Los monólogos de la Presidenta resuenan como truenos divinos ante los cuales se pliega, obsequioso, un público de subordinados y convencidos del rumbo del Gobierno. Este escenario contrasta con el silencio de la oposición, apenas alterado por voces que no alcanzan a conmover a la opinión popular.
El kirchnerismo logró crear el antikirchnerismo, de la misma manera que el peronismo creó el antiperonismo. Como no hay diálogo que busque la convergencia de opiniones, los que no se identifican con el oficialismo son descalificados como antikirchneristas y se los condena a esperar el próximo turno electoral para hacer valer sus críticas. La intolerancia fabrica adversarios sin matices; son «los contras», gorilas en el pasado, destituyentes en tiempos más recientes. Y casi todo sigue girando alrededor del peronismo. Es difícil escapar a esta trampa en tiempos de bonanza que disimulan los errores del Gobierno, pero lo es más cuando la oposición no ofrece una visión alternativa convincente.
No hay oposición allí donde no compiten respuestas diferentes para dar solución a los mismos desafíos que enfrenta el Gobierno. Necesitamos de una oposición que ofrezca una visión de futuro que la distinga tanto por el contenido de sus políticas como por el modo de construir poder.
Contra un pragmatismo amoral en el que vale todo y la política es administración de intereses y favores, la oposición tiene que ofrecer un contrapunto valorativo. La sociedad necesita fuerzas políticas que mantengan viva su presencia en la sociedad y sepan vincular la libertad, la equidad, la eficacia en las políticas públicas y la honestidad de los funcionarios con los intereses prácticos de los ciudadanos. Los principios sin ideas conducen al fracaso y la protesta moral se disuelve en explosiones inorgánicas cuando no se traduce en políticas alternativas y en liderazgos confiables. Un programa alternativo de gobierno para el siglo XXI tiene que despertar el entusiasmo de muchos, inspirarse en valores que conmuevan y no en la nostalgia de años dorados del siglo pasado.
No es cierto que a la gente no le importe la corrupción cuando puede comprender que así se consume la riqueza de todos, con la que se podría mejorar la calidad del transporte, de la educación, del servicio de salud o la seguridad.
La oposición no vive sólo en la arena partidaria; hay focos de oposición en la sociedad que buscan eco a sus demandas de transformación. La falta de transparencia en la gestión, la corrupción sistémica que va más allá del clientelismo tradicional y la ausencia de diálogo con la sociedad afectan y mucho la vida cotidiana de todos los argentinos.
Los errores del oficialismo de turno pueden y suelen conducir a la alternancia, pero ganar elecciones sin una hoja de ruta clara, unidad y voluntad de reformas desemboca en el fracaso. Es una historia bien conocida por los argentinos. La situación cambia cuando la oposición se atreve a cambiar guiada por valores republicanos y democráticos.
Este ciclo de bonanza comenzó a perder fuerza. El mundo ya no nos brinda las oportunidades que alimentaron un formidable crecimiento y ha llegado la hora de pagar los costos de una administración ni precavida ni transparente.
Esta nueva coyuntura desnuda las fallas morales y sus consecuencias, alimenta demandas de cambio y facilita la confrontación entre programas y promesas, entre realizaciones y críticas. La voluntad, el coraje y la persistencia en la búsqueda del camino son el antídoto a la resignación y a la apatía política.
Hay que hacer rodar la piedra, nos recuerda Albert Camus, porque «el esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar el corazón de un hombre. Hay que imaginarse un Sísifo dichoso». Y también es necesario imaginar que llegará el día en que nuestra democracia no esté poblada de mandamases, dóciles o convencidos, y disidentes sin conducción política.
© La Nacion
La autora es doctora en Sociología e investigadora del Conicet .
El kirchnerismo logró crear el antikirchnerismo, de la misma manera que el peronismo creó el antiperonismo. Como no hay diálogo que busque la convergencia de opiniones, los que no se identifican con el oficialismo son descalificados como antikirchneristas y se los condena a esperar el próximo turno electoral para hacer valer sus críticas. La intolerancia fabrica adversarios sin matices; son «los contras», gorilas en el pasado, destituyentes en tiempos más recientes. Y casi todo sigue girando alrededor del peronismo. Es difícil escapar a esta trampa en tiempos de bonanza que disimulan los errores del Gobierno, pero lo es más cuando la oposición no ofrece una visión alternativa convincente.
No hay oposición allí donde no compiten respuestas diferentes para dar solución a los mismos desafíos que enfrenta el Gobierno. Necesitamos de una oposición que ofrezca una visión de futuro que la distinga tanto por el contenido de sus políticas como por el modo de construir poder.
Contra un pragmatismo amoral en el que vale todo y la política es administración de intereses y favores, la oposición tiene que ofrecer un contrapunto valorativo. La sociedad necesita fuerzas políticas que mantengan viva su presencia en la sociedad y sepan vincular la libertad, la equidad, la eficacia en las políticas públicas y la honestidad de los funcionarios con los intereses prácticos de los ciudadanos. Los principios sin ideas conducen al fracaso y la protesta moral se disuelve en explosiones inorgánicas cuando no se traduce en políticas alternativas y en liderazgos confiables. Un programa alternativo de gobierno para el siglo XXI tiene que despertar el entusiasmo de muchos, inspirarse en valores que conmuevan y no en la nostalgia de años dorados del siglo pasado.
No es cierto que a la gente no le importe la corrupción cuando puede comprender que así se consume la riqueza de todos, con la que se podría mejorar la calidad del transporte, de la educación, del servicio de salud o la seguridad.
La oposición no vive sólo en la arena partidaria; hay focos de oposición en la sociedad que buscan eco a sus demandas de transformación. La falta de transparencia en la gestión, la corrupción sistémica que va más allá del clientelismo tradicional y la ausencia de diálogo con la sociedad afectan y mucho la vida cotidiana de todos los argentinos.
Los errores del oficialismo de turno pueden y suelen conducir a la alternancia, pero ganar elecciones sin una hoja de ruta clara, unidad y voluntad de reformas desemboca en el fracaso. Es una historia bien conocida por los argentinos. La situación cambia cuando la oposición se atreve a cambiar guiada por valores republicanos y democráticos.
Este ciclo de bonanza comenzó a perder fuerza. El mundo ya no nos brinda las oportunidades que alimentaron un formidable crecimiento y ha llegado la hora de pagar los costos de una administración ni precavida ni transparente.
Esta nueva coyuntura desnuda las fallas morales y sus consecuencias, alimenta demandas de cambio y facilita la confrontación entre programas y promesas, entre realizaciones y críticas. La voluntad, el coraje y la persistencia en la búsqueda del camino son el antídoto a la resignación y a la apatía política.
Hay que hacer rodar la piedra, nos recuerda Albert Camus, porque «el esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar el corazón de un hombre. Hay que imaginarse un Sísifo dichoso». Y también es necesario imaginar que llegará el día en que nuestra democracia no esté poblada de mandamases, dóciles o convencidos, y disidentes sin conducción política.
© La Nacion
La autora es doctora en Sociología e investigadora del Conicet .
!Cuanta naftalina!