Parece historia antigua. El 25 de junio, hubo suspenso en Olivos. Cuatro horas antes de que venciera el plazo para la inscripción de fórmulas, Cristina Kirchner destapó a Amado Boudou como candidato a vicepresidente. El elegido no salió de una deliberación cuyos contenidos fueran conocidos por nadie. Lo tenía in péctore y reunió a la plana mayor para decirle lo que había decidido en soledad. A nadie se le ocurrió que las cosas podían suceder de otro modo, ya que la Presidenta ha hecho del secreto un estilo para tomar decisiones. Maneja el tiempo, la oportunidad, la puesta en escena, las invitaciones, la difusión televisiva y por redes sociales, los pequeños signos de favoritismo, las menciones, los reconocimientos.
Desde la muerte de Néstor Kirchner, el peronismo convergió en la figura de la Presidenta. La mesa chica fue más chica que antes y quienes, con razón o sin ella, presentan reclamos u objeciones, como Moyano, quedan mal colocados en la perspectiva que organiza las jerarquías de la platea de los actos presidenciales. Un ceremonial de alta precisión decide, en cada caso, quién puede estar dentro de la esfera de límites invisibles pero precisos cuyo centro lo ocupa la Presidenta-Sol. A ese espacio se lo denomina «la cápsula». Esto sucede con todos los presidentes, sin duda, ya que su entorno físico más inmediato no puede quedar librado al azar (la seguridad del mandatario está en juego). Lo que distingue a «la cápsula» argentina es que muestra la temperatura de las relaciones entre la Presidenta y el resto: es un teatro expresivo del día a día de la política.
Cristina Kirchner actuó como si su poder dependiera de dos factores: por un lado, la destilación que purifica casi todo elemento exterior; por el otro, su relación «directa» con la «gente» en actos organizados hasta la minucia. Ambos factores conservaron su importancia durante toda la campaña que la condujo al triunfo. Si se la juzga por los resultados, la Presidenta no se equivocó en nada. Por lo tanto, tiene todas las razones para conservar el estilo.
En ausencia de un partido organizado (el Frente para la Victoria tiene accesos espasmódicos de reunión de sus autoridades), Cristina Kirchner ocupa también ese lugar. Se acepta el liderazgo absoluto porque, hasta ahora, ha conducido a grandes triunfos electorales. Es difícil sugerir a un vencedor que cambie los modales con que llegó al lugar donde está parado, ya que su autoridad no se sostiene únicamente en logros de gobierno o en programas, sino en la eficacia de los resultados. Sobre los programas se puede discutir, los números que reflejan los logros pueden examinarse y resultar, a veces, exagerados. Pero los números electorales, no admiten vueltas. La victoria da derechos.
Como sea, es posible preguntarse si el secretismo presidencial es indispensable o, más sencillamente, un rasgo que caracteriza a Cristina Kirchner. Formulado de otro modo: ¿podría la Presidenta gobernar sin tener siempre en vilo a todo su gabinete? ¿Podría gobernar en una cotidianidad política más transparente? ¿Podría gobernar sin ejercer un control de hierro sobre las declaraciones de sus funcionarios? Si la respuesta a estas preguntas es afirmativa, si se pensara que Cristina Kirchner no necesita de tanto poder acumulado en su persona, habría que concluir que el secreto del poder es un rasgo del poder mismo. Como si se concluyera que el poder sólo se ejerce de manera concentrada y sólo si sus decisiones son fulminantes y el proceso que llevó a tomarlas se caracterizó por el secreto.
El periodismo tiene como tarea profesional transgredir los límites del secreto. Como actividad sostenida en el lenguaje y las imágenes, puede hacerlo traicionando sus propios fines, mintiendo y mintiéndose. Pero su razón de existencia, el motivo que lleva a un lector a un diario o a un portal de noticias es enterarse de lo que no sabe porque no está dentro de su territorio físico o mental, pero que intuye que lo concierne. La antipatía que el poder siente por el periodismo es una reacción perfectamente fundada. Sin algo de secreto, no hay poder. Sin develamiento de una porción de eso oculto, tampoco hay periodismo sino comunicación de lo que otros deciden que es comunicable.
Lo dicho no implica una glorificación del periodismo cualquiera que sea su estilo, ya que puede haber periodismo que produzca el develamiento de un secreto sólo a cambio de colaborar en el ocultamiento de otros; o periodismo que revele secretos que no son de interés público, cruzando la frontera movediza con la esfera de la vida privada. Inscripto en la lucha de significaciones que es toda la cultura, el periodismo vela y devela. Sin embargo, si omite toda revelación de lo oculto, si omite por completo señalar su existencia, se convierte en Boletín de los Administradores del Secreto. Una concepción que se atenga a lo absoluto del poder es hostil al periodismo, no porque sea objeto de críticas sino porque el secreto queda bajo la amenaza de ser descubierto. Las críticas pueden resultar molestias secundarias, frente a la amenaza principal de que el periodismo esté en condiciones de atravesar una barrera detrás de la cual palpita el núcleo del poder.
Esto no significa, por supuesto, afirmar al poder presidencial como absoluto (tiene dificultades para serlo realmente, más allá de los deseos de quien lo ejerce). Quiere decir, más bien, que la fusión de jefa de Estado, jefa de gobierno y jefa de todos los kirchneristas se apoya, seguramente, sobre muchas cualidades pero también sobre el ejercicio del poder como suspenso: no te diré cuál será tu destino hasta la medianoche del día indicado; no sabrás dónde irás a parar si caes en desgracia, y tampoco evitarás terminar allí donde no quieres terminar ni podrás llegar al lugar que deseas y crees merecer. Para que haya suspenso, algo debe quedar oculto. Para que haya poder concentrado y personal alguien tiene que preservar para sí el monopolio de un secreto (ésta no es una novedad, ya que hace un siglo lo afirmó Georg Simmel, uno de los grandes pensadores sociales).
Por supuesto, el esquivo ideal de transparencia democrática se opone a esta concepción centralista y circular del poder. Es un horizonte sobre el cual se recortan las formas reales de ejercicio. La cuestión no es si ese ideal se realiza por completo fundando un mundo donde los ángeles vengadores de WikiLeaks estén de más. La cuestión es, más bien, si quienes ejercen el poder lo tienen como horizonte deseable aunque huidizo. Si la forma de distribuir y concentrar poder se opone o es relativamente compatible con el ideal.
Por el momento, la Presidenta cree más en la eficacia del secreto que en el ideal de la transparencia. Cada político hace su mezcla. Cristina Kirchner confía en que el secreto se compensa con una escena de «comunicación directa»: ella, en las pantallas de los televisores, hablando frente a reuniones de vecinos, de obreros, de escolares, de industriales, que están allí como representación en miniatura de la variada multiplicidad del pueblo, una suma de audiencias reales y audiencias mediáticas. El secreto no se disuelve sino que, por el contrario, se profundiza, porque nadie, sino la Presidenta, puede ocupar esos lugares del ceremonial de Estado y gobierno.
Pero hay algo que a veces resulta ingobernable. La lógica del secreto tiene su doble en la lógica del rumor. Si la Presidenta suscribe la primera, no podría molestarse frente a la segunda, porque vienen juntas. Suspenso y secreto desencadenan el trascendido. Esto sería, de todos modos, un problema menor. La lógica del secreto busca algo más: que las decisiones políticas se presenten como invariables hechos consumados. El secreto sustrae a las decisiones tanto de la esfera del debate como de una anticipada rendición de cuentas. Podrá decirse que así se ejerce el poder cuando se tiene la mayoría. Más bien, lo pondría a la inversa: las mayorías pueden ser usadas de muchos modos. El destilado de concentración vertical y secreto no es inevitable.
© La Nacion.
Desde la muerte de Néstor Kirchner, el peronismo convergió en la figura de la Presidenta. La mesa chica fue más chica que antes y quienes, con razón o sin ella, presentan reclamos u objeciones, como Moyano, quedan mal colocados en la perspectiva que organiza las jerarquías de la platea de los actos presidenciales. Un ceremonial de alta precisión decide, en cada caso, quién puede estar dentro de la esfera de límites invisibles pero precisos cuyo centro lo ocupa la Presidenta-Sol. A ese espacio se lo denomina «la cápsula». Esto sucede con todos los presidentes, sin duda, ya que su entorno físico más inmediato no puede quedar librado al azar (la seguridad del mandatario está en juego). Lo que distingue a «la cápsula» argentina es que muestra la temperatura de las relaciones entre la Presidenta y el resto: es un teatro expresivo del día a día de la política.
Cristina Kirchner actuó como si su poder dependiera de dos factores: por un lado, la destilación que purifica casi todo elemento exterior; por el otro, su relación «directa» con la «gente» en actos organizados hasta la minucia. Ambos factores conservaron su importancia durante toda la campaña que la condujo al triunfo. Si se la juzga por los resultados, la Presidenta no se equivocó en nada. Por lo tanto, tiene todas las razones para conservar el estilo.
En ausencia de un partido organizado (el Frente para la Victoria tiene accesos espasmódicos de reunión de sus autoridades), Cristina Kirchner ocupa también ese lugar. Se acepta el liderazgo absoluto porque, hasta ahora, ha conducido a grandes triunfos electorales. Es difícil sugerir a un vencedor que cambie los modales con que llegó al lugar donde está parado, ya que su autoridad no se sostiene únicamente en logros de gobierno o en programas, sino en la eficacia de los resultados. Sobre los programas se puede discutir, los números que reflejan los logros pueden examinarse y resultar, a veces, exagerados. Pero los números electorales, no admiten vueltas. La victoria da derechos.
Como sea, es posible preguntarse si el secretismo presidencial es indispensable o, más sencillamente, un rasgo que caracteriza a Cristina Kirchner. Formulado de otro modo: ¿podría la Presidenta gobernar sin tener siempre en vilo a todo su gabinete? ¿Podría gobernar en una cotidianidad política más transparente? ¿Podría gobernar sin ejercer un control de hierro sobre las declaraciones de sus funcionarios? Si la respuesta a estas preguntas es afirmativa, si se pensara que Cristina Kirchner no necesita de tanto poder acumulado en su persona, habría que concluir que el secreto del poder es un rasgo del poder mismo. Como si se concluyera que el poder sólo se ejerce de manera concentrada y sólo si sus decisiones son fulminantes y el proceso que llevó a tomarlas se caracterizó por el secreto.
El periodismo tiene como tarea profesional transgredir los límites del secreto. Como actividad sostenida en el lenguaje y las imágenes, puede hacerlo traicionando sus propios fines, mintiendo y mintiéndose. Pero su razón de existencia, el motivo que lleva a un lector a un diario o a un portal de noticias es enterarse de lo que no sabe porque no está dentro de su territorio físico o mental, pero que intuye que lo concierne. La antipatía que el poder siente por el periodismo es una reacción perfectamente fundada. Sin algo de secreto, no hay poder. Sin develamiento de una porción de eso oculto, tampoco hay periodismo sino comunicación de lo que otros deciden que es comunicable.
Lo dicho no implica una glorificación del periodismo cualquiera que sea su estilo, ya que puede haber periodismo que produzca el develamiento de un secreto sólo a cambio de colaborar en el ocultamiento de otros; o periodismo que revele secretos que no son de interés público, cruzando la frontera movediza con la esfera de la vida privada. Inscripto en la lucha de significaciones que es toda la cultura, el periodismo vela y devela. Sin embargo, si omite toda revelación de lo oculto, si omite por completo señalar su existencia, se convierte en Boletín de los Administradores del Secreto. Una concepción que se atenga a lo absoluto del poder es hostil al periodismo, no porque sea objeto de críticas sino porque el secreto queda bajo la amenaza de ser descubierto. Las críticas pueden resultar molestias secundarias, frente a la amenaza principal de que el periodismo esté en condiciones de atravesar una barrera detrás de la cual palpita el núcleo del poder.
Esto no significa, por supuesto, afirmar al poder presidencial como absoluto (tiene dificultades para serlo realmente, más allá de los deseos de quien lo ejerce). Quiere decir, más bien, que la fusión de jefa de Estado, jefa de gobierno y jefa de todos los kirchneristas se apoya, seguramente, sobre muchas cualidades pero también sobre el ejercicio del poder como suspenso: no te diré cuál será tu destino hasta la medianoche del día indicado; no sabrás dónde irás a parar si caes en desgracia, y tampoco evitarás terminar allí donde no quieres terminar ni podrás llegar al lugar que deseas y crees merecer. Para que haya suspenso, algo debe quedar oculto. Para que haya poder concentrado y personal alguien tiene que preservar para sí el monopolio de un secreto (ésta no es una novedad, ya que hace un siglo lo afirmó Georg Simmel, uno de los grandes pensadores sociales).
Por supuesto, el esquivo ideal de transparencia democrática se opone a esta concepción centralista y circular del poder. Es un horizonte sobre el cual se recortan las formas reales de ejercicio. La cuestión no es si ese ideal se realiza por completo fundando un mundo donde los ángeles vengadores de WikiLeaks estén de más. La cuestión es, más bien, si quienes ejercen el poder lo tienen como horizonte deseable aunque huidizo. Si la forma de distribuir y concentrar poder se opone o es relativamente compatible con el ideal.
Por el momento, la Presidenta cree más en la eficacia del secreto que en el ideal de la transparencia. Cada político hace su mezcla. Cristina Kirchner confía en que el secreto se compensa con una escena de «comunicación directa»: ella, en las pantallas de los televisores, hablando frente a reuniones de vecinos, de obreros, de escolares, de industriales, que están allí como representación en miniatura de la variada multiplicidad del pueblo, una suma de audiencias reales y audiencias mediáticas. El secreto no se disuelve sino que, por el contrario, se profundiza, porque nadie, sino la Presidenta, puede ocupar esos lugares del ceremonial de Estado y gobierno.
Pero hay algo que a veces resulta ingobernable. La lógica del secreto tiene su doble en la lógica del rumor. Si la Presidenta suscribe la primera, no podría molestarse frente a la segunda, porque vienen juntas. Suspenso y secreto desencadenan el trascendido. Esto sería, de todos modos, un problema menor. La lógica del secreto busca algo más: que las decisiones políticas se presenten como invariables hechos consumados. El secreto sustrae a las decisiones tanto de la esfera del debate como de una anticipada rendición de cuentas. Podrá decirse que así se ejerce el poder cuando se tiene la mayoría. Más bien, lo pondría a la inversa: las mayorías pueden ser usadas de muchos modos. El destilado de concentración vertical y secreto no es inevitable.
© La Nacion.
otra vez salio en su corcel de caballera del liberalismo doña B.Esta bueno,porque siembra dudas y promueve respuestas.En este caso,sobre el papel del periodismo como espionaje salvador frente a un poder»cerrado»que asusta…(buscando su rechazo).No se le ocurre ni por un instante que la gente pueda pensar,solo es manipulada.Tampoco que la presi pueda demorar resoluciones porque lo necesita.Y menos que el poder no lo tiene «el sol»sino el universo.
Me da sueño.
Que suerte que todavía queda gente en Argentina que se le da por pensar y escribir cosas originales. Ni esa necia oposición ni ese recalcitrante oficialismo. Las reacciones que causa Sarlo en entre los comentaristas (Isabel infaltable!) confirma que no es una voz más, sino una que hace pensar, alguien a quien le dedican posts y que despierta una furia que ningún otro comunicador despierta. Menos mal que existe Sarlo!
si necesitás a Sarlo para pensar es muy poco lo que pensás.
Bien dicho. Una vez más brillante lo suyo.
Ah! Y gracias por confirmar mis palabras. Un abrazo.
El partidario acrítico tampoco hace uso del pensamiento de manera corriente. Tengalo en cuenta Sr. Juan.
ayer leí en paparazzi que jorge rial dejará los chimentos y se va a dedicar al periodismo político.
sarlo hace rato que hizo lo contrario.
parece «la cápsula» cayó del cielo justito arriba de la cabeza de beatriz. y así está pobre.
El artículo de Beatriz Sarlo no desentona con lo que desde el inicio de su gestión se le ha criticado a este gobierno: la negativa al acceso a la información pública, uno de los tantos derechos humanos ninguneado por los defensores a ultranza de tales derechos.
«El Estado tiene el deber de asegurar la transparencia de su gestión. No sólo debe responder ante pedidos de información por parte de los ciudadanos, sino también difundir activamente los datos relevantes. Así lo establece la CIDH, que explicitó en su informe 2009 la obligación de máxima divulgación: “el acceso a la información es la regla, y el secreto la excepción.”
A pesar de las promesas y compromisos del gobierno, salvo un limitado decreto que dictó Néstor Kirchner al inicio de su gestión, no se ha podido progresar en esta materia.
Luego de varios años sin que se tratara el tema, en 2010 el Senado volvió a discutirlo. En septiembre le dio media sanción al proyecto con 38 votos a favor y 26 en contra. Girado a Diputados, no fue aprobado antes del cierre del período de sesiones ordinarias.En su informe de 2011 sobre Derechos Humanos en Argentina, el CELS señaló las dificultades a futuro para la aprobación de la ley: “Durante el proceso de elaboración y sanción del proyecto en el Senado, y también a partir de los primeros signos de estancamiento registrados en Diputados, los bloques oficialistas de ambas cámaras tuvieron una posición ambigua que puede obstaculizar a corto plazo el avance de la ley. En el caso de la Cámara alta, el proyecto fue aprobado por unanimidad en la votación en general, pero a la hora de los votos particulares los senadores del FPV se pronunciaron en contra de varios artículos.
En la Cámara de Diputados, el proyecto obtuvo dictamen favorable en las Comisiones de Asuntos Constitucionales y Justicia. Sin embargo, el proyecto de ley se encuentra frenado en la Comisión de Presupuesto, y si bien este año se intentó tratarlo, el debate no prosperó.
¿¡cómo va a desentonar si es la canosa de la literatura orangutana?!!
Que serían de ustedes si no existiesen los gorilas. !Cuidado¡, protejan mejor el medio ambiente, que se van a quedar sin ese especie tan funcional para el debate.-
qué sería? estaríamos tan tranquilos…
igual no te preocupes. se reproducen en el cautiverio del diario de los mitre.
Una cita:
«Sarlo es un ejemplo coherente de alguien que nunca entendió este país. Ni antes ni ahora. Creo que está muy sobrevalorada como pensadora, no así en su trabajo académico, que respeto, porque fue la persona que hizo conocer la crítica sociológica en la que se basaron los estudios culturales. Cuando interpreta yo no estoy de acuerdo, pero cuando organiza conocimientos, los sistematiza y les encuentra un cierto linaje histórico, lo hace muy bien. Sarlo es una intelectual que merece respeto, pero creo que es hora de discutirle «(Entrevista a Elsa Drucaroff en Página 12, 16-11-2011)
–
Un agregado:
«Claro, ¿qué dice ahora? Que lo de la Presidenta es una mise en scène para los tontos, una mise en scène populista. Los tontos pobres la votan por los planes sociales y los tontos ricos por la tarjeta de crédito con la que compran en cuotas. ¿Qué es esta historia? Una intelectual que dice que la mayor parte de la gente es estúpida no puede pensar muy bien.»
Juan:
A veces, no es que la gente crea, sino que quiere creer, que es distinto. Para entenderlo, hay que recordar la crisis del 2001, una de las más graves -sino la mayor- de nuestra historia, que lleva a muchos a «creer» y apoyar un relato que sabe que es endeble, y cuyo rechazo puede significar un retorno a ese pasado; ese pasado que relata, en caliente, Beatriz Sarlo en el número 70 de «Punto de Vista»: Ya nada será igual.- La reciente corrida hacia el dólar, es una demostración de la vigencia de esos temores.
Saludos.-
la vigencia de esos operadores.
¿El gran amigo Jorge Brito entre ellos?. ¿Qué pasa. No le quiere reconocer las acciones del Néstor en el banquito? Cría cuervos…