En un reciente programa de TV Mario Quintana, uno de los influyentes secretarios de la jefatura de Gabinete, coordinador del equipo económico, presentó el plan productivo de ocho puntos con el que el gobierno proyecta reactivar la economía. Quintana es un hombre amable y de buen trato, pero de escasa experiencia en el manejo con los medios. Mientras cabalgaba por el tercero de los ocho puntos, notó cierta incomodidad en los conductores. Para cuando terminó de redondear el cuarto, Quintana no necesitó de más señales: “Los cuatro que faltan mejor se los comento en otro programa”.
El episodio de Quintana es una metáfora de la situación que atraviesa el gobierno, encajado desde hace cuatro meses en el denso arenal del debate de las tarifas de la energía, en el que todavía no se vio lo peor. El ambicioso “plan de gobierno” del macrismo, del que el programa de Quintana y el ministro de Producción Francisco Cabrera es apenas un capítulo, debió ser interrumpido a poco de andar, apenas es un instrumento de comunicación y su implementación tendrá que esperar a un mejor momento. Como en la televisión, también en la política el tiempo es tirano.
Desde su llegada al poder, Macri imprimió una dinámica a su programa de reformas con una meta precisa: llegar en condiciones competitivas a las elecciones legislativas de 2017, el primer desafío para el gobierno en las urnas. Aunque el presidente no cultiva en público una imagen intrépida, mostró resolución al avanzar hacia la salida del cepo y la recomposición del tipo de cambio y cerrar el conflicto con los holdouts, dos éxitos tempranos de gestión. Macri escuchó entonces voces de alerta dentro del gobierno acerca de los riesgos de liberar el precio del dólar y pagarles con nueva deuda a los fondos buitre. Voces que el presidente no atendió. La situación se repitió con la reducción de los subsidios al consumo de luz y el gas, un programa audaz de recomposición de las tarifas elaborado por la secretaría de Energía y aprobado por la Casa Rosada. Las advertencias tampoco fueron escuchadas. Es aquí y es ahora, propuso el presidente tal vez imbuido del eslogan de la tribuna. Lo resultados son conocidos.
Camino a la audiencia del 16 de septiembre por el precio del gas, una convocatoria tardía a la que forzó el fallo de la Corte Suprema, los plazos del gobierno se acortaron dramáticamente. La recomposición tarifaria, pensada para ser implementada en los primeros meses de gestión, se acerca peligrosamente al calendario electoral. Los aumentos en el gas serán atenuados por tercera vez respecto del diseño original -se habla ahora de un tope de 300%- y todavía falta saber qué destino tendrán las tarifas para comercios y pymes y el esquema para la electricidad, que sigue su excursión en la justicia. Imposible por el momento estimar el costo fiscal del replanteo tarifario, que se sumará al impacto del pago a los jubilados contemplado en la ley de “reparación histórica”. Si bien el nuevo cálculo del PBI dará un mayor margen para el gasto durante este ejercicio, ya se admite que será superada la meta fiscal prevista para el año próximo. La consultora Elypsis, por ejemplo, habla de un déficit de 4,2%, contra la meta prevista de 3,3 para 2017. Habrá que ver qué número muestra el proyecto del presupuesto, que ingresará el mes que viene al Congreso.
No hace mucho el presidente del Banco Central Federico Sturzenegger contó eufórico que el dueño de un fondo de inversión le ofreció en Nueva York hacerse cargo del equivalente del déficit público. Hoy hasta los más realistas funcionarios en el gobierno admiten que fue una ingenuidad creer en la lluvia de inversiones. Reconocen que el fallo de la Corte por las tarifas impactó en los programas de inversión y dan como un hecho que todo se pospuso para fines del año que viene. Macri partirá el miércoles a la cumbre de G20 en China y el gobierno armó un Davos para el 12 de septiembre en el Centro Kirchner, en el que espera reunir hasta un millar de empresarios de todo el mundo con interés en invertir en la Argentina. Son pocos los que apuestan a que se consigan resultados en el corto plazo . “Quieren que hagamos todo solos, sin ayuda. Y que ganemos elecciones. Después verán”, reconoce un técnico del gobierno que trabajó en la elaboración del plan productivo.
Incluso en los detalles, las adversidades parece que se obstinaran: Hernán Lombardi viaja a esta semana a Rusia para persuadir al gobierno de Putin de que mantenga la cuota de compra de carne argentina y asegure el financiamiento de la represa Chihuido, dos amenazas que agitó Moscú ante el posible levantamiento de la señal Rusia Today de la Televisión Digital Argentina. La señal seguirá en la grilla y los rusos podrán ver, a cambio, un canal de tango argentino.
¿Se trata de un año perdido? Tal vez sea exagerado. Pero el gobierno ha decidido aplazar todas las reformas de fondo y llevar la economía en piloto automático, con apuestas tardías al consumo y la obra pública como palancas para la reactivación. Muy parecido a los años de Axel Kicillof, como se reconoce puertas adentro. Un contexto posibilista, ante el que un ministro muy escuchado por Macri no quiere resignarse: “No vinimos acá sólo para durar”.
El “plan de gobierno” del macrismo fue interrumpido, es apenas una herramienta de comunicación y tendrá que esperar por un mejor momento.
Muy parecido a los años de Kicillof. Un contexto posibilista, ante el que un ministro escuchado por Macri no se resigna: “No vinimos acá sólo para durar”.
El episodio de Quintana es una metáfora de la situación que atraviesa el gobierno, encajado desde hace cuatro meses en el denso arenal del debate de las tarifas de la energía, en el que todavía no se vio lo peor. El ambicioso “plan de gobierno” del macrismo, del que el programa de Quintana y el ministro de Producción Francisco Cabrera es apenas un capítulo, debió ser interrumpido a poco de andar, apenas es un instrumento de comunicación y su implementación tendrá que esperar a un mejor momento. Como en la televisión, también en la política el tiempo es tirano.
Desde su llegada al poder, Macri imprimió una dinámica a su programa de reformas con una meta precisa: llegar en condiciones competitivas a las elecciones legislativas de 2017, el primer desafío para el gobierno en las urnas. Aunque el presidente no cultiva en público una imagen intrépida, mostró resolución al avanzar hacia la salida del cepo y la recomposición del tipo de cambio y cerrar el conflicto con los holdouts, dos éxitos tempranos de gestión. Macri escuchó entonces voces de alerta dentro del gobierno acerca de los riesgos de liberar el precio del dólar y pagarles con nueva deuda a los fondos buitre. Voces que el presidente no atendió. La situación se repitió con la reducción de los subsidios al consumo de luz y el gas, un programa audaz de recomposición de las tarifas elaborado por la secretaría de Energía y aprobado por la Casa Rosada. Las advertencias tampoco fueron escuchadas. Es aquí y es ahora, propuso el presidente tal vez imbuido del eslogan de la tribuna. Lo resultados son conocidos.
Camino a la audiencia del 16 de septiembre por el precio del gas, una convocatoria tardía a la que forzó el fallo de la Corte Suprema, los plazos del gobierno se acortaron dramáticamente. La recomposición tarifaria, pensada para ser implementada en los primeros meses de gestión, se acerca peligrosamente al calendario electoral. Los aumentos en el gas serán atenuados por tercera vez respecto del diseño original -se habla ahora de un tope de 300%- y todavía falta saber qué destino tendrán las tarifas para comercios y pymes y el esquema para la electricidad, que sigue su excursión en la justicia. Imposible por el momento estimar el costo fiscal del replanteo tarifario, que se sumará al impacto del pago a los jubilados contemplado en la ley de “reparación histórica”. Si bien el nuevo cálculo del PBI dará un mayor margen para el gasto durante este ejercicio, ya se admite que será superada la meta fiscal prevista para el año próximo. La consultora Elypsis, por ejemplo, habla de un déficit de 4,2%, contra la meta prevista de 3,3 para 2017. Habrá que ver qué número muestra el proyecto del presupuesto, que ingresará el mes que viene al Congreso.
No hace mucho el presidente del Banco Central Federico Sturzenegger contó eufórico que el dueño de un fondo de inversión le ofreció en Nueva York hacerse cargo del equivalente del déficit público. Hoy hasta los más realistas funcionarios en el gobierno admiten que fue una ingenuidad creer en la lluvia de inversiones. Reconocen que el fallo de la Corte por las tarifas impactó en los programas de inversión y dan como un hecho que todo se pospuso para fines del año que viene. Macri partirá el miércoles a la cumbre de G20 en China y el gobierno armó un Davos para el 12 de septiembre en el Centro Kirchner, en el que espera reunir hasta un millar de empresarios de todo el mundo con interés en invertir en la Argentina. Son pocos los que apuestan a que se consigan resultados en el corto plazo . “Quieren que hagamos todo solos, sin ayuda. Y que ganemos elecciones. Después verán”, reconoce un técnico del gobierno que trabajó en la elaboración del plan productivo.
Incluso en los detalles, las adversidades parece que se obstinaran: Hernán Lombardi viaja a esta semana a Rusia para persuadir al gobierno de Putin de que mantenga la cuota de compra de carne argentina y asegure el financiamiento de la represa Chihuido, dos amenazas que agitó Moscú ante el posible levantamiento de la señal Rusia Today de la Televisión Digital Argentina. La señal seguirá en la grilla y los rusos podrán ver, a cambio, un canal de tango argentino.
¿Se trata de un año perdido? Tal vez sea exagerado. Pero el gobierno ha decidido aplazar todas las reformas de fondo y llevar la economía en piloto automático, con apuestas tardías al consumo y la obra pública como palancas para la reactivación. Muy parecido a los años de Axel Kicillof, como se reconoce puertas adentro. Un contexto posibilista, ante el que un ministro muy escuchado por Macri no quiere resignarse: “No vinimos acá sólo para durar”.
El “plan de gobierno” del macrismo fue interrumpido, es apenas una herramienta de comunicación y tendrá que esperar por un mejor momento.
Muy parecido a los años de Kicillof. Un contexto posibilista, ante el que un ministro escuchado por Macri no se resigna: “No vinimos acá sólo para durar”.