Hace cinco años moría el vocero de la Triple A en el hospital Fernández, según documentos que Tiempo Argentino revela en exclusiva. Prófugo con pedido de captura internacional, en enero de 2009 alguien lo internó. Los partes del Fernández archivados en la causa. Por qué murió libre como confirma un escrito del juez Oyarbide, que decidió exculparlo cuando le aseguraron que nunca se recuperaría.
El cadáver pedía a los gritos que alguien lo sacara de ese lugar. Muy pocos quisieron a Felipe Romeo en vida, pero cuando murió, no lo quiso nadie.
El 11 de enero de 2009, alguien lo acompañó al Hospital Fernández y lo abandonó en la guardia. Estaba escondido desde 2006, con pedido de captura internacional, por organizar la logística que la Alianza Anticomunista Argentina montaba para secuestrar y asesinar a militantes y dirigentes de izquierda, e incluso participar en varios de esos operativos. Ni bien se enteraron que el reo estaba ahí, los secretarios del juzgado federal de Norberto Oyarbide que seguían la causa Triple A volaron al Fernández para constatar si era cierto, y ordenaron que desde la Dirección se estableciera un mecanismo de contacto permanente para que el tribunal estuviera al tanto de su evolución. Pero Romeo involucionó. En los últimos tiempos se había escapado a Brasil, y entre las drogas y tardes de sexo furtivo con cualquier chica que quisiera escuchar sus historias de pistolero fracasado, terminó con VIH, el corazón desgastado, lesiones respiratorias y problemas mentales. El deterioro era tal que el 17 de febrero, en una cédula enviada a las autoridades del Fernández, Oyarbide se jugó a retirar los cargos que había en su contra porque no había forma de que se recuperara.
Murió solo, sin amigos ni familiares, el 5 de abril de ese 2009. Pero la noticia fue transmitida a los medios un mes después, exactamente hace cinco años. Nadie lo reclamó. Su cuerpo quedó tirado varias semanas en las bandejas metálicas heladas de la morgue hospitalaria. Nadie supo nada sobre qué fue de ese pedazo de carne que cuando tenía vida, mientras acribillaba a opositores en callejones y descampados, prepoteaba diciendo que «el mejor enemigo es el enemigo muerto».
EL MEJORAMIENTO DE LA RAZA. Como profesión, en los años de plomo de la década del ’70 se había inventado un cargo de director periodístico en la revista El Caudillo, órgano oficial de la Tres A. El medio llegó a vender 9000 ejemplares, pero recaudaba fortunas gracias a los avisos pagados por el Ministerio de Bienestar Social, propiedad de José López Rega. Pero a Romeo no le interesaba la plata. Estaba ahí para despuntar el vicio de cazar seres humanos. No cualquiera. Principalmente infiltrados en el peronismo, marxistas, cuadros de la JP, terroristas indeseables y dirigentes que no entendían que el mundo se corría a la derecha.
Había nacido en Italia en 1945, pero terminó radicándose en Florencio Varela, donde armó su militancia en grupos de derecha al calor de sus lecturas preferidas: la irrupción de la Falange española, José Antonio Primo de Rivera, el programa de gobierno de Benito Mussolini, y los apuntes de Hitler que ensalzaban la raza aria. La admiración por el nazi le valió al apodo «La Viuda».
Muchos años antes de que la dictadura argentina tejiera el plan sistemático de robo de bebés, Romeo ya se empapaba con las teorías del mejoramiento de la raza impulsadas por Antonio Vallejo-Nágera, comandante militar de Francisco Franco y referente mundial de la medicina psiquiátrica en aquella época. Consultaba apuntes sobre eugenesia y apoyaba el pensamiento de Ramiro de Maeztu, entre jerarcas eclesiásticos e intelectuales del facismo. Sobre todo en la cruzada por lograr una «hispanidad pura», que el franquismo llevó a la práctica eliminando a opositores, secuestrando a su descendencia y cambiando la identidad de los hijos de los republicanos para que crecieran en hogares «limpios».
En la década del ’70 integró el movimiento de ultraderecha Tacuara, y después aportó para el armado de la Guardia Restauradora Nacionalista y la Juventud Peronista de la República Argentina de Julio Yessi (la Jotaperra controlada también por Juan Muciaccia). Se sentía a gusto tomando vinos con matones de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) o de la Juventud Sindical Peronista (JSP).
Cuando en 1955 la resistencia peronista irrumpió en el plano político nacional, aquellos antepasados de la JP empezaron a obsesionarlo. Se impuso eliminar a todo referente local de la «sinarquía internacional», y para eso fue eligiendo sus amistades de a poco: Alberto Brito Lima, padre del Comando de Organización; el teniente Ciro Ahumada; el ex seminarista Alberto Ezcurra Uriburu, cuadro de la derecha sindical; o el coronel Jorge Osinde, al que aportó sugerencias para que la masacre de Ezeiza resultara un éxito.
ANTES DEL DEBUT. Conocer a López fue una bendición para Romeo. El brujo usaba su publicación Las Bases para sembrar doctrina, pero andaba con ganas de editar un órgano que difundiera el ideario del Consejo Superior Justicialista, controlado totalmente por la derecha del movimiento, y sobre todo eclipsara la repercusión que lograba la JP con El Descamisado.
La Viuda redactó el proyecto, y el bufón esotérico lo compró. El Caudillo surgió en noviembre de 1973, un mes antes de la presentación oficial de la Triple A con aquella bomba en el auto del senador radical Hipólito Solari Yrigoyen. Los contactos de Romeo con varios de los integrantes de la banda ya estaban aceitados. «Los hombres que formaban los grupos parapoliciales y paraestatales de las Tres A no comienzan a matar a partir de ese atentado -dice a Tiempo Argentino el escritor Sergio Bufano–, ya se autodenominaban Comando Libertadores de América en Córdoba, por ejemplo, pero eran los mismos.» Una investigación de Bufano y la politóloga Lucrecia Teixido reconstruye las micro historias que llevaron a varios de esos crímenes previos a que las Tres A comenzaran a firmar su obra. Por ejemplo, de manos del «Comando Teniente Duarte Ardoy.»
El trabajo de Bufano y Teixido se propone que el juez federal Norberto Oyarbide incluya en la causa Triple A que hoy tramita en su juzgado (ver recuadro) decenas de asesinatos producidos por los mismos matones que, a partir del caso Solari, empezaron a atribuirse los atentados. Como el de Enrique Grynberg, militante de la JP de 34 años acribillado el 26 de septiembre de 1973, que fue interpretado como venganza de la derecha por la muerte del metalúrgico José Rucci. Por el contrario de celebrar la operación que terminó con la vida del secretario general de la UOM, pretexto que inventaron los delincuentes del Brujo para eliminarlo, Grynberg condenó el crimen que después terminó asumiendo Montoneros, y mostró su desacuerdo con esa metodología. Aquel 26 de septiembre, alguien tocó el portero eléctrico de su departamento, que no andaba bien. Enrique creyó escuchar la voz de su padre, bajó tres pisos por escalera, se asomó al frente de la vivienda y recibió nueve disparos de cuatro personas que lo esperaban en la vereda. Las armas eran calibre 22 y 45.
Desde la dirección del semanario, Romeo levantaba la bandera de intelectuales facistas como Carlos Disandro, parafraseaba el apócrifo Los Protocolos de los Sabios de Sión que advertía sobre la «conspiración judía mundial», y pagaba la imprenta gracias Bienestar Social, la UOM de Lorenzo Miguel y las 62 Organizaciones de Casildo Herreras. Con la muerte de Perón, mudó oficinas de Sarmiento a Lavalle al 1900, donde la Juventud Federal del estanciero Manuel Anchorena coqueteaba con lo más rancio de la dirigencia local. Y después de distintas interrupciones, regresó en julio de 1975, según su editorial, para «apoyar al Ejército Argentino en su lucha contra el ejército invasor que pretende suplantar nuestra sagrada Bandera por un sucio trapo rojo. El Caudillo vuelve para castigar sin piedad a los ‘Guerrilleros de la retaguardia’… El enemigo siempre elige el método, para nosotros todo vale. Peleamos siempre sin dar ni pedir cuartel.» La apretada rememoraba un eslogan que la revista tomaba como declaración de principios: «Las palabras son hembras. Los hechos son machos.»
SENTENCIAS DE EL CAUDILLO. Con una redacción donde aportaban el militante de Tacuara José Miguel Tarquini, Luis Saavedra, el ultracatólico Salvador Nielsen y los periodistas Héctor Simeoni, Luis Cabré y Natalio Palazzo, como reconstruyó Adrián Murano en la revista Veintitrés, El Caudillo convirtió sus críticas explícitas en sentencias de muerte. Los mensajes mafiosos se canalizaban en las editoriales. La doble página titulada «¡Oíme!» a cargo de Romeo, y recuadros cortos donde la revista anunció que el asesinato del diputado Rodolfo Ortega Peña estaba cerca. Muchos de los amenazados decidieron irse del país o cuidarse más: Raymundo Ongaro, Ariel Delgado, Carlos Ulanovsky, Rodolfo Puiggrós, Dante Gullo, Abelardo Ramos, Ana Guzzeti.
Los primeros «¡Oíme!» estaban dirigidos a la revolucionaria, el barbudo, el doctor, el artista o el chupatintas. Pero en el número del 7 de diciembre de 1973, la doble página remplazó el tuteo y se llamó «¡Oigame padre!». Romeo le habló a Carlos Mugica: «Aunque me estrujo el melón no puedo acordarme de ningún bolche que se haya convertido gracias a usted, pero tengo una lista más larga que reclamaciones de jubilado de otros curas como usted que han colgado los hábitos y se han casado o se han juntado o han agarrado para el lado de los tomates, porque hasta el color coincide. Hace algún tiempo también se le despertó a usted una inclinación sospechosa por los ‘guerrilleros’…». Cinco meses después, Mugica era asesinado en la iglesia de San Francisco Solano de Villa Luro, por cuadros de la Triple A.
En enero de 1974, El Caudillo publicó un texto breve: «Peña y Duhalde: un buen par de patadas…» Arranca diciendo que «los delincuentes comunes Ortega Peña y Luis Duhalde continúan en sus cátedras.» Y que «las universidades deben abrirse al pueblo y no continuar cerradas dentro de las caducas e idiotas modalidades marxistas. La burocracia universitaria debe ser exterminada sin titubeos.» Seis meses después, un comando de las Tres A acribillaba a Ortega.
Los amigos de Romeo combinaban horas de redacción con excursiones de caza. En diciembre de ese año, matones del Sindicato del Plástico secuestraron a Miguel, hermano de Bufano, delegado sindical en la empresa Mi Luz. Fue un viernes. El domingo a la madrugada su cuerpo apareció tirado en un basural. Días antes, le había dicho a Sergio que los hombres de Jorge Triaca lo estaban buscando. Triaca tenía miembros de su custodia metidos dentro de la editorial de la revista.
Los crímenes impunes de militantes de la Tendencia y la primera resistencia peronista, como derivación de aparecer mencionados en El Caudillo, siguieron sobre todo a partir de la muerte de Perón. Fue el caso de Julio Troxler, fusilado en un callejón de Barracas en septiembre del ’74.
La revista se victimizó, y armó una nota con el invento de que Romeo había sufrido un atentado en Florencio Varela. Tarquini se mostró compungido en una conferencia de prensa, junto al jefe de Relaciones Públicas, Enrique Mario Gerez, y el administrador Enrique Saglio. El primero, amable ante las cámaras y los grabadores de radio, ni siquiera acusó a la izquierda, sino a grupos que estimulaban la división entre los bandos para provocar el caos. Era el mismo Gerez que en mayo del ’74, titulaba «¡Hay que destrozar a la oposición!», después que Perón echara a Montoneros de la Plaza de Mayo.
Las bandas estaban pletóricas, y El Caudillo agitaba. Una tapa de esos días decía: «Nuestros enemigos en el ’55 nos hicieron una revolución, hasta el ’73 nos persiguieron, ahora tratan de impedir la Reconstrucción Nacional con el sabotaje económico y el desorden interno. La alternativa era ‘o con tiempo o con sangre’. El tiempo ya lo malgastaron infiltrándose, ahora llegó el momento de ver si tienen sangre y p.l.tas para enfrentarnos. Somos fanáticos y cumpliremos la orden de nuestro caudillo.» En letras grandes se lee: «DEFENDER A PERÓN.» Y en la contratapa, remata: «CON TODOS LOS CALIBRES.»
. Su ministro-jefe perdía poder. Romeo decidió bajar la cortina en noviembre de 1975 y escapar a España. Intentó reflotar la revista en 1982 como herramienta de campaña electoral para el Justicialismo, pero con la elección perdida por Italo Luder entendió que el periodismo no era lo suyo.
En los ’80 incursionó por el lado de la edición de libros. Fundó ROCA (Romeo-Camps), asociado con el genocida Ramón Camps, ex jefe de la mejor policía del mundo duhaldista, y recorrió varios foros presentando El poder en la sombra.
A fines de 1988, sabuesos de la Policía Federal le descubrieron 110 gramos de cocaína. La redada detectó a Romeo en un bar de Gascón al 1400, en la Ciudad de Buenos Aires, y lo retuvo en la cárcel hasta que pudo salir gracias a una fianza de 50 mil australes. Con problemas de corazón que le valieron un infarto en 2006, y un deterioro progresivo debido al uso de drogas, desapareció de los lugares públicos, hasta que el periodista Sergio Kiernan lo descubrió en el plantel de una empresa dedicada a la restauración de edificios, con oficinas en Rivadavia y Ayacucho.
El escándalo lo convirtió en prófugo. Hasta ese verano de hace cinco años, cuando entró al Fernández para morirse solo, fané y descangallado.
HISTORIA CLÍNICA DEL FINAL. El 11 de enero de 2009 por la mañana, alguien lo dejó en la Guardia de hospital. Tenía «deterioro de conciencia, mal estado general y hemiparesia izquierda», según el informe firmado por la doctora María del Carmen Rozas. Dos días después fue trasladado a la Unidad de Terapia Intensiva, donde se le realizaron distintas prácticas: intubación orotraqueal, asistencia respiratoria mecánica, tomografía de encéfalo («que muestra hipodensidad de sustancia blanca parietooccipital derecha y occipital izquierdo»), resonancia magnética de encéfalo y biopsia cerebral esteotáxica. «Se recibe informe de serología para VIH positiva confirmada –dice un parte–, por lo que se indica tratamiento antirretroviral.»
Estaba mencionado en la Causa Nº 1075/06 caratulada «ALMIRÓN, JUAN CARLOS Y OTROS», y tenía pedido de captura internacional desde el 10 de enero de 2007. Ni bien se enteró, la Interpol solicitó por nota al Fernández «autorice al personal policial a tomar vistas fotográficas de hallarse internado el nombrado».
Aunque Romeo tenía el peor pronóstico, revolucionó a las autoridades. El 14 de enero, el inspector general Ernesto Orueta, director principal del Complejo Penitenciario Federal de la Ciudad de Buenos Aires, confirmó hacerse cargo de la custodia del reo. Y una semana después, el juez Daniel Rafecas (a cargo interinamente del Federal Nº 5) ordenó al hospital «arbitrar los medios necesarios a fin de informar al tribunal en forma diaria de la evolución del causante, mediante la remisión del correspondiente parte médico, ya sea mediante fax o correo electrónico».
Los días pasaban y el decaimiento era cada vez más progresivo. «Sin mejoría significativa. Mal Pronóstico», advertía la UTI. Hasta que el 5 de abril de 2009 decidió dejar de molestar. En «estado vegetativo persistente, traqueostomizado con ventilación espontánea», el parte hospitalario de ese día informó su fallecimiento a las 17:30 hs. Por orden judicial, la noticia trascendió un mes después, hace exactamente cinco años.
Cuando por comunicaciones internas los médicos fueron adelantándole a Oyarbide el final inminente, el juez se dio cuenta que un cadáver no podría declarar cosas importantes en la causa, y el 17 de febrero de ese año escribió al director del Fernández «a fin de hacerle saber que en el día de la fecha se ha dispuesto dejar sin efecto la detención y custodia sobre la persona de Felipe Romeo».
No hubo reclamos por lo que quedó del vocero de las Tres A. Nerviosa porque los restos ocupaban una bandeja de la morgue y nadie se acercaba a pedirlos, el área legal del nosocomio le largó el fardo al magistrado. Rápido de reflejos, Oyarbide contestó el 7 de abril: «Este tribunal nada tiene que disponer respecto de la inhumación de Felipe Romeo, quien no se encuentra detenido a disposición del suscripto desde el día 17 de febrero próximo pasado, circunstancia que fue debidamente comunicada… debiendo los facultativos y autoridades del Hospital Fernández actuar de acuerdo a sus obligaciones inherentes a sus respectivos cargos, ya que según se informa el nombrado falleció por causas naturales.»
La Viuda murió libre.
El Caudillo en la causa Triple A
El Juzgado Federal Nº 5, a cargo de Norberto Oyarbide, tramita la investigación de los secuestros, atentados y crímenes de las AAA. Fue promovida por los doctores Liliana Mazea y Pedro Dinani, en representación de José Schulman, secretario nacional de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, familiares de los militantes asesinados Graciela Pane y Carlos Banylis, y sobrevivientes como Carlos Zamorano, entre otros.
En el proceso, reabierto en 2006, después de intentos por llevar a juicio oral a varios genocidas, los litigantes piden la imputación por delitos de homicidio, tormentos y privación ilegítima de la libertad para ocho detenidos que hoy duermen en el penal de Marcos Paz.
Salpica a ex funcionarios, sindicalistas, figuras de la Concentración Nacional Universitaria y de la Juventud Sindical Peronista, y apaleadores de la Juventud Peronista de la República Argentina, la Jotaperra, liderada por Julio Yessi, uno de los procesados.
La pesquisa sufrió cortes e interrupciones. En 2007, el juez decretó la prisión preventiva del ex comisario Juan Ramón Morales, el ex policía Miguel Rovira y Rodolfo Almirón, ya fallecidos. Y de María Estela Martínez, sobre la cual pesa un pedido de extradición desde España. En 2008, el fiscal Eduardo Taiano elaboró un dictamen donde adoptó como propias las denuncias de unos 600 casos, entre asesinatos, atentados, torturas y secuestros. Lo que motivó que ese año, la Cámara Federal de Apelaciones en lo Penal confirmara los delitos como imprescriptibles.
Algunos casos fueron quitados de la investigación original en 2009 y remitidos a juicios de lesa humanidad. Hasta que Oyarbide ordenó detener y tomar indagatoria a los imputados Jorge Héctor Conti, Carlos Alejandro Gustavo Villone, Rodolfo Alberto Roballos, Carlos Jorge Duarte, Raúl Ricardo Arias, Norberto Cozzani y Rubén Arturo Pascuzzi, además de Yessi.
Los artículos de Romeo y muchas notas de El Caudillo forman parte de la causa, y orientan para llegar a la manera en que fueron consumados varios de los crímenes de las bandas comandadas por José López Rega.
Aquel joven Duhalde
En mayo de 1974, con Carlos Mugica asesinado por la Triple A y El Caudillo ya convertida en propaladora del plan de exterminio de todo lo que oliera a izquierda, Eduardo Duhalde recibió de buen grado en su despacho a dos periodistas enviados por Felipe Romeo para hablar de política.
Duhalde era un joven abogado que sabía rodearse, cercano al entonces gobernador bonaerense de ultraderecha Victorio Calabró, y a cuadros en ascenso de la Juventud Sindical Peronista (JSP).
Esas amistades le valieron caer en la intendencia de Lomas de Zamora como un paracaidista, después que las roscas de la Triple A barrieran del cargo a Pablo Turner, único dirigente de la Tendencia que pudo llegar –en esos años– a convertirse en jefe comunal.
«Lomas de Zamora: expectativa peronista», tituló el número 29 de la revista un artículo, donde se acusaba a Turner de negociados que nunca fueron probados.
«Ahora Turner ha caído», dice la nota. Y agrega: «El nuevo intendente doctor Eduardo Duhalde tiene la oportunidad de revertir el proceso de anarquía, corrupción y marxistización (sic), imponiendo a su gestión una política peronista.»
En la entrevista, Duhalde destaca al sindicalismo que lo protegía, agarrándose del camino sin retorno que Juan Perón ya había tomado a favor de la derecha para lograr la «reconstrucción nacional». Y sobre el discurso del presidente en la Plaza de Mayo, a días de la salida abrupta de la columna montonera, sostiene: «Perón trata de hacer comprender qué es el peronismo. Existe una masa minoritaria contagiada de infantilismo revolucionario, que pretende ser más peronista que el líder y que pretende implementar proyectos políticos propios.»
Duhalde conocía a varios de esos que llamaba infantiles en su terreno. Como el concejal lomense Héctor Lencina, presidente del bloque de la JP en el distrito; y los militantes Aníbal Benítez, Héctor Flores, los hermanos Alfredo y Eduardo Díaz (de 14 y 16 años), Germán Gómez, Rubén Bagninia, Omar Caferatta y Gladys Martínez.
El 21 de marzo de 1975, en pleno mandato duhaldista, una patota de las Triple A, apoyada por varios Falcon y un micro, los secuestró uno por uno en sus casas, y llevó al grupo a un descampado de la avenida Pasco.
Todos fueron fusilados y volados con cartuchos de dinamita en lo que se recuerda como la Masacre de Pasco.
El cadáver pedía a los gritos que alguien lo sacara de ese lugar. Muy pocos quisieron a Felipe Romeo en vida, pero cuando murió, no lo quiso nadie.
El 11 de enero de 2009, alguien lo acompañó al Hospital Fernández y lo abandonó en la guardia. Estaba escondido desde 2006, con pedido de captura internacional, por organizar la logística que la Alianza Anticomunista Argentina montaba para secuestrar y asesinar a militantes y dirigentes de izquierda, e incluso participar en varios de esos operativos. Ni bien se enteraron que el reo estaba ahí, los secretarios del juzgado federal de Norberto Oyarbide que seguían la causa Triple A volaron al Fernández para constatar si era cierto, y ordenaron que desde la Dirección se estableciera un mecanismo de contacto permanente para que el tribunal estuviera al tanto de su evolución. Pero Romeo involucionó. En los últimos tiempos se había escapado a Brasil, y entre las drogas y tardes de sexo furtivo con cualquier chica que quisiera escuchar sus historias de pistolero fracasado, terminó con VIH, el corazón desgastado, lesiones respiratorias y problemas mentales. El deterioro era tal que el 17 de febrero, en una cédula enviada a las autoridades del Fernández, Oyarbide se jugó a retirar los cargos que había en su contra porque no había forma de que se recuperara.
Murió solo, sin amigos ni familiares, el 5 de abril de ese 2009. Pero la noticia fue transmitida a los medios un mes después, exactamente hace cinco años. Nadie lo reclamó. Su cuerpo quedó tirado varias semanas en las bandejas metálicas heladas de la morgue hospitalaria. Nadie supo nada sobre qué fue de ese pedazo de carne que cuando tenía vida, mientras acribillaba a opositores en callejones y descampados, prepoteaba diciendo que «el mejor enemigo es el enemigo muerto».
EL MEJORAMIENTO DE LA RAZA. Como profesión, en los años de plomo de la década del ’70 se había inventado un cargo de director periodístico en la revista El Caudillo, órgano oficial de la Tres A. El medio llegó a vender 9000 ejemplares, pero recaudaba fortunas gracias a los avisos pagados por el Ministerio de Bienestar Social, propiedad de José López Rega. Pero a Romeo no le interesaba la plata. Estaba ahí para despuntar el vicio de cazar seres humanos. No cualquiera. Principalmente infiltrados en el peronismo, marxistas, cuadros de la JP, terroristas indeseables y dirigentes que no entendían que el mundo se corría a la derecha.
Había nacido en Italia en 1945, pero terminó radicándose en Florencio Varela, donde armó su militancia en grupos de derecha al calor de sus lecturas preferidas: la irrupción de la Falange española, José Antonio Primo de Rivera, el programa de gobierno de Benito Mussolini, y los apuntes de Hitler que ensalzaban la raza aria. La admiración por el nazi le valió al apodo «La Viuda».
Muchos años antes de que la dictadura argentina tejiera el plan sistemático de robo de bebés, Romeo ya se empapaba con las teorías del mejoramiento de la raza impulsadas por Antonio Vallejo-Nágera, comandante militar de Francisco Franco y referente mundial de la medicina psiquiátrica en aquella época. Consultaba apuntes sobre eugenesia y apoyaba el pensamiento de Ramiro de Maeztu, entre jerarcas eclesiásticos e intelectuales del facismo. Sobre todo en la cruzada por lograr una «hispanidad pura», que el franquismo llevó a la práctica eliminando a opositores, secuestrando a su descendencia y cambiando la identidad de los hijos de los republicanos para que crecieran en hogares «limpios».
En la década del ’70 integró el movimiento de ultraderecha Tacuara, y después aportó para el armado de la Guardia Restauradora Nacionalista y la Juventud Peronista de la República Argentina de Julio Yessi (la Jotaperra controlada también por Juan Muciaccia). Se sentía a gusto tomando vinos con matones de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) o de la Juventud Sindical Peronista (JSP).
Cuando en 1955 la resistencia peronista irrumpió en el plano político nacional, aquellos antepasados de la JP empezaron a obsesionarlo. Se impuso eliminar a todo referente local de la «sinarquía internacional», y para eso fue eligiendo sus amistades de a poco: Alberto Brito Lima, padre del Comando de Organización; el teniente Ciro Ahumada; el ex seminarista Alberto Ezcurra Uriburu, cuadro de la derecha sindical; o el coronel Jorge Osinde, al que aportó sugerencias para que la masacre de Ezeiza resultara un éxito.
ANTES DEL DEBUT. Conocer a López fue una bendición para Romeo. El brujo usaba su publicación Las Bases para sembrar doctrina, pero andaba con ganas de editar un órgano que difundiera el ideario del Consejo Superior Justicialista, controlado totalmente por la derecha del movimiento, y sobre todo eclipsara la repercusión que lograba la JP con El Descamisado.
La Viuda redactó el proyecto, y el bufón esotérico lo compró. El Caudillo surgió en noviembre de 1973, un mes antes de la presentación oficial de la Triple A con aquella bomba en el auto del senador radical Hipólito Solari Yrigoyen. Los contactos de Romeo con varios de los integrantes de la banda ya estaban aceitados. «Los hombres que formaban los grupos parapoliciales y paraestatales de las Tres A no comienzan a matar a partir de ese atentado -dice a Tiempo Argentino el escritor Sergio Bufano–, ya se autodenominaban Comando Libertadores de América en Córdoba, por ejemplo, pero eran los mismos.» Una investigación de Bufano y la politóloga Lucrecia Teixido reconstruye las micro historias que llevaron a varios de esos crímenes previos a que las Tres A comenzaran a firmar su obra. Por ejemplo, de manos del «Comando Teniente Duarte Ardoy.»
El trabajo de Bufano y Teixido se propone que el juez federal Norberto Oyarbide incluya en la causa Triple A que hoy tramita en su juzgado (ver recuadro) decenas de asesinatos producidos por los mismos matones que, a partir del caso Solari, empezaron a atribuirse los atentados. Como el de Enrique Grynberg, militante de la JP de 34 años acribillado el 26 de septiembre de 1973, que fue interpretado como venganza de la derecha por la muerte del metalúrgico José Rucci. Por el contrario de celebrar la operación que terminó con la vida del secretario general de la UOM, pretexto que inventaron los delincuentes del Brujo para eliminarlo, Grynberg condenó el crimen que después terminó asumiendo Montoneros, y mostró su desacuerdo con esa metodología. Aquel 26 de septiembre, alguien tocó el portero eléctrico de su departamento, que no andaba bien. Enrique creyó escuchar la voz de su padre, bajó tres pisos por escalera, se asomó al frente de la vivienda y recibió nueve disparos de cuatro personas que lo esperaban en la vereda. Las armas eran calibre 22 y 45.
Desde la dirección del semanario, Romeo levantaba la bandera de intelectuales facistas como Carlos Disandro, parafraseaba el apócrifo Los Protocolos de los Sabios de Sión que advertía sobre la «conspiración judía mundial», y pagaba la imprenta gracias Bienestar Social, la UOM de Lorenzo Miguel y las 62 Organizaciones de Casildo Herreras. Con la muerte de Perón, mudó oficinas de Sarmiento a Lavalle al 1900, donde la Juventud Federal del estanciero Manuel Anchorena coqueteaba con lo más rancio de la dirigencia local. Y después de distintas interrupciones, regresó en julio de 1975, según su editorial, para «apoyar al Ejército Argentino en su lucha contra el ejército invasor que pretende suplantar nuestra sagrada Bandera por un sucio trapo rojo. El Caudillo vuelve para castigar sin piedad a los ‘Guerrilleros de la retaguardia’… El enemigo siempre elige el método, para nosotros todo vale. Peleamos siempre sin dar ni pedir cuartel.» La apretada rememoraba un eslogan que la revista tomaba como declaración de principios: «Las palabras son hembras. Los hechos son machos.»
SENTENCIAS DE EL CAUDILLO. Con una redacción donde aportaban el militante de Tacuara José Miguel Tarquini, Luis Saavedra, el ultracatólico Salvador Nielsen y los periodistas Héctor Simeoni, Luis Cabré y Natalio Palazzo, como reconstruyó Adrián Murano en la revista Veintitrés, El Caudillo convirtió sus críticas explícitas en sentencias de muerte. Los mensajes mafiosos se canalizaban en las editoriales. La doble página titulada «¡Oíme!» a cargo de Romeo, y recuadros cortos donde la revista anunció que el asesinato del diputado Rodolfo Ortega Peña estaba cerca. Muchos de los amenazados decidieron irse del país o cuidarse más: Raymundo Ongaro, Ariel Delgado, Carlos Ulanovsky, Rodolfo Puiggrós, Dante Gullo, Abelardo Ramos, Ana Guzzeti.
Los primeros «¡Oíme!» estaban dirigidos a la revolucionaria, el barbudo, el doctor, el artista o el chupatintas. Pero en el número del 7 de diciembre de 1973, la doble página remplazó el tuteo y se llamó «¡Oigame padre!». Romeo le habló a Carlos Mugica: «Aunque me estrujo el melón no puedo acordarme de ningún bolche que se haya convertido gracias a usted, pero tengo una lista más larga que reclamaciones de jubilado de otros curas como usted que han colgado los hábitos y se han casado o se han juntado o han agarrado para el lado de los tomates, porque hasta el color coincide. Hace algún tiempo también se le despertó a usted una inclinación sospechosa por los ‘guerrilleros’…». Cinco meses después, Mugica era asesinado en la iglesia de San Francisco Solano de Villa Luro, por cuadros de la Triple A.
En enero de 1974, El Caudillo publicó un texto breve: «Peña y Duhalde: un buen par de patadas…» Arranca diciendo que «los delincuentes comunes Ortega Peña y Luis Duhalde continúan en sus cátedras.» Y que «las universidades deben abrirse al pueblo y no continuar cerradas dentro de las caducas e idiotas modalidades marxistas. La burocracia universitaria debe ser exterminada sin titubeos.» Seis meses después, un comando de las Tres A acribillaba a Ortega.
Los amigos de Romeo combinaban horas de redacción con excursiones de caza. En diciembre de ese año, matones del Sindicato del Plástico secuestraron a Miguel, hermano de Bufano, delegado sindical en la empresa Mi Luz. Fue un viernes. El domingo a la madrugada su cuerpo apareció tirado en un basural. Días antes, le había dicho a Sergio que los hombres de Jorge Triaca lo estaban buscando. Triaca tenía miembros de su custodia metidos dentro de la editorial de la revista.
Los crímenes impunes de militantes de la Tendencia y la primera resistencia peronista, como derivación de aparecer mencionados en El Caudillo, siguieron sobre todo a partir de la muerte de Perón. Fue el caso de Julio Troxler, fusilado en un callejón de Barracas en septiembre del ’74.
La revista se victimizó, y armó una nota con el invento de que Romeo había sufrido un atentado en Florencio Varela. Tarquini se mostró compungido en una conferencia de prensa, junto al jefe de Relaciones Públicas, Enrique Mario Gerez, y el administrador Enrique Saglio. El primero, amable ante las cámaras y los grabadores de radio, ni siquiera acusó a la izquierda, sino a grupos que estimulaban la división entre los bandos para provocar el caos. Era el mismo Gerez que en mayo del ’74, titulaba «¡Hay que destrozar a la oposición!», después que Perón echara a Montoneros de la Plaza de Mayo.
Las bandas estaban pletóricas, y El Caudillo agitaba. Una tapa de esos días decía: «Nuestros enemigos en el ’55 nos hicieron una revolución, hasta el ’73 nos persiguieron, ahora tratan de impedir la Reconstrucción Nacional con el sabotaje económico y el desorden interno. La alternativa era ‘o con tiempo o con sangre’. El tiempo ya lo malgastaron infiltrándose, ahora llegó el momento de ver si tienen sangre y p.l.tas para enfrentarnos. Somos fanáticos y cumpliremos la orden de nuestro caudillo.» En letras grandes se lee: «DEFENDER A PERÓN.» Y en la contratapa, remata: «CON TODOS LOS CALIBRES.»
. Su ministro-jefe perdía poder. Romeo decidió bajar la cortina en noviembre de 1975 y escapar a España. Intentó reflotar la revista en 1982 como herramienta de campaña electoral para el Justicialismo, pero con la elección perdida por Italo Luder entendió que el periodismo no era lo suyo.
En los ’80 incursionó por el lado de la edición de libros. Fundó ROCA (Romeo-Camps), asociado con el genocida Ramón Camps, ex jefe de la mejor policía del mundo duhaldista, y recorrió varios foros presentando El poder en la sombra.
A fines de 1988, sabuesos de la Policía Federal le descubrieron 110 gramos de cocaína. La redada detectó a Romeo en un bar de Gascón al 1400, en la Ciudad de Buenos Aires, y lo retuvo en la cárcel hasta que pudo salir gracias a una fianza de 50 mil australes. Con problemas de corazón que le valieron un infarto en 2006, y un deterioro progresivo debido al uso de drogas, desapareció de los lugares públicos, hasta que el periodista Sergio Kiernan lo descubrió en el plantel de una empresa dedicada a la restauración de edificios, con oficinas en Rivadavia y Ayacucho.
El escándalo lo convirtió en prófugo. Hasta ese verano de hace cinco años, cuando entró al Fernández para morirse solo, fané y descangallado.
HISTORIA CLÍNICA DEL FINAL. El 11 de enero de 2009 por la mañana, alguien lo dejó en la Guardia de hospital. Tenía «deterioro de conciencia, mal estado general y hemiparesia izquierda», según el informe firmado por la doctora María del Carmen Rozas. Dos días después fue trasladado a la Unidad de Terapia Intensiva, donde se le realizaron distintas prácticas: intubación orotraqueal, asistencia respiratoria mecánica, tomografía de encéfalo («que muestra hipodensidad de sustancia blanca parietooccipital derecha y occipital izquierdo»), resonancia magnética de encéfalo y biopsia cerebral esteotáxica. «Se recibe informe de serología para VIH positiva confirmada –dice un parte–, por lo que se indica tratamiento antirretroviral.»
Estaba mencionado en la Causa Nº 1075/06 caratulada «ALMIRÓN, JUAN CARLOS Y OTROS», y tenía pedido de captura internacional desde el 10 de enero de 2007. Ni bien se enteró, la Interpol solicitó por nota al Fernández «autorice al personal policial a tomar vistas fotográficas de hallarse internado el nombrado».
Aunque Romeo tenía el peor pronóstico, revolucionó a las autoridades. El 14 de enero, el inspector general Ernesto Orueta, director principal del Complejo Penitenciario Federal de la Ciudad de Buenos Aires, confirmó hacerse cargo de la custodia del reo. Y una semana después, el juez Daniel Rafecas (a cargo interinamente del Federal Nº 5) ordenó al hospital «arbitrar los medios necesarios a fin de informar al tribunal en forma diaria de la evolución del causante, mediante la remisión del correspondiente parte médico, ya sea mediante fax o correo electrónico».
Los días pasaban y el decaimiento era cada vez más progresivo. «Sin mejoría significativa. Mal Pronóstico», advertía la UTI. Hasta que el 5 de abril de 2009 decidió dejar de molestar. En «estado vegetativo persistente, traqueostomizado con ventilación espontánea», el parte hospitalario de ese día informó su fallecimiento a las 17:30 hs. Por orden judicial, la noticia trascendió un mes después, hace exactamente cinco años.
Cuando por comunicaciones internas los médicos fueron adelantándole a Oyarbide el final inminente, el juez se dio cuenta que un cadáver no podría declarar cosas importantes en la causa, y el 17 de febrero de ese año escribió al director del Fernández «a fin de hacerle saber que en el día de la fecha se ha dispuesto dejar sin efecto la detención y custodia sobre la persona de Felipe Romeo».
No hubo reclamos por lo que quedó del vocero de las Tres A. Nerviosa porque los restos ocupaban una bandeja de la morgue y nadie se acercaba a pedirlos, el área legal del nosocomio le largó el fardo al magistrado. Rápido de reflejos, Oyarbide contestó el 7 de abril: «Este tribunal nada tiene que disponer respecto de la inhumación de Felipe Romeo, quien no se encuentra detenido a disposición del suscripto desde el día 17 de febrero próximo pasado, circunstancia que fue debidamente comunicada… debiendo los facultativos y autoridades del Hospital Fernández actuar de acuerdo a sus obligaciones inherentes a sus respectivos cargos, ya que según se informa el nombrado falleció por causas naturales.»
La Viuda murió libre.
El Caudillo en la causa Triple A
El Juzgado Federal Nº 5, a cargo de Norberto Oyarbide, tramita la investigación de los secuestros, atentados y crímenes de las AAA. Fue promovida por los doctores Liliana Mazea y Pedro Dinani, en representación de José Schulman, secretario nacional de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, familiares de los militantes asesinados Graciela Pane y Carlos Banylis, y sobrevivientes como Carlos Zamorano, entre otros.
En el proceso, reabierto en 2006, después de intentos por llevar a juicio oral a varios genocidas, los litigantes piden la imputación por delitos de homicidio, tormentos y privación ilegítima de la libertad para ocho detenidos que hoy duermen en el penal de Marcos Paz.
Salpica a ex funcionarios, sindicalistas, figuras de la Concentración Nacional Universitaria y de la Juventud Sindical Peronista, y apaleadores de la Juventud Peronista de la República Argentina, la Jotaperra, liderada por Julio Yessi, uno de los procesados.
La pesquisa sufrió cortes e interrupciones. En 2007, el juez decretó la prisión preventiva del ex comisario Juan Ramón Morales, el ex policía Miguel Rovira y Rodolfo Almirón, ya fallecidos. Y de María Estela Martínez, sobre la cual pesa un pedido de extradición desde España. En 2008, el fiscal Eduardo Taiano elaboró un dictamen donde adoptó como propias las denuncias de unos 600 casos, entre asesinatos, atentados, torturas y secuestros. Lo que motivó que ese año, la Cámara Federal de Apelaciones en lo Penal confirmara los delitos como imprescriptibles.
Algunos casos fueron quitados de la investigación original en 2009 y remitidos a juicios de lesa humanidad. Hasta que Oyarbide ordenó detener y tomar indagatoria a los imputados Jorge Héctor Conti, Carlos Alejandro Gustavo Villone, Rodolfo Alberto Roballos, Carlos Jorge Duarte, Raúl Ricardo Arias, Norberto Cozzani y Rubén Arturo Pascuzzi, además de Yessi.
Los artículos de Romeo y muchas notas de El Caudillo forman parte de la causa, y orientan para llegar a la manera en que fueron consumados varios de los crímenes de las bandas comandadas por José López Rega.
Aquel joven Duhalde
En mayo de 1974, con Carlos Mugica asesinado por la Triple A y El Caudillo ya convertida en propaladora del plan de exterminio de todo lo que oliera a izquierda, Eduardo Duhalde recibió de buen grado en su despacho a dos periodistas enviados por Felipe Romeo para hablar de política.
Duhalde era un joven abogado que sabía rodearse, cercano al entonces gobernador bonaerense de ultraderecha Victorio Calabró, y a cuadros en ascenso de la Juventud Sindical Peronista (JSP).
Esas amistades le valieron caer en la intendencia de Lomas de Zamora como un paracaidista, después que las roscas de la Triple A barrieran del cargo a Pablo Turner, único dirigente de la Tendencia que pudo llegar –en esos años– a convertirse en jefe comunal.
«Lomas de Zamora: expectativa peronista», tituló el número 29 de la revista un artículo, donde se acusaba a Turner de negociados que nunca fueron probados.
«Ahora Turner ha caído», dice la nota. Y agrega: «El nuevo intendente doctor Eduardo Duhalde tiene la oportunidad de revertir el proceso de anarquía, corrupción y marxistización (sic), imponiendo a su gestión una política peronista.»
En la entrevista, Duhalde destaca al sindicalismo que lo protegía, agarrándose del camino sin retorno que Juan Perón ya había tomado a favor de la derecha para lograr la «reconstrucción nacional». Y sobre el discurso del presidente en la Plaza de Mayo, a días de la salida abrupta de la columna montonera, sostiene: «Perón trata de hacer comprender qué es el peronismo. Existe una masa minoritaria contagiada de infantilismo revolucionario, que pretende ser más peronista que el líder y que pretende implementar proyectos políticos propios.»
Duhalde conocía a varios de esos que llamaba infantiles en su terreno. Como el concejal lomense Héctor Lencina, presidente del bloque de la JP en el distrito; y los militantes Aníbal Benítez, Héctor Flores, los hermanos Alfredo y Eduardo Díaz (de 14 y 16 años), Germán Gómez, Rubén Bagninia, Omar Caferatta y Gladys Martínez.
El 21 de marzo de 1975, en pleno mandato duhaldista, una patota de las Triple A, apoyada por varios Falcon y un micro, los secuestró uno por uno en sus casas, y llevó al grupo a un descampado de la avenida Pasco.
Todos fueron fusilados y volados con cartuchos de dinamita en lo que se recuerda como la Masacre de Pasco.
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