Hay un peronismo que obedece, calla y espera

12/10/12
Nótese un curioso fenómeno producido desde hace varias semanas: la dirigencia peronista de cierta relevancia parece haber perdido el don de la palabra . Se escucha su silencio, que apenas es roto, aquí y allá, por aquellos pocos peronistas que tienen funciones de defensa pública del Gobierno: un par de ministros, un puñado de legisladores, algunos gobernadores e intendentes. Casi todos los demás, oficialistas de hecho, siguen en la fila y sólo se quejan en privado . Son los que esperan que la calesita de la política les vuelva a dar la oportunidad de sacar la sortija.
Lo más curioso del fenómeno es la circunstancia. Porque pasaron cosas en las últimas semanas. Avalancha de zapping el día que la Presidenta se metió con la cadena nacional en el horario central de la televisión. Cacerolazo feroz en los grandes centros urbanos a favor del ascendente malhumor social. Desafortunada excursión presidencial a Harvard. Claudicación frente a Irán por el caso AMIA. Larga protesta en Prefectura y Gendarmería por un recorte salarial. Confusa desaparición transitoria de un testigo en el caso del crimen de Mariano Ferreyra. Masivo acto del sindicalismo opositor en Plaza de Mayo.
Todo eso pasó sin que el Gobierno encontrara el modo de recuperar la iniciativa, como no fuera acusar de todos sus males a Clarín y presionar sin demasiado disimulo sobre la Justicia por la ley de medios. Pobres argumentos y ya algo maltrechos por tanto uso.
Ante este mal momento del Gobierno la dirigencia del peronismo, sobre todo la que gobierna territorios, eligió callarse.
Ni defender al Gobierno ni atacar a los que el Gobierno considera sus enemigos.
Doble pecado, entonces, a los ojos de los quisquillosos custodios de la fe cristinista.
Los peronistas que más hablan -sin contar a los embanderados con el Gobierno- son los que están en la vereda de enfrente por propia decisión, porque los fueron empujando lejos del calor oficial, o porque nunca estuvieron de ese lado.
Hugo Moyano en el mundo sindical y José Manuel De la Sota en la política son los que tienen mayor volumen propio. De algún modo le están haciendo el aguante al resto del peronismo que obedece, calla y espera que cambien los vientos favorables a Cristina. En el rubro peronismo opositor hay muchos otros nombres, tan variados y tan diferentes entre ellos como es el peronismo. Desde Alberto Fernández y Roberto Lavagna a Francisco De Narváez y Eduardo Amadeo; desde lo poco que queda del viejo duhaldismo hasta gremialistas de corte ortodoxo como Gerónimo Venegas.
Quizás la mayoría de este escuadrón de enojados y descontentos esté destinada a ser la pieza de choque y desgaste contra los nuevos cruzados cristinistas, que han dejado al peronismo en franca minoría en la mesa donde se corta el pastel. Quizás esa sea su dura misión y su amargo destino en esta coyuntura.
Pensando en ese trabajo de desgaste y en dar el paso adelante si las circunstancias colocan a Cristina fuera de carrera para la re-reelección en 2015, están los peronistas silenciosos de hoy. Adalides de lo que se presenta como silencio táctico son Daniel Scioli y Sergio Massa, los dirigentes con mejor imagen en el país y en la Provincia.
Esta vieja historia que va a contarse ilumina en parte el presente.
Cuando a mediados de 2003, recién llegados al Gobierno, Kirchner lo fulminó por defender el diálogo y ejercitarlo con empresarios a los que el flamante presidente no quería recibir, Scioli vio oscurecer de golpe su futuro. Llamó entonces a un consejero astuto, el ex ministro menemista Carlos Corach, preguntándole angustiado qué debía hacer. Corach, palabras más o menos, le dijo: “Conseguite una pajita, metete debajo del agua, respirá por la pajita y quedate quieto hasta que se olviden que existís”.
Scioli siguió el consejo a su modo, en un tiempo recuperó la confianza de Kirchner -nunca la de Cristina- y al terminar su mandato como vicepresidente fue gobernador bonaerense, ayudando con votos a las consagraciones kirchneristas.
Hoy, Scioli está convencido de que tiene que quedarse quieto otra vez . Hacerse visible sólo cuando se acerca a la gente con cuestiones de gestión, aunque su gestión reciba a diario toneladas de críticas. A los impacientes de su cercanía que le piden reacción contra los ataques cristinistas, les muestra encuestas. Esos estudios le dicen que así va bien, que se lo percibe como diferente a Cristina y se le reconoce responsabilidad para que no se desmadren las instituciones. Parecen sondeos hechos a medida para encajar con su idea de la acción política. Pero Scioli cree en ellos, aunque se irriten los impacientes.
Otro consejo de Corach, de aquellos tiempos: “La política es una como ciénaga, el que se desespera y se mueve cuando no hace falta, se hunde”.
Scioli se mueve poco. Lo imprescindible para que no puedan acusarlo de traidor o desleal con Cristina, que no lo es. Y lo suficiente para marcar diferencias, como cuando llamó al diálogo a prefectos y gendarmes diciéndoles que el Gobierno ya había reconocido el error del recorte salarial. O cuando antes de la elección en Venezuela saludó a Henrique Capriles, el rival de Chávez que es el espejo de Cristina. Y no avanza más allá: supone que eso basta para dejar impresa su marca.
Scioli apuesta a que los números de la elección de 2013 terminen de cerrarle a Cristina el camino a la re-reelección y entonces no quede otra candidatura viable que la suya . Tiene que llegar más o menos entero al momento de la decisión y él supone que para eso no tiene que jugar abiertamente en el comicio que viene.
Ni muy a favor ni en contra, ni adentro ni afuera del oficialismo . O sea, un Scioli en estado puro. Pero corre un riesgo grande: los muchachos de Cristina trabajan sin descanso para estropearle el plan y, se sabe, son gente de temer cuando se les mete una idea en la cabeza.
Por otro lado, Scioli sabe que si tropieza otros estarán esperando ocupar su lugar.
El primero de esa lista es De la Sota, el único jefe peronista que se atreve a plantearle hoy el desafío a Cristina. Puede sacarse el premio mayor o quedar tirado en la banquina, pero juega a suerte y verdad .
El otro problema de Scioli es lo que vaya a hacer Massa. El intendente de Tigre y ex jefe de Gabinete de Cristina necesita forzar los hechos si quiere llegar a una candidatura, ya sea para aspirar a la gobernación, o para jugar el juego mayor. Porque tiene por delante a Cristina y a Scioli también .
Amigos de Massa aseguran que antes de que termine el verano va a mostrar su juego. Y juran que nunca será candidato de Cristina, porque ni él quiere estar allí ni ella soporta tenerlo cerca. Ya se verá.
Por ahora, no es un hecho menor que dirigentes políticos y sindicales que buscan acomodarse mejor para el zarandeo que viene, estén en contacto con Massa. Esto incluye a Moyano y sus amigos. Pero también a algunos jefes gremiales de peso que hoy forman fila dentro de la CGT oficialista. Esa gente tiene plata y estructura territoria l, dos insumos básicos para cualquiera que pretenda una candidatura grande.
Hay preguntas y respuestas que también dibujan el momento.
¿Los peronistas opositores tienen un modelo alternativo para gobernar el país? Por ahora no parece. ¿Lo tienen los peronistas de oficialismo obligado, que obedecen, callan y esperan? Tampoco parece.
Esbozan otro marco de alianzas políticas y económicas. Pueden coincidir en qué paradigmas y estilos actuales deben eliminarse. Pero hoy el único plan verdadero es volver al centro del poder desplazando a Cristina y los suyos. Y no mucho más Esa coincidencia provisoria es su fuerza táctica y a la vez, su debilidad estratégica.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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