Luego de la crisis de 2001 la Argentina se deslizó, cada vez a mayor velocidad, desde una democracia de partidos a otra de candidatos. Las estructuras políticas, cuestionadas por los cacerolazos y la consigna “que se vayan todos”, profundizaron su deterioro, abriendo paso a una tendencia gestada en los 90’s: la sustitución de los partidos por los liderazgos.
La crisis de representación se reflejó en el desgaste de los partidos y el culto al personalismo. La singularidad del caso argentino es que no sólo se han deteriorado los partidos políticos opositores sino que aun los partidos que se encuentran en el gobierno (PJ, FPV) carecen de vida propia y son manejados a su arbitrio por el Poder Ejecutivo en el orden nacional, los gobernadores en el caso de los partidos provinciales y los intendentes en las estructuras locales.
Diferente es el caso uruguayo, donde el Frente Amplio acaba de elegir a sus autoridades en una elección en la que triunfó la senadora socialista Mónica Xavier (apoyada por el vicepresidente Astori) con más de 60.000 votos, frente al candidato propuesto por la corriente a la que pertenece el presidente Mujica. Funcionó la democracia.
Estado y partido están claramente diferenciados. En nuestro país estas situaciones, normales en cualquier democracia, parecen ciencia-ficción.
Nadie imagina una elección de autoridades del PJ/ FPV en la que el candidato de la Presidenta sea derrotado. Entre nosotros se impone el “dedo”. De acuerdo a la concepción dominante en el oficialismo, el poder es uno solo y no se comparte. El jefe/a del Estado debe ser el /la líder del partido.
Estado y partido se confunden en una herramienta única para acumular poder.
Los partidos representan una manera colectiva de entender la política, un mecanismo democrático de resolución de las diferencias y un núcleo de valores y principios. Esa voluntad colectiva de organizarse junto a otros para defender determinadas ideas y llegar al gobierno para implementarlas ha sido sustituida por la organización en torno a un liderazgo.
Hoy es más relevante tener un “buen candidato” que formar parte de un “buen partido”.
La decadencia de los partidos ha deformado nuestra democracia representativa tornándola más parecida a una “monarquía electiva” que a una república. Una democracia con partidos débiles es el perfecto caldo de cultivo para la consumación de proyectos hegemónicos con liderazgos autoritarios , que tienen como objetivo principal la eternización en el poder, concibiendo el ejercicio del mismo como un fin en sí mismo.
La descalificación a la oposición, el hostigamiento al periodismo independiente, el avasallamiento al federalismo, la corrupción creciente, la impunidad, la concentración del poder, el avance de prácticas autoritarias, la promoción del “capitalismo de amigos”, el vaciamiento de los organismos de control, la embestida sobre la independencia del Poder Judicial, entre otras acciones del Gobierno, son manifestaciones de una democracia débil, sin partidos y sin controles . Revertir esta situación no ha de ser una tarea sencilla, pero es imprescindible si queremos mejorar la calidad de nuestra democracia y poner freno a los abusos del poder. Tal vez debamos seguir el ejemplo de nuestros vecinos, aquí cerca, cruzando el charco, en ese gran país,“el paisito”.
La crisis de representación se reflejó en el desgaste de los partidos y el culto al personalismo. La singularidad del caso argentino es que no sólo se han deteriorado los partidos políticos opositores sino que aun los partidos que se encuentran en el gobierno (PJ, FPV) carecen de vida propia y son manejados a su arbitrio por el Poder Ejecutivo en el orden nacional, los gobernadores en el caso de los partidos provinciales y los intendentes en las estructuras locales.
Diferente es el caso uruguayo, donde el Frente Amplio acaba de elegir a sus autoridades en una elección en la que triunfó la senadora socialista Mónica Xavier (apoyada por el vicepresidente Astori) con más de 60.000 votos, frente al candidato propuesto por la corriente a la que pertenece el presidente Mujica. Funcionó la democracia.
Estado y partido están claramente diferenciados. En nuestro país estas situaciones, normales en cualquier democracia, parecen ciencia-ficción.
Nadie imagina una elección de autoridades del PJ/ FPV en la que el candidato de la Presidenta sea derrotado. Entre nosotros se impone el “dedo”. De acuerdo a la concepción dominante en el oficialismo, el poder es uno solo y no se comparte. El jefe/a del Estado debe ser el /la líder del partido.
Estado y partido se confunden en una herramienta única para acumular poder.
Los partidos representan una manera colectiva de entender la política, un mecanismo democrático de resolución de las diferencias y un núcleo de valores y principios. Esa voluntad colectiva de organizarse junto a otros para defender determinadas ideas y llegar al gobierno para implementarlas ha sido sustituida por la organización en torno a un liderazgo.
Hoy es más relevante tener un “buen candidato” que formar parte de un “buen partido”.
La decadencia de los partidos ha deformado nuestra democracia representativa tornándola más parecida a una “monarquía electiva” que a una república. Una democracia con partidos débiles es el perfecto caldo de cultivo para la consumación de proyectos hegemónicos con liderazgos autoritarios , que tienen como objetivo principal la eternización en el poder, concibiendo el ejercicio del mismo como un fin en sí mismo.
La descalificación a la oposición, el hostigamiento al periodismo independiente, el avasallamiento al federalismo, la corrupción creciente, la impunidad, la concentración del poder, el avance de prácticas autoritarias, la promoción del “capitalismo de amigos”, el vaciamiento de los organismos de control, la embestida sobre la independencia del Poder Judicial, entre otras acciones del Gobierno, son manifestaciones de una democracia débil, sin partidos y sin controles . Revertir esta situación no ha de ser una tarea sencilla, pero es imprescindible si queremos mejorar la calidad de nuestra democracia y poner freno a los abusos del poder. Tal vez debamos seguir el ejemplo de nuestros vecinos, aquí cerca, cruzando el charco, en ese gran país,“el paisito”.