Brasil eligió un nuevo presidente luego del derrumbe institucional y democrático cuando la justicia forzó el inesperado impeachment de la anterior presidente constitucional, Dilma Rouseff. Jair Bolsonaro, actual diputado nacional y miembro del Congreso desde hace más de dos décadas – ex oficial de las Fuerzas Armadas con el grado de capitán- y activo oponente del PT en las Cámaras y en el sistema político.
Emerge como un líder curioso para un Estado organizado desde casi un siglo con instituciones consolidadas y una democracia estable desde los 1980, con las grietas en sus muros de cualquier sistema de lo países emergentes.
Bolsonaro propone cambios radicales en la política económica que no son menores en un país donde hubo un PT con Lula y luego Dilma quienes establecieron un modelo de crecimiento, desarrollo y distribución de ingresos muy consolidado. Ese modelo, aunque muy diferente, tuvo previamente un Fernando Henrique Cardoso, quien con principios liberales y con otra política exterior, comenzó en los ’90 una etapa de estabilización conservadora, pero que nada tuvo que ver con los perfiles de lo enunciado por el líder militar y sus asesores económicos en la reciente campaña electoral.
El presidente electo ofrece, más allá de su perfil cuestionado sobre la interpretación filosófica del mundo- del respeto a los derechos, a las minorías, a las diversidades y movimientos sociales- una oferta institucional que derrumba las bases de ese Estado. Conformado en gran parte por una burguesía que supo entender los mecanismos de políticas industriales con grados de libertad frente a los capitales extranjeros, con un mercado globalizado, pero con actores locales que no siempre están subordinados al capital financiero internacional como pareciera erguirse con las autoridades triunfantes.
No es menor pedir la privatización de gran parte de los bancos públicos (Brasil tiene grandes instituciones como el Banco Do Brasil, la Caixa Federal -financista del crédito hipotecario brasileño y con una cartera en hipotecas mayor a todo el sistema financiero argentino-, el BNDS (Banco Nacional de Desenvolvimiento Económicos y Social), y ocho bancos de desarrollo regionales, que incluyen a cada uno de los grandes estados y regiones. Adicionalmente se encuentra el sistema de seguros para el agro, que es estatal; las empresas del complejo petrolero, con Petrobras a la cabeza y el debate que se desprende sobre las reservas del petróleo off shore en las regiones de pre-sal, cuyos recursos como renta estaban destinados a financiar el sistema educativo, las universidades públicas y la ciencia y tecnología.
Bolsonaro viene a derribar un estado y una economía periférica siendo la economía más grande de América Latina y el Caribe, y una de las ocho mayores en el mundo, si se analiza el peso de su PBI con relación al resto de las economías del mundo. La reforma neoliberal que se ofreció es producto de una iniciativa que derribará el rol de Brasil en los BRICS, en las relaciones con los Bancos internacionales multilaterales BIFID (Banco Internacional para el Financiamiento de las Inversiones en Infraestructura y el Desarrollo).
Brasil logró posiciones de relevancia en la captura de inversiones privadas que se frenaron apenas llegado M. Temer y eso probablemente se detenga hasta que se vea con precisión qué hará este líder que resulta cuestionado en el mundo porque en el fondo esa combinación de extrema derecha política y neoliberalismo económico tiene pocos referentes históricos que puedan sustentar el devenir de su gestión en tiempo futuro.
Si un observador quisiera comparar a J. Bolsonaro con Trump probablemente sería una comparación forzada, ya que Trump no se planteó ni llevó a cabo un cambio de las características exhibidas por el presidente electo brasileño. Quizás Bolsonaro se parece por su omnipotencia reformista y la derechización de su propuesta a Boris Yeltsin.
El líder ruso, que gobernó con un programa de economía de libre mercado, implementó una política de shock: liberó precios, tipo de cambio e inició un gigantesco programa de privatizaciones con escaso nivel de transparencia y apertura. Como Bolsonaro, B. Yeltsin amplió un arco de alianzas y con una fuerte participación de sectores liberales. Uno de los mecanismos utilizados en la Federación rusa fue cooptar a los cuadros del Estado con el objetivo de actuar como como accionistas de las empresas privatizadas. En muchos casos, aventureros sin patrimonio, pero aliados a capitales externos que dieron apoyo para superar las propias crisis internas.
Probablemente las grandes transformaciones que pretendieron edificarse con Yeltsin condujeron a una crisis económica de proporciones que llevaron a una hiperinflación, desempleo, desorden económico y derrumbe internacional. Después de esas crisis, la sociedad rusa y el propio Yeltsin, dejaron las puertas abiertas para que Vladimir Putin condujera, aliado a políticos modernos, una fase iniciada en el 2000 que con intercambios con D. Medvedev, fueron un sistema que reestructuró la economía, refundó un estado de bases sólidas y se convirtió en un país relevante en el juego económico mundial y europeo en particular.
¿Será Bolsonaro el Yeltsin que necesita el poder económico para retrotraer a Brasil a un estadio anterior y luego de una reforma volver a barajar y dar de nuevo? ¿Será que se necesita una salida cruenta para derechos adquiridos, afectación del Mercosur, ausencia de crecimiento y fuga de capitales para resolver su crisis interna? De ocurrir ese escenario, será muy crítico para Brasil y mucho más para el Mercosur y para Argentina en particular, que con este triunfo ingresan a una zona de riesgo imprevista hasta hace sesenta días atrás.
Si Bolsonaro iniciara lo que él mismo señaló, con una iniciativa de negociar relaciones de libre comercio con países y regiones disminuyendo o eliminando el peso institucional del MERCOSUR, nuestro país perderá una parte de su industria y de un mercado externo que, en condiciones de vigencia del acuerdo subregional a pleno, puede ser la región económicamente complementaria de nuestra oferta exportable.
Emerge como un líder curioso para un Estado organizado desde casi un siglo con instituciones consolidadas y una democracia estable desde los 1980, con las grietas en sus muros de cualquier sistema de lo países emergentes.
Bolsonaro propone cambios radicales en la política económica que no son menores en un país donde hubo un PT con Lula y luego Dilma quienes establecieron un modelo de crecimiento, desarrollo y distribución de ingresos muy consolidado. Ese modelo, aunque muy diferente, tuvo previamente un Fernando Henrique Cardoso, quien con principios liberales y con otra política exterior, comenzó en los ’90 una etapa de estabilización conservadora, pero que nada tuvo que ver con los perfiles de lo enunciado por el líder militar y sus asesores económicos en la reciente campaña electoral.
El presidente electo ofrece, más allá de su perfil cuestionado sobre la interpretación filosófica del mundo- del respeto a los derechos, a las minorías, a las diversidades y movimientos sociales- una oferta institucional que derrumba las bases de ese Estado. Conformado en gran parte por una burguesía que supo entender los mecanismos de políticas industriales con grados de libertad frente a los capitales extranjeros, con un mercado globalizado, pero con actores locales que no siempre están subordinados al capital financiero internacional como pareciera erguirse con las autoridades triunfantes.
No es menor pedir la privatización de gran parte de los bancos públicos (Brasil tiene grandes instituciones como el Banco Do Brasil, la Caixa Federal -financista del crédito hipotecario brasileño y con una cartera en hipotecas mayor a todo el sistema financiero argentino-, el BNDS (Banco Nacional de Desenvolvimiento Económicos y Social), y ocho bancos de desarrollo regionales, que incluyen a cada uno de los grandes estados y regiones. Adicionalmente se encuentra el sistema de seguros para el agro, que es estatal; las empresas del complejo petrolero, con Petrobras a la cabeza y el debate que se desprende sobre las reservas del petróleo off shore en las regiones de pre-sal, cuyos recursos como renta estaban destinados a financiar el sistema educativo, las universidades públicas y la ciencia y tecnología.
Bolsonaro viene a derribar un estado y una economía periférica siendo la economía más grande de América Latina y el Caribe, y una de las ocho mayores en el mundo, si se analiza el peso de su PBI con relación al resto de las economías del mundo. La reforma neoliberal que se ofreció es producto de una iniciativa que derribará el rol de Brasil en los BRICS, en las relaciones con los Bancos internacionales multilaterales BIFID (Banco Internacional para el Financiamiento de las Inversiones en Infraestructura y el Desarrollo).
Brasil logró posiciones de relevancia en la captura de inversiones privadas que se frenaron apenas llegado M. Temer y eso probablemente se detenga hasta que se vea con precisión qué hará este líder que resulta cuestionado en el mundo porque en el fondo esa combinación de extrema derecha política y neoliberalismo económico tiene pocos referentes históricos que puedan sustentar el devenir de su gestión en tiempo futuro.
Si un observador quisiera comparar a J. Bolsonaro con Trump probablemente sería una comparación forzada, ya que Trump no se planteó ni llevó a cabo un cambio de las características exhibidas por el presidente electo brasileño. Quizás Bolsonaro se parece por su omnipotencia reformista y la derechización de su propuesta a Boris Yeltsin.
El líder ruso, que gobernó con un programa de economía de libre mercado, implementó una política de shock: liberó precios, tipo de cambio e inició un gigantesco programa de privatizaciones con escaso nivel de transparencia y apertura. Como Bolsonaro, B. Yeltsin amplió un arco de alianzas y con una fuerte participación de sectores liberales. Uno de los mecanismos utilizados en la Federación rusa fue cooptar a los cuadros del Estado con el objetivo de actuar como como accionistas de las empresas privatizadas. En muchos casos, aventureros sin patrimonio, pero aliados a capitales externos que dieron apoyo para superar las propias crisis internas.
Probablemente las grandes transformaciones que pretendieron edificarse con Yeltsin condujeron a una crisis económica de proporciones que llevaron a una hiperinflación, desempleo, desorden económico y derrumbe internacional. Después de esas crisis, la sociedad rusa y el propio Yeltsin, dejaron las puertas abiertas para que Vladimir Putin condujera, aliado a políticos modernos, una fase iniciada en el 2000 que con intercambios con D. Medvedev, fueron un sistema que reestructuró la economía, refundó un estado de bases sólidas y se convirtió en un país relevante en el juego económico mundial y europeo en particular.
¿Será Bolsonaro el Yeltsin que necesita el poder económico para retrotraer a Brasil a un estadio anterior y luego de una reforma volver a barajar y dar de nuevo? ¿Será que se necesita una salida cruenta para derechos adquiridos, afectación del Mercosur, ausencia de crecimiento y fuga de capitales para resolver su crisis interna? De ocurrir ese escenario, será muy crítico para Brasil y mucho más para el Mercosur y para Argentina en particular, que con este triunfo ingresan a una zona de riesgo imprevista hasta hace sesenta días atrás.
Si Bolsonaro iniciara lo que él mismo señaló, con una iniciativa de negociar relaciones de libre comercio con países y regiones disminuyendo o eliminando el peso institucional del MERCOSUR, nuestro país perderá una parte de su industria y de un mercado externo que, en condiciones de vigencia del acuerdo subregional a pleno, puede ser la región económicamente complementaria de nuestra oferta exportable.