El traidor Monzó y el impostor Massa

AFINIDAD del presidente de Diputados y el Frente Renovador.
Hay en el PRO quienes piensan que Emilio Monzó quiere ser presidente por la Ley 25.716, de Acefalía. Suponen que si Macri fracasara al punto de tener que renunciar, Gabriela Michetti no tendría la espesura política, la capacidad funcional ni la fortaleza emocional para continuar la presidencia. Que el presidente provisional del Senado, Federico Pinedo, sólo podría asumir para llamar a una Asamblea Legislativa donde fuera el Congreso el que designara al nuevo presidente y allí Monzó, quien además sigue en la línea de sucesión presidencial y dentro de ella es el único peronista, surgiría como la opción natural para un gobierno de emergencia que precisara también del apoyo de la oposición.
Antes, la acefalía se resolvía llamando a nuevas elecciones, pero ahora el Congreso hace completar el mandato
Quienes en la mesa chica del Gobierno les asignan a las críticas de Emilio Monzó estas intenciones, y llegan al punto de llamarlo “el traidor”, comentan maliciosamente que siempre lo percibieron “resentido” por ser peronista en un grupo social muy distinto. Y que, a pesar de ser rubio, de ojos azules y esforzarse por comprar los mejores trajes (eso dicen), nunca lo trataron como a un igual.
Un serio problema constitutivo del PRO se concentra en el grupo fundador, al que quienes no lo integran llaman “los accionistas”, porque tratan a los demás como si fueran empleados (“Te podés retirar”, les dirían a algunos altos funcionarios para poder continuar reuniones sólo entre los privilegiados), y hace que Cambiemos funcione como si tuviera un sistema de castas al que se pertenece por su origen sin posibilidad de modificación, por más méritos que realice quien desee pertenecer. El ejemplo más conocido es el de la India, donde en sus extremos se encuentran los bramanes y los parias, pero también en Occidente el sistema de castas caló hondo con los nobles y los plebeyos en la Europa monárquica, en las colonias con los blancos, los indios y los negros, y en el siglo XXI se reinventa excluyendo a inmigrantes.
Los “descamisados” y “cabecitas negras” del folclore peronista del siglo pasado anidan en la reminiscencia de aquella estratificación colonial, donde el accidente de haber nacido en tal o cual posición no se podía cambiar nunca más en la vida. Y la inmovilidad en determinadas clases sociales son formas, aunque atenuadas, que parten del mismo tronco.
La identidad peronista a veces encuentra en este tipo de sentimientos sociales, los que habitualmente trascienden las características fisionómicas de las personas y la posición económica que hayan podido alcanzar, dependiendo más de mitos familiares transmitidos en la infancia de rechazo a ciertas creencias sociales, más explicación que en cuestiones de ideología.
Si Monzó es “el traidor”, Massa pasó a ser “el impostor” tras el fracaso del proyecto de modificación del impuesto a las ganancias del Gobierno en Diputados y la media sanción del proyecto de la oposición. Hace ya dos semanas, desde esta misma columna se pronosticó el comienzo de la campaña electoral no sólo 2017 sino 2019 y 2023, según si Macri resultara o no reelecto (ver: http://e.perfil.com/comenzo-la-campana), y sus consecuencias en el actuar de Monzó y Massa, por lo que Macri no debería haberse sorprendido de su fracaso en Diputados con Ganancias.
Allí se exponía otra teoría respecto de las críticas de Monzó también orientadas al post Macri pero de cara a 2019 o 2023, y no en esta forma paranoica de traición, donde Monzó se imaginaría a Macri huyendo en helicóptero de la presidencia sin cumplir su período. Resulta incongruente que, considerando a Monzó un traidor, renueven su mandato como presidente de la Cámara de Diputados por más que hoy Cambiemos no tenga un reemplazo.
Es el post Macri lo que está en juego detrás del voto de Diputados modificando Ganancias o las críticas a Monzó
Expresamente, Monzó aspiraría a ser gobernador de la provincia de Buenos Aires en 2019, y si Cambiemos no le diera esa oportunidad, la buscaría en alguna forma de neoperonismo. Y también expresamente Massa sostiene que quiere competir por la presidencia en 2019 y no imposta su condición de principal adversario estratégico de Cambiemos, más allá de que sea hoy el coyuntural aliado táctico en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, como hasta hace una semana en el Congreso Nacional. En la maestría en Gestión siempre se enseña que los conductores pueden cometer errores tácticos porque son corregibles, pero nunca errores estratégicos, porque son fatales. Eso vale no sólo para Macri (¿cómo podía esperar algo distinto de Massa?) sino también para Monzó (Cambiemos tomó y mantiene una decisión estratégica: asumirse como una fuerza esencialmente no peronista) y para Massa (estar seguro de que no va a surgir en el peronismo bonaerense quien le dispute su liderazgo, habiéndose aliado a Margarita Stolbizer).
La diferencia entre el aliado táctico y el enemigo estratégico –que transforma a aliados en impostores o traidores– es el “cuándo”, el anticiparse a cuándo sería más lícito pasar a otra fase. Le atribuyen a Juliana Awada haberles dicho a sus amigas íntimas: “Menos mal que esto durará sólo cuatro años” y quienes conocen a Macri de cerca saben que, más allá de decir que piensa presentarse a la reelección en 2019, en su cabeza también está el deseo de poder irse bien cumplido en esa fecha, aunque todos también prevén que, llegado el momento, tendrá que no seguir su deseo, como tampoco lo hizo al ser reelecto como jefe de Gobierno de la Ciudad.
Pero aun si Macri continuara hasta 2023 –cuando tendría sólo 64 años–, le quedarían por lo menos veinte años más de vida plena siendo ex presidente, en un país donde los ex presidentes fueron todos maltratados. El post Macri es tan importante para Macri como para los sub 50 años, que hacen cálculos de futuros espacios políticos disponibles. Esa es (y será) la verdadera pelea de fondo, no una ley.

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