El dólar a 13,75 pesos se está presentando para muchas actividades del agro más bajo de lo que desearían. Esta semana los bancos estatales salieron a comprar para ponerle un piso a la caída de la divisa y absorber los dólares que ingresaron la exportación y el sector financiero. Para colmo, desde que se liberó el cepo y el Gobierno puso el foco en capturar toda la inversión extranjera que se pueda, el dólar dejó de ser un bien escaso.
Muchos empresarios piensan que hay más motivos para que se siga retrasando frente a la inflación. El escenario inquieta a varios, comenzando por los que desarrollan su actividad en las economías regionales. Se intuye que no habrá en el futuro una ambulancia repartiendo subsidios y ayudas a manos llenas para solucionar los problemas. «Con un gobierno que enfrenta un déficit primario de 4,8% del PBI para este año y que está más decidido a achicarlo que a seguir agrandándolo, no creo que haya mucho lugar para subsidiar actividades productivas», razonaba un empresario con acceso a la Casa Rosada.
La «mamá Estado» que auxilia, o que hacía campaña diciendo que auxiliaba, fue reemplazada por un «papá Estado» que eliminó las retenciones y abrió las exportaciones para aumentar la producción y que cada cual salga al mundo a competir a suerte y verdad. Para que esta apuesta tenga éxito, el Gobierno salió a nivelar todas las canchas del mundo donde se juegue el comercio agroalimentario. Esta semana, en Bogotá, el ministro de Agroindustria Ricardo Buryaile acordó con su par colombiano Aurelio Valencia rever los aranceles de entrada al mercado de arroz, maíz, trigo, frutas y lácteos argentinos. Las exportaciones al mercado colombiano cayeron en cinco años del rango de los 1500 millones de dólares a los 100 millones actuales desplazados en buena parte por Estados Unidos, con el Tratado de Libre Comercio (TLC).
Con un tipo de cambio bajo que no facilitará los negocios la salida que se presenta es la de siempre: ganar competitividad. Esta vez bien valdría la pena enfrentar el desafío en serio, sin atajos que a la larga nos dejan en el mismo lugar de inicio.
El economista Ricardo Arriazu, en sus presentaciones, suele sintetizar la tarea que se tiene por delante con una simple ecuación. «La Argentina necesita subir la tasa de retorno de las inversiones y bajar la de riesgo», afirma. La «doble Nelson» que propone Arriazu es trabajar para llegar a tener empresas y actividades más rentables y también más seguras.
Ahora bien, ganar competitividad es una tarea conjunta donde todos, Estado, dirigencia y productores, tienen deberes por hacer. O mejor dicho, conductas por cambiar.
Para el Estado se impone la reducción de la presión impositiva que en los últimos años creció en forma explosiva. Se podría empezar, por ejemplo, con los reintegros por IVA a las exportaciones. Hay retrasos que superan el año. Los otros dos factores que juegan un rol determinante en la competitividad son la infraestructura y un acceso más fluido a la financiación. El primero se sentirá en el mediano plazo mientras que la falta de financiamiento ya está demorando el despegue de la actividad en la pampa húmeda. Buena parte de los productores mixtos, chacareros y tamberos se encuentran hoy «desplatados». A ciencia cierta no se sabe cuánto afectó el retraso de algo más de un mes que tuvo la cosecha de soja. O que llegó el momento de hacer frente a los vencimientos de las agrotarjetas en la compra de insumos. O que buena parte de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos recién están sacando la cabeza del agua. Se vive un momento muy particular porque esa falta de recursos convive con un ambiente donde sobran las expectativas. En la última encuesta de Aacrea el 72% de los productores cree que la situación de su empresa será mejor que la actual.
La falta de plata está demorando que los productores realicen ese sprint de compras que primero contagia a la industria y el comercio de los pueblos del interior y después llega a las grandes ciudades. Por ahora sólo se hay pequeños pasos. La inyección de capital por vía del financiamiento o del aporte de capital es hoy el remedio más buscado.
Sin plata, producir y competir se hace muy cuesta arriba.
Muchos empresarios piensan que hay más motivos para que se siga retrasando frente a la inflación. El escenario inquieta a varios, comenzando por los que desarrollan su actividad en las economías regionales. Se intuye que no habrá en el futuro una ambulancia repartiendo subsidios y ayudas a manos llenas para solucionar los problemas. «Con un gobierno que enfrenta un déficit primario de 4,8% del PBI para este año y que está más decidido a achicarlo que a seguir agrandándolo, no creo que haya mucho lugar para subsidiar actividades productivas», razonaba un empresario con acceso a la Casa Rosada.
La «mamá Estado» que auxilia, o que hacía campaña diciendo que auxiliaba, fue reemplazada por un «papá Estado» que eliminó las retenciones y abrió las exportaciones para aumentar la producción y que cada cual salga al mundo a competir a suerte y verdad. Para que esta apuesta tenga éxito, el Gobierno salió a nivelar todas las canchas del mundo donde se juegue el comercio agroalimentario. Esta semana, en Bogotá, el ministro de Agroindustria Ricardo Buryaile acordó con su par colombiano Aurelio Valencia rever los aranceles de entrada al mercado de arroz, maíz, trigo, frutas y lácteos argentinos. Las exportaciones al mercado colombiano cayeron en cinco años del rango de los 1500 millones de dólares a los 100 millones actuales desplazados en buena parte por Estados Unidos, con el Tratado de Libre Comercio (TLC).
Con un tipo de cambio bajo que no facilitará los negocios la salida que se presenta es la de siempre: ganar competitividad. Esta vez bien valdría la pena enfrentar el desafío en serio, sin atajos que a la larga nos dejan en el mismo lugar de inicio.
El economista Ricardo Arriazu, en sus presentaciones, suele sintetizar la tarea que se tiene por delante con una simple ecuación. «La Argentina necesita subir la tasa de retorno de las inversiones y bajar la de riesgo», afirma. La «doble Nelson» que propone Arriazu es trabajar para llegar a tener empresas y actividades más rentables y también más seguras.
Ahora bien, ganar competitividad es una tarea conjunta donde todos, Estado, dirigencia y productores, tienen deberes por hacer. O mejor dicho, conductas por cambiar.
Para el Estado se impone la reducción de la presión impositiva que en los últimos años creció en forma explosiva. Se podría empezar, por ejemplo, con los reintegros por IVA a las exportaciones. Hay retrasos que superan el año. Los otros dos factores que juegan un rol determinante en la competitividad son la infraestructura y un acceso más fluido a la financiación. El primero se sentirá en el mediano plazo mientras que la falta de financiamiento ya está demorando el despegue de la actividad en la pampa húmeda. Buena parte de los productores mixtos, chacareros y tamberos se encuentran hoy «desplatados». A ciencia cierta no se sabe cuánto afectó el retraso de algo más de un mes que tuvo la cosecha de soja. O que llegó el momento de hacer frente a los vencimientos de las agrotarjetas en la compra de insumos. O que buena parte de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos recién están sacando la cabeza del agua. Se vive un momento muy particular porque esa falta de recursos convive con un ambiente donde sobran las expectativas. En la última encuesta de Aacrea el 72% de los productores cree que la situación de su empresa será mejor que la actual.
La falta de plata está demorando que los productores realicen ese sprint de compras que primero contagia a la industria y el comercio de los pueblos del interior y después llega a las grandes ciudades. Por ahora sólo se hay pequeños pasos. La inyección de capital por vía del financiamiento o del aporte de capital es hoy el remedio más buscado.
Sin plata, producir y competir se hace muy cuesta arriba.