En torno de la extensión del congelamiento

Algunos sectores gremiales y determinados empresarios del ámbito comercial, han planteado la necesidad de extender el congelamiento bimensual establecido. Por de pronto, si se atiende a nuestra nota de semanas atrás titulada “A propósito del congelamiento de precios”, el tal planteo tiene su lógica a modo de respuesta ante el síndrome del “día 61”. Pero, a la par, en función del problema de fondo operante, la tal extensión también alienta una reflexión acerca de los contenidos y alcances de la misma. Incluido la consideración del contexto en que se verificaría.
Recuérdese que en la citada nota, señalábamos que la aplicación del congelamiento implicaba, de facto, el reconocimiento de una importante dimensión inercial del fenómeno de la inflación efectiva en la Argentina, por lo cual, se establecía un tratamiento “de choque”. La decisión de congelar precios, que traducía ese choque, buscaba imponer un quiebre al dato inercial, el que, además, parecía estar cobrando más bríos. La inflación inercial es aquella que depende de su propio pasado, echando mano de expedientes indexatorios o cuasiindexatorios para su reproducción.
En rigor, en una primera aproximación, la medida registró cierto éxito inicial, calmando algo las expectativas inmediatas, al punto tal que las propias estimaciones alternativas a la oficial, revelaron una determinada desaceleración inflacionaria. En el lapso, no pareció que se verificaran problemas de provisión importante, más allá de algunos localizados, los que, incluso, venían de tiempo atrás.
Asimismo, en el artículo arriba mencionado, se explicaba que la bimensualidad constituía un plazo referencial acotado, y que alentaba, prima facie, el síndrome del día después; aquí, el del “día 61”. En paralelo, si se buscaba asociar la medida sobre los precios con la instancia de la discusión de la paritarias, no podía olvidarse de que el plazo promedio de vigencia de los acuerdos salariales es de un año. Había, pues, una asimetría a resolver.
Entonces, retornamos al punto de partida de la presente nota. Parece lógico pensar en la extensión en el tiempo de la referencia de precios, a guisa de horizonte. Pero, como consecuencia de esto, surgen los interrogantes acerca del plazo utilizable; del cómo hacerlo; de las condiciones, facilidades y bemoles de cada opción a considerar. Veamos.
Algunos aspectos a evaluar
El plazo de la medida del congelamiento de precios podría extenderse algunos meses. Incluso, extenderse a octubre o a diciembre, si fuera el caso. Las opciones son amplias. Una prolongación del congelamiento “en sí” en el tiempo, parece aportar una señal más clara y más fácil de captar. Sin embargo, no se disipan totalmente las contraindicaciones y compromisos.
Cualquier plazo de congelamiento, más allá de su alcance en cuanto a duración, suscita la cuestión del día después, esto, más tarde o más temprano. Si extender el plazo de congelamiento como se dijo arriba, luce más expedito, aquella cuestión no se desvanece sino que se desliza en el tiempo. Quizá, con vivacidad ascendente. Entrando en un congelamiento, y arraigando en él, es exigida una propuesta superadora con vistas a encarar su salida. Naturalmente, en el seno de las expectativas relativas al día después, el estadio del abastecimiento de bienes influye especialmente.
De todos modos, hay otras facetas involucradas. Como se sabe, la inflación inercial no significa desconocer otros factores capaces de pesar: shocks de demanda y de oferta, de precios relativos, agudización de la puja distributiva, concesividad monetaria, etcétera. Lo que hace la inflación inercial es absorber esos factores y asimilarlos a su propia dinámica de reciclaje temporal. Que es de estilo recursivo, ya que se da la dependencia con respecto al propio pasado.
Cada precio o valor de una variable económica va traduciendo dentro de aquella dinámica, sucesivos registros: “pico” o altos, promedio, bajos. La marcha inercial trasunta el reciclaje recurrente de todas estas instancias. En cada instante, una variable pude estar ocupando un valor pico, mientras que otra se sitúa en uno bajo. Y así, rotativamente.
Luego, al implantar un congelamiento es importante tener en cuenta esta posible miscelánea de posicionamientos relativos, como los que se expresó recién. Por ejemplo, el hecho de tener valores adelantados en determinados casos, mientras los hay retrasados en otros, puede dar pie –por la asimetría– a tensiones que no conviene desestimar, máxime si el esquema se prolonga en el tiempo. En todo esto juega, sin duda, toda la cadena de valor.
A su vez, si bien es verdad que el actual congelamiento de precios abordó una gama amplia de productos de la esfera industrial y agrícola que decantan en las góndolas de las bocas de expendio, sumando electrodomésticos y los servicios de las prepagas, también debe aceptarse que resta un universo de bienes y de variables pertinentes importante, no afectado por la medida. Así ocurre con muchos servicios privados. Lo mismo con los combustibles. Sin duda, los salarios no están congelados (se discute el nivel del aumento). Y el tipo de cambio nominal, más allá del serio retraso real, tampoco se halla congelado. Y así. Con lo cual, asúmase que, visto el asunto de un modo directo o indirecto, existe un plexo de precios-costos que se encuentra sometidos a movimiento.
Estos valores en movimiento no pueden escapar a la consideración de las empresas en sus diversas cadenas de valor, en tanto son capaces de incidir en su dinámica de costos y de rentabilidad. Ante esto, la extensión del congelamiento, en un determinado punto, puede ejercer una dura compresión –acentuando presiones– sobre esa dinámica aludida, generando interrogantes en el plano de la provisión.
Por otra parte, es natural que siempre se den en el fluir económico cambios en los precios relativos de los productos. Probablemente, las subas y bajas no se compensen entre sí, con lo cual, siempre se termina empujando el nivel de precios al alza. Lo crucial es que este último comportamiento sea leve y en general admisible, no siendo potenciado mórbidamente por la inflación inercial, y, que, en paralelo, la rigidez de una medida destinada a combatir esa inflación, no inhiba aquel movimiento de precios relativos. Por eso, en algunos experimentos, entre otros aspectos, se incorporó una reforma monetaria, buscando separar severamente los fenómenos.
Sin duda, en lo que hace al futuro del congelamiento de precios, hay abierta una rica gama de sensibles cuestiones.

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