07 Noviembre 2011
Aunque prefirió no hacer un balance de su gestión al frente de la CEA en los períodos 2005/2008 -2008/2011 —“que lo hagan otros, no yo”— y asumió con nostálgica alegría que lo que más añora de su infancia es “el chocolate con churros que hacía mi mamá”, respondió de muy buen ánimo las preguntas del Equipo de Prensa y Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).
¿Qué ha vivido como muy bueno en estos seis años?
Lo que viví desde que soy obispo: la unidad y la fraternidad que hay entre nosotros. Y eso lo vivo desde el año 92 que entré al episcopado.
¿Cambiaría algo de ese tiempo?
Siempre hay cosas que cambiar. Pensar en que podemos ser un poco más santos todos. Ante la santidad siempre hay que meterle, no hay que parar. Eso sí: estar más cerca de Jesús. Todos tenemos que hacer un esfuerzo para acercarnos a Jesús.
¿Se va con alguna deuda con esos seis años?
Sí, se me ocurren muchas cosas, con los curas, acá en la arquidiócesis [de Buenos Aires]. Pero hay que seguir caminando e ir haciéndolas de a poco. Ésta es una ciudad que de noche tiene 3 millones de habitantes y de día 8. Cuántas cosas hay que hacer ahí…
Como apasionado de la ciudad de Buenos Aires…
Es la más linda del mundo.
¿…quisiera comentar algo sobre la pastoral urbana?
Creo que el Congreso de Pastoral Urbana [se refiere al llevado a cabo hacia fines de agosto de este año a nivel región Buenos Aires] nos hizo mucho bien. Nos hizo caer en la cuenta de que lo monocultural no corre. Decían en el Congreso que hay 6 o 7 ciudades imaginarias en Buenos Aires. El gran esfuerzo no solamente es inculturarnos —que siempre hay que hacerlo— sino de comprender los lenguajes que van llegando que son totalmente distintos. Aparecida tiene unas consideraciones muy fuertes sobre la pastoral urbana.
¿Qué le gusta mucho de Buenos Aires?
Callejear. Cualquier rincón de Buenos Aires tiene algo que decirnos. Buenos Aires tiene lugares, barrios y pueblos. Lugano es algo más que un barrio: es un pueblo con una idiosincrasia que lo diferencia de un barrio común. Hay lugares, como grandes avenidas, que son sólo lugares; algunos barrios mantienen sierre su encanto.
¿Cómo ve a los laicos en la Argentina?
Sería generalizar, cosa que a mí no me gusta. Hay laicos que realmente viven en serio su fe, se juegan, que creen que Jesús está vivo y esperan en la resurrección pero mientras tanto no se rascan la guata [la panza], como dicen los chilenos, sino que trabajan esperando que venga el Señor y preparando el camino. Hay un problema, lo dije otras veces: la tentación de la clericalización. Los curas tendemos a clericalizar a los laicos. No nos damos cuenta pero es como contagiar lo nuestro. Y los laicos —no todos pero muchos— nos piden de rodillas que los clericalicemos porque es más cómodo ser monaguillo que protagonista de un camino laical. No tenemos que entrar en esa trampa, es una complicidad pecadora. Ni clericalizar ni pedir ser clericalizado. El laico es laico y tiene que vivir como laico con la fuerza del bautismo, lo cual lo habilita para ser fermento del amor de Dios en la misma sociedad, para crear y sembrar esperanza, para proclamar la fe, no desde un púlpito sino desde su vida cotidiana. Y llevando su cruz cotidiana como la llevamos todos. Y la cruz del laico, no la del cura. La del cura que la lleve el cura que bastante hombro le dio Dios para eso.
¿Cómo se lleva con la tecnología?
Celular no tengo. Computadora no sé manejar. De cuando estudiaba en Alemania (1986) tengo una Olivetti [máquina de escribir] que compré en una liquidación por 60 DM (marcos alemanes), y tiene memoria de un renglón nada más. Y con eso me arreglo para contestar las cartas. Generalmente escribo todo a mano, si tengo que dar una conferencia la escribo a mano y la canciller, que me conoce la letra, me las pasa. Esto no es un desprecio a la tecnología simplemente que no he tenido tiempo de abocarme a eso. Probablemente voy a hacer como el cardenal Aramburu que, cuando se jubiló, aprendió computación.
Iglesia y comunicación. ¿Qué opina del concepto del Papa Benedicto XVI que habla de la “belleza tecnológica”?
Sí, las instituciones eclesiásticas siempre se han entendido más con la categoría “verdad” y no con la de “bondad” y la de “belleza”. La comunicación supone las tres. Comunicarse supone decir una cosa que uno entiende que es verdad, decirla con bondad y con belleza. Las tres juntas. Las instituciones eclesiásticas todavía no desarrollaron sobre todo la dimensión de la belleza. Creo que hay que trabajar mucho en eso. La belleza en el mensaje, en la transmisión, la vida misma, la captación de las cosas, las cosas son verdaderas, buenas y bellas. Y si le falta algo le falta algo de las tres. Una verdad que no es buena termina siendo una bondad no verdadera. Van juntas. Lo mismo con la belleza. O sea, que la relación tiene que ir por esos carriles. Y tenemos que hacer un esfuerzo por que eso madure y progrese. [Recomienda la lectura del documento conciliar Inter Mirifica sobre los medios de comunicación social.]
¿Cuál es su mirada sobre el CELAM?
Que ha crecido, va madurando. De algo meramente funcional, porque tenía que ser así cuando empezó, se ha transformado en algo inspirativo. La última Conferencia del Episcopado en Aparecida es levadura de inspiración más que bajada de línea funcional. Es un llamado a la creatividad, marca líneas de misionalidad, no termina con un documento como las anteriores conferencias sino que termina con una misión. Eso es muy importante.
¿Cómo se informa de las noticias del país y del mundo?
Por el diario papel a la mañana. No me lleva más de 20 minutos. Y no sé qué es, pero tengo una habilidad o capacidad de leer en diagonal, de pescar justo los puntos clave, desarrollarlos y entender qué hay detrás y, si no, preguntar. En general a la mañana ya estoy informado.
¿Qué lo decidió a ser sacerdote?
Fue una… [se golpea la nuca con el borde de su mano]. Fue un día de la primavera que iba de paseo, estaba en la Acción Católica de Flores, estudiaba y al pasar por ahí [Basílica de San José de Flores] entré y vi un cura que no conocía sentado en un confesionario. Dije: “Me voy a confesar. Hace tiempo que no me confieso”. No sé lo que me pasó pero me volví a casa totalmente conmovido, distinto. Me había dado cuenta de que quería ser cura pero no lo quería decir. Después terminé los estudios de química y trabajé en un laboratorio.
¿Hay algún pasaje del Evangelio que le resuene más fuerte?
El Evangelio es una sorpresa continua. Suelo abrirlo al azar dos veces: a la mañana cuando me levanto y a media tarde, y cada vez me encuentro con una cosa que me toca. Las Bienaventuranzas me llegan hondo.
Hablemos de Aparecida. Sus luces, sus sombras.
La inspiración del Espíritu es la gran luz que hubo ahí. Sombras son las mil y una cositas que trababan y tuvimos que superar. Pero no me atrevería a decir que la mayor luz fue ésta. Creo que todo fue un complejo de luces y sombras y que ganó la luz. Es la primera conferencia general del episcopado que se hace en un santuario mariano que tiene capacidad para 35.000 personas. Todos los días concelebrábamos los 200 y pico de obispos con gente. Los días de semana había poquita gente: 200, 300 personas, poquitas… Sábado y domingo, 30.000. Y las sesiones se hacían debajo del santuario, en instalaciones que hay ahí para los peregrinos. De manera que nuestra música de fondo eran los cantos del santuario. La voz del pueblo de Dios. Ésa fue una de las grandes luces de Aparecida: el pueblo de Dios metido en la conferencia, en un santuario mariano, la casa de la Madre.
¿Quisiera dejar algún mensaje como Presidente saliente de la Conferencia Episcopal Argentina?
Hablé como un obispo cualunque. Como presidente, no. Me sentí siempre como los demás.
Aunque prefirió no hacer un balance de su gestión al frente de la CEA en los períodos 2005/2008 -2008/2011 —“que lo hagan otros, no yo”— y asumió con nostálgica alegría que lo que más añora de su infancia es “el chocolate con churros que hacía mi mamá”, respondió de muy buen ánimo las preguntas del Equipo de Prensa y Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).
¿Qué ha vivido como muy bueno en estos seis años?
Lo que viví desde que soy obispo: la unidad y la fraternidad que hay entre nosotros. Y eso lo vivo desde el año 92 que entré al episcopado.
¿Cambiaría algo de ese tiempo?
Siempre hay cosas que cambiar. Pensar en que podemos ser un poco más santos todos. Ante la santidad siempre hay que meterle, no hay que parar. Eso sí: estar más cerca de Jesús. Todos tenemos que hacer un esfuerzo para acercarnos a Jesús.
¿Se va con alguna deuda con esos seis años?
Sí, se me ocurren muchas cosas, con los curas, acá en la arquidiócesis [de Buenos Aires]. Pero hay que seguir caminando e ir haciéndolas de a poco. Ésta es una ciudad que de noche tiene 3 millones de habitantes y de día 8. Cuántas cosas hay que hacer ahí…
Como apasionado de la ciudad de Buenos Aires…
Es la más linda del mundo.
¿…quisiera comentar algo sobre la pastoral urbana?
Creo que el Congreso de Pastoral Urbana [se refiere al llevado a cabo hacia fines de agosto de este año a nivel región Buenos Aires] nos hizo mucho bien. Nos hizo caer en la cuenta de que lo monocultural no corre. Decían en el Congreso que hay 6 o 7 ciudades imaginarias en Buenos Aires. El gran esfuerzo no solamente es inculturarnos —que siempre hay que hacerlo— sino de comprender los lenguajes que van llegando que son totalmente distintos. Aparecida tiene unas consideraciones muy fuertes sobre la pastoral urbana.
¿Qué le gusta mucho de Buenos Aires?
Callejear. Cualquier rincón de Buenos Aires tiene algo que decirnos. Buenos Aires tiene lugares, barrios y pueblos. Lugano es algo más que un barrio: es un pueblo con una idiosincrasia que lo diferencia de un barrio común. Hay lugares, como grandes avenidas, que son sólo lugares; algunos barrios mantienen sierre su encanto.
¿Cómo ve a los laicos en la Argentina?
Sería generalizar, cosa que a mí no me gusta. Hay laicos que realmente viven en serio su fe, se juegan, que creen que Jesús está vivo y esperan en la resurrección pero mientras tanto no se rascan la guata [la panza], como dicen los chilenos, sino que trabajan esperando que venga el Señor y preparando el camino. Hay un problema, lo dije otras veces: la tentación de la clericalización. Los curas tendemos a clericalizar a los laicos. No nos damos cuenta pero es como contagiar lo nuestro. Y los laicos —no todos pero muchos— nos piden de rodillas que los clericalicemos porque es más cómodo ser monaguillo que protagonista de un camino laical. No tenemos que entrar en esa trampa, es una complicidad pecadora. Ni clericalizar ni pedir ser clericalizado. El laico es laico y tiene que vivir como laico con la fuerza del bautismo, lo cual lo habilita para ser fermento del amor de Dios en la misma sociedad, para crear y sembrar esperanza, para proclamar la fe, no desde un púlpito sino desde su vida cotidiana. Y llevando su cruz cotidiana como la llevamos todos. Y la cruz del laico, no la del cura. La del cura que la lleve el cura que bastante hombro le dio Dios para eso.
¿Cómo se lleva con la tecnología?
Celular no tengo. Computadora no sé manejar. De cuando estudiaba en Alemania (1986) tengo una Olivetti [máquina de escribir] que compré en una liquidación por 60 DM (marcos alemanes), y tiene memoria de un renglón nada más. Y con eso me arreglo para contestar las cartas. Generalmente escribo todo a mano, si tengo que dar una conferencia la escribo a mano y la canciller, que me conoce la letra, me las pasa. Esto no es un desprecio a la tecnología simplemente que no he tenido tiempo de abocarme a eso. Probablemente voy a hacer como el cardenal Aramburu que, cuando se jubiló, aprendió computación.
Iglesia y comunicación. ¿Qué opina del concepto del Papa Benedicto XVI que habla de la “belleza tecnológica”?
Sí, las instituciones eclesiásticas siempre se han entendido más con la categoría “verdad” y no con la de “bondad” y la de “belleza”. La comunicación supone las tres. Comunicarse supone decir una cosa que uno entiende que es verdad, decirla con bondad y con belleza. Las tres juntas. Las instituciones eclesiásticas todavía no desarrollaron sobre todo la dimensión de la belleza. Creo que hay que trabajar mucho en eso. La belleza en el mensaje, en la transmisión, la vida misma, la captación de las cosas, las cosas son verdaderas, buenas y bellas. Y si le falta algo le falta algo de las tres. Una verdad que no es buena termina siendo una bondad no verdadera. Van juntas. Lo mismo con la belleza. O sea, que la relación tiene que ir por esos carriles. Y tenemos que hacer un esfuerzo por que eso madure y progrese. [Recomienda la lectura del documento conciliar Inter Mirifica sobre los medios de comunicación social.]
¿Cuál es su mirada sobre el CELAM?
Que ha crecido, va madurando. De algo meramente funcional, porque tenía que ser así cuando empezó, se ha transformado en algo inspirativo. La última Conferencia del Episcopado en Aparecida es levadura de inspiración más que bajada de línea funcional. Es un llamado a la creatividad, marca líneas de misionalidad, no termina con un documento como las anteriores conferencias sino que termina con una misión. Eso es muy importante.
¿Cómo se informa de las noticias del país y del mundo?
Por el diario papel a la mañana. No me lleva más de 20 minutos. Y no sé qué es, pero tengo una habilidad o capacidad de leer en diagonal, de pescar justo los puntos clave, desarrollarlos y entender qué hay detrás y, si no, preguntar. En general a la mañana ya estoy informado.
¿Qué lo decidió a ser sacerdote?
Fue una… [se golpea la nuca con el borde de su mano]. Fue un día de la primavera que iba de paseo, estaba en la Acción Católica de Flores, estudiaba y al pasar por ahí [Basílica de San José de Flores] entré y vi un cura que no conocía sentado en un confesionario. Dije: “Me voy a confesar. Hace tiempo que no me confieso”. No sé lo que me pasó pero me volví a casa totalmente conmovido, distinto. Me había dado cuenta de que quería ser cura pero no lo quería decir. Después terminé los estudios de química y trabajé en un laboratorio.
¿Hay algún pasaje del Evangelio que le resuene más fuerte?
El Evangelio es una sorpresa continua. Suelo abrirlo al azar dos veces: a la mañana cuando me levanto y a media tarde, y cada vez me encuentro con una cosa que me toca. Las Bienaventuranzas me llegan hondo.
Hablemos de Aparecida. Sus luces, sus sombras.
La inspiración del Espíritu es la gran luz que hubo ahí. Sombras son las mil y una cositas que trababan y tuvimos que superar. Pero no me atrevería a decir que la mayor luz fue ésta. Creo que todo fue un complejo de luces y sombras y que ganó la luz. Es la primera conferencia general del episcopado que se hace en un santuario mariano que tiene capacidad para 35.000 personas. Todos los días concelebrábamos los 200 y pico de obispos con gente. Los días de semana había poquita gente: 200, 300 personas, poquitas… Sábado y domingo, 30.000. Y las sesiones se hacían debajo del santuario, en instalaciones que hay ahí para los peregrinos. De manera que nuestra música de fondo eran los cantos del santuario. La voz del pueblo de Dios. Ésa fue una de las grandes luces de Aparecida: el pueblo de Dios metido en la conferencia, en un santuario mariano, la casa de la Madre.
¿Quisiera dejar algún mensaje como Presidente saliente de la Conferencia Episcopal Argentina?
Hablé como un obispo cualunque. Como presidente, no. Me sentí siempre como los demás.