Estado, mercado y kirchnerismo

1 La instancia del voto no es un simple acto mecánico en el cual el representado únicamente le transfiere su potestad ciudadana al representante. Es también un momento en el que se expresan interpretaciones, donde se ponen en juego ideas, percepciones y deseos sobre el futuro personal y compartido. Las recientes elecciones primarias deben ser revisadas en ese registro: fue una peregrinación electoral masiva, contundente, con el objetivo de dejar en claro una posición política sobre los destinos colectivos. Una manifestación de conciencia popular respecto de lo que está en juego en este capitalismo del siglo XXI: o la originalidad latinoamericana reparadora, con su batería de derechos positivos y políticas compensatorias, y su espiritualidad movilizante, o bien el recetario del declive civilizatorio que exhiben los países centrales, con su insistencia en el ajuste.
2 Los cambios que vienen ocurriendo en el país resultan de una combinación heterodoxa de Estado y mercado; de más Estado y más mercado. En ese sentido, es comprensible que haya una superposición de imágenes respecto de cuál es el perfil de nuestra sociedad, respecto de qué tipo de subjetividades se están alentando y potenciando, qué estuvo detrás del voto. Al abrir el encierro neoliberal, al intentar modificar su agregación de intereses, sus circuitos de ideas, el kirchnerismo se expuso a las consecuencias propias de cualquier “época de cambios”: aparecen nuevos sujetos, otros se reformulan, se generan territorios inesperados de disputas, las clases dominantes ensayan sus contraataques, las clases trabajadoras relanzan su protagonismo, las juventudes golpean la puerta. Es la incertidumbre propia de una democracia que se va democratizando. Una sociedad en movimiento que hace circular nuevos lenguajes, que produce otros modelos de identificación y que, a diferencia de una década atrás, se encuentra sustantivamente más integrada. Articulando esta integración nacional, dos procesos combinados de resocialización: por un lado, el consumo como posibilidad individual de inclusión y participación en la vida social; por el otro, el Estado.
3 Está claro que no es una escena quieta: el intenso y sostenido crecimiento económico de los últimos años ha venido cambiando orgánicamente la tradicional dialéctica entre lo arcaico y lo moderno en la región: la propia idiosincrasia periférica viene modificándose, en sus paisajes, sus leyes, valores sociales e intensidades políticas. La ampliación del mercado trae consigo, en su reproducción, determinados comportamientos y subjetividades –sobre todo en las grandes ciudades– que los medios de comunicación y la propaganda se encargan de potenciar: autorreferencialidad, individualismo, un modelo del éxito público como consagración personal, sin importar mucho el contenido de lo que se diga, piense, ni lo que se transmita. La lógica de… ¡acumular cantidades!: automóviles a crédito, BlackBerry al contado, televisores en cuotas.
4 Ahora bien, esta resocialización desde el mercado –que quizás explique algunos votos distritales previos a las PASO– no es absoluta ni plena: se metaboliza en conjunto con el impacto que tiene el Estado en términos de organización material y discursiva de la realidad. En estos años hubo –directa o indirectamente– una socialización política de la ciudadanía promovida por la acción del Estado: hay una mayor conciencia colectiva respecto de la injerencia que puede tener el Estado en la vida cotidiana. Y esto ha despertado, también, solidaridades cruzadas, remotas, intrageneracionales a la hora de votar, esas mismas solidaridades que le faltan a la propia lógica del mercado: “Porque a mi madre le dieron la jubilación”, “Porque nos podemos casar con los mismos derechos”, etc.. Desde ese punto de vista, las primarias no resultaron en una contienda entre proyectos políticos diversos ni una competencia entre candidaturas, sino en un plebiscito al Estado; al sentido socializador, protector, dinamizador y normativo del Estado. Un acto colectivo de defensa y reivindicación que, en perspectiva histórica, tiene una significación clave. Si la elección de Alfonsín en 1983 reinstaló la democracia como horizonte de expectativas, esta última elección viene a completarla: la comprensión de que, en contextos periféricos como los nuestros, expoliados, desiguales, donde conviven el latifundio y las megaconstructoras y el trabajo esclavo cuelga en las tiendas de los shoppings, no hay posibilidad de avanzar en la ampliación de la democracia si no es a partir de un Estado como el que viene prefigurándose; así también nos lo indican nuestras mejores experiencias y tradiciones políticas.
5 La modernidad argentina es una mezcla; aunque haya muchas variaciones, en lo más hondo, es una mezcla. Una mezcla que nos tiene atrapados a todos; y qué fácil y qué normal es que la mezcla salga mal. Hoy en día, y a contramano de lo que ocurre en otras latitudes, se abren otros destinos para esa mezcla, tal como incluso lo admiten y promocionan algunos académicos estadounidenses y europeos frente a las múltiples crisis mundiales. El kirchnerismo es una mezcla original, disruptiva y esencialmente reparadora, sobre todo, de las condiciones sociales de los sectores subalternos, aquellos que no forman parte del programa que imaginan las elites; a lo largo de su ciclo político ha reconstruido y repuesto al Estado en el centro de la mezcla. Las primarias han revalidado esa mezcla. Una mezcla que no es poco; para una historia nacional no siempre feliz, una aspirina del tamaño del sol.
* Instituto de Estudios de América latina y el Caribe (UBA).

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