Es un hombre que viaja en colectivo, eso me gusta”, argumentó Ricardo Alfonsín hace diez días cuando anunció que el economista Javier González Fraga sería su compañero en la fórmula. “Sí, es verdad. Viajo en colectivo no por un tema económico sino porque no tengo que estar pendiente del camino que hay que hacer y puedo ir leyendo el diario”, cuenta González Fraga. Sin embargo, en el radicalismo estiman que González Fraga le aporta al binomio más previsibilidad para los mercados que sencillez.
Fue director general del Instituto Argentino de Mercado de Capitales y vicepresidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Como empresario fundó La Salamandra SA, empresa dedicada a la elaboración de productos lácteos. También se acercó a la política: durante la primera presidencia de Carlos Menem, el economista ocupó la presidencia del Banco Central. A pesar de haber sido funcionario del menemismo, el economista se confiesa enemigo de los tipos de cambio fijos y se inscribe en una tradición más cercana a la del exministro del kirchnerismo, Roberto Lavagna.
González Fraga recibió a Tiempo Argentino en su departamento de la Avenida Figueroa Alcorta. La biblioteca, sobre una de las paredes del escritorio, denota cierto eclecticismo. John Maynard Keynes y Raúl Presbich comparten estante con La Reina del Sur de Arturo Pérez Reverte, con el último manual de cocina de Narda Lepes y con El Flaco de José Pablo Feinmann, libro que pidió que le regalaran para su último cumpleaños porque escuchó “que era muy bueno e interesante”. A pocos metros descansa una bolsa con palos de golf, y sobre una de las paredes, una serie de caricaturas publicadas en los diarios durante su paso por el Banco Central.
–Pocas horas después de enterarse de que acompañaría a Ricardo Alfonsín en la fórmula, usted dijo no saber bien por qué lo había elegido. ¿Ahora lo tiene más claro?
–Escuché las respuestas de Ricardo unas 20 veces y creo que es honesto en lo que dice. Yo he tenido muy buena relación con el radicalismo y, en contra de lo que se cree, yo no soy peronista. Mi primer voto se lo di a Alfonsín y estuve en Ferro en 1983, mi primer trabajo en la función pública fue en el directorio de empresas públicas en 1987 y cuando Menem me nombró presidente del Banco Central en 1989 le aclaré que había votado a Eduardo Angeloz. No voté a la Alianza porque “un peso-un dólar” me parecía un pasaporte al fracaso, como finalmente ocurrió. Ricardo dice que lo que más pesó fueron mis “dotes personales,” y le creo porque sé que para él es muy importante la buena química. Además, le interesaron mis trabajos sobre la pobreza. Le confesé a Ricardo que no sabía si me iba a gustar el trabajo de vicepresidente, pero él me dijo que voy a monitorear el trabajo de los diferentes ministerios en torno a la pobreza, un tema que atraviesa todo el gobierno.
–¿Qué opina del rol de Julio Cobos como vicepresidente?
–Mi gestión va a ser distinta: no me voy a diferenciar de Ricardo Alfonsín. Cobos llegó al gobierno como parte de un acuerdo entre sectores de dos partidos. Yo no represento a ningún partido porque soy un independiente. Cuidado: tampoco me imagino al radicalismo inmerso en una crisis como la de la Resolución 125. De todas maneras, el problema no fue el voto, el tema es acompañar a un presidente a pesar de pensar distinto y eso quedó marcado rápidamente. Creo que no me parezco en nada y hay muchos vicepresidentes en la historia para inspirarse, ya estuve investigando un poco.
–Alfonsín cree que hay que bajar la inflación sin enfriar la economía pero destacó la necesidad de que el Estado fuera “más austero”. ¿No es una contradicción?
–Coincido con las ideas que prevalecen en el partido. Bajar la inflación es una prioridad. El gobierno instaló la idea de que la única forma de hacerlo es enfriando la economía y a mí eso me da vergüenza ajena porque ese razonamiento atrasa 30 años. El mundo bajó la inflación con fuerte crecimiento: Perú, Chile, Brasil y Uruguay bajaron la inflación y crecen.
–¿Y cuál es la propuesta para bajar la inflación sin medidas recesivas como subir la tasa de interés?
–Hay que conducir las expectativas. La inflación es un fenómeno psicológico. Si uno es creíble, tiene un organismo que mide correctamente la inflación y es capaz de generar un horizonte previsible, probablemente los empresarios se preparen para eso y los sindicatos negocien en función de esos parámetros. Esta es la receta moderna. La inflación murió en el mundo. Esto no tiene nada que ver con la tasa de interés, eso hay que descartarlo de inmediato… Nunca milité en la escuela de Chicago ni en las políticas monetaristas. Enfrenté la Convertibilidad y provoqué, desde el Banco Central que se demorara dos años su implementación.
–La visión del Ministerio de Economía es que la inflación es resultado de la puja distributiva y del estrangulamiento de la oferta que no alcanza a abastecer la demanda. ¿Comparte esa mirada?
–Por supuesto, pero eso es porque no hay inversión de empresas grandes que tienen mucho miedo de la intervención estatal. La utilización de la capacidad instalada está cerca del 90%, al tope. Y esto se revierte generando condiciones institucionales, el tema no pasa sólo por el financiamiento.
–¿Cuál es la pauta de crecimiento económico que considera adecuada? ¿Cree que no se debe crecer al 8 o 9% como hasta ahora? ¿Una reducción de la tasa de crecimiento es consistente con las necesidades de la Argentina de reducir la pobreza?
–No creo que haya un 9% de crecimiento, debe haber un punto inventado. Los bienes se calculan en términos reales, pero los servicios se calculan por facturación que está en valores inflacionados. Creo que está en torno al 6,5% y eso hay que sostenerlo. Como dice Ricardo, es más fácil crecer que no crecer.
–¿No peca de optimista Alfonsín cuando dice eso teniendo en cuenta los antecedentes de la economía en nuestro país?
–No, de ninguna manera. La Argentina está en un cruce de rutas totalmente favorable y esto llegó para quedarse. El crecimiento se va a sostener y vamos a insistir en que no hay necesidad de enfriar la economía para bajar la inflación.
–¿Cuál va a ser la política respecto de las retenciones a las exportaciones del campo? ¿Cómo se financiarán las políticas sociales, como la Asignación Universal por Hijo, si deciden bajarlas?
–Mi idea es bajarlas gradualmente y el radicalismo tiene un proyecto para bajar el 5% anual en la soja. Eso sí, no estoy de acuerdo con bajarlas a costa de desfinanciar el Estado. Lo que hay que hacer es una reforma tributaria para generar otras formas de financiamiento alternativas que permitan bajar las retenciones sin desfinanciar para poder sostener las políticas sociales. Esto aún no lo discutimos en profundidad con el equipo pero ese es mi pensamiento. Hay que reducir la evasión y apuntar al empleo en negro, que hoy es la base de la pirámide de la evasión.
–¿Cuál es su postura respecto al tipo de cambio?
–El peso está apreciado, como en Chile, en Uruguay y en Brasil. Acá se apreció aun más por inflación. De lo que tenemos que hablar es del drama del dólar débil que afecta a todas las economistas emergentes. No tiene ningún sentido pretender superar esta apreciación del peso mientras no cambien las condiciones internacionales. Hay algunos economistas que creen que hay que devaluar ya, pero eso me parece un disparate. No es una solución para un contexto de inflación y sin saber qué va a pasar con el dólar en el mundo.
–¿Cuál es su postura respecto de la estatización del las AFJP?
–En los ’90, me opuse a la privatización de las jubilaciones y a que los bancos tuvieran la propiedad de las AFJP porque eso está prohibido en el resto del mundo. Por otra parte, una tercera parte de la deuda externa que nos llevó al default en 2001 se explica por esa reforma previsional. De todas maneras, la última reforma no me gustó porque, en nombre de argumentos válidos, se cayó en una especie de anarquía. Creo que se debió implementar un sistema mixto. En el futuro, hay que buscar más transparencia en el uso de los fondos. Coincido con que la ANSES tiene que invertir para asegurar la máxima renta, pero tenemos que garantizar que sea de manera transparente. <
Fue director general del Instituto Argentino de Mercado de Capitales y vicepresidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Como empresario fundó La Salamandra SA, empresa dedicada a la elaboración de productos lácteos. También se acercó a la política: durante la primera presidencia de Carlos Menem, el economista ocupó la presidencia del Banco Central. A pesar de haber sido funcionario del menemismo, el economista se confiesa enemigo de los tipos de cambio fijos y se inscribe en una tradición más cercana a la del exministro del kirchnerismo, Roberto Lavagna.
González Fraga recibió a Tiempo Argentino en su departamento de la Avenida Figueroa Alcorta. La biblioteca, sobre una de las paredes del escritorio, denota cierto eclecticismo. John Maynard Keynes y Raúl Presbich comparten estante con La Reina del Sur de Arturo Pérez Reverte, con el último manual de cocina de Narda Lepes y con El Flaco de José Pablo Feinmann, libro que pidió que le regalaran para su último cumpleaños porque escuchó “que era muy bueno e interesante”. A pocos metros descansa una bolsa con palos de golf, y sobre una de las paredes, una serie de caricaturas publicadas en los diarios durante su paso por el Banco Central.
–Pocas horas después de enterarse de que acompañaría a Ricardo Alfonsín en la fórmula, usted dijo no saber bien por qué lo había elegido. ¿Ahora lo tiene más claro?
–Escuché las respuestas de Ricardo unas 20 veces y creo que es honesto en lo que dice. Yo he tenido muy buena relación con el radicalismo y, en contra de lo que se cree, yo no soy peronista. Mi primer voto se lo di a Alfonsín y estuve en Ferro en 1983, mi primer trabajo en la función pública fue en el directorio de empresas públicas en 1987 y cuando Menem me nombró presidente del Banco Central en 1989 le aclaré que había votado a Eduardo Angeloz. No voté a la Alianza porque “un peso-un dólar” me parecía un pasaporte al fracaso, como finalmente ocurrió. Ricardo dice que lo que más pesó fueron mis “dotes personales,” y le creo porque sé que para él es muy importante la buena química. Además, le interesaron mis trabajos sobre la pobreza. Le confesé a Ricardo que no sabía si me iba a gustar el trabajo de vicepresidente, pero él me dijo que voy a monitorear el trabajo de los diferentes ministerios en torno a la pobreza, un tema que atraviesa todo el gobierno.
–¿Qué opina del rol de Julio Cobos como vicepresidente?
–Mi gestión va a ser distinta: no me voy a diferenciar de Ricardo Alfonsín. Cobos llegó al gobierno como parte de un acuerdo entre sectores de dos partidos. Yo no represento a ningún partido porque soy un independiente. Cuidado: tampoco me imagino al radicalismo inmerso en una crisis como la de la Resolución 125. De todas maneras, el problema no fue el voto, el tema es acompañar a un presidente a pesar de pensar distinto y eso quedó marcado rápidamente. Creo que no me parezco en nada y hay muchos vicepresidentes en la historia para inspirarse, ya estuve investigando un poco.
–Alfonsín cree que hay que bajar la inflación sin enfriar la economía pero destacó la necesidad de que el Estado fuera “más austero”. ¿No es una contradicción?
–Coincido con las ideas que prevalecen en el partido. Bajar la inflación es una prioridad. El gobierno instaló la idea de que la única forma de hacerlo es enfriando la economía y a mí eso me da vergüenza ajena porque ese razonamiento atrasa 30 años. El mundo bajó la inflación con fuerte crecimiento: Perú, Chile, Brasil y Uruguay bajaron la inflación y crecen.
–¿Y cuál es la propuesta para bajar la inflación sin medidas recesivas como subir la tasa de interés?
–Hay que conducir las expectativas. La inflación es un fenómeno psicológico. Si uno es creíble, tiene un organismo que mide correctamente la inflación y es capaz de generar un horizonte previsible, probablemente los empresarios se preparen para eso y los sindicatos negocien en función de esos parámetros. Esta es la receta moderna. La inflación murió en el mundo. Esto no tiene nada que ver con la tasa de interés, eso hay que descartarlo de inmediato… Nunca milité en la escuela de Chicago ni en las políticas monetaristas. Enfrenté la Convertibilidad y provoqué, desde el Banco Central que se demorara dos años su implementación.
–La visión del Ministerio de Economía es que la inflación es resultado de la puja distributiva y del estrangulamiento de la oferta que no alcanza a abastecer la demanda. ¿Comparte esa mirada?
–Por supuesto, pero eso es porque no hay inversión de empresas grandes que tienen mucho miedo de la intervención estatal. La utilización de la capacidad instalada está cerca del 90%, al tope. Y esto se revierte generando condiciones institucionales, el tema no pasa sólo por el financiamiento.
–¿Cuál es la pauta de crecimiento económico que considera adecuada? ¿Cree que no se debe crecer al 8 o 9% como hasta ahora? ¿Una reducción de la tasa de crecimiento es consistente con las necesidades de la Argentina de reducir la pobreza?
–No creo que haya un 9% de crecimiento, debe haber un punto inventado. Los bienes se calculan en términos reales, pero los servicios se calculan por facturación que está en valores inflacionados. Creo que está en torno al 6,5% y eso hay que sostenerlo. Como dice Ricardo, es más fácil crecer que no crecer.
–¿No peca de optimista Alfonsín cuando dice eso teniendo en cuenta los antecedentes de la economía en nuestro país?
–No, de ninguna manera. La Argentina está en un cruce de rutas totalmente favorable y esto llegó para quedarse. El crecimiento se va a sostener y vamos a insistir en que no hay necesidad de enfriar la economía para bajar la inflación.
–¿Cuál va a ser la política respecto de las retenciones a las exportaciones del campo? ¿Cómo se financiarán las políticas sociales, como la Asignación Universal por Hijo, si deciden bajarlas?
–Mi idea es bajarlas gradualmente y el radicalismo tiene un proyecto para bajar el 5% anual en la soja. Eso sí, no estoy de acuerdo con bajarlas a costa de desfinanciar el Estado. Lo que hay que hacer es una reforma tributaria para generar otras formas de financiamiento alternativas que permitan bajar las retenciones sin desfinanciar para poder sostener las políticas sociales. Esto aún no lo discutimos en profundidad con el equipo pero ese es mi pensamiento. Hay que reducir la evasión y apuntar al empleo en negro, que hoy es la base de la pirámide de la evasión.
–¿Cuál es su postura respecto al tipo de cambio?
–El peso está apreciado, como en Chile, en Uruguay y en Brasil. Acá se apreció aun más por inflación. De lo que tenemos que hablar es del drama del dólar débil que afecta a todas las economistas emergentes. No tiene ningún sentido pretender superar esta apreciación del peso mientras no cambien las condiciones internacionales. Hay algunos economistas que creen que hay que devaluar ya, pero eso me parece un disparate. No es una solución para un contexto de inflación y sin saber qué va a pasar con el dólar en el mundo.
–¿Cuál es su postura respecto de la estatización del las AFJP?
–En los ’90, me opuse a la privatización de las jubilaciones y a que los bancos tuvieran la propiedad de las AFJP porque eso está prohibido en el resto del mundo. Por otra parte, una tercera parte de la deuda externa que nos llevó al default en 2001 se explica por esa reforma previsional. De todas maneras, la última reforma no me gustó porque, en nombre de argumentos válidos, se cayó en una especie de anarquía. Creo que se debió implementar un sistema mixto. En el futuro, hay que buscar más transparencia en el uso de los fondos. Coincido con que la ANSES tiene que invertir para asegurar la máxima renta, pero tenemos que garantizar que sea de manera transparente. <