La convención nacional de la UCR que debía debatir la modernización partidaria se convirtió ayer en un campo de batalla con empujones, insultos y hasta tortazos, donde las diferentes líneas del partido se pelearon a los gritos.
El eje de las mayores críticas fue la alianza que la UCR armó en Buenos Aires con el peronista Francisco de Narváez, que Ricardo Alfonsín terminó justificando exaltado y ya casi sin voz desde arriba del escenario.
«No queríamos entregarle la provincia al kirchnerismo ni ser una fuerza testimonial», explicó el ex candidato presidencial. Todo su discurso recibió los aplausos de su sector y los insultos de agrupaciones juveniles. «Me hace acordar a cuando a Alfonsín lo interrumpieron en la Sociedad Rural», les reprochó Alfonsín.
«Claro que fue un error [la alianza con De Narváez], lo asumo. Los errores se pagan y se reparan, y yo voy a seguir trabajando por la UCR», cerró su discurso en un clima denso.
Pero el mayor enfrentamiento de la noche lo habían protagonizado minutos antes el jefe del bloque radical en el Senado, el alfonsinista Gerardo Morales, y el titular del Modeso, Leopoldo Moreau. Los separaron para que no terminaran a las piñas.
«Jujeño hijo de puta, te creés el dueño del partido. Prefiero haber sacado el 2%, pero no terminar recorriendo tribunales», lo fue a increpar Moreau a Morales (denunciado en la Justicia por la dirigente K Milagro Sala), mientras el senador recordaba, micrófono en mano, el resultado electoral de 2003. Los dos se empujaron y se armó un tumulto alrededor de ellos, que terminó porque la media docena de colaboradores de Moreau lo arrastró hasta la otra punta del salón. Enardecido, Morales defendió desde el escenario su gestión al frente del partido (en el boom del radicalismo K) y el trabajo de Alfonsín.
«El socialismo nos traicionó. Y después del 14 de agosto medio radicalismo se hizo el boludo y cortó boleta. ¡Traidores!», les gritó Morales a sus correligionarios de las provincias.
Mientras tanto, los jóvenes del partido le tiraban tarteletas de ricota que les mancharon los pantalones a él y a varios integrantes del Morena (la corriente que lidera Alfonsín).
«Jugamos plata o mierda y salió mierda, pero fue con vocación de poder», dijo Morales sobre la alianza con De Narváez. Un grupo de jóvenes sacudía las boletas bonaerenses, al grito de «Nunca más». Su reacción fue la respuesta al discurso de Moreau, que había hecho una crítica feroz a la alianza de 2009 con Elisa Carrió y al «antikirchnerismo bobo» que, según él, practicó el Morena.
Poco antes, el santafecino Luis «Changui» Cáceres los había acusado de tratar de impedir un verdadero debate para modernizar el partido. «¿Esto es una convención o una farsa?», se preguntó. El otro dirigente de la vieja guardia que prometía dar pelea al Morena, Federico Storani, faltó.
Cuatro horas antes parecía que la convención se encaminaba hacia la paz. El presidente saliente, Ernesto Sanz, llegó con el intendente cordobés Ramón Mestre, en una señal de que los radicales que gobiernan también se involucran en el partido. «Sin poder, la UCR corre el riesgo de convertirse en una secta», había advertido Sanz. «Yo podía quedarme en el Senado y bajé al llano para competir por Córdoba; eso es la vocación de poder», dijo a La Nacion Mestre. Los dos están enfrentados al alfonsinismo, pero en una postura más moderada que la de los viejos caciques radicales.
Poco después los jóvenes de La Cantera, la Organización de Trabajadores Radicales, la Juventud Radical y Franja Morada desplegaron un cartel que armó el primer escándalo: «Es la renovación, estúpidos», le dedicaron al alfonsinismo.
A la medianoche la convención se disponía a aprobar la necesidad de una reforma, pero no había acuerdo sobre cuándo implementarla..
El eje de las mayores críticas fue la alianza que la UCR armó en Buenos Aires con el peronista Francisco de Narváez, que Ricardo Alfonsín terminó justificando exaltado y ya casi sin voz desde arriba del escenario.
«No queríamos entregarle la provincia al kirchnerismo ni ser una fuerza testimonial», explicó el ex candidato presidencial. Todo su discurso recibió los aplausos de su sector y los insultos de agrupaciones juveniles. «Me hace acordar a cuando a Alfonsín lo interrumpieron en la Sociedad Rural», les reprochó Alfonsín.
«Claro que fue un error [la alianza con De Narváez], lo asumo. Los errores se pagan y se reparan, y yo voy a seguir trabajando por la UCR», cerró su discurso en un clima denso.
Pero el mayor enfrentamiento de la noche lo habían protagonizado minutos antes el jefe del bloque radical en el Senado, el alfonsinista Gerardo Morales, y el titular del Modeso, Leopoldo Moreau. Los separaron para que no terminaran a las piñas.
«Jujeño hijo de puta, te creés el dueño del partido. Prefiero haber sacado el 2%, pero no terminar recorriendo tribunales», lo fue a increpar Moreau a Morales (denunciado en la Justicia por la dirigente K Milagro Sala), mientras el senador recordaba, micrófono en mano, el resultado electoral de 2003. Los dos se empujaron y se armó un tumulto alrededor de ellos, que terminó porque la media docena de colaboradores de Moreau lo arrastró hasta la otra punta del salón. Enardecido, Morales defendió desde el escenario su gestión al frente del partido (en el boom del radicalismo K) y el trabajo de Alfonsín.
«El socialismo nos traicionó. Y después del 14 de agosto medio radicalismo se hizo el boludo y cortó boleta. ¡Traidores!», les gritó Morales a sus correligionarios de las provincias.
Mientras tanto, los jóvenes del partido le tiraban tarteletas de ricota que les mancharon los pantalones a él y a varios integrantes del Morena (la corriente que lidera Alfonsín).
«Jugamos plata o mierda y salió mierda, pero fue con vocación de poder», dijo Morales sobre la alianza con De Narváez. Un grupo de jóvenes sacudía las boletas bonaerenses, al grito de «Nunca más». Su reacción fue la respuesta al discurso de Moreau, que había hecho una crítica feroz a la alianza de 2009 con Elisa Carrió y al «antikirchnerismo bobo» que, según él, practicó el Morena.
Poco antes, el santafecino Luis «Changui» Cáceres los había acusado de tratar de impedir un verdadero debate para modernizar el partido. «¿Esto es una convención o una farsa?», se preguntó. El otro dirigente de la vieja guardia que prometía dar pelea al Morena, Federico Storani, faltó.
Cuatro horas antes parecía que la convención se encaminaba hacia la paz. El presidente saliente, Ernesto Sanz, llegó con el intendente cordobés Ramón Mestre, en una señal de que los radicales que gobiernan también se involucran en el partido. «Sin poder, la UCR corre el riesgo de convertirse en una secta», había advertido Sanz. «Yo podía quedarme en el Senado y bajé al llano para competir por Córdoba; eso es la vocación de poder», dijo a La Nacion Mestre. Los dos están enfrentados al alfonsinismo, pero en una postura más moderada que la de los viejos caciques radicales.
Poco después los jóvenes de La Cantera, la Organización de Trabajadores Radicales, la Juventud Radical y Franja Morada desplegaron un cartel que armó el primer escándalo: «Es la renovación, estúpidos», le dedicaron al alfonsinismo.
A la medianoche la convención se disponía a aprobar la necesidad de una reforma, pero no había acuerdo sobre cuándo implementarla..