Es frecuente escuchar en las reuniones sociales, en las colas de los colectivos o en las conversaciones con el taxista, una serie de afirmaciones que forman parte de lo que podríamos llamar “el sentido común político mayoritario”. Entre estas afirmaciones podemos destacar: “Para gobernar bien se necesita experiencia en algún cargo ejecutivo”, “los dirigentes políticos se la pasan discutiendo y no hacen nada”, “los opositores no tienen propuesta” y “todos roban” o la opción referida a quienes gobiernan “roban pero hacen”.
En principio todas estas afirmaciones son discutibles, pero la más grave por los efectos que produce es “todos roban”. Como consecuencia de esta creencia, a la hora de votar, las valoraciones éticas deberían ser dejadas de lado.
Esta visión acerca de la incompatibilidad entre la honestidad y el ejercicio del poder se ha ido acentuando con el correr del tiempo.
Así pasamos del cuestionamiento a los negociados del menemismo, a la indiferencia con la que son asumidos los hechos de corrupción que salpican, por doquier, a la administración K. La resignación frente a los hechos de corrupción es un gran retroceso en relación a la calidad de nuestra democracia y sus instituciones.
Esta claudicación alcanza también a gran parte de los dirigentes que, en los 90, levantaban la bandera de la transparencia y hoy, seducidos por el poder, mantienen un silencio cómplice ante los hechos de corrupción de la actual gestión . Desafortunadamente el sobreseimiento de los imputados en el caso del contrabando de armas a Ecuador y Croacia, hecha un manto de duda sobre la independencia de la Justicia al juzgar delitos cometidos en el ámbito de la política.
Corrupción e impunidad en el poder se transforman así en moneda corriente para los ya incrédulos ciudadanos argentinos , acentuando su descreimiento. Pero no debemos caer en la apatía o la resignación. Creer que todos roban es un acto de hipocresía y cinismo que no nos podemos permitir. No es incompatible gobernar y ser decente. Debemos reemplazar el “todos roban” por “al que roba, no lo votamos”.
En principio todas estas afirmaciones son discutibles, pero la más grave por los efectos que produce es “todos roban”. Como consecuencia de esta creencia, a la hora de votar, las valoraciones éticas deberían ser dejadas de lado.
Esta visión acerca de la incompatibilidad entre la honestidad y el ejercicio del poder se ha ido acentuando con el correr del tiempo.
Así pasamos del cuestionamiento a los negociados del menemismo, a la indiferencia con la que son asumidos los hechos de corrupción que salpican, por doquier, a la administración K. La resignación frente a los hechos de corrupción es un gran retroceso en relación a la calidad de nuestra democracia y sus instituciones.
Esta claudicación alcanza también a gran parte de los dirigentes que, en los 90, levantaban la bandera de la transparencia y hoy, seducidos por el poder, mantienen un silencio cómplice ante los hechos de corrupción de la actual gestión . Desafortunadamente el sobreseimiento de los imputados en el caso del contrabando de armas a Ecuador y Croacia, hecha un manto de duda sobre la independencia de la Justicia al juzgar delitos cometidos en el ámbito de la política.
Corrupción e impunidad en el poder se transforman así en moneda corriente para los ya incrédulos ciudadanos argentinos , acentuando su descreimiento. Pero no debemos caer en la apatía o la resignación. Creer que todos roban es un acto de hipocresía y cinismo que no nos podemos permitir. No es incompatible gobernar y ser decente. Debemos reemplazar el “todos roban” por “al que roba, no lo votamos”.