Sigo escuchando que la gente piensa que no hay que culpar a las calificadoras. Mi primera reacción fue preguntar porqué no. Y después de una seria reflexión, pienso: ¿por qué diablos no hacerlo?
Gracias a Standard & Poors, las agencias evaluadoras volvieron a la primera plana de los diarios. Rebajó la nota de una serie de gobiernos de la eurozona y le robó a Francia su apreciada triple A. Sorprende el entusiasmo que muestra S&P por aparecer en las portadas. Un cínico podría describir la naturaleza teatral de sus pronunciamientos como una herramienta de marketing algo vulgar. Moodys y Fitch parecen mucho más tranquilos.
Sin embargo, esta vez S&P tenía que transmitir su sabiduría. Sus apretadas filas de economistas, analistas y genios de las finanzas ofrecieron asombrosos conocimientos. El ajuste fiscal, entonaron, no reparará por si solo las finanzas públicas de los países de la eurozona. Las economías débiles necesitan crecimiento para revivir la decreciente recaudación de impuestos. ¡Caramba! ¿Quién lo habrá razonado? Quizás S&P está buscando un Premio Nobel.
Supongo que no sería amable recordar en este momento que las calificadoras eran los primeros que le pedían a los políticos que apilaran austeridad sobre austeridad, y amenazaban con una rebaja de nota inmediata para quienes se atrevieran a pensar en la paradoja del ahorro de Keynes.
S&P, después de todo, también nos ofreció una segunda gran revelación: la amenaza a la solvencia soberana no es simplemente un reflejo de los déficits y deudas de los estados individuales. No. también hay un problema de gobierno europeo. El proceso es engorroso. Los 17 estados de la eurozona tienen dificultades para tomar una acción rápida y decisiva.
No comparto la paranoia de Nicolas Sarkozy sobre la conspiración anglosajona para insultar a Francia y descarrilar a la moneda única. La pregunta es porqué, después de su desdichado rol de derribar la casa financiera, todos se toman en serio a las agencias evaluadoras.
Sarkozy es el autor de su propia vergüenza. Trataba a la nota triple A como si fuera un emblema de virilidad nacional. Se dice que él pensaba que su presidencia estaba muerta, si le bajaban la nota. Todo eso otorgó a S&P una desproporcionada autoridad.
Éstas son las mismas organizaciones que estampaban la triple A a los miles de millones de créditos basura que nos llevaron al crack financiero. Debe haber sido casual que los bancos que empaquetaban esa deuda eran una creciente fuente de negocios para las calificadoras.
Si bien Sarkozy se mantuvo en silencio, Mario Monti ofreció una adulta respuesta a las rebajas de notas. El primer ministro italiano dijo que apenas podía alegrarse con una triple B.
La ironía es que en el interrogante sobre si la eurozona es capaz de ofrecer respuestas creíbles a su crisis, S&P volvió a equivocarse. Otra vez.
S&P no vio un cambio en la dinámica política de la crisis. Lo que hace meses parecía una voluntad colectiva de los gobiernos, ahora empieza a verse como algo al menos posible. A Ángela Merkel parece contenta con la estrategia del Banco Central Europeo de apoyar indirectamente a los gobiernos a través del sistema bancario. Esto refleja cierto avance hacia un compacto fiscal entre los 17 estados miembro. Y se espera que en la cumbre de la UE la semana próxima se apruebe un nuevo tratado para convertir el compacto en ley. Italia ahora tiene un gobierno serio con cosas para decir sobre política económica. Los gobiernos podrían estar quebrando el círculo vicioso en el que estaban atrapados.
En cuanto a S&P quizás no deberíamos castigarlo demasiado. Después de todo, todos los otros villanos del crack salieron impunes. Otra cosa que escucho es que hay aún que tomar en serio a las calificadoras porque siguen alojadas en el sistema financiero global. ¿No deberíamos simplemente bajarle la nota?
Gracias a Standard & Poors, las agencias evaluadoras volvieron a la primera plana de los diarios. Rebajó la nota de una serie de gobiernos de la eurozona y le robó a Francia su apreciada triple A. Sorprende el entusiasmo que muestra S&P por aparecer en las portadas. Un cínico podría describir la naturaleza teatral de sus pronunciamientos como una herramienta de marketing algo vulgar. Moodys y Fitch parecen mucho más tranquilos.
Sin embargo, esta vez S&P tenía que transmitir su sabiduría. Sus apretadas filas de economistas, analistas y genios de las finanzas ofrecieron asombrosos conocimientos. El ajuste fiscal, entonaron, no reparará por si solo las finanzas públicas de los países de la eurozona. Las economías débiles necesitan crecimiento para revivir la decreciente recaudación de impuestos. ¡Caramba! ¿Quién lo habrá razonado? Quizás S&P está buscando un Premio Nobel.
Supongo que no sería amable recordar en este momento que las calificadoras eran los primeros que le pedían a los políticos que apilaran austeridad sobre austeridad, y amenazaban con una rebaja de nota inmediata para quienes se atrevieran a pensar en la paradoja del ahorro de Keynes.
S&P, después de todo, también nos ofreció una segunda gran revelación: la amenaza a la solvencia soberana no es simplemente un reflejo de los déficits y deudas de los estados individuales. No. también hay un problema de gobierno europeo. El proceso es engorroso. Los 17 estados de la eurozona tienen dificultades para tomar una acción rápida y decisiva.
No comparto la paranoia de Nicolas Sarkozy sobre la conspiración anglosajona para insultar a Francia y descarrilar a la moneda única. La pregunta es porqué, después de su desdichado rol de derribar la casa financiera, todos se toman en serio a las agencias evaluadoras.
Sarkozy es el autor de su propia vergüenza. Trataba a la nota triple A como si fuera un emblema de virilidad nacional. Se dice que él pensaba que su presidencia estaba muerta, si le bajaban la nota. Todo eso otorgó a S&P una desproporcionada autoridad.
Éstas son las mismas organizaciones que estampaban la triple A a los miles de millones de créditos basura que nos llevaron al crack financiero. Debe haber sido casual que los bancos que empaquetaban esa deuda eran una creciente fuente de negocios para las calificadoras.
Si bien Sarkozy se mantuvo en silencio, Mario Monti ofreció una adulta respuesta a las rebajas de notas. El primer ministro italiano dijo que apenas podía alegrarse con una triple B.
La ironía es que en el interrogante sobre si la eurozona es capaz de ofrecer respuestas creíbles a su crisis, S&P volvió a equivocarse. Otra vez.
S&P no vio un cambio en la dinámica política de la crisis. Lo que hace meses parecía una voluntad colectiva de los gobiernos, ahora empieza a verse como algo al menos posible. A Ángela Merkel parece contenta con la estrategia del Banco Central Europeo de apoyar indirectamente a los gobiernos a través del sistema bancario. Esto refleja cierto avance hacia un compacto fiscal entre los 17 estados miembro. Y se espera que en la cumbre de la UE la semana próxima se apruebe un nuevo tratado para convertir el compacto en ley. Italia ahora tiene un gobierno serio con cosas para decir sobre política económica. Los gobiernos podrían estar quebrando el círculo vicioso en el que estaban atrapados.
En cuanto a S&P quizás no deberíamos castigarlo demasiado. Después de todo, todos los otros villanos del crack salieron impunes. Otra cosa que escucho es que hay aún que tomar en serio a las calificadoras porque siguen alojadas en el sistema financiero global. ¿No deberíamos simplemente bajarle la nota?