Desde que, en el mes de abril, se inició la corrida cambiaria, como dice Mauricio Macri, «pasaron cosas»: por un lado, echaron al presidente del Banco Central, casi se va el ministro de Economía y el país quedó comprometido en un ruinoso e inconsulto acuerdo con el FMI, del que ya se incumplieron todas las condiciones. Pero, además, el saldo financiero fue un espanto: se perdieron 30 mil millones de dólares de las reservas, la tasa de interés alcanzó el 60%, el peso se devaluó un 90 por ciento.
Es, sin ninguna duda, la corrida cambiaria peor administrada de toda nuestra historia. Salimos del episodio mucho peor de lo que entramos: un nivel menor de reservas significa mayor fragilidad, en un marco de total ausencia de controles a los capitales y de inestabilidad mundial; la altísima tasa de interés hace inviable toda inversión productiva e inaccesible el crédito comercial y para consumo; la devaluación va a traducirse en un escalofriante aumento del costo de vida, lo que va a generar una fuerte caída de la demanda, más recesión, desempleo y nueva reducción de salarios.
Es, sin ninguna duda, la corrida cambiaria peor administrada de toda nuestra historia. Salimos del episodio mucho peor de lo que entramos: un nivel menor de reservas significa mayor fragilidad, en un marco de total ausencia de controles a los capitales y de inestabilidad mundial; la altísima tasa de interés hace inviable toda inversión productiva e inaccesible el crédito comercial y para consumo; la devaluación va a traducirse en un escalofriante aumento del costo de vida, lo que va a generar una fuerte caída de la demanda, más recesión, desempleo y nueva reducción de salarios.