Desde su fundación, Buenos Aires ha crecido bajo el imperio de motivaciones y fuerzas de naturaleza diversa y cambiante. La carencia de planes urbanísticos fundados y pensados para el futuro, a lo que se suma un pertinaz hábito de trasgredir las normas, dio por resultado un paisaje urbano que nos subyuga por su riqueza, pero que también nos enferma por su desorden. Ese desorden está provocado por la falta de respeto hacia el otro, hacia las leyes que nos hemos dado como sociedad y hacia el legado de otras generaciones que han sabido construir arquitecturas y paisajes que nos identifican y que son nuestro patrimonio cultural.
El paseo de la Recoleta es un conjunto de veinte jardines públicos que tienen una rica y antigua historia y que constituyen un complejo paisaje cultural, de acuerdo con la denominación adoptada por la Unesco, ya que es «paisaje claramente diseñado y creado intencionalmente por el hombre». Este es el caso de la plaza Intendente Torcuato de Alvear, que se confunde con la plaza Francia, ubicada al otro lado de la avenida Pueyrredón. Los jardines históricos se mantienen e intervienen de acuerdo con la Carta de Florencia y otros documentos, tratados y convenciones que establecen los modos de acción. La Argentina, como integrante pleno de la Unesco y signataria de todos sus acuerdos, debe respetarlos y llevarlos a la práctica.
El daño cometido a la plaza Intendente Torcuato de Alvear por el inicio de la construcción de la Estación Plaza Francia de la línea H del subte nos obliga a un discurso claro y contundente: no se trata del abatimiento de ocho o diez árboles, sino del maltrato hacia un paisaje cultural y a la comunidad que lo sustenta en su imaginario. Los jardines de la Recoleta poseen rasgos propios y singulares que todos debemos valorar y cuidar como patrimonio.
Morfológicamente, comprende la línea de barranca, elemento fundante de la ciudad, cuya visualización se halla hoy restringida a muy pocos sitios urbanos.
La vegetación fue plantada en diversas etapas, desde 1820. Se trata de un arbolado histórico que fue formando nuestra identidad paisajística y que brindaba sombra, oxígeno, color y belleza.
En el diseño intervinieron los paisajistas Alejandro Sack (inglés), Eugène Courtois (francés) y Carlos Thays (francés acriollado), quien tuvo a cargo la plaza Intendente Torcuato de Alvear, inaugurada en 1897.
Confluyen también edificios de alto valor arquitectónico, social y cultural como la Iglesia del Pilar, el Cementerio de la Recoleta, el Centro Cultural Recoleta, el ex Palais de Glace, la Facultad de Derecho y el Museo de Bellas Artes.
Agreguemos la significación que la comunidad ha construido a través de muchas generaciones que lo han vivido, gozado y calificado de uno de los enclaves preferenciales para actividades culturales, lúdicas y educativas. El mundo ve en la Recoleta a una de las postales más características de Buenos Aires.
El Código de Planeamiento Urbano establece que este sitio es «Area de Protección Histórica N° 14 Ambito Recoleta» y especifica que «? se conservarán las especies arbóreas existentes? se prohíbe la tala o trasplante de las especies vegetales… Los jardines deben ser mantenidos y protegidos de su destrucción». Toda intervención en esa área debe contar con un permiso expedido por la Dirección General de Interpretación Urbanística. Este permiso no ha sido ni pedido ni otorgado para estas obras.
Tampoco ha intervenido la Dirección de Patrimonio para efectuar una evaluación del impacto, ni se ha cumplido con la ley de paleontología y arqueología. El estudio del impacto ambiental presentado carece de un capítulo de impacto paisajístico. ¿Cómo es posible? Eso equivale a decir que en el sitio no hay un paisaje que valga la pena considerar. ¿Cómo puede explicarse que se lo haya tratado casi como un terreno baldío sin historia?
El concepto de paisaje parece haber estado ausente en las decisiones tomadas. En tanto espacio aledaño a la iglesia y al cementerio, la plaza Intendente Alvear tiene una historia y vocación de lugar sereno y tranquilo. Respetar este genio del lugar es tan importante como lo son sus árboles o su trazado.
La plaza tiene una «capacidad de carga» o densidad tolerable de uso, y cuando se la excede, se deterioran sus elementos físicos (vegetación, césped, senderos, equipamiento). La no controlada ocupación por los feriantes a todas luces sobrepasa ese límite y provoca un deterioro que el mantenimiento ya no puede revertir. Si se le agregan los flujos peatonales producidos por los museos, el shopping Design y la facultad, es evidente que se deja poca probabilidad del disfrute de sus valores paisajísticos.
Una estación de subte con el consiguiente aporte de pasajeros cambiaría el uso y la percepción de la plaza y su zona aledaña. Huelga decir que no podría soportar el flujo concentrado de entrada y salida de la estación. Toda la zona se convertiría en un nodo de transportes que prontamente reemplazaría el verde por cemento.
La estación debería ubicarse lo suficientemente cerca de los principales sitios de afluencia de público para facilitar el transporte de las personas, pero lo suficientemente lejos de los parques históricos para no agredir al patrimonio verde, que es el más frágil. Así, está contemplado en las prácticas internacionales como buffer zone o zona de amortiguación. El parque Thays en la actualidad carece de vitalidad y protagonismo en la vida cotidiana de la ciudad. Su cercanía con las paradas de colectivos frente al Centro Municipal de Exposiciones lo convierte en una alternativa -luego de exhaustivos estudios previos- más adecuada. Sería bueno que la estación se llamara Recoleta, para mantener una toponimia histórica.
El desconocimiento de los valores expuestos y de las obligaciones legales por parte de Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado, así como por la falta de estudios técnicos multidisciplinarios nos ha llevado a la actual situación de tensión entre el gobierno de la ciudad y los habitantes que defendemos nuestro patrimonio cultural.
Los responsables tienen la oportunidad de revertir un grave error, atenerse a las leyes vigentes, escuchar a los vecinos y profesionales que nos vimos obligados a acudir a la Justicia, y sentar un precedente de buena acción, ejemplificando para el futuro que si se agrede el patrimonio, se hiere a la sociedad, que es su dueña.
© La Nacion
Sonia Berjman es historiadora; Carlos Thays (4), paisajista. .
El paseo de la Recoleta es un conjunto de veinte jardines públicos que tienen una rica y antigua historia y que constituyen un complejo paisaje cultural, de acuerdo con la denominación adoptada por la Unesco, ya que es «paisaje claramente diseñado y creado intencionalmente por el hombre». Este es el caso de la plaza Intendente Torcuato de Alvear, que se confunde con la plaza Francia, ubicada al otro lado de la avenida Pueyrredón. Los jardines históricos se mantienen e intervienen de acuerdo con la Carta de Florencia y otros documentos, tratados y convenciones que establecen los modos de acción. La Argentina, como integrante pleno de la Unesco y signataria de todos sus acuerdos, debe respetarlos y llevarlos a la práctica.
El daño cometido a la plaza Intendente Torcuato de Alvear por el inicio de la construcción de la Estación Plaza Francia de la línea H del subte nos obliga a un discurso claro y contundente: no se trata del abatimiento de ocho o diez árboles, sino del maltrato hacia un paisaje cultural y a la comunidad que lo sustenta en su imaginario. Los jardines de la Recoleta poseen rasgos propios y singulares que todos debemos valorar y cuidar como patrimonio.
Morfológicamente, comprende la línea de barranca, elemento fundante de la ciudad, cuya visualización se halla hoy restringida a muy pocos sitios urbanos.
La vegetación fue plantada en diversas etapas, desde 1820. Se trata de un arbolado histórico que fue formando nuestra identidad paisajística y que brindaba sombra, oxígeno, color y belleza.
En el diseño intervinieron los paisajistas Alejandro Sack (inglés), Eugène Courtois (francés) y Carlos Thays (francés acriollado), quien tuvo a cargo la plaza Intendente Torcuato de Alvear, inaugurada en 1897.
Confluyen también edificios de alto valor arquitectónico, social y cultural como la Iglesia del Pilar, el Cementerio de la Recoleta, el Centro Cultural Recoleta, el ex Palais de Glace, la Facultad de Derecho y el Museo de Bellas Artes.
Agreguemos la significación que la comunidad ha construido a través de muchas generaciones que lo han vivido, gozado y calificado de uno de los enclaves preferenciales para actividades culturales, lúdicas y educativas. El mundo ve en la Recoleta a una de las postales más características de Buenos Aires.
El Código de Planeamiento Urbano establece que este sitio es «Area de Protección Histórica N° 14 Ambito Recoleta» y especifica que «? se conservarán las especies arbóreas existentes? se prohíbe la tala o trasplante de las especies vegetales… Los jardines deben ser mantenidos y protegidos de su destrucción». Toda intervención en esa área debe contar con un permiso expedido por la Dirección General de Interpretación Urbanística. Este permiso no ha sido ni pedido ni otorgado para estas obras.
Tampoco ha intervenido la Dirección de Patrimonio para efectuar una evaluación del impacto, ni se ha cumplido con la ley de paleontología y arqueología. El estudio del impacto ambiental presentado carece de un capítulo de impacto paisajístico. ¿Cómo es posible? Eso equivale a decir que en el sitio no hay un paisaje que valga la pena considerar. ¿Cómo puede explicarse que se lo haya tratado casi como un terreno baldío sin historia?
El concepto de paisaje parece haber estado ausente en las decisiones tomadas. En tanto espacio aledaño a la iglesia y al cementerio, la plaza Intendente Alvear tiene una historia y vocación de lugar sereno y tranquilo. Respetar este genio del lugar es tan importante como lo son sus árboles o su trazado.
La plaza tiene una «capacidad de carga» o densidad tolerable de uso, y cuando se la excede, se deterioran sus elementos físicos (vegetación, césped, senderos, equipamiento). La no controlada ocupación por los feriantes a todas luces sobrepasa ese límite y provoca un deterioro que el mantenimiento ya no puede revertir. Si se le agregan los flujos peatonales producidos por los museos, el shopping Design y la facultad, es evidente que se deja poca probabilidad del disfrute de sus valores paisajísticos.
Una estación de subte con el consiguiente aporte de pasajeros cambiaría el uso y la percepción de la plaza y su zona aledaña. Huelga decir que no podría soportar el flujo concentrado de entrada y salida de la estación. Toda la zona se convertiría en un nodo de transportes que prontamente reemplazaría el verde por cemento.
La estación debería ubicarse lo suficientemente cerca de los principales sitios de afluencia de público para facilitar el transporte de las personas, pero lo suficientemente lejos de los parques históricos para no agredir al patrimonio verde, que es el más frágil. Así, está contemplado en las prácticas internacionales como buffer zone o zona de amortiguación. El parque Thays en la actualidad carece de vitalidad y protagonismo en la vida cotidiana de la ciudad. Su cercanía con las paradas de colectivos frente al Centro Municipal de Exposiciones lo convierte en una alternativa -luego de exhaustivos estudios previos- más adecuada. Sería bueno que la estación se llamara Recoleta, para mantener una toponimia histórica.
El desconocimiento de los valores expuestos y de las obligaciones legales por parte de Subterráneos de Buenos Aires Sociedad del Estado, así como por la falta de estudios técnicos multidisciplinarios nos ha llevado a la actual situación de tensión entre el gobierno de la ciudad y los habitantes que defendemos nuestro patrimonio cultural.
Los responsables tienen la oportunidad de revertir un grave error, atenerse a las leyes vigentes, escuchar a los vecinos y profesionales que nos vimos obligados a acudir a la Justicia, y sentar un precedente de buena acción, ejemplificando para el futuro que si se agrede el patrimonio, se hiere a la sociedad, que es su dueña.
© La Nacion
Sonia Berjman es historiadora; Carlos Thays (4), paisajista. .