lo que nos gusta y lo que no, es el relato formado por tres palabras: independencia, progreso e inclusión. La independencia nos dio patria, y nos la dio de un modo peculiar, hermanada con nuestros vecinos sudamericanos. La Argentina se entiende como parte de América, aunque esté abierta al resto del mundo. El progreso fue hijo de dos cosas: del Estado de Derecho, garantizado por jueces de la ley, y de las oportunidades que abrían nuestra tierra y nuestro pueblo, que llevaron a un maravilloso ejercicio de los valores del esfuerzo y de la superación personal. Eso nos lleva a la inclusión social que impulsaron el radicalismo y el peronismo, y que forjó un país de clases medias que integramos todos aquellos que queremos que nuestros hijos sean mejores que nosotros. Una cultura del encuentro debería asentarse en esos objetivos de tener una igualdad de oportunidades que garantice la dignidad y de asegurar la libertad que fomente la creatividad, en un marco de respeto por lo diverso. Respeto es lo que permite sumar.
La Constitución nacional es el tratado de paz de los argentinos, y no se opone ni impide, sino que promueve esos objetivos y valores. Empecemos por someternos a ella, porque el modelo de la degradación incontrolada de la inseguridad, el narco, la corrupción, el hambre y la mitad de los chicos que no terminan el secundario requiere ser reemplazado por un consenso de recuperación de reglas que permitan convivir en paz. Pero eso exige firmeza para erradicar una cultura del abuso, de la mentira, del apriete y de la mafia. Aunque sea duro, los mafiosos no pueden formar parte de los acuerdos del centro del sistema político y deben ser devueltos a sus márgenes para ser controlados y derrotados una y otra vez.
Presidente provisional del Senado de la Nación