Para el kirchnerismo no hay nada por encima de la dinámica de construcción y conservación del poder. Lo demás es aleatorio. Como una contradicción en sus términos, podría decirse que la idea de permanencia fue el principio organizador de su final de gobierno. Mientras la política giraba y se organizaba en torno a su salida del poder, Cristina Kirchner estaba construyendo las bases de su continuidad.
En un mensaje a España con motivo de las Navidades de 1969, Francisco Franco celebró los objetivos cumplidos del régimen en el año que se iba. Uno fue su propuesta y la aprobación por las Cortes de su sucesor, el príncipe Juan Carlos de Borbón. «Todo ha quedado atado y bien atado», dijo. Cristina Kirchner no puede desconocer la frase de Franco, que encierra toda la angustia y también el candor de quien debe dejar el ejercicio del poder personalísimo. Porque alguna vez sucede.
Apurémonos a diferenciar una figura de la otra, que no son lo mismo y Franco además murió, unos años más tarde, en el poder. Pero la delicada arquitectura que rodea desde hace bastante tiempo la salida de la Presidenta tiene mucho de aquella ambición del ocaso franquista. Franco también deseaba que lo sucediera su régimen.
Esta obsesión por la permanencia acaso responda por qué la Presidenta consiguió esquivar el fenómeno del pato rengo, la figura con que se estigmatiza la debilidad del mandato de los presidentes estadounidenses sin reelección, y logró así prolongar su centralidad política. Todos los esfuerzos de la presidenta Kirchner estuvieron concentrados en desafiar la idea de que el final de su mandato equivalía a un final de ciclo. En ocasiones ella misma lo hizo explícito.
Las primeras señales, ahora ya lejanas, de esta búsqueda surgieron del importante recambio generacional en los cuadros. De todas las corrientes internas que alimentaron al oficialismo, algunas incluso ya extinguidas, ninguna tuvo el desarrollo y grado de penetración en los estamentos de poder que el que alcanzó La Cámpora. El proceso, si bien se había iniciado antes -Kirchner ya hablaba hace una década de la necesidad de formar 500 cuadros entre la juventud-cobró un impulso inusitado tras la muerte del ex presidente. La Cámpora desplazó así a los otros dos sectores que disputaban espacios de poder en el Gobierno: el peronismo, encarnado en la liga de gobernadores, y los gremios. Ese es el origen de la continuidad.
Más cerca en el tiempo, todo es más identificable. Con el frustrado proyecto de democratización de la justicia, el cristinismo buscó el dominio y control de todo el sistema de designación de jueces. La iniciativa parecía destinada apenas a lograr un salvoconducto judicial a los funcionarios investigados por casos de corrupción. En el contexto del recambio de más de la mitad de todos los jueces del país, el control de la justicia debería ser leído con otro alcance. Igual objetivo persiguió el dominio de estamentos autárquicos como el Banco Central, los organismos que regulan los medios y las telecomunicaciones y la Procuración General, el organismo extra poder por excelencia, al que se dotó de facultades ampliadas en las tareas de investigación mediante la reforma del código Procesal Penal -facultades extraídas al Poder Judicial-, y la reforma de su ley orgánica.
El desplazamiento hacia el Congreso de los principales dirigentes históricos del kirchnerismo y de cuadros de La Cámpora abona la hipótesis. Como temprano advirtió el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, el Poder Legislativo será uno de los pilares en la siguiente fase del ciclo, como es visible en listas kirchneristas de candidatos a las dos Cámaras, todos en lugares expectantes, y en la elección del compañero de fórmula presidencial de Daniel Scioli.
La designación de Carlos Zannini es igual a que la Presidenta se hubiera designado a sí misma en la fórmula. Zannini fue, hasta la muerte de Kirchner, el único dirigente que participaba en el sistema de toma de decisiones del matrimonio presidencial. Su figura excede la del comisario político: Zannini es uno de los hombres que ha llenado de contenido ideológico la última etapa del kirchnerismo.
Con independencia del grado de autonomía que consiga Scioli en un eventual nuevo gobierno, aún sin él, el kirchnerismo podría acceder al control de como mínimo dos de los tres poderes si se considera el desdoblamiento de las tareas de la justicia. Un esquema similar al que ha gobernado en los últimos cinco años.
Todo esto, sin necesidad de reforma constitucional -por el momento- y por vías mucho más sofisticadas que Venezuela. Asumamos que han sabido cómo hacerlo.
En un mensaje a España con motivo de las Navidades de 1969, Francisco Franco celebró los objetivos cumplidos del régimen en el año que se iba. Uno fue su propuesta y la aprobación por las Cortes de su sucesor, el príncipe Juan Carlos de Borbón. «Todo ha quedado atado y bien atado», dijo. Cristina Kirchner no puede desconocer la frase de Franco, que encierra toda la angustia y también el candor de quien debe dejar el ejercicio del poder personalísimo. Porque alguna vez sucede.
Apurémonos a diferenciar una figura de la otra, que no son lo mismo y Franco además murió, unos años más tarde, en el poder. Pero la delicada arquitectura que rodea desde hace bastante tiempo la salida de la Presidenta tiene mucho de aquella ambición del ocaso franquista. Franco también deseaba que lo sucediera su régimen.
Esta obsesión por la permanencia acaso responda por qué la Presidenta consiguió esquivar el fenómeno del pato rengo, la figura con que se estigmatiza la debilidad del mandato de los presidentes estadounidenses sin reelección, y logró así prolongar su centralidad política. Todos los esfuerzos de la presidenta Kirchner estuvieron concentrados en desafiar la idea de que el final de su mandato equivalía a un final de ciclo. En ocasiones ella misma lo hizo explícito.
Las primeras señales, ahora ya lejanas, de esta búsqueda surgieron del importante recambio generacional en los cuadros. De todas las corrientes internas que alimentaron al oficialismo, algunas incluso ya extinguidas, ninguna tuvo el desarrollo y grado de penetración en los estamentos de poder que el que alcanzó La Cámpora. El proceso, si bien se había iniciado antes -Kirchner ya hablaba hace una década de la necesidad de formar 500 cuadros entre la juventud-cobró un impulso inusitado tras la muerte del ex presidente. La Cámpora desplazó así a los otros dos sectores que disputaban espacios de poder en el Gobierno: el peronismo, encarnado en la liga de gobernadores, y los gremios. Ese es el origen de la continuidad.
Más cerca en el tiempo, todo es más identificable. Con el frustrado proyecto de democratización de la justicia, el cristinismo buscó el dominio y control de todo el sistema de designación de jueces. La iniciativa parecía destinada apenas a lograr un salvoconducto judicial a los funcionarios investigados por casos de corrupción. En el contexto del recambio de más de la mitad de todos los jueces del país, el control de la justicia debería ser leído con otro alcance. Igual objetivo persiguió el dominio de estamentos autárquicos como el Banco Central, los organismos que regulan los medios y las telecomunicaciones y la Procuración General, el organismo extra poder por excelencia, al que se dotó de facultades ampliadas en las tareas de investigación mediante la reforma del código Procesal Penal -facultades extraídas al Poder Judicial-, y la reforma de su ley orgánica.
El desplazamiento hacia el Congreso de los principales dirigentes históricos del kirchnerismo y de cuadros de La Cámpora abona la hipótesis. Como temprano advirtió el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, el Poder Legislativo será uno de los pilares en la siguiente fase del ciclo, como es visible en listas kirchneristas de candidatos a las dos Cámaras, todos en lugares expectantes, y en la elección del compañero de fórmula presidencial de Daniel Scioli.
La designación de Carlos Zannini es igual a que la Presidenta se hubiera designado a sí misma en la fórmula. Zannini fue, hasta la muerte de Kirchner, el único dirigente que participaba en el sistema de toma de decisiones del matrimonio presidencial. Su figura excede la del comisario político: Zannini es uno de los hombres que ha llenado de contenido ideológico la última etapa del kirchnerismo.
Con independencia del grado de autonomía que consiga Scioli en un eventual nuevo gobierno, aún sin él, el kirchnerismo podría acceder al control de como mínimo dos de los tres poderes si se considera el desdoblamiento de las tareas de la justicia. Un esquema similar al que ha gobernado en los últimos cinco años.
Todo esto, sin necesidad de reforma constitucional -por el momento- y por vías mucho más sofisticadas que Venezuela. Asumamos que han sabido cómo hacerlo.
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