El presidente Mauricio Macri instrumentó esta semana un abrupto cambio de estrategia. Pasó de una lógica estructural de mediano y largo plazo, propia de un mandatario que tiene la aspiración de cambiar el modo de hacer política, a una lógica más coyuntural guiada por la urgencia de exhibir resultados en el corto plazo.
Tres datos ejemplifican este viraje. La abrupta salida de Graciela Bevacqua del Indec por la necesidad de apurar la difusión del índice de precios fue la primera señal. El Gobierno aceptó pagar el costo político de una nueva crisis en el organismo a cambio de neutralizar el efecto negativo que estaba provocando la proliferación de datos no oficiales.
El segundo caso fue la suba salarial que ofreció el ministro de Educación, Esteban Bullrich, en la paritaria nacional docente. En sólo dos días de negociación llegó a ofrecer un aumento del 32%, lo cual tuvo varias consecuencias. Diluyó el tope del 25% que el propio Gobierno se había fijado, alarmó a los gobernadores que debían ajustarse a ese mínimo (incluida María Eugenia Vidal, que vio cómo se le complicó su propia negociación) y encendió las ilusiones de los gremialistas.
El anuncio de ayer de la suba del piso de Ganancias es la otra expresión de esta nueva fase, ya que estaba previsto para marzo y se aceleró para reencauzar las paritarias y neutralizar el efecto social negativo de la persistente inflación. La premura quedó en evidencia en las invitaciones giradas a último momento a gobernadores y líderes sindicales y en ciertas desprolijidades en la presentación.
«Durante el fin de semana el Presidente se convenció de que, sin perder los ejes centrales de su gestión ni la aplicación gradual de las políticas económicas, debía dar señales claras para impedir que se instalara un mal clima social que después le fuera muy difícil revertir.» Un integrante del Gobierno explicó de este modo la aceleración que Macri reclamó a sus funcionarios cuando vio que la inflación se había arraigado con fuerza en la agenda pública.
El macrismo entiende el diálogo como la vía apropiada para la construcción política, a diferencia del estilo confrontacional del kirchnerismo. Por contraste, hasta ahora obtuvo muchos réditos simbólicos. Macri y sus ministros se reunieron con gobernadores, opositores, gremialistas e intendentes, postales que la anterior gestión les había negado hasta a sus propios legisladores. De este modo obtuvo progresos políticos significativos y generó canales fluidos con una parte del peronismo y del gremialismo. En algún momento del verano el Gobierno se sintió cómodo con el ritmo cansino de los gestos de acercamiento con promesas de cooperación a futuro. La estética de la mesa había reemplazado a la del atril, y eso era bien recibido por la sociedad.
Pero las urgencias que no generó la salida del cepo las provocaron la suba de precios, las demandas de los gremios y cierta apatía empresarial. Macri tomó nota y demostró que es esencialmente pragmático y que no piensa quedar atado a sus grandes objetivos si corren riesgos por grandes urgencias. En la Casa Rosada el tiempo corre velozmente.
Tres datos ejemplifican este viraje. La abrupta salida de Graciela Bevacqua del Indec por la necesidad de apurar la difusión del índice de precios fue la primera señal. El Gobierno aceptó pagar el costo político de una nueva crisis en el organismo a cambio de neutralizar el efecto negativo que estaba provocando la proliferación de datos no oficiales.
El segundo caso fue la suba salarial que ofreció el ministro de Educación, Esteban Bullrich, en la paritaria nacional docente. En sólo dos días de negociación llegó a ofrecer un aumento del 32%, lo cual tuvo varias consecuencias. Diluyó el tope del 25% que el propio Gobierno se había fijado, alarmó a los gobernadores que debían ajustarse a ese mínimo (incluida María Eugenia Vidal, que vio cómo se le complicó su propia negociación) y encendió las ilusiones de los gremialistas.
El anuncio de ayer de la suba del piso de Ganancias es la otra expresión de esta nueva fase, ya que estaba previsto para marzo y se aceleró para reencauzar las paritarias y neutralizar el efecto social negativo de la persistente inflación. La premura quedó en evidencia en las invitaciones giradas a último momento a gobernadores y líderes sindicales y en ciertas desprolijidades en la presentación.
«Durante el fin de semana el Presidente se convenció de que, sin perder los ejes centrales de su gestión ni la aplicación gradual de las políticas económicas, debía dar señales claras para impedir que se instalara un mal clima social que después le fuera muy difícil revertir.» Un integrante del Gobierno explicó de este modo la aceleración que Macri reclamó a sus funcionarios cuando vio que la inflación se había arraigado con fuerza en la agenda pública.
El macrismo entiende el diálogo como la vía apropiada para la construcción política, a diferencia del estilo confrontacional del kirchnerismo. Por contraste, hasta ahora obtuvo muchos réditos simbólicos. Macri y sus ministros se reunieron con gobernadores, opositores, gremialistas e intendentes, postales que la anterior gestión les había negado hasta a sus propios legisladores. De este modo obtuvo progresos políticos significativos y generó canales fluidos con una parte del peronismo y del gremialismo. En algún momento del verano el Gobierno se sintió cómodo con el ritmo cansino de los gestos de acercamiento con promesas de cooperación a futuro. La estética de la mesa había reemplazado a la del atril, y eso era bien recibido por la sociedad.
Pero las urgencias que no generó la salida del cepo las provocaron la suba de precios, las demandas de los gremios y cierta apatía empresarial. Macri tomó nota y demostró que es esencialmente pragmático y que no piensa quedar atado a sus grandes objetivos si corren riesgos por grandes urgencias. En la Casa Rosada el tiempo corre velozmente.