La audacia política de Cristina Fernández de Kirchner y su pequeño círculo de consejeros es directamente proporcional a la ausencia de ideas de la mayoría de la oposición y su falta de coraje. Con el anuncio de la expropiación de YPF, la Presidenta dejó a todos y todas, otra vez, patas para arriba. Y el resultado parcial de la despareja tenida es apabullante: igual que en las últimas elecciones presidenciales de octubre, les ganó a todos sus adversarios políticos juntos, y por goleada. Hagamos un rápido balance de la situación. La astuta jugada de la jefa del Estado todavía no tiene efectos tan negativos ni tan inmediatos como la dirigencia tradicional podía esperar. Sólo los 700 millones de dólares que los productores de biodiésel dejaran de cobrar por decisión de España. Y punto.
Casi todo lo demás son especulaciones, desde el intento de España de aislar a la Argentina del Mercosur y quitarle la silla del G-20 hasta la amenaza de anular los aranceles preferenciales que afectarían al país en 2400 millones de dólares anuales. Es probable que en el mediano y largo plazos se registre menos inversión directa y se obtengan menos créditos del exterior. Es posible, también, que el autoabastecimiento y la soberanía petrolera no se alcancen ni durante esta década ni durante la siguiente. Pero ¿quién puede darse el lujo de pensar la Argentina de los próximos diez años si la pelea por mantener y continuar en el poder es ahora mismo? En cambio, a partir de la semana pasada, Ella y sus funcionarios podrán usar el dinero que ya cobran de la YPF expropiada como mejor les parezca. Y las consecuencias de esa utilización no se notarán, ni impactarán, en lo inmediato, en la vida cotidiana de casi ningún argentino. Por el contrario, sus efectos políticos son instantáneos. La «epopeya de YPF» ya consiguió distraer la atención sobre el Boudougate , la tragedia de Once, la desaceleración económica y el desbarajuste que hizo Guillermo Moreno con las trabas a la importación de libros y otras decisiones extravagantes. Sólo se mantiene como trend topic de la agenda nacional el sainete del precio y la falta de yerba mate en las góndolas de los supermercados, un detalle de color comparado con la gesta petrolera que Cristina Fernández acaba de protagonizar. Pero eso no es todo. Porque la movida de YPF desnuda además el contraste real que hay entre el efectivo y brutal ejercicio del poder del Gobierno y los complejos, culpas y dudas de los dirigentes de la Unión Cívica Radical (UCR), el peronismo no kirchnerista y el Frente Amplio Progresista (FAP), quienes no se atreven a rechazar de plano la iniciativa porque temen que les cuelguen el cartelito de derechosos privatistas. Son tan ambiguos y dubitativos que muchas veces, en vez de ponerse al frente de los argentinos a quienes pretenden representar, se esconden detrás de los clichés ideológicos para no pasar vergüenza.
¿Quiénes, con un mínimo de sentido común, se atreverían a criticar a Hermes Binner, Fernando «Pino» Solanas, Luis Juez, Ricardo Alfonsín, Ernesto Sanz y Gerardo Morales si dijeran, por ejemplo, «estamos de acuerdo con que el Estado tenga la mayoría de YPF, pero no estamos de acuerdo con esta expropiación y por eso votamos en contra»? Seguramente perderían igual la votación en el Senado y en Diputados, pero dejarían bien en claro que no les da lo mismo cualquier procedimiento oportunista para recuperar la petrolera de bandera nacional. En este sentido, Mauricio Macri fue un poco más inteligente que el resto de la oposición: intentó representar a una masa inestable de entre el 45 y el 50% de porteños que se opusieron a la decisión, y el eventual fracaso del Gobierno colocará a Pro como una alternativa válida para quienes decidan no votar a ningún candidato del oficialismo.
Por su parte, el gobernador Daniel Scioli emitió una tibia señal de diferenciación al anunciar su viaje de negocios a Colombia como si quisiera comunicar al peronismo y el resto del país que su modelo de gestión es otro, distinto al de la prepotencia cristinista. Un párrafo aparte merece María Eugenia Estenssoro, quien ayer escribió en este mismo espacio una carta a la Presidenta que los historiadores deberían archivar. La senadora por la Coalición Cívica le agradeció a la jefa del Estado el reconocimiento que hizo de su padre, José Estenssoro, en la última sesión de apertura del Congreso. Recordó que fue durante su gestión cuando YPF alcanzó niveles récord de exploración y explotación. Afirmó que Néstor Kirchner acompañó «el último gran acto de corrupción del menemismo». Destacó que en 2003 el ex presidente recibió un país que se autoabastecía. Después dio los nombres de los responsables de la actual crisis energética, entre los que incluyó al ministro Julio De Vido; al secretario de Energía, Daniel Cameron, y a los funcionarios que firmaron los últimos balances de la compañía y que ahora trabajan en el Banco Central y la sindicatura del Estado para YPF. Al final escribió que por todo eso no acompañaría el proyecto oficial y finalmente, en la sesión de ayer, se abstuvo de votar.
Por supuesto, la carta de Estenssoro será prolijamente ignorada por el equipo de marketing de la Presidenta, cuyos integrantes se preparan para capitalizar el principal beneficio político de «La Gran YPF»: la idea de que Ella está muy por encima, que no tiene rivales dentro del peronismo ni tiene oposición, y que por eso lo mejor que le podría pasar al país es darle la oportunidad de que compita para terminar el proyecto de transformación que inició su marido hace casi nueve años. «Hay tanta distancia entre Ella y todos los demás que hoy podría ser vuelta a elegir por aclamación y nadie se sorprendería», explican quienes consideran que éste es el momento para empezar a discutir su re-reelección.
Tampoco esta operación es a tontas y a locas, y quienes trabajan en ella reciben encuestas todas las semanas, mientras en el laboratorio que comanda Carlos Zannini analizan cuál sería el mejor contexto para plantear la necesidad de reforma de la Constitución que posibilitaría un nuevo período. Los cristinólogos más atentos me explicaron que el martes pasado, en San Antonio de Areco, Ella, con su invocación a El, pudo haber dado comienzo a la campaña subliminal para sucederse a sí misma. Sólo les falta encontrar la coartada perfecta para lograr los dos tercios de los votos que se necesitan en el Congreso para declarar la necesidad de reforma. Y el «buen uso» de una causa nacional, como Malvinas o YPF. Algo que confunda a la oposición y haga olvidar todos los temas negativos y urgentes.
© La Nacion.
Casi todo lo demás son especulaciones, desde el intento de España de aislar a la Argentina del Mercosur y quitarle la silla del G-20 hasta la amenaza de anular los aranceles preferenciales que afectarían al país en 2400 millones de dólares anuales. Es probable que en el mediano y largo plazos se registre menos inversión directa y se obtengan menos créditos del exterior. Es posible, también, que el autoabastecimiento y la soberanía petrolera no se alcancen ni durante esta década ni durante la siguiente. Pero ¿quién puede darse el lujo de pensar la Argentina de los próximos diez años si la pelea por mantener y continuar en el poder es ahora mismo? En cambio, a partir de la semana pasada, Ella y sus funcionarios podrán usar el dinero que ya cobran de la YPF expropiada como mejor les parezca. Y las consecuencias de esa utilización no se notarán, ni impactarán, en lo inmediato, en la vida cotidiana de casi ningún argentino. Por el contrario, sus efectos políticos son instantáneos. La «epopeya de YPF» ya consiguió distraer la atención sobre el Boudougate , la tragedia de Once, la desaceleración económica y el desbarajuste que hizo Guillermo Moreno con las trabas a la importación de libros y otras decisiones extravagantes. Sólo se mantiene como trend topic de la agenda nacional el sainete del precio y la falta de yerba mate en las góndolas de los supermercados, un detalle de color comparado con la gesta petrolera que Cristina Fernández acaba de protagonizar. Pero eso no es todo. Porque la movida de YPF desnuda además el contraste real que hay entre el efectivo y brutal ejercicio del poder del Gobierno y los complejos, culpas y dudas de los dirigentes de la Unión Cívica Radical (UCR), el peronismo no kirchnerista y el Frente Amplio Progresista (FAP), quienes no se atreven a rechazar de plano la iniciativa porque temen que les cuelguen el cartelito de derechosos privatistas. Son tan ambiguos y dubitativos que muchas veces, en vez de ponerse al frente de los argentinos a quienes pretenden representar, se esconden detrás de los clichés ideológicos para no pasar vergüenza.
¿Quiénes, con un mínimo de sentido común, se atreverían a criticar a Hermes Binner, Fernando «Pino» Solanas, Luis Juez, Ricardo Alfonsín, Ernesto Sanz y Gerardo Morales si dijeran, por ejemplo, «estamos de acuerdo con que el Estado tenga la mayoría de YPF, pero no estamos de acuerdo con esta expropiación y por eso votamos en contra»? Seguramente perderían igual la votación en el Senado y en Diputados, pero dejarían bien en claro que no les da lo mismo cualquier procedimiento oportunista para recuperar la petrolera de bandera nacional. En este sentido, Mauricio Macri fue un poco más inteligente que el resto de la oposición: intentó representar a una masa inestable de entre el 45 y el 50% de porteños que se opusieron a la decisión, y el eventual fracaso del Gobierno colocará a Pro como una alternativa válida para quienes decidan no votar a ningún candidato del oficialismo.
Por su parte, el gobernador Daniel Scioli emitió una tibia señal de diferenciación al anunciar su viaje de negocios a Colombia como si quisiera comunicar al peronismo y el resto del país que su modelo de gestión es otro, distinto al de la prepotencia cristinista. Un párrafo aparte merece María Eugenia Estenssoro, quien ayer escribió en este mismo espacio una carta a la Presidenta que los historiadores deberían archivar. La senadora por la Coalición Cívica le agradeció a la jefa del Estado el reconocimiento que hizo de su padre, José Estenssoro, en la última sesión de apertura del Congreso. Recordó que fue durante su gestión cuando YPF alcanzó niveles récord de exploración y explotación. Afirmó que Néstor Kirchner acompañó «el último gran acto de corrupción del menemismo». Destacó que en 2003 el ex presidente recibió un país que se autoabastecía. Después dio los nombres de los responsables de la actual crisis energética, entre los que incluyó al ministro Julio De Vido; al secretario de Energía, Daniel Cameron, y a los funcionarios que firmaron los últimos balances de la compañía y que ahora trabajan en el Banco Central y la sindicatura del Estado para YPF. Al final escribió que por todo eso no acompañaría el proyecto oficial y finalmente, en la sesión de ayer, se abstuvo de votar.
Por supuesto, la carta de Estenssoro será prolijamente ignorada por el equipo de marketing de la Presidenta, cuyos integrantes se preparan para capitalizar el principal beneficio político de «La Gran YPF»: la idea de que Ella está muy por encima, que no tiene rivales dentro del peronismo ni tiene oposición, y que por eso lo mejor que le podría pasar al país es darle la oportunidad de que compita para terminar el proyecto de transformación que inició su marido hace casi nueve años. «Hay tanta distancia entre Ella y todos los demás que hoy podría ser vuelta a elegir por aclamación y nadie se sorprendería», explican quienes consideran que éste es el momento para empezar a discutir su re-reelección.
Tampoco esta operación es a tontas y a locas, y quienes trabajan en ella reciben encuestas todas las semanas, mientras en el laboratorio que comanda Carlos Zannini analizan cuál sería el mejor contexto para plantear la necesidad de reforma de la Constitución que posibilitaría un nuevo período. Los cristinólogos más atentos me explicaron que el martes pasado, en San Antonio de Areco, Ella, con su invocación a El, pudo haber dado comienzo a la campaña subliminal para sucederse a sí misma. Sólo les falta encontrar la coartada perfecta para lograr los dos tercios de los votos que se necesitan en el Congreso para declarar la necesidad de reforma. Y el «buen uso» de una causa nacional, como Malvinas o YPF. Algo que confunda a la oposición y haga olvidar todos los temas negativos y urgentes.
© La Nacion.