El diseño de campaña de Mauricio Macri empieza a insinuar sus primeros trazos principales. Apuntan más que nada a un refresco de la memoria colectiva: el pasado, la herencia y la corrupción. Veneno para el kirchnerismo. Las líneas finitas tendrían, en cambio, vinculación con el presente. Un poco de buenos modales, esfuerzo por la contención social y alegorías de la obra pública. Ahora mismo se anuncia la inauguración del Metrobus en La Matanza, meollo del conurbano, como si se tratara de la dimensión del subte de París. Tampoco habrá que restarle valor. De otro modo, el peronismo lugareño no disputaría, como lo hace, la supuesta paternidad del emprendimiento. Todo, al fin, indica el grado de abandono eterno al que han sido sometidos los sectores humildes bonaerenses.
El Gobierno se ocupa de sacar los actores y el libreto a la escena. El Presidente habló del Estado como un aguantadero. Apuntó además a la década errada en materia de política energética. Carolina Stanley, la ministro de Desarrollo Social, opinó que la persistencia de los piquetes representan también la grieta en la sociedad. Guillermo Dietrich, el ministro de Transporte, recordó con dureza que Julio De Vido “es un delincuente”. Fue el ex ministro de Planificación con Néstor y Cristina Kirchner. Maria Eugenia Vidal, al comunicar exámenes toxicológicos a policías bonaerenses, afirmó que puede hacer lo que hace “porque no somos parte de la mafia”. Correo para Aníbal Fernández. Leída en clave, la declaración de la gobernadora pudo incluir un subtexto dirigido a Elisa Carrió. La diputada acostumbra a sembrar dudas sobre un racimo de ministros bonaerenses. Pero tal incordio pertenece sólo a la vida interna de Cambiemos.
El rumbo de la campaña macrista se definió luego de laboratorios sucesivos donde tallaron los de siempre: Macri, Marcos Peña, el jefe de Gabinete, Mario Quintana, uno de los ministros coordinadores, Horacio Rodríguez Larreta, el jefe porteño, y Vidal. También, por supuesto, el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba. Hubo espacio para la voz de los radicales Mario Negri, jefe del interbloque en Diputados, y Ernesto Sanz, influyente sin cartera. En una conclusión central habrían convergido todos ellos. El Gobierno detuvo su caída, se estabilizó y atisba un repunte porque la oposición, en sus heterogéneas expresiones, salió a desafiarlo. A prepotearlo. Eso significaron las siete marchas y los dos paros (CTA y CGT) durante marzo y los primeros días de abril. Como broche, la irrupción espontánea de miles de personas para respaldar al oficialismo.
Una interpretación ladina y de ficción podría señalar que Macri se enfrentaría a problemas muy serios, tal vez, si la oposición se replegara. Si no asomara siempre sólo como una amenaza. Imposible que suceda en un año electoral. La dificultad terrible para el Gobierno sería quedar enfrentado, sin aditamentos, a la realidad y a su gestión.
Aquella hoja de ruta se conformó también con guías consistentes. Al menos dos de ellas aportadas por la consultora Isonomía. En un tópico sobre el pasado y la herencia kirchnerista se desmenuzaron estas revelaciones. A 16 meses de iniciada la experiencia macrista el 53% de los consultados opinó que el peso del legado dejado por Cristina continúa siendo mucho. Un 44% sostuvo que poco. En el 97% del universo, mas allá de las ponderaciones, sigue estando presente aquella herencia.
Esa percepción podría engarzar con la visión de futuro que los argentinos poseen ahora. Un 48% apuesta a que será mejor. Un 30% a que empeorará. Un 19% cree que el paisaje se mantendrá sin alteraciones.
El tercer ítem evaluado para moldear la estrategia de campaña macrista tiene vínculo con la corrupción. Aquí asoman algunos datos sorprendentes recogidos por Isonomía. Que ayudarían a explicar la profunda división que subsiste en la sociedad. Como si se tratara de países distintos. Que convierten a la política en una geografía de elevada hostilidad. De acuerdo con el trabajo de la consultora, el 36% de los argentinos estima hoy que el gobierno de Macri es corrupto. Valdría de manera relativa, por lo visto, la dilución del caso de los Panamá Papers, la marcha atrás por el Correo o el sobreseimiento de la vicepresidenta Gabriela Michetti en la causa por una suma de dinero robada de su domicilio. Lo llamativo resulta la composición del juicio social. Entre los simpatizantes de Macri sólo un 10% repara en la corrupción. Pero la acusación crece al 71% entre los votantes kirchneristas. Hay una cosecha de 28% entre los adherentes al Frente Renovador de Sergio Massa.
Por otro lado, el 83% de los ciudadanos estarían convencidos que la administración de Cristina fue corrupta. De ese total, el 96% se identifica con Macri y el 87% con Massa. Pero existe también un 58% que remite su identidad política a la ex presidenta. Quizás forme parte del controvertido clásico político nacional acerca de que “roban pero hacen”. Una muletilla que también justificó al ciclo menemista. El enigma consiste en saber cómo esa imagen tan extendida se traducirá a la hora de votar.
Tal panorama podría explicar dos cosas recientes. La decisión de Macri de zarandear el nido existente en el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales). Además, la gigantesca marquesina política de Carrió. No sólo por la ratificación de su candidatura por la Ciudad para octubre.
El kichnerismo supo en su época anclar con fuerza en el mundo de la cultura y el espectáculo. Desde allí, antes que desde la política, arreciaron al amanecer los cuestionamientos a Macri. Nada para objetar. El conflicto radica en el pasado. Desde el ministerio de Cultura –antes secretaria– y el propio INCAA se usaron fondos públicos para proyectos artísticos imposibles de explicar. Fue tan así que se apeló a vericuetos impensados: dineros del ministerio de Planificación ($1129 millones) que, tercerizados con universidades bonaerenses, se evaporaron en obras, series y películas fantasmas.
Macri felicitó al ministro Pablo Avelluto por su determinación de querer llegar a la raíz de las oscuridades en el INCAA. Esa maniobra incluyó la separación de Alejandro Cacetta, ya ex titular, empinado por el propio macrismo. Nadie puso en duda la honradez del funcionario. Si, en cambio, cierta timidez para escarbar en la corrupción de las capas geológicas. Las dudas que quedaron sobre el reemplazo fueron acerca del procedimiento. De la pericia demostrada. O de la impericia: de arranque produjo una alianza en aquel mundo entre los manifiestos kirchneristas y quienes nunca lo fueron.
Cacetta había llegado con el paraguas protector del director de cine, Juan José Campanella y de Adrián Suar. Ninguno de los dos fue consultado antes de que fuera promovida la salida de Cacetta. El macrismo quedó a la intemperie y pagó, a lo mejor, un costo innecesario. El malestar alcanzó un hervor que obligó a la mediación de Peña.
El caso de Carrió constituye un fenómeno pocas veces visto en la Argentina. Que podría fundamentarse a través del estado líquido de los partidos y de la política. La sociedad suele aferrarse, muchas veces de modo circunstancial, sólo a las personas. Valdría reparar en el último recorrido de la líder de la Coalición. En la interna presidencial de Cambiemos, en 2015, obtuvo apenas el 2.3% de los votos (513.147), por debajo de Sanz y lejisimos de Macri. En este presente, según Isonomía, es la segunda dirigente con mejor imagen únicamente superada por Vidal. Y encima del Presidente.
Tal reubicación transformó a Carrió en una pieza crucial de Cambiemos. Para la gobernabilidad y la campaña. Rebasando con su personalismo el modesto poder estructural del PRO y de la Unión Cívica Radical. La diputada es la líder de la Coalición. Y la Coalición es ella misma. Sin que eso implique restar mérito a otros integrantes que reman, como Fernando Sánchez.
Carrió ha sido un certificado de inmunidad cada vez que una denuncia sobre corrupción estremeció al Gobierno. Pero se concede margen para sus propias batallas: denunció y solicitó el juicio político para el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. Nadie la puede detener. Macri usa el recurso de la toma de distancia y Michetti el de la defensa personal del juez. Se asiste al pleito más grave que enfrenta el Poder Ejecutivo.
La diputada también decidió el ordenamiento electoral sin aguardar ninguna movida de Cristina. No desembarcó en Buenos Aires, se quejó de Vidal e interpuso antes un veto: el de la candidatura de Jorge Macri, intendente de Vicente López. En el fondo de su deseo, a Carrió no le agradaba lidiar en la provincia. Aunque dejó su huella antes de partir. El terreno quedó liberado para la gobernadora. Ella pretende hacer pesar su popularidad en la campaña que no hubiera podido compartir –más por razones personales que políticas– con la líder de la Coalición.
Su candidatura en la Ciudad resultó una bendición para el macrismo. Rodríguez Larreta le soltará toda la cuerda. Además, se ocupó rápido de dispararle a Martín Lousteau. El economista dejó la embajada en Washington –para disgusto presidencial– con el objeto de disputar una banca. Pero deberá hacerlo por afuera de Cambiemos y en contra de la volcánica Carrió.
Lousteau, ante el dilema, podría estar cavilando algún atajo. ¿Presentar una lista corta para la legislatura porteña y acoplarse a la postulación de la diputada en el orden nacional?. Sería quizás una forma oportuna de amarrar en la Ciudad. Y adiestrarse para intentar destronar a Rodriguez Larreta en sólo un par de años.
El Gobierno se ocupa de sacar los actores y el libreto a la escena. El Presidente habló del Estado como un aguantadero. Apuntó además a la década errada en materia de política energética. Carolina Stanley, la ministro de Desarrollo Social, opinó que la persistencia de los piquetes representan también la grieta en la sociedad. Guillermo Dietrich, el ministro de Transporte, recordó con dureza que Julio De Vido “es un delincuente”. Fue el ex ministro de Planificación con Néstor y Cristina Kirchner. Maria Eugenia Vidal, al comunicar exámenes toxicológicos a policías bonaerenses, afirmó que puede hacer lo que hace “porque no somos parte de la mafia”. Correo para Aníbal Fernández. Leída en clave, la declaración de la gobernadora pudo incluir un subtexto dirigido a Elisa Carrió. La diputada acostumbra a sembrar dudas sobre un racimo de ministros bonaerenses. Pero tal incordio pertenece sólo a la vida interna de Cambiemos.
El rumbo de la campaña macrista se definió luego de laboratorios sucesivos donde tallaron los de siempre: Macri, Marcos Peña, el jefe de Gabinete, Mario Quintana, uno de los ministros coordinadores, Horacio Rodríguez Larreta, el jefe porteño, y Vidal. También, por supuesto, el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba. Hubo espacio para la voz de los radicales Mario Negri, jefe del interbloque en Diputados, y Ernesto Sanz, influyente sin cartera. En una conclusión central habrían convergido todos ellos. El Gobierno detuvo su caída, se estabilizó y atisba un repunte porque la oposición, en sus heterogéneas expresiones, salió a desafiarlo. A prepotearlo. Eso significaron las siete marchas y los dos paros (CTA y CGT) durante marzo y los primeros días de abril. Como broche, la irrupción espontánea de miles de personas para respaldar al oficialismo.
Una interpretación ladina y de ficción podría señalar que Macri se enfrentaría a problemas muy serios, tal vez, si la oposición se replegara. Si no asomara siempre sólo como una amenaza. Imposible que suceda en un año electoral. La dificultad terrible para el Gobierno sería quedar enfrentado, sin aditamentos, a la realidad y a su gestión.
Aquella hoja de ruta se conformó también con guías consistentes. Al menos dos de ellas aportadas por la consultora Isonomía. En un tópico sobre el pasado y la herencia kirchnerista se desmenuzaron estas revelaciones. A 16 meses de iniciada la experiencia macrista el 53% de los consultados opinó que el peso del legado dejado por Cristina continúa siendo mucho. Un 44% sostuvo que poco. En el 97% del universo, mas allá de las ponderaciones, sigue estando presente aquella herencia.
Esa percepción podría engarzar con la visión de futuro que los argentinos poseen ahora. Un 48% apuesta a que será mejor. Un 30% a que empeorará. Un 19% cree que el paisaje se mantendrá sin alteraciones.
El tercer ítem evaluado para moldear la estrategia de campaña macrista tiene vínculo con la corrupción. Aquí asoman algunos datos sorprendentes recogidos por Isonomía. Que ayudarían a explicar la profunda división que subsiste en la sociedad. Como si se tratara de países distintos. Que convierten a la política en una geografía de elevada hostilidad. De acuerdo con el trabajo de la consultora, el 36% de los argentinos estima hoy que el gobierno de Macri es corrupto. Valdría de manera relativa, por lo visto, la dilución del caso de los Panamá Papers, la marcha atrás por el Correo o el sobreseimiento de la vicepresidenta Gabriela Michetti en la causa por una suma de dinero robada de su domicilio. Lo llamativo resulta la composición del juicio social. Entre los simpatizantes de Macri sólo un 10% repara en la corrupción. Pero la acusación crece al 71% entre los votantes kirchneristas. Hay una cosecha de 28% entre los adherentes al Frente Renovador de Sergio Massa.
Por otro lado, el 83% de los ciudadanos estarían convencidos que la administración de Cristina fue corrupta. De ese total, el 96% se identifica con Macri y el 87% con Massa. Pero existe también un 58% que remite su identidad política a la ex presidenta. Quizás forme parte del controvertido clásico político nacional acerca de que “roban pero hacen”. Una muletilla que también justificó al ciclo menemista. El enigma consiste en saber cómo esa imagen tan extendida se traducirá a la hora de votar.
Tal panorama podría explicar dos cosas recientes. La decisión de Macri de zarandear el nido existente en el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales). Además, la gigantesca marquesina política de Carrió. No sólo por la ratificación de su candidatura por la Ciudad para octubre.
El kichnerismo supo en su época anclar con fuerza en el mundo de la cultura y el espectáculo. Desde allí, antes que desde la política, arreciaron al amanecer los cuestionamientos a Macri. Nada para objetar. El conflicto radica en el pasado. Desde el ministerio de Cultura –antes secretaria– y el propio INCAA se usaron fondos públicos para proyectos artísticos imposibles de explicar. Fue tan así que se apeló a vericuetos impensados: dineros del ministerio de Planificación ($1129 millones) que, tercerizados con universidades bonaerenses, se evaporaron en obras, series y películas fantasmas.
Macri felicitó al ministro Pablo Avelluto por su determinación de querer llegar a la raíz de las oscuridades en el INCAA. Esa maniobra incluyó la separación de Alejandro Cacetta, ya ex titular, empinado por el propio macrismo. Nadie puso en duda la honradez del funcionario. Si, en cambio, cierta timidez para escarbar en la corrupción de las capas geológicas. Las dudas que quedaron sobre el reemplazo fueron acerca del procedimiento. De la pericia demostrada. O de la impericia: de arranque produjo una alianza en aquel mundo entre los manifiestos kirchneristas y quienes nunca lo fueron.
Cacetta había llegado con el paraguas protector del director de cine, Juan José Campanella y de Adrián Suar. Ninguno de los dos fue consultado antes de que fuera promovida la salida de Cacetta. El macrismo quedó a la intemperie y pagó, a lo mejor, un costo innecesario. El malestar alcanzó un hervor que obligó a la mediación de Peña.
El caso de Carrió constituye un fenómeno pocas veces visto en la Argentina. Que podría fundamentarse a través del estado líquido de los partidos y de la política. La sociedad suele aferrarse, muchas veces de modo circunstancial, sólo a las personas. Valdría reparar en el último recorrido de la líder de la Coalición. En la interna presidencial de Cambiemos, en 2015, obtuvo apenas el 2.3% de los votos (513.147), por debajo de Sanz y lejisimos de Macri. En este presente, según Isonomía, es la segunda dirigente con mejor imagen únicamente superada por Vidal. Y encima del Presidente.
Tal reubicación transformó a Carrió en una pieza crucial de Cambiemos. Para la gobernabilidad y la campaña. Rebasando con su personalismo el modesto poder estructural del PRO y de la Unión Cívica Radical. La diputada es la líder de la Coalición. Y la Coalición es ella misma. Sin que eso implique restar mérito a otros integrantes que reman, como Fernando Sánchez.
Carrió ha sido un certificado de inmunidad cada vez que una denuncia sobre corrupción estremeció al Gobierno. Pero se concede margen para sus propias batallas: denunció y solicitó el juicio político para el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. Nadie la puede detener. Macri usa el recurso de la toma de distancia y Michetti el de la defensa personal del juez. Se asiste al pleito más grave que enfrenta el Poder Ejecutivo.
La diputada también decidió el ordenamiento electoral sin aguardar ninguna movida de Cristina. No desembarcó en Buenos Aires, se quejó de Vidal e interpuso antes un veto: el de la candidatura de Jorge Macri, intendente de Vicente López. En el fondo de su deseo, a Carrió no le agradaba lidiar en la provincia. Aunque dejó su huella antes de partir. El terreno quedó liberado para la gobernadora. Ella pretende hacer pesar su popularidad en la campaña que no hubiera podido compartir –más por razones personales que políticas– con la líder de la Coalición.
Su candidatura en la Ciudad resultó una bendición para el macrismo. Rodríguez Larreta le soltará toda la cuerda. Además, se ocupó rápido de dispararle a Martín Lousteau. El economista dejó la embajada en Washington –para disgusto presidencial– con el objeto de disputar una banca. Pero deberá hacerlo por afuera de Cambiemos y en contra de la volcánica Carrió.
Lousteau, ante el dilema, podría estar cavilando algún atajo. ¿Presentar una lista corta para la legislatura porteña y acoplarse a la postulación de la diputada en el orden nacional?. Sería quizás una forma oportuna de amarrar en la Ciudad. Y adiestrarse para intentar destronar a Rodriguez Larreta en sólo un par de años.