¡‘No nos cargues, no nos cargues’¡ Juan José Aranguren | Foto: Dibujo: Pablo Temes
Generosos, peronistas y sindicalistas buscan un diseñador tipo Prada o Tom Ford para el nuevo vestuario de Mauricio Macri. Lo quieren vestir, claro, luego de haberlo desvestido. Aunque muchos estiman que el acto nudista del mandatario ocurrió por su voluntad y cuenta para asombro de la multitud que lo observaba, una excentricidad. Política, por supuesto. Más que un disfraz, le buscan un atuendo elegante para reparar el episodio, quitarle ansiedad al protagonista, asistirlo si fuera necesario y, de paso, evitar nuevas extravagancias que alimenten a minorías que ninguna de las partes desea (léase cristinismo). Pleno proceso entonces por conseguir un modisto, altas cotizaciones, tratos, negociadores, y la certeza de una discusión –la ley por los despidos– que enredó al Gobierno en una cuestión de vida o muerte cuando se trataba de una herida superficial.
De repente, la Administracion Macri adquirió un tinte antiperonista en el lenguaje que lo retrajo a mediados del siglo pasado, pareció inspirarse en la revista El Hogar o en algún diario centenario, justificó en suma la binaria cultura kirchnerista de la última década. Sorprende que jóvenes de una y otra facción empleen categorías de viejos que ni siquiera existen. Descubrió que los pactos no son eternos, siempre aparecen nuevas exigencias y que los gobernadores, por ejemplo, bailan de acuerdo a la música del día (por ejemplo, José Luis Gioja, inesperado crítico luego de arrancar un jugoso beneficio para las mineras). Justo le ocurría esta decepción al Presidente cuando estaba en su mejor momento desde que llegó a la Casa Rosada, sea por la visita de Obama, el acuerdo con los holdouts y la lluvia presunta de dólares. Al menos es lo que entendía, frente al espejo, en su piadosa opinión sobre su mandato.
Y descargó la ira en el atril para desprenderse de aliados. Primero contra Sergio Massa (“es un ventajero”), luego contra Miguel Pichetto (“dice en público lo contrario de lo que me dice a mí en privado”), casi olvidando que lo habían ayudado a sacar leyes claves (cerrojo, deuda externa) y estabilizar mínimamente la provincia de Buenos Aires. Seguramente a un alto precio, bajo la consigna publicitaria de “caro, pero el mejor”. Se ocultó Massa como respuesta tras la imputación, Pichetto dejó que el Senado congelara proyectos del Gobierno (Ministerio Público, designaciones en la Corte, ni hablar de vender acciones de la Anses) o bromeara con el apellido del ministro Garavano, mientras propiciaba sin debate una ley contra los despidos. Una afrenta para Macri, que injurió a peronistas diciéndoles que auspiciaban al kirchnerismo, cuando la iniciativa era una excusa para juntar partidarios dispersos y gremialistas poco satisfechos, más de uno temeroso del avión negro de Cristina. Hay gente con memoria. No lo entendió Macri y, por si fuera poco, hizo más difícil lo fácil al prometer que, si avanzaba la norma, él la vetaría.
Naturalmente, sus ocasionales rivales aceptaron la apuesta: la ley tuvo media sanción. Conclusión: Macri no aprendió política ni en el jardín de infantes, ya que en su haber pesaba un fracaso cercano que había jurado no repetir, cuando impúdicamente quiso imponer dos miembros de la Corte Suprema sin pasar por la Cámara alta. Y tuvo que cambiar.
Confusión. Ahora, muchos piensan que Obama hizo un gesto amistoso, pero también quería conocer Bariloche. Además, se va este año, hay dudas sobre quién lo reemplaza, y algunas decisiones en EE.UU. quedan en suspenso: la lluvia verde tal vez se dilate. Curiosamente, la mayor inversión privada viene por capitales siempre amistosos con los gobiernos K (Mindlin). Ya no se habla de veto para la ley antidespidos, la norma será modificada en parte como un mecanismo de demora, Macri incorpora mediadores en el Senado (los bomberos Frigerio y Monzó, dos polirrubro) para suplir carencias obvias y les otorgan facilidades pecuniarias a intendentes y universidades, una de las cajas de la política. Radicales contentos, izquierda también, Massa vuelve a la pantalla, Bossio se anota, Pichetto se afirma y cree que la Corte se ampliará a siete miembros. Más racional, se supone, será la dupla Gioja-Scioli al frente del PJ en lugar de Cristina o sus delfines. Se delata un cambio inevitable en el Gobierno, más forzado que reflexivo, a pesar de que la meditación pausada era una materia preferida del Presidente. Sólo falta recordar que Mauricio le hizo una estatua a Perón.
Esos cambios fuerzan que el mandatario ejerza roles que no estaban previstos, por ejemplo, una presencia más frecuente en los medios para mejorar la comunicación, asignatura pendiente que el Gobierno no asume. “Nosotros nos preocupamos más por hacer que por decir”, invocan como si fuera cierto y propio ese engañoso eslogan peronista. Parecen no advertir que cualquier encuesta puede asegurar que Macri devaluó, redujo el salario, aumentó el desempleo y produjo más inflación, al tiempo que ninguna recogería evidencias o conocimiento de medidas contrarias en ese sentido. Un desliz manifiesto, sea por falta de intérpretes creíbles, datos convincentes o un libreto plausible.
Por no hablar de las palabras, ya que a cinco meses todavía no le encontraron al ministro de Energía, Juan José Aranguren, los términos explicativos, aclaratorios, que vuelvan menos desafiantes sus aumentos tarifarios en los sectores de la población que votó por Macri. Palabras que también le habrán de faltar a Macri si el segundo semestre no se presenta como lo inspira su deseo.
Generosos, peronistas y sindicalistas buscan un diseñador tipo Prada o Tom Ford para el nuevo vestuario de Mauricio Macri. Lo quieren vestir, claro, luego de haberlo desvestido. Aunque muchos estiman que el acto nudista del mandatario ocurrió por su voluntad y cuenta para asombro de la multitud que lo observaba, una excentricidad. Política, por supuesto. Más que un disfraz, le buscan un atuendo elegante para reparar el episodio, quitarle ansiedad al protagonista, asistirlo si fuera necesario y, de paso, evitar nuevas extravagancias que alimenten a minorías que ninguna de las partes desea (léase cristinismo). Pleno proceso entonces por conseguir un modisto, altas cotizaciones, tratos, negociadores, y la certeza de una discusión –la ley por los despidos– que enredó al Gobierno en una cuestión de vida o muerte cuando se trataba de una herida superficial.
De repente, la Administracion Macri adquirió un tinte antiperonista en el lenguaje que lo retrajo a mediados del siglo pasado, pareció inspirarse en la revista El Hogar o en algún diario centenario, justificó en suma la binaria cultura kirchnerista de la última década. Sorprende que jóvenes de una y otra facción empleen categorías de viejos que ni siquiera existen. Descubrió que los pactos no son eternos, siempre aparecen nuevas exigencias y que los gobernadores, por ejemplo, bailan de acuerdo a la música del día (por ejemplo, José Luis Gioja, inesperado crítico luego de arrancar un jugoso beneficio para las mineras). Justo le ocurría esta decepción al Presidente cuando estaba en su mejor momento desde que llegó a la Casa Rosada, sea por la visita de Obama, el acuerdo con los holdouts y la lluvia presunta de dólares. Al menos es lo que entendía, frente al espejo, en su piadosa opinión sobre su mandato.
Y descargó la ira en el atril para desprenderse de aliados. Primero contra Sergio Massa (“es un ventajero”), luego contra Miguel Pichetto (“dice en público lo contrario de lo que me dice a mí en privado”), casi olvidando que lo habían ayudado a sacar leyes claves (cerrojo, deuda externa) y estabilizar mínimamente la provincia de Buenos Aires. Seguramente a un alto precio, bajo la consigna publicitaria de “caro, pero el mejor”. Se ocultó Massa como respuesta tras la imputación, Pichetto dejó que el Senado congelara proyectos del Gobierno (Ministerio Público, designaciones en la Corte, ni hablar de vender acciones de la Anses) o bromeara con el apellido del ministro Garavano, mientras propiciaba sin debate una ley contra los despidos. Una afrenta para Macri, que injurió a peronistas diciéndoles que auspiciaban al kirchnerismo, cuando la iniciativa era una excusa para juntar partidarios dispersos y gremialistas poco satisfechos, más de uno temeroso del avión negro de Cristina. Hay gente con memoria. No lo entendió Macri y, por si fuera poco, hizo más difícil lo fácil al prometer que, si avanzaba la norma, él la vetaría.
Naturalmente, sus ocasionales rivales aceptaron la apuesta: la ley tuvo media sanción. Conclusión: Macri no aprendió política ni en el jardín de infantes, ya que en su haber pesaba un fracaso cercano que había jurado no repetir, cuando impúdicamente quiso imponer dos miembros de la Corte Suprema sin pasar por la Cámara alta. Y tuvo que cambiar.
Confusión. Ahora, muchos piensan que Obama hizo un gesto amistoso, pero también quería conocer Bariloche. Además, se va este año, hay dudas sobre quién lo reemplaza, y algunas decisiones en EE.UU. quedan en suspenso: la lluvia verde tal vez se dilate. Curiosamente, la mayor inversión privada viene por capitales siempre amistosos con los gobiernos K (Mindlin). Ya no se habla de veto para la ley antidespidos, la norma será modificada en parte como un mecanismo de demora, Macri incorpora mediadores en el Senado (los bomberos Frigerio y Monzó, dos polirrubro) para suplir carencias obvias y les otorgan facilidades pecuniarias a intendentes y universidades, una de las cajas de la política. Radicales contentos, izquierda también, Massa vuelve a la pantalla, Bossio se anota, Pichetto se afirma y cree que la Corte se ampliará a siete miembros. Más racional, se supone, será la dupla Gioja-Scioli al frente del PJ en lugar de Cristina o sus delfines. Se delata un cambio inevitable en el Gobierno, más forzado que reflexivo, a pesar de que la meditación pausada era una materia preferida del Presidente. Sólo falta recordar que Mauricio le hizo una estatua a Perón.
Esos cambios fuerzan que el mandatario ejerza roles que no estaban previstos, por ejemplo, una presencia más frecuente en los medios para mejorar la comunicación, asignatura pendiente que el Gobierno no asume. “Nosotros nos preocupamos más por hacer que por decir”, invocan como si fuera cierto y propio ese engañoso eslogan peronista. Parecen no advertir que cualquier encuesta puede asegurar que Macri devaluó, redujo el salario, aumentó el desempleo y produjo más inflación, al tiempo que ninguna recogería evidencias o conocimiento de medidas contrarias en ese sentido. Un desliz manifiesto, sea por falta de intérpretes creíbles, datos convincentes o un libreto plausible.
Por no hablar de las palabras, ya que a cinco meses todavía no le encontraron al ministro de Energía, Juan José Aranguren, los términos explicativos, aclaratorios, que vuelvan menos desafiantes sus aumentos tarifarios en los sectores de la población que votó por Macri. Palabras que también le habrán de faltar a Macri si el segundo semestre no se presenta como lo inspira su deseo.