«Soy un joven español de 24 años con muchas ganas de trabajar. Tengo experiencia como ferralla, oficial de segunda, también de carpintero encofrador, ayudante de carpintero ebanista, conductor de camión, dependiente, mozo y encargado en almacén. Carné A y B, coche propio, carné de carretillero y diploma de curso de la construcción de ocho horas». Este es el texto con el que Adrián, de Vallecas (Madrid), busca trabajo en Internet. Él se estrenó en la construcción a los 18 años siguiendo los pasos de sus hermanos. «Me animaron. Se ganaba dinero, se veía futuro, me gustaba. Y ahora llevo dos años en el paro. No sale nada. Como no tengas enchufe, no hay tu tía».
La construcción absorbía en 2007 el 13% de la ocupación española. Cuatro años más tarde, la tarta ha menguado pero también su porción, que se ha reducido a un 7% más razonable y en armonía con los países que nos rodean. «La caída ha sido brutal», dice Lorenzo Serrano, del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE). «Y me gustaría decir que ha dejado de caer, pero sigue descendiendo, aunque a menor ritmo. Estamos en niveles tan bajos que en algún momento parará. Pero no se ha tocado suelo».
Hasta 1,4 millones de trabajadores del sector se han quedado en el paro, más de la mitad jóvenes que, como Adrián, dejaron los estudios atraídos por los elevados ingresos en relación con la formación que se requería. A principios de 2008 había 62.000 menores de 20 años en la obra. Hoy, solo 4.300 (un 7%) conserva su empleo. En el caso de los menores de 25 años, la proporción de supervivientes es del 24%. Y en los menores de 30, del 33%. El resto, se busca la vida como puede. «Hace poco estuve lijando puertas para un carpintero», cuenta Adrián. «Sin contrato ni nada, me daba 30 euros por día. A veces también busco chatarra para venderla con un amigo gruista que está como yo».
Emigrar es duro porque compiten con nacionalidades que trabajan por menos
Es uno de los problemas más graves de España: el reguero de jóvenes parados con baja cualificación (la tasa de abandono escolar, 28,4%, duplica la media europea). «Están en una situación muy comprometida», continúa Serrano. «Sus alternativas son cambiar de sector y aceptar, si encuentran algo, salarios mucho más bajos, seguir formándose o marcharse al norte de África, Latinoamérica o Emiratos, donde la construcción está creciendo, pero es una decisión muy fuerte». Oriol Homs, del Centro de Iniciativas e Investigaciones Europeas en el Mediterráneo, afirma que un tercio ha optado por regresar a las aulas. «Eso es positivo», dice. «Pero tiene una lectura negativa: dos tercios no lo han hecho».
A pocos kilómetros del aeropuerto de Barajas está el Centro de Formación en Edificación y Obra Civil, de referencia nacional, donde se aprende a ser albañil, mecánico, gruista… Setecientos alumnos pasan por él al año, aunque muchos otros no logran plaza. El centro tiene más de 35 años, pero desde 2007, cuando se impulsaron los certificados de profesionalidad para otorgar títulos y avalar la experiencia de miles de parados, ha vivido un nuevo empujón. «Lo que sí se ha notado es que los alumnos ahora aguantan los cursos hasta el final», dice José Manuel, administrador del centro desde 1976: «Antes los dejaban a medias porque los contrataban».
Por este centro, como por otros similares, pasan ahora «dos tipos de alumnos», según explica Antonio Mendoza, profesor del curso de operador de Retropala. «Los que buscan la titulación y un respaldo educativo. Y los que lo hacen con la esperanza de que la construcción en algún momento remontará». No cree que sean ilusos. Él mismo está “convencido de ello”. También dos de sus alumnos, Antonio Ortiz (25 años) e Ignacio Benito (19). «Tarde o temprano tiene que cambiar», dice Ortiz, que durante siete años recorrió a diario los 110 kilómetros que separan Corral de Almaguer (Toledo) de la capital para trabajar en la obra. «Mi padre dice que son rachas», sonríe Benito, que quiere ser nivelador, como su progenitor. Los expertos, sin embargo, no comparten su optimismo. «El sector no va a absorber al millón y medio de trabajadores que ha expulsado», dice Vicente Sánchez Jiménez, secretario de Estudios y Formación de CC OO. «Porque no hay demanda, porque antes hay que vender el stock y porque era una exageración».
«El sector no va a absorber al
millón y medio de trabajadores que
ha expulsado», dice un experto
Emerson Oropesa, 29 años, empieza a preguntarse si habrá llegado el momento de regresar a Perú. Él vino a España hace ocho años con un objetivo: ahorrar 3.000 euros para operar a su hija recién nacida, que vino al mundo con labio leporino. Lo logró, encontró trabajo enseguida en la construcción. Ahora tiene otro hijo en camino y lleva cerca de dos años parado. En junio se le acaba la prestación. Está haciendo un curso de mecánico de vehículos pesados e intentará buscar trabajo en España. Si no lo logra, quizá emprenda el retorno. «Mi país está cambiando», dice. «El boom de la construcción está ahora allí».
Esa vía, la de emigrar, no es real para todos, avisa Sánchez Jiménez: «Fuera lo tienen difícil. En muchos países esos trabajos están ocupados por otras nacionalidades, como polacos y búlgaros, que a menudo lo hacen por menos. Y nadie va a querer salir para ganar menos que aquí. Solo se irán los más cualificados».
Óscar (33 años) vive en Castilla y León y es ingeniero Técnico en Topografía. Por su formación, seguramente podría encontrar empleo fuera. Pero no quiere. Hace seis meses nació su primer hijo y cree que su familia «tiene derecho a disfrutar de él». Lleva más de un año en paro e ingresa 1.200 euros de prestación, de los que el 60% son para la hipoteca (770 euros). Su mujer no trabaja. «Esto ha caído en un precipicio, es mi único tema de conversación. Me invade un sentimiento de desánimo porque no vislumbro mejora a corto plazo. En diciembre se me acaba el paro y cada día me levanto más nervioso». Él ha trazado su propio plan de supervivencia, que incluye un plan B al que no le gustaría recurrir: «Un conocido tiene una empresa de reciclaje de metal y necesita un gruista, así que me estoy sacando el título. No es seguro que me llame, pero ahora mismo me tiro de cabeza donde sea. Como último recurso alquilaría el piso y nos iríamos a vivir con mis padres. Pero esa es mi pesadilla».
La construcción absorbía en 2007 el 13% de la ocupación española. Cuatro años más tarde, la tarta ha menguado pero también su porción, que se ha reducido a un 7% más razonable y en armonía con los países que nos rodean. «La caída ha sido brutal», dice Lorenzo Serrano, del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE). «Y me gustaría decir que ha dejado de caer, pero sigue descendiendo, aunque a menor ritmo. Estamos en niveles tan bajos que en algún momento parará. Pero no se ha tocado suelo».
Hasta 1,4 millones de trabajadores del sector se han quedado en el paro, más de la mitad jóvenes que, como Adrián, dejaron los estudios atraídos por los elevados ingresos en relación con la formación que se requería. A principios de 2008 había 62.000 menores de 20 años en la obra. Hoy, solo 4.300 (un 7%) conserva su empleo. En el caso de los menores de 25 años, la proporción de supervivientes es del 24%. Y en los menores de 30, del 33%. El resto, se busca la vida como puede. «Hace poco estuve lijando puertas para un carpintero», cuenta Adrián. «Sin contrato ni nada, me daba 30 euros por día. A veces también busco chatarra para venderla con un amigo gruista que está como yo».
Emigrar es duro porque compiten con nacionalidades que trabajan por menos
Es uno de los problemas más graves de España: el reguero de jóvenes parados con baja cualificación (la tasa de abandono escolar, 28,4%, duplica la media europea). «Están en una situación muy comprometida», continúa Serrano. «Sus alternativas son cambiar de sector y aceptar, si encuentran algo, salarios mucho más bajos, seguir formándose o marcharse al norte de África, Latinoamérica o Emiratos, donde la construcción está creciendo, pero es una decisión muy fuerte». Oriol Homs, del Centro de Iniciativas e Investigaciones Europeas en el Mediterráneo, afirma que un tercio ha optado por regresar a las aulas. «Eso es positivo», dice. «Pero tiene una lectura negativa: dos tercios no lo han hecho».
A pocos kilómetros del aeropuerto de Barajas está el Centro de Formación en Edificación y Obra Civil, de referencia nacional, donde se aprende a ser albañil, mecánico, gruista… Setecientos alumnos pasan por él al año, aunque muchos otros no logran plaza. El centro tiene más de 35 años, pero desde 2007, cuando se impulsaron los certificados de profesionalidad para otorgar títulos y avalar la experiencia de miles de parados, ha vivido un nuevo empujón. «Lo que sí se ha notado es que los alumnos ahora aguantan los cursos hasta el final», dice José Manuel, administrador del centro desde 1976: «Antes los dejaban a medias porque los contrataban».
Por este centro, como por otros similares, pasan ahora «dos tipos de alumnos», según explica Antonio Mendoza, profesor del curso de operador de Retropala. «Los que buscan la titulación y un respaldo educativo. Y los que lo hacen con la esperanza de que la construcción en algún momento remontará». No cree que sean ilusos. Él mismo está “convencido de ello”. También dos de sus alumnos, Antonio Ortiz (25 años) e Ignacio Benito (19). «Tarde o temprano tiene que cambiar», dice Ortiz, que durante siete años recorrió a diario los 110 kilómetros que separan Corral de Almaguer (Toledo) de la capital para trabajar en la obra. «Mi padre dice que son rachas», sonríe Benito, que quiere ser nivelador, como su progenitor. Los expertos, sin embargo, no comparten su optimismo. «El sector no va a absorber al millón y medio de trabajadores que ha expulsado», dice Vicente Sánchez Jiménez, secretario de Estudios y Formación de CC OO. «Porque no hay demanda, porque antes hay que vender el stock y porque era una exageración».
«El sector no va a absorber al
millón y medio de trabajadores que
ha expulsado», dice un experto
Emerson Oropesa, 29 años, empieza a preguntarse si habrá llegado el momento de regresar a Perú. Él vino a España hace ocho años con un objetivo: ahorrar 3.000 euros para operar a su hija recién nacida, que vino al mundo con labio leporino. Lo logró, encontró trabajo enseguida en la construcción. Ahora tiene otro hijo en camino y lleva cerca de dos años parado. En junio se le acaba la prestación. Está haciendo un curso de mecánico de vehículos pesados e intentará buscar trabajo en España. Si no lo logra, quizá emprenda el retorno. «Mi país está cambiando», dice. «El boom de la construcción está ahora allí».
Esa vía, la de emigrar, no es real para todos, avisa Sánchez Jiménez: «Fuera lo tienen difícil. En muchos países esos trabajos están ocupados por otras nacionalidades, como polacos y búlgaros, que a menudo lo hacen por menos. Y nadie va a querer salir para ganar menos que aquí. Solo se irán los más cualificados».
Óscar (33 años) vive en Castilla y León y es ingeniero Técnico en Topografía. Por su formación, seguramente podría encontrar empleo fuera. Pero no quiere. Hace seis meses nació su primer hijo y cree que su familia «tiene derecho a disfrutar de él». Lleva más de un año en paro e ingresa 1.200 euros de prestación, de los que el 60% son para la hipoteca (770 euros). Su mujer no trabaja. «Esto ha caído en un precipicio, es mi único tema de conversación. Me invade un sentimiento de desánimo porque no vislumbro mejora a corto plazo. En diciembre se me acaba el paro y cada día me levanto más nervioso». Él ha trazado su propio plan de supervivencia, que incluye un plan B al que no le gustaría recurrir: «Un conocido tiene una empresa de reciclaje de metal y necesita un gruista, así que me estoy sacando el título. No es seguro que me llame, pero ahora mismo me tiro de cabeza donde sea. Como último recurso alquilaría el piso y nos iríamos a vivir con mis padres. Pero esa es mi pesadilla».