El argumento más usado por las autoridades para justificar parte de las inconsistencias del programa macroeconómico es que es gradualista. Bajo este mote pretende diferenciarse de los supuestos ortodoxos de shock que no entienden las restricciones políticas ni sociales. Nada más alejado de la realidad: todos éramos y somos gradualistas. La diferencia es qué, cómo y cuándo.
El gobierno de Macri salvó a Argentina de ser como Venezuela, en términos políticos y económicos. Primer aplauso. El cambio de rumbo, salir de la discrecionalidad, el autoritarismo y la corrupción por reglas de juego, respeto a la inversión y división de poderes merece el segundo aplauso. Es un gran paso que no es suficiente porque la configuración de política macroeconómica no fue la más apropiada.
El plan macroeconómico nunca fue gradual porque empezó con el shock de la unificación cambiaria. Había que salir de los controles cambiarios pero de la manera que se hizo, unificando de entrada y sin programa, generó un traspaso a precios violento. Fue puro voluntarismo creer que unificar el cambio en diciembre de 2015 era muy fácil porque el tipo de cambio se equilibraba con lluvia de dólares y porque los precios internos ya estaban a quince pesos. El shock inflacionario de 2016 generó un alto costo social, caída del salario real y una caída del PBI similar a la de 2014. Un verdadero plan gradualista que hubiera puesto foco en las personas y la acción social hubiera tenido en cuenta que unificar el tipo de cambio de las decisiones de portafolio con el tipo de cambio que influye en los precios internos requiere una consistencia ausente en diciembre de 2015. Y así en las PASO, el oficialismo hubiera sacado más votos en el conurbano.
Luego vino un segundo shock del que todavía no se ha podido salir: el shock monetario. Se pasó de una política monetaria ridículamente expansiva del BCRA anterior que creía que emitir sin límites ayudaba al consumo sin generar inflación a otra inversa que cree que subir la tasa de interés y acumular Lebac permite bajar la inflación sin costos para la actividad. Más allá de la euforia por algunos datos mejores, lo único que ha pasado con la actividad y la inflación es que volvieron a los valores de 2011, 2013 y 2015. Un verdadero plan gradualista hubiera ideado un esquema monetario que no necesitara tasas de interés astronómicas para renovar un stock de Lebac que seguirá subiendo año a año.
En el medio se implementó la muy exitosa y profesional salida del default que arregló con los Hold Outs y reinsertó al país en los mercados internacionales. Lamentablemente la confianza reganada se usó para metamorfosear la correcta meta fiscal gradual (bajar el déficit primario a casi cero en cuatro años) en “inacción fiscal” que no avanzó nada. Van dos años, se dispararon dos balas de plata como el exitosísimo blanqueo y la baja de los subsidios a la energía y el déficit fiscal es el mismo que en 2015. El costo social de subir la tarifa de luz y gas (manteniendo tarifa social a los más pobres) es mínimo porque siempre se puede compensar bajando el consumo, cosa imposible cuando el mayor tipo de cambio hace subir el precio de los alimentos. Por eso, mayor aumento de tarifas postergando la unificación cambiaria era política y socialmente menos costoso que la estrategia inversa elegida.
El déficit se financia con deuda externa pero solo el BCRA puede transformar esos dólares en pesos, emite, luego debe esterilizar, pagar intereses y la política monetaria no da abasto. El régimen de metas de inflación exigente (otro shock) combinado con inacción fiscal es como comprarse una camisa “Slim Fit” y no querer hacer régimen.
Un gradualismo consistente hubiera combinado algún esfuerzo fiscal gradual (no se trata de bajar gastos sino de no subir algunos ítems alocadamente) con una menor restricción monetaria y tasas de interés más bajas, quizás una meta de inflación menos ambiciosa pero realista hasta eliminar el déficit y ahí sí ir por el dígito consistente. El menor gasto público se hubiera compensado con mayor consumo privado, la menor deuda pública abriría el camino a más inversión privada, la menor colocación de Lebac con más crédito al sector privado. Al cabo de un tiempo prudencial se podría haber unificado el cambio para que flotara en un contexto más estabilizado, menos tensiones y menor traspaso a precios. Un esquema así requería un diseño integral y no CEOs puestos a macroeconomistas.
Por eso, el verdadero debate nunca fue shock o gradualismo, todos siempre fuimos gradualistas. La elección era y es entre consistencia o inconsistencia, instrumentos adecuados y objetivos realistas. Nadie tiene asegurado los resultados ni prometió resultados irrealistas pero la improvisación no fue una buena estrategia para salir de la complejísima herencia recibida. El pasado ya pasó pero como muchos de los desafíos heredados todavía están pendientes de resolución entender qué se hizo sirve para ver qué se deberá hacer.
Rodolfo A. Santángelo es economista.
El gobierno de Macri salvó a Argentina de ser como Venezuela, en términos políticos y económicos. Primer aplauso. El cambio de rumbo, salir de la discrecionalidad, el autoritarismo y la corrupción por reglas de juego, respeto a la inversión y división de poderes merece el segundo aplauso. Es un gran paso que no es suficiente porque la configuración de política macroeconómica no fue la más apropiada.
El plan macroeconómico nunca fue gradual porque empezó con el shock de la unificación cambiaria. Había que salir de los controles cambiarios pero de la manera que se hizo, unificando de entrada y sin programa, generó un traspaso a precios violento. Fue puro voluntarismo creer que unificar el cambio en diciembre de 2015 era muy fácil porque el tipo de cambio se equilibraba con lluvia de dólares y porque los precios internos ya estaban a quince pesos. El shock inflacionario de 2016 generó un alto costo social, caída del salario real y una caída del PBI similar a la de 2014. Un verdadero plan gradualista que hubiera puesto foco en las personas y la acción social hubiera tenido en cuenta que unificar el tipo de cambio de las decisiones de portafolio con el tipo de cambio que influye en los precios internos requiere una consistencia ausente en diciembre de 2015. Y así en las PASO, el oficialismo hubiera sacado más votos en el conurbano.
Luego vino un segundo shock del que todavía no se ha podido salir: el shock monetario. Se pasó de una política monetaria ridículamente expansiva del BCRA anterior que creía que emitir sin límites ayudaba al consumo sin generar inflación a otra inversa que cree que subir la tasa de interés y acumular Lebac permite bajar la inflación sin costos para la actividad. Más allá de la euforia por algunos datos mejores, lo único que ha pasado con la actividad y la inflación es que volvieron a los valores de 2011, 2013 y 2015. Un verdadero plan gradualista hubiera ideado un esquema monetario que no necesitara tasas de interés astronómicas para renovar un stock de Lebac que seguirá subiendo año a año.
En el medio se implementó la muy exitosa y profesional salida del default que arregló con los Hold Outs y reinsertó al país en los mercados internacionales. Lamentablemente la confianza reganada se usó para metamorfosear la correcta meta fiscal gradual (bajar el déficit primario a casi cero en cuatro años) en “inacción fiscal” que no avanzó nada. Van dos años, se dispararon dos balas de plata como el exitosísimo blanqueo y la baja de los subsidios a la energía y el déficit fiscal es el mismo que en 2015. El costo social de subir la tarifa de luz y gas (manteniendo tarifa social a los más pobres) es mínimo porque siempre se puede compensar bajando el consumo, cosa imposible cuando el mayor tipo de cambio hace subir el precio de los alimentos. Por eso, mayor aumento de tarifas postergando la unificación cambiaria era política y socialmente menos costoso que la estrategia inversa elegida.
El déficit se financia con deuda externa pero solo el BCRA puede transformar esos dólares en pesos, emite, luego debe esterilizar, pagar intereses y la política monetaria no da abasto. El régimen de metas de inflación exigente (otro shock) combinado con inacción fiscal es como comprarse una camisa “Slim Fit” y no querer hacer régimen.
Un gradualismo consistente hubiera combinado algún esfuerzo fiscal gradual (no se trata de bajar gastos sino de no subir algunos ítems alocadamente) con una menor restricción monetaria y tasas de interés más bajas, quizás una meta de inflación menos ambiciosa pero realista hasta eliminar el déficit y ahí sí ir por el dígito consistente. El menor gasto público se hubiera compensado con mayor consumo privado, la menor deuda pública abriría el camino a más inversión privada, la menor colocación de Lebac con más crédito al sector privado. Al cabo de un tiempo prudencial se podría haber unificado el cambio para que flotara en un contexto más estabilizado, menos tensiones y menor traspaso a precios. Un esquema así requería un diseño integral y no CEOs puestos a macroeconomistas.
Por eso, el verdadero debate nunca fue shock o gradualismo, todos siempre fuimos gradualistas. La elección era y es entre consistencia o inconsistencia, instrumentos adecuados y objetivos realistas. Nadie tiene asegurado los resultados ni prometió resultados irrealistas pero la improvisación no fue una buena estrategia para salir de la complejísima herencia recibida. El pasado ya pasó pero como muchos de los desafíos heredados todavía están pendientes de resolución entender qué se hizo sirve para ver qué se deberá hacer.
Rodolfo A. Santángelo es economista.