En Tigre. El diputado Sergio Massa participó una jornada de festejos y actividades gratuitas por el Día de la Virgen.
En enero, Daniel Scioli aguardó hasta último momento el llamado de Mauricio Macri para viajar al Foro Económico de Davos. No tuvo éxito. El Presidente finalmente se inclinó por Sergio Massa, a quien durante la gira presentó como «el líder de la oposición». Fue una decisión estrictamente política: el ex gobernador bonaerense, a quien en plena campaña llegó a referir como «un amigo», venía de perder por muy poco la elección pero evidenciaba su intención de seguir alineado con el kirchnerismo; mientras que el tigrense, con quien mantiene un vínculo de mucha desconfianza, se presentaba como el garante de la gobernabilidad, tanto de su gestión como de la bonaerense María Eugenia Vidal. La anécdota sirve para rememorar que el jefe de Estado puede ser muy pragmático y dejar de lado cuestiones personales. Pero esta vez parece ser diferente: por estas horas, en el Gobierno hay unanimidad respecto a que la jugada del jefe del Frente Renovador en el debate por Ganancias impactó muy fuertemente y que «va a ser muy difícil recomponer la relación». «¿Cómo (Macri) no va a estar enojado, si después de todos los gestos que tuvo con él, Sergio le paga juntándose con el kirchnerismo y armando un proyecto que pone palos en la rueda en el final del año?», justifican desde el entorno presidencial.
Para la Casa Rosada, el tigrense «rompió todos los códigos de trabajo político» e interpretan que «decidió arrancar la campaña antes». Eso explica que, luego de la votación en Diputados, se bajó la orden de cortar los canales de diálogo.
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Paradójicamente, uno de los puente que queda sano se da entre dos diputados con perfil técnico: Luciano Laspina y Marco Lavagna. Aunque se debe estrictamente a una cuestión personal, más que a la posibilidad de acercar posiciones. «Desde el massismo no hay quema de puentes: aunque el Ejecutivo bajó la orden de no hablar con nosotros, vamos a seguir trabajando en la misma línea», dijo Lavagna.
En el Gobierno, tras la andanada de críticas del Presidente y sus principales funcionarios, ayer se llamaron a silencio. Pero ni siquiera la calma del fin de semana apaciguó la furia contra «el ex jefe de Gabinete de Cristina», como recordó Macri. Tanto que, al menos por ahora, aseguran estar dispuestos a afrontar los costos de no contar más con su ayuda en el Congreso, clave en el primer año de mandato. «¿Cuántas leyes nos quedan por sacar antes de la elección?», relativizaron.
Desde el Frente Renovador creen que no habrá represalias de Massa por los cruces. «¿Durante 321 días fui Dios y hoy soy el peor de todos? Está bien, que hagan lo que quieran. Conmigo no van a necesitar negociar, soy responsable: lo que crea que es positivo para el país, lo voy a votar. Y en lo que esté convencido que se equivocan, les diré que no», dicen que le transmitió a un dirigente que habló con él en las últimas horas. Lo mismo se aplica a su relación con María Eugenia Vidal, con quien tiene un acuerdo programático en Provincia. La gobernadora tampoco analiza romper relaciones.
Con todo, inesperadamente, en el Gobierno avizoran que se abre un nuevo escenario de cara a las Legislativas. Es que hasta este episodio, no se dudaba en referenciar al kirchnerismo -aún con la duda sobre la eventual candidatura de Cristina- como el enemigo para confrontar. Ese contexto dejaba afuera al tigrense. Ahora, tal vez con la bronca latente, lo suben al ring como el principal contrincante. «El rival va a ser él, no Cristina», dicen desde el ala política.
En enero, Daniel Scioli aguardó hasta último momento el llamado de Mauricio Macri para viajar al Foro Económico de Davos. No tuvo éxito. El Presidente finalmente se inclinó por Sergio Massa, a quien durante la gira presentó como «el líder de la oposición». Fue una decisión estrictamente política: el ex gobernador bonaerense, a quien en plena campaña llegó a referir como «un amigo», venía de perder por muy poco la elección pero evidenciaba su intención de seguir alineado con el kirchnerismo; mientras que el tigrense, con quien mantiene un vínculo de mucha desconfianza, se presentaba como el garante de la gobernabilidad, tanto de su gestión como de la bonaerense María Eugenia Vidal. La anécdota sirve para rememorar que el jefe de Estado puede ser muy pragmático y dejar de lado cuestiones personales. Pero esta vez parece ser diferente: por estas horas, en el Gobierno hay unanimidad respecto a que la jugada del jefe del Frente Renovador en el debate por Ganancias impactó muy fuertemente y que «va a ser muy difícil recomponer la relación». «¿Cómo (Macri) no va a estar enojado, si después de todos los gestos que tuvo con él, Sergio le paga juntándose con el kirchnerismo y armando un proyecto que pone palos en la rueda en el final del año?», justifican desde el entorno presidencial.
Para la Casa Rosada, el tigrense «rompió todos los códigos de trabajo político» e interpretan que «decidió arrancar la campaña antes». Eso explica que, luego de la votación en Diputados, se bajó la orden de cortar los canales de diálogo.
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Paradójicamente, uno de los puente que queda sano se da entre dos diputados con perfil técnico: Luciano Laspina y Marco Lavagna. Aunque se debe estrictamente a una cuestión personal, más que a la posibilidad de acercar posiciones. «Desde el massismo no hay quema de puentes: aunque el Ejecutivo bajó la orden de no hablar con nosotros, vamos a seguir trabajando en la misma línea», dijo Lavagna.
En el Gobierno, tras la andanada de críticas del Presidente y sus principales funcionarios, ayer se llamaron a silencio. Pero ni siquiera la calma del fin de semana apaciguó la furia contra «el ex jefe de Gabinete de Cristina», como recordó Macri. Tanto que, al menos por ahora, aseguran estar dispuestos a afrontar los costos de no contar más con su ayuda en el Congreso, clave en el primer año de mandato. «¿Cuántas leyes nos quedan por sacar antes de la elección?», relativizaron.
Desde el Frente Renovador creen que no habrá represalias de Massa por los cruces. «¿Durante 321 días fui Dios y hoy soy el peor de todos? Está bien, que hagan lo que quieran. Conmigo no van a necesitar negociar, soy responsable: lo que crea que es positivo para el país, lo voy a votar. Y en lo que esté convencido que se equivocan, les diré que no», dicen que le transmitió a un dirigente que habló con él en las últimas horas. Lo mismo se aplica a su relación con María Eugenia Vidal, con quien tiene un acuerdo programático en Provincia. La gobernadora tampoco analiza romper relaciones.
Con todo, inesperadamente, en el Gobierno avizoran que se abre un nuevo escenario de cara a las Legislativas. Es que hasta este episodio, no se dudaba en referenciar al kirchnerismo -aún con la duda sobre la eventual candidatura de Cristina- como el enemigo para confrontar. Ese contexto dejaba afuera al tigrense. Ahora, tal vez con la bronca latente, lo suben al ring como el principal contrincante. «El rival va a ser él, no Cristina», dicen desde el ala política.