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Sábado 01 de diciembre de 2012 | Publicado en edición impresa
Por Eduardo Fidanza | Para LA NACION
El resultado de los sondeos no equivale a la realidad social, pero ofrece indicadores precisos para entender lo que le sucede a una sociedad. Utilizadas junto a otras herramientas, las encuestas permiten, efectivamente, trazar un cuadro de la situación social en un momento determinado. También muestran la evolución de las opiniones en series temporales, dando lugar a hipótesis y explicaciones de la conducta general.
La posibilidad de investigar sistemáticamente la opinión de los ciudadanos posibilita un producto más, acaso el de mayor interés: interpretar las regularidades de las conductas para otorgarles razones y significados. De a poco, y como un orfebre, el sociólogo puede encontrar allí datos clave acerca de cómo los distintos segmentos sociales reaccionan ante los acontecimientos. Con paciencia, y después de años de observación, aparecen ante sus ojos indicios del modo de ser y de actuar de una sociedad.
De entre las variables que las encuestas utilizan existe una de particular interés. En la jerga profesional se la llama «estado de ánimo». Se construye a través de una serie de preguntas sobre la situación del país, su evolución reciente, sus perspectivas en el futuro inmediato. El estado anímico influye en aspectos importantes del devenir de una sociedad: cómo se votará en la próxima elección, si existe o no predisposición a consumir, cuáles son las demandas y las preocupaciones más acuciantes de las familias y las organizaciones. En sentido general, el estado anímico que construyen los sondeos oscila, aquí y en otros países, entre tres grandes factores: la política, la economía y las movilizaciones sociales.
Las casi tres décadas que llevan las encuestas sistemáticas de opinión pública en la Argentina han permitido discernir algunas regularidades y etapas características, donde la economía, la política y la sociedad jugaron, alternativamente, un papel preponderante. Acaso el momento fuerte de la política haya que ubicarlo en los albores de la democracia recuperada, al inicio de la década del 80. La economía empezó a incidir poco tiempo después, con la inflación y la hiperinflación. La sociedad, bajo la forma de movilizaciones espontáneas, rechazo generalizado a la clase política («que se vayan todos»), conatos de democracia directa y economía de trueque, protagonizó el inicio de siglo. Política y economía se articularon y potenciaron en los siguientes años, permitiendo atravesar la crisis y sus traumas.
Este ciclo dejó para mí una evidencia, acaso discutible y muy general, pero significativa: cuando los argentinos tuvieron acceso al consumo y al trabajo, se desentendieron de la política y se centraron en la vida privada; cuando la economía declinó, se volvieron más sensibles a las cuestiones públicas, como la corrupción y la ineficacia de las políticas de gobierno. Tal vez con la excepción del período 83-87, marcado por la pasión democrática más allá del bolsillo, en el resto del ciclo analizado es posible diferenciar períodos signados por un factor: entre 1987 y 1997, la economía; entre 1998 y fines de 2002, las movilizaciones sociales; entre 2003 y la actualidad, otra vez la economía, a través de récords sucesivos de consumo, empleo y nivel de actividad, sólo interrumpidos por la crisis de 2008-2009. Es cierto que en el último período la política restableció la autoridad y fijó reglas, pero la sociedad se movió al ritmo del crecimiento y la demanda. La legitimidad del kirchnerismo es antes un fenómeno económico que político.
Las encuestas muestran hoy un vuelco significativo en el estado anímico. La mayoría de los argentinos fueron a votar hace algo más de un año creyendo que el país estaba bien, había crecido, seguiría creciendo y quedaría a salvo de la crisis internacional. Ahora la mayoría piensa lo contrario. No se trata de una depresión como la de 2008 y 2009 y mucho menos de algo comparable a la crisis de principio de siglo. Sin embargo, es suficiente para afirmar una hipótesis: la Presidenta tendrá grandes dificultades si, como afirman sus seguidores, intenta una reforma constitucional para quedarse.
Los sondeos sirven para fundamentar respuestas a cuestiones básicas de la causalidad social, como aquella que hizo célebre Bill Clinton. Para él, era la economía. En la Argentina, ¿es la economía o es la política? Acaso para explicar el voto se trate de la economía, como en 1989, 1995, 2003 y entre 2007 y 2012. Pero, sin duda, para explicar nuestro atraso relativo y las oportunidades perdidas, es la política. Desde hace muchos años.
© LA NACION.
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El resultado de los sondeos no equivale a la realidad social, pero ofrece indicadores precisos para entender lo que le sucede a una sociedad. Utilizadas junto a otras herramientas, las encuestas permiten, efectivamente, trazar un cuadro de la situación social en un momento determinado. También muestran la evolución de las opiniones en series temporales, dando lugar a hipótesis y explicaciones de la conducta general.
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De entre las variables que las encuestas utilizan existe una de particular interés. En la jerga profesional se la llama «estado de ánimo». Se construye a través de una serie de preguntas sobre la situación del país, su evolución reciente, sus perspectivas en el futuro inmediato. El estado anímico influye en aspectos importantes del devenir de una sociedad: cómo se votará en la próxima elección, si existe o no predisposición a consumir, cuáles son las demandas y las preocupaciones más acuciantes de las familias y las organizaciones. En sentido general, el estado anímico que construyen los sondeos oscila, aquí y en otros países, entre tres grandes factores: la política, la economía y las movilizaciones sociales.
Las casi tres décadas que llevan las encuestas sistemáticas de opinión pública en la Argentina han permitido discernir algunas regularidades y etapas características, donde la economía, la política y la sociedad jugaron, alternativamente, un papel preponderante. Acaso el momento fuerte de la política haya que ubicarlo en los albores de la democracia recuperada, al inicio de la década del 80. La economía empezó a incidir poco tiempo después, con la inflación y la hiperinflación. La sociedad, bajo la forma de movilizaciones espontáneas, rechazo generalizado a la clase política («que se vayan todos»), conatos de democracia directa y economía de trueque, protagonizó el inicio de siglo. Política y economía se articularon y potenciaron en los siguientes años, permitiendo atravesar la crisis y sus traumas.
Este ciclo dejó para mí una evidencia, acaso discutible y muy general, pero significativa: cuando los argentinos tuvieron acceso al consumo y al trabajo, se desentendieron de la política y se centraron en la vida privada; cuando la economía declinó, se volvieron más sensibles a las cuestiones públicas, como la corrupción y la ineficacia de las políticas de gobierno. Tal vez con la excepción del período 83-87, marcado por la pasión democrática más allá del bolsillo, en el resto del ciclo analizado es posible diferenciar períodos signados por un factor: entre 1987 y 1997, la economía; entre 1998 y fines de 2002, las movilizaciones sociales; entre 2003 y la actualidad, otra vez la economía, a través de récords sucesivos de consumo, empleo y nivel de actividad, sólo interrumpidos por la crisis de 2008-2009. Es cierto que en el último período la política restableció la autoridad y fijó reglas, pero la sociedad se movió al ritmo del crecimiento y la demanda. La legitimidad del kirchnerismo es antes un fenómeno económico que político.
Las encuestas muestran hoy un vuelco significativo en el estado anímico. La mayoría de los argentinos fueron a votar hace algo más de un año creyendo que el país estaba bien, había crecido, seguiría creciendo y quedaría a salvo de la crisis internacional. Ahora la mayoría piensa lo contrario. No se trata de una depresión como la de 2008 y 2009 y mucho menos de algo comparable a la crisis de principio de siglo. Sin embargo, es suficiente para afirmar una hipótesis: la Presidenta tendrá grandes dificultades si, como afirman sus seguidores, intenta una reforma constitucional para quedarse.
Los sondeos sirven para fundamentar respuestas a cuestiones básicas de la causalidad social, como aquella que hizo célebre Bill Clinton. Para él, era la economía. En la Argentina, ¿es la economía o es la política? Acaso para explicar el voto se trate de la economía, como en 1989, 1995, 2003 y entre 2007 y 2012. Pero, sin duda, para explicar nuestro atraso relativo y las oportunidades perdidas, es la política. Desde hace muchos años.
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Y Sarasasá sasá sasá…..sará sasá sasá sasáaaa…sarasasá sasá sasá….sarasasá sasáaa saaaaasáaaaaaaa
Total, sin elecciones a la vista, ¿Quién lo puede comprobar?
Después llega octubre, y los porotos están donde deben estar.
Alta fruta.
Seguro, Fidanza, seguro. Después nos van a explicar que el problema es la baja calidad del voto.