Causas. Antropóloga referente en el estudio de las vacunas, cree que el movimiento que las rechaza responde a un sentimiento de desconfianza en las élites y al privilegio de la evidencia personal sobre la científica
Heidi Larson es una investigadora atípica. Antropóloga nacida en Estados Unidos y con ancestros suecos y alemanes, su interés por las vacunas la llevó a vivir en distintos países del mundo, muchas veces de la mano de los programas de Unicef para inmunizar a niños de India y Nepal, otras veces como experta en comunicación de la Organización Mundial de la Salud en África; siempre interesada en comprender las diversas actitudes hacia las vacunas en diversas culturas y cómo se propagan los rumores que llevan a rechazos de la inmunización.
Directora de un centro de investigación que mide la confianza de los países en las vacunas -conocido como The Vaccine Confidence Project-, Larson estudia actualmente las dudas hacia la vacuna contra el virus del papiloma humano (HPV) en Europa, Japón y América e investiga la aceptación de ensayos con la vacuna contra el ébola en Sierra Leona, mientras dicta clases en la London School of Hygiene & Tropical Medicine, acaso la más prestigiosa y antigua institución del mundo para el estudio de enfermedades infecciosas.
Precisamente, la entrevista por Skype la encuentra en su oficina de Londres, al día siguiente del atentado frente al Parlamento británico y del primer aniversario del de Bruselas. Habitualmente muy calma, Larson se muestra preocupada por la repercusión de las tensiones religiosas y políticas sobre la salud pública. La conversación, que empieza informalmente por la situación londinense, enseguida desemboca en Trump, el primer presidente de Estados Unidos cercano a conspicuos líderes del movimiento antivacunas.
El rechazo a las vacunes está creciendo en distintas partes del mundo. Según el Índice de Confianza en las Vacunas, elaborado sobre la base de encuestas realizadas en 67 países, la región que muestra más desconfianza es Europa. Sorprendentemente, Francia -con una gran tradición en la ciencia de las vacunas- es el país del mundo que menos confía en su seguridad, mientras Azerbaiján, Rusia e Italia son los más escépticos sobre la importancia de la inmunización. Una consecuencia de esta desconfianza se hace visible ahora: Europa está experimentando una gran epidemia de sarampión, con 17 muertos en Rumania durante el último año y más de mil casos en Italia desde el inicio de 2017.
Donald Trump ha dicho públicamente que cree en la relación entre autismo y vacunas, una teoría desacreditada una y otra vez por la ciencia. ¿Crecerá más el movimiento antivacunas durante su gobierno?
No desde el punto de vista legal, pero sí les ha dado más confianza a los antivacunas, que se sienten con más poder. El movimiento de Wakefield (el polémico médico británico que sembró la idea de que la vacuna MMR provocaba autismo) ha revivido, él ha conseguido mostrar su película y dar charlas en Bruselas, París, Londres… El solo hecho de que los tuits de Trump apoyen los cuestionamientos hace que la gente sienta que quizás Wakefield tiene razón.
No se trata sólo de los republicanos. Robert Kennedy Jr, ambientalista e hijo del famoso senador demócrata, también es un público vocero antivacunas. ¿Por qué crece ahora este fenómeno en el mundo?
No es algo que salió de la nada. Hay un terreno fértil para la ansiedad y el cuestionamiento al que se suman líderes políticos que, de alguna manera, endosan ese cuestionamiento y lo llevan a un nuevo nivel. Creo que también es parte de una polarización social más amplia. No tendríamos el Brexit o a Trump sin esta profunda grieta, con personas que sienten que han sido dejadas afuera -por ejemplo, en Gran Bretaña sienten que todo va a Londres y nada al resto del país; en el centro de Estados Unidos, que han perdido los trabajos vinculados a la industria y la agricultura, mientras el dinero fluye a Silicon Valley y a la Costa Este- y que cada vez se sienten más resentidas respecto de aquéllos a los que les fue bien. La gente que se ve dejada de lado también se siente resentida hacia los expertos y quieren tomar las cosas en sus propias manos. Es el mismo sentimiento que había antes de la Revolución Francesa. Hay momentos en la historia en que la gente se harta de las élites. Creo que esto está afectando a las vacunas, pero no sólo a ellas.
En la Argentina, donde hay una gran polarización política, el rechazo hacia las vacunas crece especialmente en los niveles más educados y ricos de la sociedad. ¿Cómo se explica este rechazo de las élites intelectuales o económicas a lo que dicen expertos salidos de su propio seno?
Éste es un muy buen punto. Por un lado, hay una suerte de cosa perversa en la que los cuestionamientos aparecen entre los menos educados y los más educados. Entre éstos, creo que hay un sentimiento de que saben más, una especie de arrogancia, de que alcanza con ofrecer comida orgánica y volver a la naturaleza. Entre los que no tienen la mejor educación y tienen menos ingresos, hay mucho estrés y desconfianza hacia el gobierno. En el medio están los indecisos: se vacunan porque saben que deben hacerlo, pero tienen cuestionamientos a ciertas vacunas en particular, o no quieren darles a los chicos varias vacunas en una sola vez, porque tienen la idea de que es demasiado. También están los vacunadores que pertenecen a la élite y miran por encima a los demás. Con todo, hay que tener en cuenta que las personas que cuestionan las vacunas son una minoría, aunque una minoría que se escucha muy fuerte.
Muchos de los que desconfían se informan a través de Facebook o Twitter, donde pululan las noticias falsas y las teorías conspirativas. ¿Por qué creen ellos que van a encontrar la verdad en las redes sociales, en vez de con los médicos o a través de la evidencia científica?
Su noción de evidencia es el testimonio personal. No les importan nada los números, porque «los números no son mi hijo», los números refieren a otros. Pero cuando ven a alguien como ellos contar una historia sobre su hijo, eso tiene significado. Recuerdo a uno de ellos cuando le dije: «No hay evidencias de lo que dice». Me contestó: «Yo soy la evidencia».
Parece que no se comprende la diferencia entre «evidencia científica» y «evidencia» en la vida cotidiana. ¿Aumentan las redes sociales este malentendido contemporáneo?
Lo que está ocurriendo es que se producen cámaras de eco. En Facebook se da «me gusta» a los que piensan como uno. Se cree que todo el mundo piensa así o tiene los mismos problemas, pero sólo son los del propio círculo. Cuando la gente leía los diarios, estaba expuesta a distintas opiniones o, al menos, tenía acceso a algo del contexto. Ahora, depende de qué lado estás y a quién leés en tu Facebook. Y esto no va a cambiar necesariamente si hay una epidemia, porque estamos observando que aun donde hay brotes de sarampión, los antivacunas extremos se niegan a vacunar a sus hijos.
¿Cuánto influye en esto la desconfianza hacia la industria farmacéutica? Cuando fue la pandemia de gripe A H1N1, en la Argentina hubo un escándalo por la compra de antivirales que no tenían mayor efecto terapéutico. Desde entonces, algunos creen que todo es un negociado, incluso las vacunas?
Sí, es un problema en muchos países. En Japón, por ejemplo, tuvieron que suspender la recomendación hacia la vacuna contra el HPV pero no porque hubiera alguna evidencia científica en su contra, sino porque estaban paralizados por la agresividad de los antivacunas. Estos grupos ven conflictos de intereses en todas partes. Cuando empecé el Proyecto de Confianza en las Vacunas, algunos me criticaban por tener financiamiento de la Fundación Gates. ¿Cómo no vamos a hablar con la industria farmacéutica? Si los perdemos, estamos en problemas en salud pública. Francamente, los controles de calidad de la industria privada son superiores a los de los productores estatales de vacunas. Y la industria ha cambiado mucho internamente en los últimos tiempos. Casi que se fueron al otro extremo… No pagan ni un café en los congresos ahora (se ríe).
¿Todos los medicamentos tienen efectos adversos?
En Estados Unidos, los sistemas de fármacovigilancia están hiperalertas y permiten que todo el mundo acceda a los reportes de efectos adversos. Y esto a veces genera problemas, porque se notifican muertes que después se demuestra que no estaban vinculadas con un medicamento o vacuna. Mejor dicho, son hechos asociados pero no causalmente. Muchos de los que se oponen a las vacunas no entienden esto. Nunca se confirmó una muerte por la vacuna HPV. Es cierto que todos los medicamentos tienen el riesgo de algún efecto adverso, pero cuando la gente se siente enferma toma toda clase de píldoras sin pensar en los efectos adversos, sólo quiere curarse. Y las vacunas tienen muchos menos efectos adversos que la mayoría de los medicamentos. Por eso es importante que haya antropólogos trabajando en estos temas. Es todo cuestión de creencia, de interpretación de lo que se sabe. Hasta los economistas hoy reconocen que no somos seres racionales sino emocionales. Ni siquiera es un asunto de comportamiento económico, sino de psicología. Tenemos que aceptar lo mismo en salud pública.
¿Cómo es el proceso psicológico de una madre que rechaza proteger con una vacuna a lo más preciado que tiene, su hijo? Se ha dicho, incluso, que los desmayos de jóvenes colombianas mientras les aplicaban la vacuna contra el HPV fue un caso de histeria colectiva…
Sí, es cierto. Vivimos en un mundo donde se deforesta y urbaniza, donde la dinámica de las poblaciones hace que virus que antes estaban en los bosques -como el VIH o el zika- pongan en riesgo a grandes poblaciones humanas, por lo que yo quisiera proteger más que nunca a mi hijo con una vacuna. Pero creo que deberíamos hablar de las vacunas en una forma diferente. Los antivacunas utilizan imágenes donde somos bombardeados con químicos que corren por nuestras venas sin control, cuando las vacunas, en verdad, son estímulos para nuestro sistema inmunológico natural, lo hacen trabajar mejor para cada uno. Hay que cambiar la forma de hablar.
¿Hay también una responsabilidad de la comunidad médica en los rechazos a las vacunas?
La comunidad de la salud pública ha dado muchas cosas por sentadas a la hora de incorporar nuevas vacunas, sin explicar claramente las razones por las que vacunamos, simplemente incorporando más y más inyecciones a los calendarios. Fuimos entre inocentes y arrogantes, y ahora estamos pagando el precio por eso. Tenemos que renovar el contrato social con el público; hacer un esfuerzo extra por escuchar las dudas; no hacer propaganda sino crear vínculos de confianza; entender a las madres jóvenes que están en los consultorios, chequeando todo lo que dicen los médicos a través de Internet, en Facebook y por WhatsApp.
Por último, ¿hay algo en la vacuna contra el HPV que genere más desconfianza que hacia otras vacunas?
Hay varias cuestiones. Cuando se vacuna a un bebé, hay que contemplar las angustias maternas. Pero con la vacuna HPV, no sólo tenemos a las madres sino también a las adolescentes que están online todo el tiempo, y amplifican todas las preocupaciones parentales en sus comunidades juveniles. Hay que decir, también, que Google Translate contribuye a los malentendidos, ya que las jóvenes traducen con su ayuda lo que encuentran en las redes, y el sistema hace un trabajo imperfecto. Además, la adolescencia es una edad donde las jóvenes están estresadas, ansiosas, sensibles al drama. Estudio tras estudio muestra que los efectos adversos de la vacuna son siempre los mismos, menores, pero vemos cada vez más reacciones psicosomáticas en jóvenes atléticas, competitivas, sometidas a grandes presiones. Entonces es muy dramático verlas en videos antes y después de la vacunación, postradas en la casa. No tengo ninguna duda de que estas chicas tienen síntomas. La pregunta es: ¿fue a causa de la vacuna? Tenemos que ser más empáticos con las madres de estas jóvenes, no hacerles sentir que están locas sino comprender su sufrimiento y hacernos cargo del cuidado de sus hijas enfermas.
¿Por qué la entrevistamos?
Porque aplica una perspectiva cultural que le permite analizar el movimiento antivacunas con mayor complejidad.
Biografía
Heidi Larson es antropóloga (graduada en la Universidad de California en Berkeley) y profesora de la London School of Hygiene &Tropical Medicine, donde lidera The Vaccine Confidence Project, con investigaciones en distintos países. Trabajó en la OMS y fue consultora para Unicef.
Heidi Larson es una investigadora atípica. Antropóloga nacida en Estados Unidos y con ancestros suecos y alemanes, su interés por las vacunas la llevó a vivir en distintos países del mundo, muchas veces de la mano de los programas de Unicef para inmunizar a niños de India y Nepal, otras veces como experta en comunicación de la Organización Mundial de la Salud en África; siempre interesada en comprender las diversas actitudes hacia las vacunas en diversas culturas y cómo se propagan los rumores que llevan a rechazos de la inmunización.
Directora de un centro de investigación que mide la confianza de los países en las vacunas -conocido como The Vaccine Confidence Project-, Larson estudia actualmente las dudas hacia la vacuna contra el virus del papiloma humano (HPV) en Europa, Japón y América e investiga la aceptación de ensayos con la vacuna contra el ébola en Sierra Leona, mientras dicta clases en la London School of Hygiene & Tropical Medicine, acaso la más prestigiosa y antigua institución del mundo para el estudio de enfermedades infecciosas.
Precisamente, la entrevista por Skype la encuentra en su oficina de Londres, al día siguiente del atentado frente al Parlamento británico y del primer aniversario del de Bruselas. Habitualmente muy calma, Larson se muestra preocupada por la repercusión de las tensiones religiosas y políticas sobre la salud pública. La conversación, que empieza informalmente por la situación londinense, enseguida desemboca en Trump, el primer presidente de Estados Unidos cercano a conspicuos líderes del movimiento antivacunas.
El rechazo a las vacunes está creciendo en distintas partes del mundo. Según el Índice de Confianza en las Vacunas, elaborado sobre la base de encuestas realizadas en 67 países, la región que muestra más desconfianza es Europa. Sorprendentemente, Francia -con una gran tradición en la ciencia de las vacunas- es el país del mundo que menos confía en su seguridad, mientras Azerbaiján, Rusia e Italia son los más escépticos sobre la importancia de la inmunización. Una consecuencia de esta desconfianza se hace visible ahora: Europa está experimentando una gran epidemia de sarampión, con 17 muertos en Rumania durante el último año y más de mil casos en Italia desde el inicio de 2017.
Donald Trump ha dicho públicamente que cree en la relación entre autismo y vacunas, una teoría desacreditada una y otra vez por la ciencia. ¿Crecerá más el movimiento antivacunas durante su gobierno?
No desde el punto de vista legal, pero sí les ha dado más confianza a los antivacunas, que se sienten con más poder. El movimiento de Wakefield (el polémico médico británico que sembró la idea de que la vacuna MMR provocaba autismo) ha revivido, él ha conseguido mostrar su película y dar charlas en Bruselas, París, Londres… El solo hecho de que los tuits de Trump apoyen los cuestionamientos hace que la gente sienta que quizás Wakefield tiene razón.
No se trata sólo de los republicanos. Robert Kennedy Jr, ambientalista e hijo del famoso senador demócrata, también es un público vocero antivacunas. ¿Por qué crece ahora este fenómeno en el mundo?
No es algo que salió de la nada. Hay un terreno fértil para la ansiedad y el cuestionamiento al que se suman líderes políticos que, de alguna manera, endosan ese cuestionamiento y lo llevan a un nuevo nivel. Creo que también es parte de una polarización social más amplia. No tendríamos el Brexit o a Trump sin esta profunda grieta, con personas que sienten que han sido dejadas afuera -por ejemplo, en Gran Bretaña sienten que todo va a Londres y nada al resto del país; en el centro de Estados Unidos, que han perdido los trabajos vinculados a la industria y la agricultura, mientras el dinero fluye a Silicon Valley y a la Costa Este- y que cada vez se sienten más resentidas respecto de aquéllos a los que les fue bien. La gente que se ve dejada de lado también se siente resentida hacia los expertos y quieren tomar las cosas en sus propias manos. Es el mismo sentimiento que había antes de la Revolución Francesa. Hay momentos en la historia en que la gente se harta de las élites. Creo que esto está afectando a las vacunas, pero no sólo a ellas.
En la Argentina, donde hay una gran polarización política, el rechazo hacia las vacunas crece especialmente en los niveles más educados y ricos de la sociedad. ¿Cómo se explica este rechazo de las élites intelectuales o económicas a lo que dicen expertos salidos de su propio seno?
Éste es un muy buen punto. Por un lado, hay una suerte de cosa perversa en la que los cuestionamientos aparecen entre los menos educados y los más educados. Entre éstos, creo que hay un sentimiento de que saben más, una especie de arrogancia, de que alcanza con ofrecer comida orgánica y volver a la naturaleza. Entre los que no tienen la mejor educación y tienen menos ingresos, hay mucho estrés y desconfianza hacia el gobierno. En el medio están los indecisos: se vacunan porque saben que deben hacerlo, pero tienen cuestionamientos a ciertas vacunas en particular, o no quieren darles a los chicos varias vacunas en una sola vez, porque tienen la idea de que es demasiado. También están los vacunadores que pertenecen a la élite y miran por encima a los demás. Con todo, hay que tener en cuenta que las personas que cuestionan las vacunas son una minoría, aunque una minoría que se escucha muy fuerte.
Muchos de los que desconfían se informan a través de Facebook o Twitter, donde pululan las noticias falsas y las teorías conspirativas. ¿Por qué creen ellos que van a encontrar la verdad en las redes sociales, en vez de con los médicos o a través de la evidencia científica?
Su noción de evidencia es el testimonio personal. No les importan nada los números, porque «los números no son mi hijo», los números refieren a otros. Pero cuando ven a alguien como ellos contar una historia sobre su hijo, eso tiene significado. Recuerdo a uno de ellos cuando le dije: «No hay evidencias de lo que dice». Me contestó: «Yo soy la evidencia».
Parece que no se comprende la diferencia entre «evidencia científica» y «evidencia» en la vida cotidiana. ¿Aumentan las redes sociales este malentendido contemporáneo?
Lo que está ocurriendo es que se producen cámaras de eco. En Facebook se da «me gusta» a los que piensan como uno. Se cree que todo el mundo piensa así o tiene los mismos problemas, pero sólo son los del propio círculo. Cuando la gente leía los diarios, estaba expuesta a distintas opiniones o, al menos, tenía acceso a algo del contexto. Ahora, depende de qué lado estás y a quién leés en tu Facebook. Y esto no va a cambiar necesariamente si hay una epidemia, porque estamos observando que aun donde hay brotes de sarampión, los antivacunas extremos se niegan a vacunar a sus hijos.
¿Cuánto influye en esto la desconfianza hacia la industria farmacéutica? Cuando fue la pandemia de gripe A H1N1, en la Argentina hubo un escándalo por la compra de antivirales que no tenían mayor efecto terapéutico. Desde entonces, algunos creen que todo es un negociado, incluso las vacunas?
Sí, es un problema en muchos países. En Japón, por ejemplo, tuvieron que suspender la recomendación hacia la vacuna contra el HPV pero no porque hubiera alguna evidencia científica en su contra, sino porque estaban paralizados por la agresividad de los antivacunas. Estos grupos ven conflictos de intereses en todas partes. Cuando empecé el Proyecto de Confianza en las Vacunas, algunos me criticaban por tener financiamiento de la Fundación Gates. ¿Cómo no vamos a hablar con la industria farmacéutica? Si los perdemos, estamos en problemas en salud pública. Francamente, los controles de calidad de la industria privada son superiores a los de los productores estatales de vacunas. Y la industria ha cambiado mucho internamente en los últimos tiempos. Casi que se fueron al otro extremo… No pagan ni un café en los congresos ahora (se ríe).
¿Todos los medicamentos tienen efectos adversos?
En Estados Unidos, los sistemas de fármacovigilancia están hiperalertas y permiten que todo el mundo acceda a los reportes de efectos adversos. Y esto a veces genera problemas, porque se notifican muertes que después se demuestra que no estaban vinculadas con un medicamento o vacuna. Mejor dicho, son hechos asociados pero no causalmente. Muchos de los que se oponen a las vacunas no entienden esto. Nunca se confirmó una muerte por la vacuna HPV. Es cierto que todos los medicamentos tienen el riesgo de algún efecto adverso, pero cuando la gente se siente enferma toma toda clase de píldoras sin pensar en los efectos adversos, sólo quiere curarse. Y las vacunas tienen muchos menos efectos adversos que la mayoría de los medicamentos. Por eso es importante que haya antropólogos trabajando en estos temas. Es todo cuestión de creencia, de interpretación de lo que se sabe. Hasta los economistas hoy reconocen que no somos seres racionales sino emocionales. Ni siquiera es un asunto de comportamiento económico, sino de psicología. Tenemos que aceptar lo mismo en salud pública.
¿Cómo es el proceso psicológico de una madre que rechaza proteger con una vacuna a lo más preciado que tiene, su hijo? Se ha dicho, incluso, que los desmayos de jóvenes colombianas mientras les aplicaban la vacuna contra el HPV fue un caso de histeria colectiva…
Sí, es cierto. Vivimos en un mundo donde se deforesta y urbaniza, donde la dinámica de las poblaciones hace que virus que antes estaban en los bosques -como el VIH o el zika- pongan en riesgo a grandes poblaciones humanas, por lo que yo quisiera proteger más que nunca a mi hijo con una vacuna. Pero creo que deberíamos hablar de las vacunas en una forma diferente. Los antivacunas utilizan imágenes donde somos bombardeados con químicos que corren por nuestras venas sin control, cuando las vacunas, en verdad, son estímulos para nuestro sistema inmunológico natural, lo hacen trabajar mejor para cada uno. Hay que cambiar la forma de hablar.
¿Hay también una responsabilidad de la comunidad médica en los rechazos a las vacunas?
La comunidad de la salud pública ha dado muchas cosas por sentadas a la hora de incorporar nuevas vacunas, sin explicar claramente las razones por las que vacunamos, simplemente incorporando más y más inyecciones a los calendarios. Fuimos entre inocentes y arrogantes, y ahora estamos pagando el precio por eso. Tenemos que renovar el contrato social con el público; hacer un esfuerzo extra por escuchar las dudas; no hacer propaganda sino crear vínculos de confianza; entender a las madres jóvenes que están en los consultorios, chequeando todo lo que dicen los médicos a través de Internet, en Facebook y por WhatsApp.
Por último, ¿hay algo en la vacuna contra el HPV que genere más desconfianza que hacia otras vacunas?
Hay varias cuestiones. Cuando se vacuna a un bebé, hay que contemplar las angustias maternas. Pero con la vacuna HPV, no sólo tenemos a las madres sino también a las adolescentes que están online todo el tiempo, y amplifican todas las preocupaciones parentales en sus comunidades juveniles. Hay que decir, también, que Google Translate contribuye a los malentendidos, ya que las jóvenes traducen con su ayuda lo que encuentran en las redes, y el sistema hace un trabajo imperfecto. Además, la adolescencia es una edad donde las jóvenes están estresadas, ansiosas, sensibles al drama. Estudio tras estudio muestra que los efectos adversos de la vacuna son siempre los mismos, menores, pero vemos cada vez más reacciones psicosomáticas en jóvenes atléticas, competitivas, sometidas a grandes presiones. Entonces es muy dramático verlas en videos antes y después de la vacunación, postradas en la casa. No tengo ninguna duda de que estas chicas tienen síntomas. La pregunta es: ¿fue a causa de la vacuna? Tenemos que ser más empáticos con las madres de estas jóvenes, no hacerles sentir que están locas sino comprender su sufrimiento y hacernos cargo del cuidado de sus hijas enfermas.
¿Por qué la entrevistamos?
Porque aplica una perspectiva cultural que le permite analizar el movimiento antivacunas con mayor complejidad.
Biografía
Heidi Larson es antropóloga (graduada en la Universidad de California en Berkeley) y profesora de la London School of Hygiene &Tropical Medicine, donde lidera The Vaccine Confidence Project, con investigaciones en distintos países. Trabajó en la OMS y fue consultora para Unicef.