El ex presidente y máximo líder del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) cree que la mandataria debería reconocer que no tiene apoyo ni de la gente ni de su coalición
Foto:LA NACION/IFHC
SAN PABLO.-Con el respeto que infunde tanto dentro como fuera de Brasil, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso no está dispuesto a callarse nada. Literalmente. El mandatario socialdemócrata acaba de publicar el primer volumen de sus Diarios de la presidencia, en el que hace un pormenorizado racconto de los dos períodos de gobierno en los que estuvo al frente del Palacio del Planalto (1995-1998 y 1999-2002), pero no evita pronunciarse con durísimas palabras sobre las administraciones del Partido de los Trabajadores (PT) que le sucedieron y, según él, hundieron hoy al país en una crisis enorme, de muy difícil salida.
Cardoso, de 84 años, cree que, paralizado por la recesión económica, las luchas en el interior de la coalición oficialista, el escándalo de sobornos en Petrobras, la falta de popularidad y de liderazgo, el gobierno de Dilma Rousseff ya está condenado, mientras que advierte que el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva, acosado por denuncias de corrupción contra él y sus allegados, entierra cada vez más hondo su legado.
Siempre lúcido y sereno, como el profesor de sociología que solía ser en su juventud, el máximo líder del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), principal fuerza de oposición, recibió a LA NACIÓN en su despacho del Instituto Fernando Henrique Cardoso, frente al parque del Vale do Anhangabaú, en el centro de San Pablo. Explicó que originalmente tenía pensado que su libro se publicara tras su muerte, pero que la realidad lo llevó a cambiar de planes.
«La situación de Brasil está tan confusa, es tan difícil de ver el rumbo, que me parecía útil que los brasileños vieran cuáles fueron las dificultades que yo tuve, que fueron muchas, y cómo intenté resolverlas; algunas pude, otras no. Y muchos temas de esa época volvieron a ser actuales; entonces el PT intentó pintar mis decisiones dentro de una visión ideológica, de neoliberalismo, cuando en realidad son problemas reales de gobierno que tienen que ser resueltos con el dinero que hay; no se puede hacer magia, al final la cuenta siempre llega», afirmó.
-¿Hay salida de esta crisis?
-Hay cuatro posibilidades. Primero, que la presidenta renuncie al reconocer que no tiene apoyo ni de la gente ni de los partidos de su coalición; es algo que no creo que vaya a suceder por la personalidad de Dilma y por el PT, que quiere sobrevivir en el poder. Segundo, el impeachment, que es un proceso largo y penoso; puede suceder, pero se requiere una razón legal para que el Congreso actúe y el pueblo lo entienda. Tercero, la anulación de la fórmula Rousseff-Michel Temer, algo que está analizando el Tribunal Superior Electoral (TSE) por denuncias de que dinero ilícito del petrolão fue utilizado en la campaña; entonces habría una nueva elección. Y, cuarto, podría ser que no pase nada, que Dilma se mantenga en el poder y la crisis continúe desgastando a Brasil. La clave en todo esto es la falta de credibilidad que sufre el gobierno; tendría que ocurrir algo nuevo para generar un cuadro de esperanza. Y todo indica que con la presidenta actual eso no va a ocurrir. Si ella saliera, la situación objetiva del país no cambiaría, seguiría muy complicada, sólo se modificaría la expectativa. Pero si sobre esa expectativa nueva se construyera un consenso político, se le presentara a la opinión pública un camino concreto para avanzar, entonces sí Brasil tendría una salida en el mediano plazo. Lamentablemente, la fuerza de gravedad hace que me incline por que no sucederá nada nuevo; sería lo peor para el país, la economía profundizaría su deterioro y el ambiente político se desgastaría más.
-¿Cuál sería entonces la mejor solución?
-La renuncia de la presidenta; sería un gesto de grandeza. Pero antes de que salga se debería lograr un acuerdo con el Congreso para que se vote una agenda, un camino a seguir que introduzca mejoras en la economía y en la política. Que Dilma deje en claro que no está ahí por el poder en sí mismo sino por las reformas que hay que hacer. Es muy poco probable; ya hace tiempo podría haber buscado un consenso político general para abrir el juego.
¿Estaría dispuesto a participar de un esfuerzo de ese tipo si Rousseff se lo planteara?
-Cuando a fines de 2013 Dilma, Lula, José Sarney, Fernando Collor de Mello y yo fuimos juntos al funeral de Nelson Mandela, yo planteé algo así. Fue después de las masivas protestas callejeras. Les dije que el sistema político tenía que ser reformado, que era responsabilidad de todos, y sugerí por qué no nos juntábamos para encontrar soluciones en conjunto; nadie quiso. Antes de las elecciones del año pasado también llamé a amigos que tienen vínculos muy fuertes con el PT y les advertí que esto desembocaría en un caos; de parte del gobierno no hubo respuesta. Ahora ya es muy tarde. De cualquier forma, si Dilma me convocase al Palacio para buscar encontrar una salida conjunta, yo iría; creo que en este momento tan delicado no se le puede decir no a la presidenta. Pero tiene que ser una convocatoria pública, que en un gesto de grandeza reconozca ante el pueblo que así no se puede seguir, y que el PT y Lula también acepten una salida de este tipo, construir una agenda conjunta para el país. Yo nunca me rehúso a conversar, es parte esencial de la política.
-De hecho, durante el primer mandato de Rousseff, ella y usted parecían llevarse muy bien
-Sí, conversamos varias veces. Y yo nunca ataqué a Dilma personalmente, ni siquiera creo que ella esté involucrada en lo personal en todos los escándalos de corrupción del gobierno; otra cosa es la responsabilidad política que tiene.
-En caso de que nada de eso suceda, ¿qué recurso apoya más el PSDB: el impeachment o la anulación de la fórmula presidencial?
-Son cosas que no dependen del partido. Ninguna es una solución buena, son procesos traumáticos. Pero hay que enfrentar lo que se presente, ya sea por decisión del presidente de la Cámara de Diputados en el caso del impeachment o de los jueces del TSE en el caso de la anulación. Si hubiera una votación de impeachment, el PSDB tendrá que decidir, pero si se llegara a esa instancia sería porque habría bases jurídicas objetivas, y creo que el partido se inclinaría a favor, aceptaría las consecuencias. Igual, es necesario que se expliquen bien las razones al pueblo porque, si no, dirán que es un golpe, y no lo es; es un recurso constitucional extremo.
-¿Cómo ve el rol de Lula?
-Es muy penoso ver en lo que se convirtió Lula. Era un líder sindical auténtico, no necesariamente de izquierda, no tenía esa noción ideológica; tenía un compromiso real con los trabajadores. Pero se fue dejando absorber por la política brasileña tradicional, clientelista, corporativa, fisiológica. Tuvo un gobierno exitoso en muchos sentidos, no hay duda; en lo social tuvo recursos para marcar una diferencia en el país. Pero ahora su legado está siendo comprometido por todas esas acusaciones de actividades no republicanas, inaceptables. No sé si es culpable o no de todas las cosas de las que se lo acusa a él, a su hijo, a personas muy cercanas a él. Cuando en 2005 ocurrió el escándalo del mensalão, durante su primer mandato, yo me opuse a su impeachment porque no me parecía bueno para el país que su primer presidente obrero terminara perdiendo el poder. Pero hoy me parece muy malo también para el país que Lula haya perdido tanta credibilidad.
-¿Cree que Lula es el padre de esta crisis?
Sí, fue bajo su égida que se plantaron las semillas de esta situación que hoy tenemos. Él tiene una ventaja: es una persona políticamente muy hábil, percibe que la marea está cambiando y tal vez todavía tenga posibilidad de actuar y cambiar para que la crisis no avance tanto contra él. Ya Dilma es más rígida y esta crisis ha condenado a su gobierno.
Foto:LA NACION/IFHC
SAN PABLO.-Con el respeto que infunde tanto dentro como fuera de Brasil, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso no está dispuesto a callarse nada. Literalmente. El mandatario socialdemócrata acaba de publicar el primer volumen de sus Diarios de la presidencia, en el que hace un pormenorizado racconto de los dos períodos de gobierno en los que estuvo al frente del Palacio del Planalto (1995-1998 y 1999-2002), pero no evita pronunciarse con durísimas palabras sobre las administraciones del Partido de los Trabajadores (PT) que le sucedieron y, según él, hundieron hoy al país en una crisis enorme, de muy difícil salida.
Cardoso, de 84 años, cree que, paralizado por la recesión económica, las luchas en el interior de la coalición oficialista, el escándalo de sobornos en Petrobras, la falta de popularidad y de liderazgo, el gobierno de Dilma Rousseff ya está condenado, mientras que advierte que el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva, acosado por denuncias de corrupción contra él y sus allegados, entierra cada vez más hondo su legado.
Siempre lúcido y sereno, como el profesor de sociología que solía ser en su juventud, el máximo líder del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), principal fuerza de oposición, recibió a LA NACIÓN en su despacho del Instituto Fernando Henrique Cardoso, frente al parque del Vale do Anhangabaú, en el centro de San Pablo. Explicó que originalmente tenía pensado que su libro se publicara tras su muerte, pero que la realidad lo llevó a cambiar de planes.
«La situación de Brasil está tan confusa, es tan difícil de ver el rumbo, que me parecía útil que los brasileños vieran cuáles fueron las dificultades que yo tuve, que fueron muchas, y cómo intenté resolverlas; algunas pude, otras no. Y muchos temas de esa época volvieron a ser actuales; entonces el PT intentó pintar mis decisiones dentro de una visión ideológica, de neoliberalismo, cuando en realidad son problemas reales de gobierno que tienen que ser resueltos con el dinero que hay; no se puede hacer magia, al final la cuenta siempre llega», afirmó.
-¿Hay salida de esta crisis?
-Hay cuatro posibilidades. Primero, que la presidenta renuncie al reconocer que no tiene apoyo ni de la gente ni de los partidos de su coalición; es algo que no creo que vaya a suceder por la personalidad de Dilma y por el PT, que quiere sobrevivir en el poder. Segundo, el impeachment, que es un proceso largo y penoso; puede suceder, pero se requiere una razón legal para que el Congreso actúe y el pueblo lo entienda. Tercero, la anulación de la fórmula Rousseff-Michel Temer, algo que está analizando el Tribunal Superior Electoral (TSE) por denuncias de que dinero ilícito del petrolão fue utilizado en la campaña; entonces habría una nueva elección. Y, cuarto, podría ser que no pase nada, que Dilma se mantenga en el poder y la crisis continúe desgastando a Brasil. La clave en todo esto es la falta de credibilidad que sufre el gobierno; tendría que ocurrir algo nuevo para generar un cuadro de esperanza. Y todo indica que con la presidenta actual eso no va a ocurrir. Si ella saliera, la situación objetiva del país no cambiaría, seguiría muy complicada, sólo se modificaría la expectativa. Pero si sobre esa expectativa nueva se construyera un consenso político, se le presentara a la opinión pública un camino concreto para avanzar, entonces sí Brasil tendría una salida en el mediano plazo. Lamentablemente, la fuerza de gravedad hace que me incline por que no sucederá nada nuevo; sería lo peor para el país, la economía profundizaría su deterioro y el ambiente político se desgastaría más.
-¿Cuál sería entonces la mejor solución?
-La renuncia de la presidenta; sería un gesto de grandeza. Pero antes de que salga se debería lograr un acuerdo con el Congreso para que se vote una agenda, un camino a seguir que introduzca mejoras en la economía y en la política. Que Dilma deje en claro que no está ahí por el poder en sí mismo sino por las reformas que hay que hacer. Es muy poco probable; ya hace tiempo podría haber buscado un consenso político general para abrir el juego.
¿Estaría dispuesto a participar de un esfuerzo de ese tipo si Rousseff se lo planteara?
-Cuando a fines de 2013 Dilma, Lula, José Sarney, Fernando Collor de Mello y yo fuimos juntos al funeral de Nelson Mandela, yo planteé algo así. Fue después de las masivas protestas callejeras. Les dije que el sistema político tenía que ser reformado, que era responsabilidad de todos, y sugerí por qué no nos juntábamos para encontrar soluciones en conjunto; nadie quiso. Antes de las elecciones del año pasado también llamé a amigos que tienen vínculos muy fuertes con el PT y les advertí que esto desembocaría en un caos; de parte del gobierno no hubo respuesta. Ahora ya es muy tarde. De cualquier forma, si Dilma me convocase al Palacio para buscar encontrar una salida conjunta, yo iría; creo que en este momento tan delicado no se le puede decir no a la presidenta. Pero tiene que ser una convocatoria pública, que en un gesto de grandeza reconozca ante el pueblo que así no se puede seguir, y que el PT y Lula también acepten una salida de este tipo, construir una agenda conjunta para el país. Yo nunca me rehúso a conversar, es parte esencial de la política.
-De hecho, durante el primer mandato de Rousseff, ella y usted parecían llevarse muy bien
-Sí, conversamos varias veces. Y yo nunca ataqué a Dilma personalmente, ni siquiera creo que ella esté involucrada en lo personal en todos los escándalos de corrupción del gobierno; otra cosa es la responsabilidad política que tiene.
-En caso de que nada de eso suceda, ¿qué recurso apoya más el PSDB: el impeachment o la anulación de la fórmula presidencial?
-Son cosas que no dependen del partido. Ninguna es una solución buena, son procesos traumáticos. Pero hay que enfrentar lo que se presente, ya sea por decisión del presidente de la Cámara de Diputados en el caso del impeachment o de los jueces del TSE en el caso de la anulación. Si hubiera una votación de impeachment, el PSDB tendrá que decidir, pero si se llegara a esa instancia sería porque habría bases jurídicas objetivas, y creo que el partido se inclinaría a favor, aceptaría las consecuencias. Igual, es necesario que se expliquen bien las razones al pueblo porque, si no, dirán que es un golpe, y no lo es; es un recurso constitucional extremo.
-¿Cómo ve el rol de Lula?
-Es muy penoso ver en lo que se convirtió Lula. Era un líder sindical auténtico, no necesariamente de izquierda, no tenía esa noción ideológica; tenía un compromiso real con los trabajadores. Pero se fue dejando absorber por la política brasileña tradicional, clientelista, corporativa, fisiológica. Tuvo un gobierno exitoso en muchos sentidos, no hay duda; en lo social tuvo recursos para marcar una diferencia en el país. Pero ahora su legado está siendo comprometido por todas esas acusaciones de actividades no republicanas, inaceptables. No sé si es culpable o no de todas las cosas de las que se lo acusa a él, a su hijo, a personas muy cercanas a él. Cuando en 2005 ocurrió el escándalo del mensalão, durante su primer mandato, yo me opuse a su impeachment porque no me parecía bueno para el país que su primer presidente obrero terminara perdiendo el poder. Pero hoy me parece muy malo también para el país que Lula haya perdido tanta credibilidad.
-¿Cree que Lula es el padre de esta crisis?
Sí, fue bajo su égida que se plantaron las semillas de esta situación que hoy tenemos. Él tiene una ventaja: es una persona políticamente muy hábil, percibe que la marea está cambiando y tal vez todavía tenga posibilidad de actuar y cambiar para que la crisis no avance tanto contra él. Ya Dilma es más rígida y esta crisis ha condenado a su gobierno.