Su último libro, Hijos del Pueblo, analiza el aporte de cinco escritores provenientes de la izquierda que abrazaron las banderas justicialistas con la llegada de Juan Domingo Perón al gobierno. El primer peronismo y las semejanzas con el kirchnerismo.
Hablar de la unidad del peronismo no es un tema nuevo, ni en el aspecto político ni en materia cultural. En su último libro, Hijos del Pueblo, el investigador y docente Guillermo Korn profundiza sobre esa diversidad desde el aporte de cinco escritores provenientes de la izquierda que abrazaron las banderas justicialistas con la llegada de Juan Domingo Perón a la Casa Rosada. “Para pensar, con mayor precisión, al primer peronismo hay que hacer foco de qué momento hablamos. Esos diez años no son idénticos. Es necesario reflexionar sobre cuántos peronismos hubo dentro de lo que se englobaba en esa identidad política en el gobierno”, advierte Korn.
Elías Castelnuovo, César Tiempo, José Gabriel, Luis Horacio Velázquez y Jorge Newton fueron los elegidos por Korn no de forma azarosa, sino porque, aunque no constituyen un grupo, su participación en la conformación de una cultura peronista servía para complejizar una diversidad que se aunaba en pos de ese nuevo proceso político.
Para Korn, aquellas experiencias pueden enlazarse con el pasado reciente del kirchnerismo y el cristinismo y también con el presente neoliberal de Cambiemos, tan similar, pero también distinto, a la gestión de la autodenominada Revolución Libertadora.
–¿Cómo evalúa la incidencia de los intelectuales provenientes de “las izquierdas” en la política cultural de los dos primeros gobiernos de Perón, si se la compara con aquellos afines a la derecha católica nacionalista, que también cumplieron un rol importante en el flamante movimiento?
–Los escritores nacionalistas tuvieron un considerable peso en los primeros tiempos del peronismo. No todos los escritores sobre los que elegí trabajar se suman de inmediato al peronismo, sino que superan sus desconfianzas cuando reconocen ciertas obras de gobierno. De hecho, en 1946, en un informe del diputado radical Ernesto Sammartino a la Cámara, Castelnuovo y José Gabriel son mencionados entre otros escritores que sufrieron persecución política con el golpe de 1943. César Tiempo escribe una columna contra Perón, antes de la elección de 1946; Castelnuovo se sumará un tiempo antes de la segunda elección y Gabriel en 1949. Desde el vamos estuvo Luis Horacio Velázquez y, poco después, Newton. Los acercamientos al peronismo tuvieron distintas causas. En César Tiempo influye el reconocimiento del gobierno al Estado de Israel, hecho que lo distancia de la lectura que hablaba del fascismo-totalitarismo peronista. Años después, tras la expropiación parlamentaria de La Prensa, que queda administrado por la CGT, le ofrecen dirigir su suplemento cultural. ¿En qué tuvieron incidencia? Dirigieron revistas, suplementos culturales, escribían columnas en diarios y revistas, hacían radio, pensaron y planificaron políticas respecto a las bibliotecas públicas y los libros. Y además escribieron libros geniales.
–¿Cómo era la convivencia entre ambos grupos?
–La relación entre los nacionalistas y los escritores con una procedencia de izquierda fue buena pero con tensiones. Una tensión en la que pudieron convivir. A mitad de los años 30, Hugo Wast y Tiempo tuvieron una polémica: uno era director de la Biblioteca Nacional y el otro secretario de redacción de Claridad. En 1935, Tiempo publica un folleto donde critica las posiciones antisemitas del funcionario. Sin embargo, una década después, van a convivir bajo un mismo techo político. Otro ejemplo: tras la muerte de Evita, Gabriel llevará un prendedor en el saco con el escudo peronista cruzado por una banda negra, con el que simbolizaba también la disidencia –dentro del propio peronismo– respecto a los nacionalistas de la Alianza Libertadora.
–La experiencia de La Prensa en manos de la CGT y la importancia de su suplemento cultural, ¿cómo pueden leerse desde la actualidad en tiempos en que sectores cuestionan al sindicalismo en general y a su participación en la industria cultural en particular?
–Ese suplemento muestra una apuesta cultural de gran interés, surgido del mundo sindical. Allí convivía un arco ideológico muy amplio, de izquierda a derecha, de Ignacio B. Anzoátegui a escritores ligados al Partido Comunista, como Neruda. Fue una tribuna antiliberal en la que no escriben quienes están más ligados al diario La Nación o la revista Sur. Porque no aceptan hacerlo o no fueron invitados. Ambas cosas pasaron. Existe un campo mucho más difuso, más poroso del que muchas veces se supone al establecer zonas nítidamente divididas. Hay quienes cuestionan que en publicaciones oficiales peronistas –algunas que van al exterior– aparezcan los nombres de Borges o Victoria Ocampo, porque entienden que sumarlos era un modo de reconocer que el peronismo no tenía nombres propios para reivindicar. Pero de no hacerlo, podría interpretarse como un acto de censura o ignorancia. La experiencia del suplemento tuvo a su favor el sustento del Estado, que tenía que mostrar la fuerza del proyecto cultural tras la expropiación del diario. Y para ello se pensó en alguien como Tiempo, que contaba con una trayectoria importante. Él tenía como antecedente, y eso es bastante singular, la creación de la revista Columna, desde mediados de los treinta, que contó con un arco de colaboradores muy amplio. Él decía que en aquella publicación juntó un poco de Boedo y de Florida.
–Esa relación entre intelectuales de izquierda y peronismo, ¿puede pensarse como un fenómeno inaugural que, si se saltean los gobiernos peronistas de los 70 –por su complejidad–, se reconstituyó durante el kirchnerismo y el cristinismo?
–Antes que eso, es necesaria una aclaración: lo singular, y eso me interesó para la investigación, fue que estos cinco escritores no constituían un grupo, sino que reúno algunos escritores que tienen contactos entre sí, pero ellos no se identifican a sí mismos como colectivo, no dicen ‘nosotros somos un grupo de escritores peronistas con una procedencia de izquierda’. La reconstrucción de sus biografías permite pensarlos juntos y comprender ese pasaje en el que no abandonan sus banderas anteriores.
–Por eso Tiempo se ubica en un sector intelectual diferente de aquellos considerados “peronistas profesionales”…
–Sí. Y porque en el caso de estos escritores se presentan dos tensiones. Por un lado, tener que mostrarse ante los peronistas más ortodoxos como no infiltrados, es decir como alguien que viene de afuera y asume un lugar que no le corresponde. Por otro, enfrentar la condena de sus ex compañeros de militancia cultural, ideológica, política que consideraban que habían bajado sus banderas. Es un lugar tenso, difícil, del que no siempre salen indemnes. Considero que pueden establecerse paralelismos entre el primer peronismo y el kirchnerismo-cristinismo en materia cultural: en ambos momentos hubo intelectuales que sintieron que algunas de las cosas que habían reivindicado se empezaban a plasmar en el presente. En la época del peronismo clásico sucedió con demandas que se habían levantado en los años 20 y 30. En el kirchnerismo, en especial a partir del 2008, fue destino para intelectuales provenientes de las izquierdas. Incluso se crearon agrupamientos como Carta Abierta que no respondían a características profesionales, sino a pensar un espacio común, de confluencia de intelectuales de distintas experiencias y procedencias políticas. Ese aglutinamiento, bajo el kirchnerismo, se caracterizó por cierta gratuidad, en el sentido de que no tenían una reivindicación profesional, no era el pedido de ciertas conquistas laborales o gremiales: apoyaron como colectivo un determinado proceso político y planteaban una agenda respecto de eso.
–Pensaba, por ejemplo en Osvaldo Bayer, que apoyó la política de Derechos Humanos de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández y la Ley de Servicios Audiovisuales, entre otros intelectuales no peronistas, aunque mantenía distancia o criticaba otros aspectos de esas gestiones.
–Sí, hubo también otros casos, que en ciertas coyunturas estrecharon filas, sin sentirse parte. Y otros, aun reconociéndose militantes de ese espacio no dejaron de hacer señalamientos críticos hacia determinadas decisiones gubernamentales. También en esta época, en el tiempo kirchnerista, hubo muchos matices y zonas grises, diversos grados de compromiso público y autonomía crítica, que forjaban posiciones tensas y exigentes.
–Castelnuovo, Tiempo, Gabriel, Velázquez y Newton sufrieron la persecución tras el golpe de 1955. ¿Qué paralelismos observa con respecto a algunos intelectuales afines al kirchnerismo tras la llegada al poder de Cambiemos?
–Más allá de que uno es un gobierno votado y el otro no lo haya sido, hay semejanzas entre Cambiemos y la “Libertadora” en sus modos de proceder: se plantean como etapa de superación de un pasado ominoso, en el que no hay nada que pueda ser reivindicado, todo es puesto bajo sospecha, toda realización previa es de un tiempo –”el pasado”– sobre el que no se puede volver. Respecto de los intelectuales se me hace más complicado pensarlo, dado que algunos de los que investigué sufrieron cárcel o exilio entonces, perdieron sus trabajos, fueron hostigados. Bueno… algunas de esas cosas ahora también suceden. Fueron mal vistos por su lugar de pertenencia y pasan a recluirse. Fueron señalados o excluidos. En el ‘55 hubo acusaciones que carecieron de sustento, propaladas con la creación de comisiones investigadoras y el Libro Negro de la Segunda Tiranía. Hay diferencias, insisto, también desde el apoyo que dan las urnas en este caso y no en el otro para justificar un cambio de rumbo político y cultural. Cultural no como algo pensado desde una publicación, una exposición, una película sino como la atmósfera que atraviesa toda una época. En eso sí me parece que ambas propuestas se asemejan cuando dicen: “a nada de eso se puede volver”. Un motivo de debate mayor sería pensar las diferencias entre los intelectuales que la “Libertadora” propuso para ocupar la función pública respecto de los de Cambiemos. Sabato como interventor de la revista Mundo Argentino, Borges como director de la Biblioteca Nacional, Mujica Láinez como director de Relaciones culturales de la Cancillería… No en su especificidad como escritores, sino como intelectuales que acceden a un espacio desde su afinidad política, desde el cambio de gobierno. Muchos de los que hoy se reivindican como intelectuales de Cambiemos son figuras menores. Sus nombres serán olvidados, al menos por sus obras, quizás no tanto por el lugar en el que eligieron estar.
–En los años del primer peronismo hubo intensos debates sobre el rol del escritor y del periodista en esa “nueva Argentina” y la necesidad de crear marcos legales que contuvieran a esas actividades. Se impulsa un Estatuto del Escritor, se crea el Estatuto del Periodista, se fundan entidades gremiales. Son temas aún no resueltos…
–El lugar del Estado es central en el peronismo en esos años también cuando analizamos el rol del intelectual-escritor o del intelectual-periodista. Hay una cantidad de luchas sindicales hasta llegar al Estatuto del Periodista, que comienza a tomar forma en 1944 y gracias al impulso del Estado se convierte en ley dos años después. Cuando se busca aprobar un Estatuto del Escritor, algunas de las reivindicaciones eran semejantes a las de la creación de la SADE, en 1928, o las que mantuvo Manuel Gálvez al discutir los derechos de autor, la cantidad de libros argentinos editados frente a los libros importados, su exhibición… El año pasado surgió un nuevo agrupamiento de escritores y escritoras, cercanos a las editoriales independientes, con demandas no tan distintas. Durante el siglo XX hasta hoy estamos hablando de algunas cuestiones que son las mismas. En 1950 hubo una discusión en torno a un Estatuto del Escritor: de haberse aprobado, con sus más y sus menos, estaríamos quizás discutiendo algunas otras cuestiones, o actualizando modificaciones respecto al presente (los derechos de autor, pero también qué sucede a partir del peso que tienen las redes sociales, las publicaciones online, el lugar de Internet). Que aparezcan demandas como éstas exhibe hasta qué punto hay oficios que mantienen condiciones precarias y que todavía hoy siguen alejadas del acceso a derechos.
–En este plano también debieron surgir tensiones similares a las que se refería anteriormente.
–Sí, las hubo. Por eso me interesa traer un contrapunto ideológico que suma otro interés. Hubo un intercambio de cartas entre Castelnuovo y Gálvez que deja entrever cómo fue el acercamiento entre este escritor, icono de la izquierda cultural y aún no ligado al peronismo, respecto de alguien proveniente del nacionalismo católico como es Gálvez, que sí tenía vínculos con el peronismo. Ellos buscaron establecer puentes para lograr que el Estatuto del Escritor se sustanciara, con la intermediación de Ernesto Palacio, diputado peronista y presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara Baja, que también venía del nacionalismo católico.
–El debate sobre “el idioma de los argentinos” aparece en Hijos del Pueblo y en su libro anterior, De leguleyos, hablistas y celadores de la lengua, con las teorizaciones de José Gabriel, en especial a partir de la política censora lanzada tras el golpe de 1943. De alguna manera, el tema de cómo hablamos y la incorporación de determinadas jergas sigue vigente…
–La figura de José Gabriel permite pensar la cuestión del idioma porque tiene una postura clara sobre cómo se habla, el peso de lo popular, la relación con España y las instituciones que la normativizan. De otro modo el tema aparece en Tiempo, cuando analiza las expresiones surgidas en los estadios de fútbol. Gabriel había sido profesor en colegios secundarios, habilitado para dar Idioma Nacional. Su posición era adversa a la Real Academia Española y sus pretensiones de regular la lengua en América. De algún modo, se anticipó a los enunciados del Segundo Plan Quinquenal que proponían crear instrumentos para desarrollar el idioma nacional. Entender al lenguaje como un campo de disputa ideológico-política es pensarlo también desde el presente: cuando se condiciona quiénes, cómo y de qué manera pueden hablar, quién habla o escribe correctamente y quién no. Y también a quiénes les llega esa norma: aquí sumaría la figura de Velázquez, que plantea la creación de una editorial nacional y una amplia llegada al libro, desde la presidencia de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares (hoy Conabip). En días en que se están cerrando escuelas rurales, algo inédito en la historia argentina, es primordial pensar el libro no como objeto de culto o adorno, sino desde una concepción democrática, que genere modos de acceder a ellos para todos.
–La experiencia cultural del primer peronismo pone en debate a los llamados “maestros de la juventud”. ¿Qué rol juegan en la sociedad? Pienso en ese título para Sabato, en especial durante el menemismo, a partir de su investigación sobre el escritor que publicaste junto con María Pia López en esos años –Sabato o la moral de los argentinos–.
–Vuelvo atrás: Castelnuovo desdeña a aquellos escritores que, desde posiciones aristocráticas –desde un pensamiento anarquista, romántico– reivindicaban algunas cuestiones populares en el discurso, pero en la práctica se distanciaban cuando se hacía cuerpo, se materializaba. Almafuerte y Alberto Ghiraldo eran los ejemplos a los que aludía Castelnuovo. La figura de Sabato hereda algo de esas propuestas fuertemente morales, apolíticas o que se pretendían por encima de la política, que profetizaban, bajo una pátina moral: hablándoles a todos sin hablarle a ninguno. Son figuras que se mantienen, con otros nombres: intelectuales morales que hablan desde cierto púlpito, con el dedo en alto, y que nos explican cómo deberían ser las cosas.
–El comportamiento de la clase media durante el primer peronismo también mereció la reflexión de uno de los intelectuales que eligió.
–Newton tiene una obra que se llama Clase media, que se sube a escena en 1949, en la que plantea cuestionamientos a ese sector, sus prácticas y conciencia. Desde Las del Barranco para acá podría hacerse un listado de obras de teatro que tratan temas parecidos: cómo mantener las formas sobre prácticas que no se sostienen (las apariencias sociales como eje). En este caso hay un condimento político, el peronismo, que aparece sobre el escenario, en la propia obra. Hay un cruce intergeneracional entre los personajes que simpatizan con el peronismo y los que no, pero también respecto de la “servidumbre”, el mantenimiento de ciertas formas morales, la máscara de la “decencia” familiar. La clase media es criticada por su valoración de la apariencia y su doble moral. Todos son ejes que, de un modo u otro, mantienen cierta vigencia.
Hablar de la unidad del peronismo no es un tema nuevo, ni en el aspecto político ni en materia cultural. En su último libro, Hijos del Pueblo, el investigador y docente Guillermo Korn profundiza sobre esa diversidad desde el aporte de cinco escritores provenientes de la izquierda que abrazaron las banderas justicialistas con la llegada de Juan Domingo Perón a la Casa Rosada. “Para pensar, con mayor precisión, al primer peronismo hay que hacer foco de qué momento hablamos. Esos diez años no son idénticos. Es necesario reflexionar sobre cuántos peronismos hubo dentro de lo que se englobaba en esa identidad política en el gobierno”, advierte Korn.
Elías Castelnuovo, César Tiempo, José Gabriel, Luis Horacio Velázquez y Jorge Newton fueron los elegidos por Korn no de forma azarosa, sino porque, aunque no constituyen un grupo, su participación en la conformación de una cultura peronista servía para complejizar una diversidad que se aunaba en pos de ese nuevo proceso político.
Para Korn, aquellas experiencias pueden enlazarse con el pasado reciente del kirchnerismo y el cristinismo y también con el presente neoliberal de Cambiemos, tan similar, pero también distinto, a la gestión de la autodenominada Revolución Libertadora.
–¿Cómo evalúa la incidencia de los intelectuales provenientes de “las izquierdas” en la política cultural de los dos primeros gobiernos de Perón, si se la compara con aquellos afines a la derecha católica nacionalista, que también cumplieron un rol importante en el flamante movimiento?
–Los escritores nacionalistas tuvieron un considerable peso en los primeros tiempos del peronismo. No todos los escritores sobre los que elegí trabajar se suman de inmediato al peronismo, sino que superan sus desconfianzas cuando reconocen ciertas obras de gobierno. De hecho, en 1946, en un informe del diputado radical Ernesto Sammartino a la Cámara, Castelnuovo y José Gabriel son mencionados entre otros escritores que sufrieron persecución política con el golpe de 1943. César Tiempo escribe una columna contra Perón, antes de la elección de 1946; Castelnuovo se sumará un tiempo antes de la segunda elección y Gabriel en 1949. Desde el vamos estuvo Luis Horacio Velázquez y, poco después, Newton. Los acercamientos al peronismo tuvieron distintas causas. En César Tiempo influye el reconocimiento del gobierno al Estado de Israel, hecho que lo distancia de la lectura que hablaba del fascismo-totalitarismo peronista. Años después, tras la expropiación parlamentaria de La Prensa, que queda administrado por la CGT, le ofrecen dirigir su suplemento cultural. ¿En qué tuvieron incidencia? Dirigieron revistas, suplementos culturales, escribían columnas en diarios y revistas, hacían radio, pensaron y planificaron políticas respecto a las bibliotecas públicas y los libros. Y además escribieron libros geniales.
–¿Cómo era la convivencia entre ambos grupos?
–La relación entre los nacionalistas y los escritores con una procedencia de izquierda fue buena pero con tensiones. Una tensión en la que pudieron convivir. A mitad de los años 30, Hugo Wast y Tiempo tuvieron una polémica: uno era director de la Biblioteca Nacional y el otro secretario de redacción de Claridad. En 1935, Tiempo publica un folleto donde critica las posiciones antisemitas del funcionario. Sin embargo, una década después, van a convivir bajo un mismo techo político. Otro ejemplo: tras la muerte de Evita, Gabriel llevará un prendedor en el saco con el escudo peronista cruzado por una banda negra, con el que simbolizaba también la disidencia –dentro del propio peronismo– respecto a los nacionalistas de la Alianza Libertadora.
–La experiencia de La Prensa en manos de la CGT y la importancia de su suplemento cultural, ¿cómo pueden leerse desde la actualidad en tiempos en que sectores cuestionan al sindicalismo en general y a su participación en la industria cultural en particular?
–Ese suplemento muestra una apuesta cultural de gran interés, surgido del mundo sindical. Allí convivía un arco ideológico muy amplio, de izquierda a derecha, de Ignacio B. Anzoátegui a escritores ligados al Partido Comunista, como Neruda. Fue una tribuna antiliberal en la que no escriben quienes están más ligados al diario La Nación o la revista Sur. Porque no aceptan hacerlo o no fueron invitados. Ambas cosas pasaron. Existe un campo mucho más difuso, más poroso del que muchas veces se supone al establecer zonas nítidamente divididas. Hay quienes cuestionan que en publicaciones oficiales peronistas –algunas que van al exterior– aparezcan los nombres de Borges o Victoria Ocampo, porque entienden que sumarlos era un modo de reconocer que el peronismo no tenía nombres propios para reivindicar. Pero de no hacerlo, podría interpretarse como un acto de censura o ignorancia. La experiencia del suplemento tuvo a su favor el sustento del Estado, que tenía que mostrar la fuerza del proyecto cultural tras la expropiación del diario. Y para ello se pensó en alguien como Tiempo, que contaba con una trayectoria importante. Él tenía como antecedente, y eso es bastante singular, la creación de la revista Columna, desde mediados de los treinta, que contó con un arco de colaboradores muy amplio. Él decía que en aquella publicación juntó un poco de Boedo y de Florida.
–Esa relación entre intelectuales de izquierda y peronismo, ¿puede pensarse como un fenómeno inaugural que, si se saltean los gobiernos peronistas de los 70 –por su complejidad–, se reconstituyó durante el kirchnerismo y el cristinismo?
–Antes que eso, es necesaria una aclaración: lo singular, y eso me interesó para la investigación, fue que estos cinco escritores no constituían un grupo, sino que reúno algunos escritores que tienen contactos entre sí, pero ellos no se identifican a sí mismos como colectivo, no dicen ‘nosotros somos un grupo de escritores peronistas con una procedencia de izquierda’. La reconstrucción de sus biografías permite pensarlos juntos y comprender ese pasaje en el que no abandonan sus banderas anteriores.
–Por eso Tiempo se ubica en un sector intelectual diferente de aquellos considerados “peronistas profesionales”…
–Sí. Y porque en el caso de estos escritores se presentan dos tensiones. Por un lado, tener que mostrarse ante los peronistas más ortodoxos como no infiltrados, es decir como alguien que viene de afuera y asume un lugar que no le corresponde. Por otro, enfrentar la condena de sus ex compañeros de militancia cultural, ideológica, política que consideraban que habían bajado sus banderas. Es un lugar tenso, difícil, del que no siempre salen indemnes. Considero que pueden establecerse paralelismos entre el primer peronismo y el kirchnerismo-cristinismo en materia cultural: en ambos momentos hubo intelectuales que sintieron que algunas de las cosas que habían reivindicado se empezaban a plasmar en el presente. En la época del peronismo clásico sucedió con demandas que se habían levantado en los años 20 y 30. En el kirchnerismo, en especial a partir del 2008, fue destino para intelectuales provenientes de las izquierdas. Incluso se crearon agrupamientos como Carta Abierta que no respondían a características profesionales, sino a pensar un espacio común, de confluencia de intelectuales de distintas experiencias y procedencias políticas. Ese aglutinamiento, bajo el kirchnerismo, se caracterizó por cierta gratuidad, en el sentido de que no tenían una reivindicación profesional, no era el pedido de ciertas conquistas laborales o gremiales: apoyaron como colectivo un determinado proceso político y planteaban una agenda respecto de eso.
–Pensaba, por ejemplo en Osvaldo Bayer, que apoyó la política de Derechos Humanos de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández y la Ley de Servicios Audiovisuales, entre otros intelectuales no peronistas, aunque mantenía distancia o criticaba otros aspectos de esas gestiones.
–Sí, hubo también otros casos, que en ciertas coyunturas estrecharon filas, sin sentirse parte. Y otros, aun reconociéndose militantes de ese espacio no dejaron de hacer señalamientos críticos hacia determinadas decisiones gubernamentales. También en esta época, en el tiempo kirchnerista, hubo muchos matices y zonas grises, diversos grados de compromiso público y autonomía crítica, que forjaban posiciones tensas y exigentes.
–Castelnuovo, Tiempo, Gabriel, Velázquez y Newton sufrieron la persecución tras el golpe de 1955. ¿Qué paralelismos observa con respecto a algunos intelectuales afines al kirchnerismo tras la llegada al poder de Cambiemos?
–Más allá de que uno es un gobierno votado y el otro no lo haya sido, hay semejanzas entre Cambiemos y la “Libertadora” en sus modos de proceder: se plantean como etapa de superación de un pasado ominoso, en el que no hay nada que pueda ser reivindicado, todo es puesto bajo sospecha, toda realización previa es de un tiempo –”el pasado”– sobre el que no se puede volver. Respecto de los intelectuales se me hace más complicado pensarlo, dado que algunos de los que investigué sufrieron cárcel o exilio entonces, perdieron sus trabajos, fueron hostigados. Bueno… algunas de esas cosas ahora también suceden. Fueron mal vistos por su lugar de pertenencia y pasan a recluirse. Fueron señalados o excluidos. En el ‘55 hubo acusaciones que carecieron de sustento, propaladas con la creación de comisiones investigadoras y el Libro Negro de la Segunda Tiranía. Hay diferencias, insisto, también desde el apoyo que dan las urnas en este caso y no en el otro para justificar un cambio de rumbo político y cultural. Cultural no como algo pensado desde una publicación, una exposición, una película sino como la atmósfera que atraviesa toda una época. En eso sí me parece que ambas propuestas se asemejan cuando dicen: “a nada de eso se puede volver”. Un motivo de debate mayor sería pensar las diferencias entre los intelectuales que la “Libertadora” propuso para ocupar la función pública respecto de los de Cambiemos. Sabato como interventor de la revista Mundo Argentino, Borges como director de la Biblioteca Nacional, Mujica Láinez como director de Relaciones culturales de la Cancillería… No en su especificidad como escritores, sino como intelectuales que acceden a un espacio desde su afinidad política, desde el cambio de gobierno. Muchos de los que hoy se reivindican como intelectuales de Cambiemos son figuras menores. Sus nombres serán olvidados, al menos por sus obras, quizás no tanto por el lugar en el que eligieron estar.
–En los años del primer peronismo hubo intensos debates sobre el rol del escritor y del periodista en esa “nueva Argentina” y la necesidad de crear marcos legales que contuvieran a esas actividades. Se impulsa un Estatuto del Escritor, se crea el Estatuto del Periodista, se fundan entidades gremiales. Son temas aún no resueltos…
–El lugar del Estado es central en el peronismo en esos años también cuando analizamos el rol del intelectual-escritor o del intelectual-periodista. Hay una cantidad de luchas sindicales hasta llegar al Estatuto del Periodista, que comienza a tomar forma en 1944 y gracias al impulso del Estado se convierte en ley dos años después. Cuando se busca aprobar un Estatuto del Escritor, algunas de las reivindicaciones eran semejantes a las de la creación de la SADE, en 1928, o las que mantuvo Manuel Gálvez al discutir los derechos de autor, la cantidad de libros argentinos editados frente a los libros importados, su exhibición… El año pasado surgió un nuevo agrupamiento de escritores y escritoras, cercanos a las editoriales independientes, con demandas no tan distintas. Durante el siglo XX hasta hoy estamos hablando de algunas cuestiones que son las mismas. En 1950 hubo una discusión en torno a un Estatuto del Escritor: de haberse aprobado, con sus más y sus menos, estaríamos quizás discutiendo algunas otras cuestiones, o actualizando modificaciones respecto al presente (los derechos de autor, pero también qué sucede a partir del peso que tienen las redes sociales, las publicaciones online, el lugar de Internet). Que aparezcan demandas como éstas exhibe hasta qué punto hay oficios que mantienen condiciones precarias y que todavía hoy siguen alejadas del acceso a derechos.
–En este plano también debieron surgir tensiones similares a las que se refería anteriormente.
–Sí, las hubo. Por eso me interesa traer un contrapunto ideológico que suma otro interés. Hubo un intercambio de cartas entre Castelnuovo y Gálvez que deja entrever cómo fue el acercamiento entre este escritor, icono de la izquierda cultural y aún no ligado al peronismo, respecto de alguien proveniente del nacionalismo católico como es Gálvez, que sí tenía vínculos con el peronismo. Ellos buscaron establecer puentes para lograr que el Estatuto del Escritor se sustanciara, con la intermediación de Ernesto Palacio, diputado peronista y presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara Baja, que también venía del nacionalismo católico.
–El debate sobre “el idioma de los argentinos” aparece en Hijos del Pueblo y en su libro anterior, De leguleyos, hablistas y celadores de la lengua, con las teorizaciones de José Gabriel, en especial a partir de la política censora lanzada tras el golpe de 1943. De alguna manera, el tema de cómo hablamos y la incorporación de determinadas jergas sigue vigente…
–La figura de José Gabriel permite pensar la cuestión del idioma porque tiene una postura clara sobre cómo se habla, el peso de lo popular, la relación con España y las instituciones que la normativizan. De otro modo el tema aparece en Tiempo, cuando analiza las expresiones surgidas en los estadios de fútbol. Gabriel había sido profesor en colegios secundarios, habilitado para dar Idioma Nacional. Su posición era adversa a la Real Academia Española y sus pretensiones de regular la lengua en América. De algún modo, se anticipó a los enunciados del Segundo Plan Quinquenal que proponían crear instrumentos para desarrollar el idioma nacional. Entender al lenguaje como un campo de disputa ideológico-política es pensarlo también desde el presente: cuando se condiciona quiénes, cómo y de qué manera pueden hablar, quién habla o escribe correctamente y quién no. Y también a quiénes les llega esa norma: aquí sumaría la figura de Velázquez, que plantea la creación de una editorial nacional y una amplia llegada al libro, desde la presidencia de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares (hoy Conabip). En días en que se están cerrando escuelas rurales, algo inédito en la historia argentina, es primordial pensar el libro no como objeto de culto o adorno, sino desde una concepción democrática, que genere modos de acceder a ellos para todos.
–La experiencia cultural del primer peronismo pone en debate a los llamados “maestros de la juventud”. ¿Qué rol juegan en la sociedad? Pienso en ese título para Sabato, en especial durante el menemismo, a partir de su investigación sobre el escritor que publicaste junto con María Pia López en esos años –Sabato o la moral de los argentinos–.
–Vuelvo atrás: Castelnuovo desdeña a aquellos escritores que, desde posiciones aristocráticas –desde un pensamiento anarquista, romántico– reivindicaban algunas cuestiones populares en el discurso, pero en la práctica se distanciaban cuando se hacía cuerpo, se materializaba. Almafuerte y Alberto Ghiraldo eran los ejemplos a los que aludía Castelnuovo. La figura de Sabato hereda algo de esas propuestas fuertemente morales, apolíticas o que se pretendían por encima de la política, que profetizaban, bajo una pátina moral: hablándoles a todos sin hablarle a ninguno. Son figuras que se mantienen, con otros nombres: intelectuales morales que hablan desde cierto púlpito, con el dedo en alto, y que nos explican cómo deberían ser las cosas.
–El comportamiento de la clase media durante el primer peronismo también mereció la reflexión de uno de los intelectuales que eligió.
–Newton tiene una obra que se llama Clase media, que se sube a escena en 1949, en la que plantea cuestionamientos a ese sector, sus prácticas y conciencia. Desde Las del Barranco para acá podría hacerse un listado de obras de teatro que tratan temas parecidos: cómo mantener las formas sobre prácticas que no se sostienen (las apariencias sociales como eje). En este caso hay un condimento político, el peronismo, que aparece sobre el escenario, en la propia obra. Hay un cruce intergeneracional entre los personajes que simpatizan con el peronismo y los que no, pero también respecto de la “servidumbre”, el mantenimiento de ciertas formas morales, la máscara de la “decencia” familiar. La clase media es criticada por su valoración de la apariencia y su doble moral. Todos son ejes que, de un modo u otro, mantienen cierta vigencia.