Luis Majul Periodista
Las encuestas que recibió en su despacho la semana pasada Mauricio Macri lo pusieron contento y preocupado a la vez. Una es de Isonomía y es la que suele medir el humor de los porteños y del primer cordón del conurbano de la provincia de Buenos Aires. La contrató el Estado porteño para obtener respuestas a decenas de preguntas, incluida la imagen de los dirigentes políticos más importantes del país. La otra pertenece a otra importante consultora, una de las que se equivoca menos, y sus resultados abarcan a casi todo el territorio nacional. Macri se alegró cuando comprobó que, según ambos estudios, es el dirigente nacional que menos cayó después de las elecciones de octubre del año pasado. Pero se mostró preocupado al analizar la tendencia: se registra un fuerte cambio de clima y un creciente enojo hacia todos los políticos con responsabilidad ejecutiva y, aunque la caída más ostensible la sufra la presidenta Cristina Fernández, si el mal humor continúa, pronto también abarcará a la mayoría de los gobernadores y también a él mismo. La imagen positiva de la jefa de Estado cayó 14 puntos en la ciudad de Buenos Aires, el distrito que menos la quiere, pero también disminuyó 7 puntos en todo el conurbano bonaerense, y en localidades donde había ganado con cerca del 60 por ciento de los votos. La imagen positiva del jefe de gobierno subió dos puntos en la ciudad, y se mantuvo en el mismo lugar en la mayoría de los distritos de la provincia de Buenos Aires, a pesar del operativo de demolición que inauguró el gobierno nacional con la exigencia de traspasarle los subtes y los colectivos. El ranking de figuras políticas presenta el mismo aspecto que el estudio anterior. Se encuentra primera Cristina Fernández, segundo Daniel Scioli, tercero Mauricio Macri y cuarta Gabriela Michetti. Los dos primeros perdieron más aceptación que el tercero y la cuarta, pero eso se puede explicar si se tienen en cuenta los altísimos picos que alcanzaron la presidenta y el gobernador de la provincia de Buenos Aires en octubre de 2011. Ambas encuestas de campo se realizaron en marzo, cuando todavía se percibía el fuerte impacto de la tragedia de Once y el boudougate empezaba a tomar un poco de color. De cualquier manera, los sociólogos que se sentaron a interpretar este cambio de clima en la opinión pública detectaron dos fenómenos. Uno: lo que está determinando el fin de la luna de miel entre Cristina Fernández y la sociedad es la desaceleración económica y sus consecuencias en la vida cotidiana. Lo llaman el efecto Moreno. Incluye desde las dificultades para conseguir medicamentos hasta el aumento y la carencia de la yerba mate. Y dos: la curva de caída se parece mucho a la que se inició con el conflicto del campo, en marzo de 2008. Incluso, en las respuestas de los argentinos consultados, hay un fuerte enojo con la Presidenta, que durante la campaña presentó como su slogan más repetido La fuerza del amor y ahora se está peleando con todos al mismo tiempo. También le recriminan la falta de un rumbo claro. Como si por momentos se transformara en (Fernando) de la Rúa, pero no como producto de la indecisión, sino de decir y hacer un día una cosa y otro día otra me dijo uno de los consultores que trabajó en una de las dos encuestas. El recordó, en especial, un asunto que inquieta el bolsillo de los argentinos. Se anunciaron la quita de subsidios para las zonas en las que viven ciudadanos con mayor poder adquisitivo. Se planteó la idea de que, de manera paulatina, se iban a ir eliminando los subsidios a todos los demás. Se exigió, desde el Estado, que los que pretendiesen mantener los descuentos en el transforme público, obtuvieran la tarjeta SUBE, como si esa fuera la garantía de no pagar un peso demás. Ahora todo ese paquete quedó en la nebulosa, pero la inflación real sigue creciendo, como todos los habitantes de la Argentina pueden comprobar. Con semejante panorama, no solo los economistas están confundidos, sino también el trabajador del conurbano que la votó convencido, me explicó. El análisis político que se puede hacer sobre los resultados de estos nuevos trabajos tampoco es determinante. Se sabe, y parece obvio, que la carrera política del vicepresidente parece haber terminado después de la sospecha de tráfico de influencias que lo involucra. Se estima, según las encuestas, que la mancha de aceite de la corrupción todavía no penetró en la humanidad de Ella, porque los encuestados todavía no le adjudican una responsabilidad directa ni personal sobre la conducta poco transparente de Boudou. Pero se empieza a detectar el mismo tipo de reacción que se registraba en plena pelea con el campo. Para que se entienda bien: si el escándalo que protagonizó Sergio Schocklender no hizo ninguna mella en la intención de voto de Cristina Fernández, porque las expectativas económicas y la empatía por su viudez parecían disimularlo todo, el nuevo clima social está empezando a poner de manifiesto conductas personales de la Presidenta que enojan a una buena parte de sus votantes. Quizá el mejor ejemplo sea la liviandad con la que criticó a los maestros en el discurso inaugural de las sesiones del congreso de este año. ¿Y quiénes podrían capitalizar semejante cambio de humor? Todavía es muy pronto para asegurarlo, pero ya hay algunos indicios que revelan la magnitud del fenómeno. Hasta hace poco, la imagen negativa de Hugo Moyano parecía insuperable, y la imagen positiva era casi igual a cero. Ahora, el líder de la CGT logró de manera considerable la mala opinión sobre su figura y al mismo tiempo hay un considerable porcentaje de argentinos que lo empieza a mirar con simpatía. Por otra parte, el ex jefe de gabinete Alberto Fernández está decidido a lanzarse como candidato a senador nacional por la ciudad de Buenos Aires para las elecciones del año que viene. Y en el medio de este río revuelto, hasta Aníbal Fernández dice a quienes quieran oírlo que intentará ser candidato a presidente cuando Cristina termine su mandato. Si Amado pudo llegar hasta donde llegó ¿porque Aníbal no puede soñar con ser presidente? se preguntó un asesor que lo quiere demasiado.
Todavía parece no darse cuenta del vendaval que se avecina.
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Las encuestas que recibió en su despacho la semana pasada Mauricio Macri lo pusieron contento y preocupado a la vez. Una es de Isonomía y es la que suele medir el humor de los porteños y del primer cordón del conurbano de la provincia de Buenos Aires. La contrató el Estado porteño para obtener respuestas a decenas de preguntas, incluida la imagen de los dirigentes políticos más importantes del país. La otra pertenece a otra importante consultora, una de las que se equivoca menos, y sus resultados abarcan a casi todo el territorio nacional. Macri se alegró cuando comprobó que, según ambos estudios, es el dirigente nacional que menos cayó después de las elecciones de octubre del año pasado. Pero se mostró preocupado al analizar la tendencia: se registra un fuerte cambio de clima y un creciente enojo hacia todos los políticos con responsabilidad ejecutiva y, aunque la caída más ostensible la sufra la presidenta Cristina Fernández, si el mal humor continúa, pronto también abarcará a la mayoría de los gobernadores y también a él mismo. La imagen positiva de la jefa de Estado cayó 14 puntos en la ciudad de Buenos Aires, el distrito que menos la quiere, pero también disminuyó 7 puntos en todo el conurbano bonaerense, y en localidades donde había ganado con cerca del 60 por ciento de los votos. La imagen positiva del jefe de gobierno subió dos puntos en la ciudad, y se mantuvo en el mismo lugar en la mayoría de los distritos de la provincia de Buenos Aires, a pesar del operativo de demolición que inauguró el gobierno nacional con la exigencia de traspasarle los subtes y los colectivos. El ranking de figuras políticas presenta el mismo aspecto que el estudio anterior. Se encuentra primera Cristina Fernández, segundo Daniel Scioli, tercero Mauricio Macri y cuarta Gabriela Michetti. Los dos primeros perdieron más aceptación que el tercero y la cuarta, pero eso se puede explicar si se tienen en cuenta los altísimos picos que alcanzaron la presidenta y el gobernador de la provincia de Buenos Aires en octubre de 2011. Ambas encuestas de campo se realizaron en marzo, cuando todavía se percibía el fuerte impacto de la tragedia de Once y el boudougate empezaba a tomar un poco de color. De cualquier manera, los sociólogos que se sentaron a interpretar este cambio de clima en la opinión pública detectaron dos fenómenos. Uno: lo que está determinando el fin de la luna de miel entre Cristina Fernández y la sociedad es la desaceleración económica y sus consecuencias en la vida cotidiana. Lo llaman el efecto Moreno. Incluye desde las dificultades para conseguir medicamentos hasta el aumento y la carencia de la yerba mate. Y dos: la curva de caída se parece mucho a la que se inició con el conflicto del campo, en marzo de 2008. Incluso, en las respuestas de los argentinos consultados, hay un fuerte enojo con la Presidenta, que durante la campaña presentó como su slogan más repetido La fuerza del amor y ahora se está peleando con todos al mismo tiempo. También le recriminan la falta de un rumbo claro. Como si por momentos se transformara en (Fernando) de la Rúa, pero no como producto de la indecisión, sino de decir y hacer un día una cosa y otro día otra me dijo uno de los consultores que trabajó en una de las dos encuestas. El recordó, en especial, un asunto que inquieta el bolsillo de los argentinos. Se anunciaron la quita de subsidios para las zonas en las que viven ciudadanos con mayor poder adquisitivo. Se planteó la idea de que, de manera paulatina, se iban a ir eliminando los subsidios a todos los demás. Se exigió, desde el Estado, que los que pretendiesen mantener los descuentos en el transforme público, obtuvieran la tarjeta SUBE, como si esa fuera la garantía de no pagar un peso demás. Ahora todo ese paquete quedó en la nebulosa, pero la inflación real sigue creciendo, como todos los habitantes de la Argentina pueden comprobar. Con semejante panorama, no solo los economistas están confundidos, sino también el trabajador del conurbano que la votó convencido, me explicó. El análisis político que se puede hacer sobre los resultados de estos nuevos trabajos tampoco es determinante. Se sabe, y parece obvio, que la carrera política del vicepresidente parece haber terminado después de la sospecha de tráfico de influencias que lo involucra. Se estima, según las encuestas, que la mancha de aceite de la corrupción todavía no penetró en la humanidad de Ella, porque los encuestados todavía no le adjudican una responsabilidad directa ni personal sobre la conducta poco transparente de Boudou. Pero se empieza a detectar el mismo tipo de reacción que se registraba en plena pelea con el campo. Para que se entienda bien: si el escándalo que protagonizó Sergio Schocklender no hizo ninguna mella en la intención de voto de Cristina Fernández, porque las expectativas económicas y la empatía por su viudez parecían disimularlo todo, el nuevo clima social está empezando a poner de manifiesto conductas personales de la Presidenta que enojan a una buena parte de sus votantes. Quizá el mejor ejemplo sea la liviandad con la que criticó a los maestros en el discurso inaugural de las sesiones del congreso de este año. ¿Y quiénes podrían capitalizar semejante cambio de humor? Todavía es muy pronto para asegurarlo, pero ya hay algunos indicios que revelan la magnitud del fenómeno. Hasta hace poco, la imagen negativa de Hugo Moyano parecía insuperable, y la imagen positiva era casi igual a cero. Ahora, el líder de la CGT logró de manera considerable la mala opinión sobre su figura y al mismo tiempo hay un considerable porcentaje de argentinos que lo empieza a mirar con simpatía. Por otra parte, el ex jefe de gabinete Alberto Fernández está decidido a lanzarse como candidato a senador nacional por la ciudad de Buenos Aires para las elecciones del año que viene. Y en el medio de este río revuelto, hasta Aníbal Fernández dice a quienes quieran oírlo que intentará ser candidato a presidente cuando Cristina termine su mandato. Si Amado pudo llegar hasta donde llegó ¿porque Aníbal no puede soñar con ser presidente? se preguntó un asesor que lo quiere demasiado.
Todavía parece no darse cuenta del vendaval que se avecina.
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