Las urnas han consagrado el fin del “merkelismo”, una visión donde la política es el espacio de la gestión, donde las ideologías cuentan poco, donde nada hacía falta cambiar porque era la propia Angela Merkel la que cambiaba. El “modelo alemán”, bajo la conducción de la Canciller, supuestamente garantizaba la estabilidad de Europa y facilitaba, a través del eje Berlín/París, el relanzamiento de la Unión.
Hasta el domingo pasado, dos pilares eran considerados las bases del modelo alemán: una economía sana y un sistema político blindado democráticamente; esto es, vacunado contra el virus del populismo antieuropeo. Con el resultado final, esas certezas entraron en crisis. Es cierto que la desocupación germana es baja -5,7%-, que la economía continúa creciendo y que el superávit comercial es notable, pero el balance indica que el modelo necesita un service. Se trata de una economía muy dependiente del sector automotriz-13% del PBI y el 18% de las exportaciones-; donde el 10% de la población posee el 60% de la riqueza y sólo el 40% son propietarios; donde la inversión en infraestructura es muy baja y sólo el 1,8% de los hogares poseen fibra óptica mientras el promedio en la OCDE alcanza el 21%.También está asomando un escenario previsional negativo: 100 activos financian a 60 pasivos, en el 2030 la relación será de uno a uno.
Políticamente “la estabilidad, en un contexto de tempestad”, resultó ficción. El virus nacionalista-antieuropeo entró al Parlamento de la mano de “Alternativa para Alemania”, partido fundado en el 2013, bajo una inspiración liberal euro-escéptica, que se transformó en nacional populismo en el momento que Merkel le abrió las puertas a más de un millón de inmigrantes. Esta mutación dejó huellas. El grupo que reivindica el pasado nazi asumió la conducción partidaria, quedando en minoría el sector liderado por F. Petry, que renunció a su banca en la noche del comicio al discrepar con la conducción de A. Gauland que prometió “salir a cazar a Merkel”.
Sin cheque en blanco y con un sistema político asediado por las fracturas internas, Merkel deberá armar una coalición de gobierno en reemplazo de la alianza con la Social Democracia, que inteligentemente optó por hacer una “cura de oposición”. Se trató de tomar distancias, para evitar que el rol de opositor quedara en manos de la extrema derecha del AfD. La empresa no será sencilla.
Las diferencias son notables entre los nuevos socios – ecologistas/liberales- y entre ellos y el espacio democristiano de la Canciller. El proyecto europeo y la energía son cuestiones relevantes que dividen aguas. Merkel se disponía a relanzar la Unión Europea y, a instancias del presidente E.Macron parecía inclinada a avanzar, por etapas, hacia una Unión Bancaria con federalismo presupuestario incluido y gestionado por un Ministro de Finanzas Europeo. El partido Verde comparte estas ideas, pero los liberales se oponen a la creación de nuevos presupuestos para financiar transferencias. El Jefe liberal, C. Lindner fue claro: “no hubiéramos salvado a Grecia”. Los liberales defienden las minas de carbón, los verdes quieren cerrarlas. Los liberales son anti-inmigrantes, los Verdes y la Canciller defendieron una política de “puertas abiertas con controles”, que supuso cerrar en cierto momento las fronteras financiando la retención de inmigrantes en territorio turco. Los Verdes impulsan una agricultura sin glifosatos, los Liberales los defienden. En política exterior, capítulo clave de la agenda europea, las diferencias son también notables en un punto no-menor: los demo-cristianos y los verdes son los únicos partidos del Parlamento que no están contaminados por el “tropismo ruso”. Todos los demás, incluidos los socios de Merkel de la Bavaria, sienten admiración por Putin y mantienen con el Kremlin fuertes vínculos. Concretamente, el líder liberal reconoció la pertenencia de Crimea a Rusia y es partidario del levantamiento de las sanciones que la Unión aplicó a Moscú luego que ésta invadiera Ucrania.
Finalmente, para formar gobierno existía un escollo: la tradición indica que el aliado elige al menos un Ministerio. Los Liberales, que obtuvieron más votos que los Verdes, optaron por el de Finanzas que hasta las elecciones estuvo en manos de W. Schauble. A las pocas horas, el ex-zar de la economía facilitó la tarea de la Canciller: anunció que presidirá la Cámara de Diputados. Esta señal puede significar que las relaciones exteriores pueden quedar en manos de los Verdes.
Una Alemania “desbrujulada” cerró un ciclo. El “merkelismo” se convirtió en inmovilismo. El desempleo es bajo, el empleo precario es alto. Existe un salario mínimo, pero abundan los “mini-empleos”. Nació una brecha Norte/Sur y la vieja grieta Este/Oeste no ha soldado. Una metáfora , en la ex-Alemania Oriental prosperaron los extremos: la izquierda del Die Linke y la AfD. En el 2013, Merkel demoró dos meses para formar gobierno. Para la insoslayable refundación de Europa pareciera urgente esperar.
Carlos Pérez Llana es Profesor de Relaciones Internacionales UTDT-Universidad Siglo 21.
Hasta el domingo pasado, dos pilares eran considerados las bases del modelo alemán: una economía sana y un sistema político blindado democráticamente; esto es, vacunado contra el virus del populismo antieuropeo. Con el resultado final, esas certezas entraron en crisis. Es cierto que la desocupación germana es baja -5,7%-, que la economía continúa creciendo y que el superávit comercial es notable, pero el balance indica que el modelo necesita un service. Se trata de una economía muy dependiente del sector automotriz-13% del PBI y el 18% de las exportaciones-; donde el 10% de la población posee el 60% de la riqueza y sólo el 40% son propietarios; donde la inversión en infraestructura es muy baja y sólo el 1,8% de los hogares poseen fibra óptica mientras el promedio en la OCDE alcanza el 21%.También está asomando un escenario previsional negativo: 100 activos financian a 60 pasivos, en el 2030 la relación será de uno a uno.
Políticamente “la estabilidad, en un contexto de tempestad”, resultó ficción. El virus nacionalista-antieuropeo entró al Parlamento de la mano de “Alternativa para Alemania”, partido fundado en el 2013, bajo una inspiración liberal euro-escéptica, que se transformó en nacional populismo en el momento que Merkel le abrió las puertas a más de un millón de inmigrantes. Esta mutación dejó huellas. El grupo que reivindica el pasado nazi asumió la conducción partidaria, quedando en minoría el sector liderado por F. Petry, que renunció a su banca en la noche del comicio al discrepar con la conducción de A. Gauland que prometió “salir a cazar a Merkel”.
Sin cheque en blanco y con un sistema político asediado por las fracturas internas, Merkel deberá armar una coalición de gobierno en reemplazo de la alianza con la Social Democracia, que inteligentemente optó por hacer una “cura de oposición”. Se trató de tomar distancias, para evitar que el rol de opositor quedara en manos de la extrema derecha del AfD. La empresa no será sencilla.
Las diferencias son notables entre los nuevos socios – ecologistas/liberales- y entre ellos y el espacio democristiano de la Canciller. El proyecto europeo y la energía son cuestiones relevantes que dividen aguas. Merkel se disponía a relanzar la Unión Europea y, a instancias del presidente E.Macron parecía inclinada a avanzar, por etapas, hacia una Unión Bancaria con federalismo presupuestario incluido y gestionado por un Ministro de Finanzas Europeo. El partido Verde comparte estas ideas, pero los liberales se oponen a la creación de nuevos presupuestos para financiar transferencias. El Jefe liberal, C. Lindner fue claro: “no hubiéramos salvado a Grecia”. Los liberales defienden las minas de carbón, los verdes quieren cerrarlas. Los liberales son anti-inmigrantes, los Verdes y la Canciller defendieron una política de “puertas abiertas con controles”, que supuso cerrar en cierto momento las fronteras financiando la retención de inmigrantes en territorio turco. Los Verdes impulsan una agricultura sin glifosatos, los Liberales los defienden. En política exterior, capítulo clave de la agenda europea, las diferencias son también notables en un punto no-menor: los demo-cristianos y los verdes son los únicos partidos del Parlamento que no están contaminados por el “tropismo ruso”. Todos los demás, incluidos los socios de Merkel de la Bavaria, sienten admiración por Putin y mantienen con el Kremlin fuertes vínculos. Concretamente, el líder liberal reconoció la pertenencia de Crimea a Rusia y es partidario del levantamiento de las sanciones que la Unión aplicó a Moscú luego que ésta invadiera Ucrania.
Finalmente, para formar gobierno existía un escollo: la tradición indica que el aliado elige al menos un Ministerio. Los Liberales, que obtuvieron más votos que los Verdes, optaron por el de Finanzas que hasta las elecciones estuvo en manos de W. Schauble. A las pocas horas, el ex-zar de la economía facilitó la tarea de la Canciller: anunció que presidirá la Cámara de Diputados. Esta señal puede significar que las relaciones exteriores pueden quedar en manos de los Verdes.
Una Alemania “desbrujulada” cerró un ciclo. El “merkelismo” se convirtió en inmovilismo. El desempleo es bajo, el empleo precario es alto. Existe un salario mínimo, pero abundan los “mini-empleos”. Nació una brecha Norte/Sur y la vieja grieta Este/Oeste no ha soldado. Una metáfora , en la ex-Alemania Oriental prosperaron los extremos: la izquierda del Die Linke y la AfD. En el 2013, Merkel demoró dos meses para formar gobierno. Para la insoslayable refundación de Europa pareciera urgente esperar.
Carlos Pérez Llana es Profesor de Relaciones Internacionales UTDT-Universidad Siglo 21.