Después del triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil es inevitable que nos preguntemos si es posible que un fenómeno similar se reproduzca en la Argentina. Pienso que no y justifico mi opinión con el análisis de los elementos coyunturales y el repaso de aspectos culturales.
En Brasil se superpusieron y reforzaron cinco condiciones críticas. Primero, la crisis institucional que terminó con la destitución de Dilma Rousseff . La centroderecha impulsó su salida con la confianza de que llevaría a terminar con tres lustros de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). A pesar de que se creyeron una suerte de mencheviques que llegarían al poder imponiendo sus bondades frente a un «sistema corrupto», fueron los bolcheviques los que se apoderaron del poder y del giro político.
Segundo, la crisis del sistema de partidos, que lleva años de gestación, mostró los límites del otrora alabado «presidencialismo de coalición», con el cual se pretendían la moderación, la negociación y el acuerdo. Una mezcla de fragmentación partidista y polarización electoral facilitó la victoria de la alternativa extremista.
Tercero, la crisis económica fue muy intensa. Entre 2014 y 2017 el PBI brasileño cayó un 7,5% después del continuo crecimiento económico desde 2000: el efecto social (empleo, ingreso, pobreza) de ese desplome fue enorme. Cuarto, la inseguridad, producto de la multiplicación de fuentes de violencia desde el Estado y en la sociedad, mostró cifras inéditas. La tasa de homicidios en 2017 fue de 30,8 cada 100.000 personas, lo cual aceleró la participación directa pero infructuosa de las Fuerzas Armadas en la lucha contra la criminalidad. Por último, la crisis del progresismo se evidenció con la ausencia de una autocrítica genuina del PT.
La Argentina no reproduce todos esos elementos. No sufre una crisis institucional: nadie está propiciando un cataclismo como el de 2001-02. El sistema de partidos está debilitado y cuestionado, pero no colapsado: el peculiar papel del peronismo y del radicalismo como dos anclas partidistas vigentes es clave. Sin embargo, es inquietante la pulsión polarizadora de Pro, que cree que eso le genera réditos electorales. La crisis económica es aguda, pero una suerte de doble soporte internacional de los Estados Unidos y China y el reforzamiento interno de redes de protección social parecen morigerar en algo la recesión. En efecto, entre diciembre de 2015 y mediados de 2017 la cantidad de beneficiarios por asignaciones familiares, AUH y jubilaciones y pensiones aumentó a 1.894.484. A su vez, si bien hay una preocupación ciudadana por los niveles de inseguridad, la tasa de homicidios en 2017 fue de 5,1% cada 100.000 y los militares no pueden, por ley, intervenir en asuntos de seguridad interior. Lo que sí es igual es que tanto acá como en Brasil el progresismo es renuente a una autocrítica seria.
Adicionalmente hay un conjunto de indicadores que expresan culturas políticas distintas. En la Argentina persisten múltiples sectores que rechazan la desigualdad e impugnan las jerarquías de clase. Es un país muy movilizado y con una agenda de derechos humanos cada vez más amplia. Los militares no se han configurado como un «poder moderador» a la brasileña: a lo que hay que agregar que, según la Constitución de Brasil, en su artículo 142, las Fuerzas Armadas son «la garantía de los poderes constitucionales y, por iniciativa de cualquiera de estos, de la ley y el orden». Eso no existe en la Argentina. Por otra parte, en el país los evangélicos constituyen un actor social crecientemente influyente, pero no tienen aún un gran peso político ni proyección electoral, mientras que en Brasil constituyen una fuerza decisiva en lo social, lo político y lo electoral.
Una comparación del universo valorativo de los argentinos y los brasileños es elocuente. Una muestra interesante está en el World Value Survey del reciente período 2010-14. Según esa encuesta, el 24,1% de los argentinos consideran la religión muy importante, mientras que ese porcentaje en el caso de los brasileños llega a 51,5%. Apenas un 23,2% de los argentinos opinan que es importante la fe religiosa de los niños, mientras que para el 49,8% de lo brasileños sí lo es. Con miras al futuro, el 55,3% de los argentinos afirman el valor de un mayor respeto a las autoridades, mientras que en Brasil este porcentaje llega al 76,4%.
En cuanto a la confianza en las Fuerzas Armadas, el 58,6% (19,6%, mucha, y 39,0%, bastante) de los brasileños la tienen. En la Argentina esta cifra es solo el 28,8% (6,1%, mucha, y 22,7%, bastante). Respecto de un gobierno militar, el 32,1% (7,3%, mucho, y 24,8%, bastante) de los brasileños lo aprobarían y solo el 9,9% (1,9% mucho y 8% bastante) de los argentinos lo harían. A su vez, 64,8% (21,7%, mucho, y 43,1%, algo) de los brasileños se manifiestan a favor de un líder fuerte que no se preocupe por el Legislativo ni por las elecciones. En el caso argentino esto alcanza al 41,6% (14,5%, mucho, y 30,1%, algo). El 69,9% de los brasileños no justifican el aborto en ningún caso y en la Argentina no lo hace el 41,4%. En el caso de la homosexualidad, en Brasil el 34,3% no la aprueba, mientras que en la Argentina la desaprobación solo alcanza el 17,3%. De otra parte, el 40,4% de los brasileños temen un acto terrorista y el 38,3% temen una guerra civil, al tiempo que los porcentajes en la Argentina son, respectivamente, 9,1% y 10,1%. Finalmente, 48,9% de los brasileños indican la importancia del combate contra el crimen, mientras que 27,8% identifican en segundo lugar una economía estable; los porcentajes respectivos para los argentinos son 24% y 53,2%.
Con unas condiciones coyunturales tan disímiles y un esquema cultural y valorativo tan distante no parecen existir condiciones para la presencia inmediata de un fenómeno similar a Bolsonaro. Pero esto no es razón para que no veamos la urgencia de la deliberación y la creación de consensos básicos que nos protejan del deslizamiento hacia salidas reaccionarias.
Profesor plenario de la Universidad Di Tella
En Brasil se superpusieron y reforzaron cinco condiciones críticas. Primero, la crisis institucional que terminó con la destitución de Dilma Rousseff . La centroderecha impulsó su salida con la confianza de que llevaría a terminar con tres lustros de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). A pesar de que se creyeron una suerte de mencheviques que llegarían al poder imponiendo sus bondades frente a un «sistema corrupto», fueron los bolcheviques los que se apoderaron del poder y del giro político.
Segundo, la crisis del sistema de partidos, que lleva años de gestación, mostró los límites del otrora alabado «presidencialismo de coalición», con el cual se pretendían la moderación, la negociación y el acuerdo. Una mezcla de fragmentación partidista y polarización electoral facilitó la victoria de la alternativa extremista.
Tercero, la crisis económica fue muy intensa. Entre 2014 y 2017 el PBI brasileño cayó un 7,5% después del continuo crecimiento económico desde 2000: el efecto social (empleo, ingreso, pobreza) de ese desplome fue enorme. Cuarto, la inseguridad, producto de la multiplicación de fuentes de violencia desde el Estado y en la sociedad, mostró cifras inéditas. La tasa de homicidios en 2017 fue de 30,8 cada 100.000 personas, lo cual aceleró la participación directa pero infructuosa de las Fuerzas Armadas en la lucha contra la criminalidad. Por último, la crisis del progresismo se evidenció con la ausencia de una autocrítica genuina del PT.
La Argentina no reproduce todos esos elementos. No sufre una crisis institucional: nadie está propiciando un cataclismo como el de 2001-02. El sistema de partidos está debilitado y cuestionado, pero no colapsado: el peculiar papel del peronismo y del radicalismo como dos anclas partidistas vigentes es clave. Sin embargo, es inquietante la pulsión polarizadora de Pro, que cree que eso le genera réditos electorales. La crisis económica es aguda, pero una suerte de doble soporte internacional de los Estados Unidos y China y el reforzamiento interno de redes de protección social parecen morigerar en algo la recesión. En efecto, entre diciembre de 2015 y mediados de 2017 la cantidad de beneficiarios por asignaciones familiares, AUH y jubilaciones y pensiones aumentó a 1.894.484. A su vez, si bien hay una preocupación ciudadana por los niveles de inseguridad, la tasa de homicidios en 2017 fue de 5,1% cada 100.000 y los militares no pueden, por ley, intervenir en asuntos de seguridad interior. Lo que sí es igual es que tanto acá como en Brasil el progresismo es renuente a una autocrítica seria.
Adicionalmente hay un conjunto de indicadores que expresan culturas políticas distintas. En la Argentina persisten múltiples sectores que rechazan la desigualdad e impugnan las jerarquías de clase. Es un país muy movilizado y con una agenda de derechos humanos cada vez más amplia. Los militares no se han configurado como un «poder moderador» a la brasileña: a lo que hay que agregar que, según la Constitución de Brasil, en su artículo 142, las Fuerzas Armadas son «la garantía de los poderes constitucionales y, por iniciativa de cualquiera de estos, de la ley y el orden». Eso no existe en la Argentina. Por otra parte, en el país los evangélicos constituyen un actor social crecientemente influyente, pero no tienen aún un gran peso político ni proyección electoral, mientras que en Brasil constituyen una fuerza decisiva en lo social, lo político y lo electoral.
Una comparación del universo valorativo de los argentinos y los brasileños es elocuente. Una muestra interesante está en el World Value Survey del reciente período 2010-14. Según esa encuesta, el 24,1% de los argentinos consideran la religión muy importante, mientras que ese porcentaje en el caso de los brasileños llega a 51,5%. Apenas un 23,2% de los argentinos opinan que es importante la fe religiosa de los niños, mientras que para el 49,8% de lo brasileños sí lo es. Con miras al futuro, el 55,3% de los argentinos afirman el valor de un mayor respeto a las autoridades, mientras que en Brasil este porcentaje llega al 76,4%.
En cuanto a la confianza en las Fuerzas Armadas, el 58,6% (19,6%, mucha, y 39,0%, bastante) de los brasileños la tienen. En la Argentina esta cifra es solo el 28,8% (6,1%, mucha, y 22,7%, bastante). Respecto de un gobierno militar, el 32,1% (7,3%, mucho, y 24,8%, bastante) de los brasileños lo aprobarían y solo el 9,9% (1,9% mucho y 8% bastante) de los argentinos lo harían. A su vez, 64,8% (21,7%, mucho, y 43,1%, algo) de los brasileños se manifiestan a favor de un líder fuerte que no se preocupe por el Legislativo ni por las elecciones. En el caso argentino esto alcanza al 41,6% (14,5%, mucho, y 30,1%, algo). El 69,9% de los brasileños no justifican el aborto en ningún caso y en la Argentina no lo hace el 41,4%. En el caso de la homosexualidad, en Brasil el 34,3% no la aprueba, mientras que en la Argentina la desaprobación solo alcanza el 17,3%. De otra parte, el 40,4% de los brasileños temen un acto terrorista y el 38,3% temen una guerra civil, al tiempo que los porcentajes en la Argentina son, respectivamente, 9,1% y 10,1%. Finalmente, 48,9% de los brasileños indican la importancia del combate contra el crimen, mientras que 27,8% identifican en segundo lugar una economía estable; los porcentajes respectivos para los argentinos son 24% y 53,2%.
Con unas condiciones coyunturales tan disímiles y un esquema cultural y valorativo tan distante no parecen existir condiciones para la presencia inmediata de un fenómeno similar a Bolsonaro. Pero esto no es razón para que no veamos la urgencia de la deliberación y la creación de consensos básicos que nos protejan del deslizamiento hacia salidas reaccionarias.
Profesor plenario de la Universidad Di Tella