La última notebook de producción nacional en Tierra del Fuego salió de fábrica en abril de 2017, hace exactamente un año. En la isla ya no se ensamblan más netbooks, notebooks ni tablets, cuando esa industria había alcanzado un pico de producción de 1,5 millón de unidades al año durante el gobierno anterior. Los datos aparecen en el informe de estadísticas de productos industriales del Indec, conocido días atrás, con información variada de distintos sectores. Las cifras precisas indican que en 2013 se produjeron 1.449.956 computadoras y tablets, en 2014 fueron 749.182, en 2015 alcanzaron a 375.826 y en 2016, a 290.395. La decisión del Gobierno de Mauricio Macri de eliminar los aranceles de importación para esos equipos tuvo como resultado que en 2017 se elaboraron apenas 16 máquinas, la última de las cuales fue en abril de ese año. La baja de producción entre el máximo de 2013 y el nivel de 2015 obedece a que la industria electrónica del continente, con base en Buenos Aires, fue asumiendo el control del negocio, mientras que Tierra del Fuego se especializó en otros bienes como celulares, aires acondicionados y televisores. El traspaso, sin embargo, no atenuó el crecimiento de los fabricantes de electrónica, quienes hasta 2015 sostuvieron aquel nivel elevado de 1,5 millón de equipos al año e incluso algo más. Un nutrido tejido de pymes con aportes de alto valor agregado y trabajadores especializados fueron creciendo codo a codo con la decena de empresas grandes que lideraban la producción. La industria en su conjunto logró generar desarrollos asociados en equipamiento e informática cada vez más trascendentes sobre la base de esa plataforma que les daba escala para explorar nuevos horizontes. Esa experiencia prometedora encontró un final abrupto el 20 de febrero de 2017. Ese día el Gobierno oficializó la eliminación del 35 por ciento de aranceles para el ingreso de notebooks, netbooks y tablets, entre otros productos del rubro, llevándolos a cero. Los fabricantes habían intentado negociar previamente que la rebaja fuera gradual, en el plazo de tres años, para tener posibilidad de adaptarse a la competencia que llegaría de China. Pero el Gobierno lo rechazó de plano y defendió el acceso libre de las máquinas del exterior con el argumento de que rebajaría los precios a los consumidores. A catorce meses de esa decisión, la Argentina discontinuó la producción en serie, y las pocas notebooks que aún se ensamblan en el continente acabarán cuando se agoten los stocks de partes y componentes incorporados en los años prósperos de la actividad. Hacia mediados de año ya no habrá ni siquiera eso. El final será completo, al menos mientras continúe en la Casa Rosada la concepción de apertura comercial que existe en la actualidad.
El reemplazo de la producción local de notebooks, netbooks y tablets por bienes importados explica la mitad de este nuevo industricidio por parte de un gobierno neoliberal. La otra mitad responde a una segunda determinación de las autoridades nacionales: la baja de la provisión local de computadoras para el plan Conectar Igualdad, que distribuye máquinas entre los alumnos del secundario de escuelas públicas. Hasta 2015 las fábricas argentinas abastecían con unas 700 mil notebooks al año a los estudiantes. En la actualidad son esencialmente traídas del exterior, casi sin requerimientos de integración nacional de ningún tipo. El cambio significó para Banghó, por ejemplo, la pérdida de producción de 5000 computadoras por mes. La empresa era una de las ocho que en 2015 participaba activamente como proveedora del programa. Su planta fabril ocupaba entonces a 800 operarios mientras que en este momento quedan 320. El ruido en la fábrica también bajó varios decibeles porque Banghó debió vender dos de las tres líneas de montaje que había incorporado para la producción. El valor de esas máquinas va de 1 a 4 millones de dólares cada una. Son equipos de alta tecnología donde se montan los componentes de las computadoras, operados por técnicos calificados bajo la dirección de ingenieros. Esos puestos de trabajo de alta remuneración son los que se perdieron con las importaciones. En total, según estimaciones empresarias, fueron unos 3000 empleos entre directos e indirectos. Los industriales cuentan que hay otras 20 líneas de montaje similares totalmente paralizadas en las distintas empresas. Las fotos que acompañan esta nota son parte del equipamiento para la producción que hoy se encuentra embalado en el depósito de una planta (no es Banghó, sino otra, que pide conservar el anonimato por temor a represalias oficiales), sin uso ni destino.
“El sector ya no tiene capacidad ni voluntad de salir a pelear. No hay estructura gremial para hacerlo. Se destruyeron los ámbitos de discusión. El Gobierno fue muy agresivo en la forma que implementó el cambio de las reglas de juego. No nos dio tiempo a nada ni mostró voluntad de negociar. No tuvimos ni siquiera un plazo razonable para acomodarnos a la apertura irrestricta”, lamenta un industrial devenido en importador, quien aporta otro dato relevante. La quita de aranceles no trajo el beneficio de una ampliación de la demanda que permitiera un mayor equipamiento de ciudadanos y empresas. Por el contrario, las estadísticas de ventas indican que en 2015 se despacharon 900 notebooks, netbooks y tablets al mercado interno, mientras que en 2016 fueron algo más de 500 mil y en 2017 apenas superaron las 600 mil. Esa baja del consumo está en línea con lo que ocurre en la mayor parte de la economía.
El Ministerio de Producción (de otros países) emitió el 1 de abril un comunicado celebrando la eliminación de aranceles. “A un año de la medida, bajaron los precios, aumentaron las ventas y hay mejor tecnología”, ponderó. “Beneficiamos de manera transversal a toda la economía al disminuir el costo de un insumo básico y favorecer la creación de un mercado de más y mejores bienes para provecho de los consumidores”, agregó. Esa afirmación arranca con una mentira: la quita de aranceles no benefició de manera transversal a toda la economía, dado el cierre de empresas, la pérdida de puestos de trabajo, la caída de la capacidad productiva nacional y la ruptura de encadenamientos con otras industrias. Por ejemplo, las mismas pymes que abastecían a las ensambladoras de computadoras trabajaban en múltiples desarrollos para los sectores de maquinarias y equipos, luminarias públicas, soluciones de movilidad eléctrica, biotecnología, energía y otros, aplicando conocimientos y personal en un proceso sinérgico. Lo que se les ofrece ahora a esos técnicos que perdieron sus puestos de trabajo es comprarse una computadora importada más barata con lo que ganan como choferes de Uber.
En esa línea, la cartera que conduce Francisco Cabrera celebró la baja del precio de las computadoras del 24 por ciento en dólares, según sus cálculos a enero de este año. Hay empresarios que sostienen que esa estimación compara ventas al contado con las que había antes en 12 cuotas, por lo que habría que sumarle el costo financiero a los precios de hoy para que la comparación fuera precisa. De todos modos, el problema de fondo es la orientación de la política: mientras en el diseño anterior se promovía el desarrollo productivo, el gobierno de Cambiemos alienta el consumo pasivo de bienes importados.
En tercer lugar, cuando el Ministerio de Producción se refiere al aumento de las ventas cita el dato de enero de este año, con una suba del 47 por ciento interanual, pero evita aclarar que ese fue uno de los meses más bajos de ventas porque los consumidores estaban a la espera de la quita de aranceles que ya había sido anticipada. En rigor, como se indicó más arriba, en 2016 y 2017 se vendieron muchas menos computadoras que en 2015.
“Nosotros colocábamos 10 mil placas madre por mes con un sistema de montaje robotizado, homologación técnica y sistemas de calidad a nivel internacional. Había mucho know how que se iba incorporando, con una participación importante de ingenieros, supervisores, técnicos y operarios”, describe otro ex fabricante, quien también pasó a operar como importador, el único camino que les dejó el Gobierno. “Antes el corazón de nuestro negocio era la ingeniería, ahora es el marketing y la gestión comercial”, explica resignado. “Para la producción –concluye– con este gobierno fue game over”.
El reemplazo de la producción local de notebooks, netbooks y tablets por bienes importados explica la mitad de este nuevo industricidio por parte de un gobierno neoliberal. La otra mitad responde a una segunda determinación de las autoridades nacionales: la baja de la provisión local de computadoras para el plan Conectar Igualdad, que distribuye máquinas entre los alumnos del secundario de escuelas públicas. Hasta 2015 las fábricas argentinas abastecían con unas 700 mil notebooks al año a los estudiantes. En la actualidad son esencialmente traídas del exterior, casi sin requerimientos de integración nacional de ningún tipo. El cambio significó para Banghó, por ejemplo, la pérdida de producción de 5000 computadoras por mes. La empresa era una de las ocho que en 2015 participaba activamente como proveedora del programa. Su planta fabril ocupaba entonces a 800 operarios mientras que en este momento quedan 320. El ruido en la fábrica también bajó varios decibeles porque Banghó debió vender dos de las tres líneas de montaje que había incorporado para la producción. El valor de esas máquinas va de 1 a 4 millones de dólares cada una. Son equipos de alta tecnología donde se montan los componentes de las computadoras, operados por técnicos calificados bajo la dirección de ingenieros. Esos puestos de trabajo de alta remuneración son los que se perdieron con las importaciones. En total, según estimaciones empresarias, fueron unos 3000 empleos entre directos e indirectos. Los industriales cuentan que hay otras 20 líneas de montaje similares totalmente paralizadas en las distintas empresas. Las fotos que acompañan esta nota son parte del equipamiento para la producción que hoy se encuentra embalado en el depósito de una planta (no es Banghó, sino otra, que pide conservar el anonimato por temor a represalias oficiales), sin uso ni destino.
“El sector ya no tiene capacidad ni voluntad de salir a pelear. No hay estructura gremial para hacerlo. Se destruyeron los ámbitos de discusión. El Gobierno fue muy agresivo en la forma que implementó el cambio de las reglas de juego. No nos dio tiempo a nada ni mostró voluntad de negociar. No tuvimos ni siquiera un plazo razonable para acomodarnos a la apertura irrestricta”, lamenta un industrial devenido en importador, quien aporta otro dato relevante. La quita de aranceles no trajo el beneficio de una ampliación de la demanda que permitiera un mayor equipamiento de ciudadanos y empresas. Por el contrario, las estadísticas de ventas indican que en 2015 se despacharon 900 notebooks, netbooks y tablets al mercado interno, mientras que en 2016 fueron algo más de 500 mil y en 2017 apenas superaron las 600 mil. Esa baja del consumo está en línea con lo que ocurre en la mayor parte de la economía.
El Ministerio de Producción (de otros países) emitió el 1 de abril un comunicado celebrando la eliminación de aranceles. “A un año de la medida, bajaron los precios, aumentaron las ventas y hay mejor tecnología”, ponderó. “Beneficiamos de manera transversal a toda la economía al disminuir el costo de un insumo básico y favorecer la creación de un mercado de más y mejores bienes para provecho de los consumidores”, agregó. Esa afirmación arranca con una mentira: la quita de aranceles no benefició de manera transversal a toda la economía, dado el cierre de empresas, la pérdida de puestos de trabajo, la caída de la capacidad productiva nacional y la ruptura de encadenamientos con otras industrias. Por ejemplo, las mismas pymes que abastecían a las ensambladoras de computadoras trabajaban en múltiples desarrollos para los sectores de maquinarias y equipos, luminarias públicas, soluciones de movilidad eléctrica, biotecnología, energía y otros, aplicando conocimientos y personal en un proceso sinérgico. Lo que se les ofrece ahora a esos técnicos que perdieron sus puestos de trabajo es comprarse una computadora importada más barata con lo que ganan como choferes de Uber.
En esa línea, la cartera que conduce Francisco Cabrera celebró la baja del precio de las computadoras del 24 por ciento en dólares, según sus cálculos a enero de este año. Hay empresarios que sostienen que esa estimación compara ventas al contado con las que había antes en 12 cuotas, por lo que habría que sumarle el costo financiero a los precios de hoy para que la comparación fuera precisa. De todos modos, el problema de fondo es la orientación de la política: mientras en el diseño anterior se promovía el desarrollo productivo, el gobierno de Cambiemos alienta el consumo pasivo de bienes importados.
En tercer lugar, cuando el Ministerio de Producción se refiere al aumento de las ventas cita el dato de enero de este año, con una suba del 47 por ciento interanual, pero evita aclarar que ese fue uno de los meses más bajos de ventas porque los consumidores estaban a la espera de la quita de aranceles que ya había sido anticipada. En rigor, como se indicó más arriba, en 2016 y 2017 se vendieron muchas menos computadoras que en 2015.
“Nosotros colocábamos 10 mil placas madre por mes con un sistema de montaje robotizado, homologación técnica y sistemas de calidad a nivel internacional. Había mucho know how que se iba incorporando, con una participación importante de ingenieros, supervisores, técnicos y operarios”, describe otro ex fabricante, quien también pasó a operar como importador, el único camino que les dejó el Gobierno. “Antes el corazón de nuestro negocio era la ingeniería, ahora es el marketing y la gestión comercial”, explica resignado. “Para la producción –concluye– con este gobierno fue game over”.