Por Fernando Alonso
Hay aparentemente una coincidencia entre los equipos económicos de los dos principales candidatos que se disputarán en octubre la sucesión de Cristina Fernández y es, aunque parezca contra la lógica, no acelerar la devaluación del peso para seguir al real brasileño. Las dificultades está en cómo lograrlo sin un masivo ingreso de capitales externo que presionen a la apreciación del peso o una inmediata y profunda reforma impositiva que mejore el tipo de cambio real sin tocar el nominal. Cualquiera de los dos caminos demandará más tiempo del que parece tener la próxima gestión para crear un clima de confianza y bajar la ansiedad que genera un nuevo gobierno.
En las últimas semanas llegaron a Buenos Aires representante de fondos de inversión grandes, muy grandes, medianos y pequeños buscando conocer en boca de los posibles protagonistas la orientación económica de los candidatos. Lo que sorprendió a los interlocutores fue que llegaron con menos ansiedad que los propios argentinos y con un mensaje muy tranquilizador. Saben que arreglar con los fondos especulativos que ganaron el juicio en los tribunales de Thomas Griesa llevará varios meses. Que no será cuestión de un par de meses, como presionaban hasta hace poco tiempo, y que el tiempo juega a favor de un buen arreglo que beneficie al país y garantice la sostenibilidad de la deuda a mediano y largo plazo. Las últimas sentencias de la Cámara de Apelaciones de Nueva York que puso límite a Griesa (incluso, en el fallo que acotó el Discovery muchos leyeron que hasta trató con sorna a los abogados de NML Capital) y el comentario reconociendo que con esa decisión será más difícil que Argentina pague sus deudas, cambiaron aparentemente la relación de fuerza en la negociación. Ya no es Argentina la que tiene premura por acordar (demostró que puede emitir deuda nueva cara, pero se puede y para 2016 caen significativamente los vencimientos y se garantiza un flujo neto de dólares de organismos internacionales que ya rondan los 5.000/6.000 millones de dólares) si no los fondos especulativos, que gastaron millones de dólares en el litigio, llevan más de una década batallando, no lograron recuperar ni un centavo y determinante en la lectura que hacen todos los protagonistas entendieron que la sociedad argentina está dispuesta a sostener un gobierno que no pague aún a costa de ahogar el crecimiento económico por otros cuatro años.
Ni la posibilidad de “acelerar” el pago de la deuda reestructurada sirvió para presionar. El fondo que alcanzó el piso para pedir el pago total del bono PAR desistió de hacerlo. Sabe que generará un nuevo default de la deuda y que irá a la cola de los actuales fondos buitres para recuperar algo en los tribunales de Griesa.
En cambio, todos los tenedores de bonos reestructurados saben que apenas Griesa destrabe el pago tiene los fondos a disposición. Hay un costo de oportunidad perdida, pero nada comparado con lo que significaría un default generalizado y nueva reestructuración de la deuda.
Nadie se atreve a poner un número al arreglo, pero se descuenta que llegará si no es en el primer semestre será en el segundo semestre de 2016. El problema es mantener mientras tanto la paridad del peso hasta que lleguen esos dólares que bajen la ansiedad.
El otro camino, el de la reforma impositiva, tiene riesgos asociados a la desfinanciación del Estado justo cuando el déficit fiscal supera 5 puntos del PBI y la necesidad de reducirlo debe ser compatibilizada con la reducción del ritmo de inflación evitando las políticas ortodoxas que terminen ahogando el crecimiento tibio de la economía y genere la recesión del espiral: ajuste para bajar el déficit que genera caída de actividad e ingresos fiscales que obligan a nuevo ajuste, como vivió Argentina en el fin de la convertibilidad o Grecia en la actualidad.
La posibilidad de avanzar por el lado fiscal está también asociado a la lectura que se haga del efecto del tipo de cambio sobre las economías regionales. A la industria se la puede proteger con administración del comercio exterior. Las economías regionales dependen exclusivamente de las exportaciones y ahí el problema es tanto el tipo de cambio como los cierre de mercados por efecto de las crisis.
Si uno se guía por la sensación del mercado, la devaluación sería inevitable. Pero si se escucha a los equipos económicos, parece que el ritmo será mucho más moderado.
Hay aparentemente una coincidencia entre los equipos económicos de los dos principales candidatos que se disputarán en octubre la sucesión de Cristina Fernández y es, aunque parezca contra la lógica, no acelerar la devaluación del peso para seguir al real brasileño. Las dificultades está en cómo lograrlo sin un masivo ingreso de capitales externo que presionen a la apreciación del peso o una inmediata y profunda reforma impositiva que mejore el tipo de cambio real sin tocar el nominal. Cualquiera de los dos caminos demandará más tiempo del que parece tener la próxima gestión para crear un clima de confianza y bajar la ansiedad que genera un nuevo gobierno.
En las últimas semanas llegaron a Buenos Aires representante de fondos de inversión grandes, muy grandes, medianos y pequeños buscando conocer en boca de los posibles protagonistas la orientación económica de los candidatos. Lo que sorprendió a los interlocutores fue que llegaron con menos ansiedad que los propios argentinos y con un mensaje muy tranquilizador. Saben que arreglar con los fondos especulativos que ganaron el juicio en los tribunales de Thomas Griesa llevará varios meses. Que no será cuestión de un par de meses, como presionaban hasta hace poco tiempo, y que el tiempo juega a favor de un buen arreglo que beneficie al país y garantice la sostenibilidad de la deuda a mediano y largo plazo. Las últimas sentencias de la Cámara de Apelaciones de Nueva York que puso límite a Griesa (incluso, en el fallo que acotó el Discovery muchos leyeron que hasta trató con sorna a los abogados de NML Capital) y el comentario reconociendo que con esa decisión será más difícil que Argentina pague sus deudas, cambiaron aparentemente la relación de fuerza en la negociación. Ya no es Argentina la que tiene premura por acordar (demostró que puede emitir deuda nueva cara, pero se puede y para 2016 caen significativamente los vencimientos y se garantiza un flujo neto de dólares de organismos internacionales que ya rondan los 5.000/6.000 millones de dólares) si no los fondos especulativos, que gastaron millones de dólares en el litigio, llevan más de una década batallando, no lograron recuperar ni un centavo y determinante en la lectura que hacen todos los protagonistas entendieron que la sociedad argentina está dispuesta a sostener un gobierno que no pague aún a costa de ahogar el crecimiento económico por otros cuatro años.
Ni la posibilidad de “acelerar” el pago de la deuda reestructurada sirvió para presionar. El fondo que alcanzó el piso para pedir el pago total del bono PAR desistió de hacerlo. Sabe que generará un nuevo default de la deuda y que irá a la cola de los actuales fondos buitres para recuperar algo en los tribunales de Griesa.
En cambio, todos los tenedores de bonos reestructurados saben que apenas Griesa destrabe el pago tiene los fondos a disposición. Hay un costo de oportunidad perdida, pero nada comparado con lo que significaría un default generalizado y nueva reestructuración de la deuda.
Nadie se atreve a poner un número al arreglo, pero se descuenta que llegará si no es en el primer semestre será en el segundo semestre de 2016. El problema es mantener mientras tanto la paridad del peso hasta que lleguen esos dólares que bajen la ansiedad.
El otro camino, el de la reforma impositiva, tiene riesgos asociados a la desfinanciación del Estado justo cuando el déficit fiscal supera 5 puntos del PBI y la necesidad de reducirlo debe ser compatibilizada con la reducción del ritmo de inflación evitando las políticas ortodoxas que terminen ahogando el crecimiento tibio de la economía y genere la recesión del espiral: ajuste para bajar el déficit que genera caída de actividad e ingresos fiscales que obligan a nuevo ajuste, como vivió Argentina en el fin de la convertibilidad o Grecia en la actualidad.
La posibilidad de avanzar por el lado fiscal está también asociado a la lectura que se haga del efecto del tipo de cambio sobre las economías regionales. A la industria se la puede proteger con administración del comercio exterior. Las economías regionales dependen exclusivamente de las exportaciones y ahí el problema es tanto el tipo de cambio como los cierre de mercados por efecto de las crisis.
Si uno se guía por la sensación del mercado, la devaluación sería inevitable. Pero si se escucha a los equipos económicos, parece que el ritmo será mucho más moderado.