Mediodía de confidencias a bordo en Punta del Este. Era el verano de 2011 y, en el barco de Carlos Pedro Blaquier, almorzaban junto al anfitrión Héctor Méndez, entonces presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), y Osvaldo Cornide, líder de la Cámara de la Mediana Empresa (CAME), entre otros. Cornide aprovechó para transmitirle a Blaquier un anhelo reciente: necesitaba acercarse, a pesar de viejos recelos e internas de poca monta, a la UIA. «Cómo no», aceptó el dueño de Ledesma, uno de los hombres más influyentes en la entidad, y exhortó a Federico Nicholson, director de su empresa, a armar un encuentro con la cúpula fabril. «Puede ser en La Torcaza», invitó. Hablaba de la residencia que tiene en las Lomas de San Isidro, ya legendaria en estos asuntos.
Pasaron meses sin novedades. Méndez renunció y fue reemplazado por José Ignacio de Mendiguren. Y nada. Impaciente, el de CAME le insistió a Blaquier. Respuesta: «No tuve éxito; dicen que sos muy oficialista».
En pocas semanas, la Argentina cambió. Cristina Kirchner arrasó en agosto en las internas y el 2 de septiembre, ante una ovación de 1600 hombres de negocios, festejó el Día de la Industria en Tecnópolis. El festival de elogios al modelo motivó horas después la revancha de Cornide, que llamó a Blaquier. «¿Éstos son los que me excluían por oficialista?», le dijo. La respuesta volvió a ser pragmática: «Hoy todos son oficialistas…».
Un año es aquí un siglo. Cornide hará mañana su festejo del Día de la Industria. Pagó un chárter de Aerolíneas Argentinas que llevará 140 ejecutivos a un santuario militante: el mausoleo de Néstor Kirchner. La UIA se siente menos a sus anchas. Deberá compartir pasado mañana, a regañadientes, la celebración en Tecnópolis con empresarios de la feria La Salada y de supermercados chinos. Y Blaquier, el hombre que se autoproclamó «cristinista» en 2010 en una entrevista con La Nacion, es investigado por delitos de lesa humanidad.
Esta situación inquieta casi a todos. Hace dos semanas el Consejo Interamericano de Comercio y Producción le organizó al empresario un almuerzo homenaje en el Alvear. Blaquier siempre convoca: no pudo ir por razones de salud, pero la asistencia resultó multitudinaria y eso molestó al Gobierno. Tanto, que Adelmo Gabbi, presidente de la Bolsa y orador en el encuentro, recibió después un reproche telefónico de Oscar Parrilli, secretario de la Presidencia.
Nada de esto es nuevo. En una década de convivencia con el kirchnerismo, los hombres de negocios no parecen convencidos de la piedra angular del modelo, que supone un cambio de lógica: ante quien conduce, ninguna lisonja es suficiente.
Lo entendió Gerardo Martínez durante el Consejo del Salario transmitido en vivo. Forzando las buenas maneras, el sindicalista habló de un dólar a 5 pesos, una cotización imposible de conseguir, y fue interrumpido por la Presidenta. «¿Perdón?», lo corrigió, ante la carcajada de la mesa. «No, querido, no entendiste nada. Poneme el dólar a 4,64. ¿O te pensás ir afuera vos?».
Es probable que la incomodidad del establishment vaya recrudeciendo. Más, si prospera el plan de reforma constitucional que, según evalúan en La Cámpora, tiene hipótesis de máxima (conseguir la reelección presidencial) y de mínima (evitar la dispersión del peronismo con el solo planteo de ese objetivo). Como alternativa intermedia, podría cumplirse el sueño de modificar las declaraciones, derechos y garantías. «Terminar con la Constitución liberal», resume la militancia. O, como acaba de escribir Ernesto Laclau en Tiempo Argentino, con el «fetichismo institucional».
El cronograma judicial podría aligerar el proceso. En diciembre, la Corte acordará el reemplazante de Ricardo Lorenzetti en la presidencia. ¿Promoverá este defensor de las instituciones también su reelección?, ironizan en el Gobierno, que apuesta al único que considera en condiciones prácticas de sucederlo: Eugenio Zaffaroni, demiurgo del anhelo reformista.
¿No era ése el «vamos por todo» que Cristina Kirchner hizo público en febrero, en Rosario, y que se ha vuelto lugar común del lamento empresarial? Abogados de Guillermo Moreno, secretario de Comercio Interior, tienen entre sus borradores uno que prevé la expropiación de Papel Prensa. Todo dependerá, como dicen en La Cámpora, de «la Doctora»? ¿Cómo contradecirla entonces? ¿Qué le debería contestar, por ejemplo, Eduardo Elsztain, dueño de IRSA, convocado por ella misma hace 20 días para financiar el Polo Audiovisual de Puerto Madero?
No parece momento para negativas. Lo saben los empresarios que por estos días reciben llamadas de Moreno para que inviertan en un próximo bono de YPF. Ni la propia petrolera escapa a ciertos enredos: algunos de sus técnicos se vieron sorprendidos por el esfuerzo que les demandó liberar la importación de bombas para firmas contratistas. Fue sólo una de las sorpresas kirchneristas que viene digiriendo Miguel Galuccio. «Gracias por llamarme técnico. Soy un técnico», se definió el martes el presidente de YPF ante sus pares del Club del Petróleo. El ingeniero ubicó la meta de primeros resultados del yacimiento Vaca Muerta en 2018. La era del hidrógeno, para cualquier cronograma electoral.
Gimnasta de esta nueva disciplina, Galuccio ya se instaló en Buenos Aires. Hace dos jueves firmó el contrato del piso amueblado que habitará en el edificio Estrugamou, Retiro, por 70.000 pesos por mes. Ironías inmobiliarias: la propietaria es Guadalupe Noble, hija del primer matrimonio del extinto dueño de Clarín. La mudanza será en diez días, para tranquilidad de sus vecinos de Libertad y Posadas (donde paga ahora 7000 dólares), que se quejan del batallón que lo custodia.
La suerte de este ingeniero de innegable capacidad dependerá de quien le da órdenes, el secretario Axel Kicillof, que acaba de sumar una segunda gesta personal: la intervención en el sistema eléctrico. En este nuevo emprendimiento, no debería sorprender que el sagaz economista de la UBA recurra al mismo tipo de discurso que empleó con los hidrocarburos y que hace de cada uno de sus diagnósticos una incriminación hacia Julio De Vido.
¿Será un modo de explicar por qué se dilapidó una de las privatizaciones más exitosas? Se trata de una industria que en 2002 tenía un parque eléctrico juzgado el más moderno del mundo, y que además redujo la tarifa. Una familia tipo que pagaba 35 pesos por bimestre en septiembre de 1992 (cuando se privatizó), abonaba 28 pesos diez años después, un 21% menos. Pero todo cambió con la ley de emergencia económica: los costos se multiplicaban por nueve, la tarifa subió en la última década un 60% y se cuadriplicaron los cortes.
Fue acaso el argumento que faltó hace dos viernes, en la reunión en que Kicillof les comunicaba a los ejecutivos que las reglas volverían a ser las de Segba. La novedad supuso, con todo, un alivio para empresas que vienen entrando en default y a las que el secretario les prometió una rentabilidad justa y razonable. «Cuenten con Pampa», lo alentó Marcelo Mindlin, de Pampa Energía, hombre sobre el que los nuevos funcionarios han puesto el ojo (le investigan operaciones con bonos desde 2005 y, herejía nacional y popular, haber comprado dólares). «Qué bueno escuchar eso», contestó Kicillof. «Hasta ahora, lo único que venía oyendo eran argumentos para volver a los 90.» Nadie osará en adelante proponer semejante cosa.
Pasaron meses sin novedades. Méndez renunció y fue reemplazado por José Ignacio de Mendiguren. Y nada. Impaciente, el de CAME le insistió a Blaquier. Respuesta: «No tuve éxito; dicen que sos muy oficialista».
En pocas semanas, la Argentina cambió. Cristina Kirchner arrasó en agosto en las internas y el 2 de septiembre, ante una ovación de 1600 hombres de negocios, festejó el Día de la Industria en Tecnópolis. El festival de elogios al modelo motivó horas después la revancha de Cornide, que llamó a Blaquier. «¿Éstos son los que me excluían por oficialista?», le dijo. La respuesta volvió a ser pragmática: «Hoy todos son oficialistas…».
Un año es aquí un siglo. Cornide hará mañana su festejo del Día de la Industria. Pagó un chárter de Aerolíneas Argentinas que llevará 140 ejecutivos a un santuario militante: el mausoleo de Néstor Kirchner. La UIA se siente menos a sus anchas. Deberá compartir pasado mañana, a regañadientes, la celebración en Tecnópolis con empresarios de la feria La Salada y de supermercados chinos. Y Blaquier, el hombre que se autoproclamó «cristinista» en 2010 en una entrevista con La Nacion, es investigado por delitos de lesa humanidad.
Esta situación inquieta casi a todos. Hace dos semanas el Consejo Interamericano de Comercio y Producción le organizó al empresario un almuerzo homenaje en el Alvear. Blaquier siempre convoca: no pudo ir por razones de salud, pero la asistencia resultó multitudinaria y eso molestó al Gobierno. Tanto, que Adelmo Gabbi, presidente de la Bolsa y orador en el encuentro, recibió después un reproche telefónico de Oscar Parrilli, secretario de la Presidencia.
Nada de esto es nuevo. En una década de convivencia con el kirchnerismo, los hombres de negocios no parecen convencidos de la piedra angular del modelo, que supone un cambio de lógica: ante quien conduce, ninguna lisonja es suficiente.
Lo entendió Gerardo Martínez durante el Consejo del Salario transmitido en vivo. Forzando las buenas maneras, el sindicalista habló de un dólar a 5 pesos, una cotización imposible de conseguir, y fue interrumpido por la Presidenta. «¿Perdón?», lo corrigió, ante la carcajada de la mesa. «No, querido, no entendiste nada. Poneme el dólar a 4,64. ¿O te pensás ir afuera vos?».
Es probable que la incomodidad del establishment vaya recrudeciendo. Más, si prospera el plan de reforma constitucional que, según evalúan en La Cámpora, tiene hipótesis de máxima (conseguir la reelección presidencial) y de mínima (evitar la dispersión del peronismo con el solo planteo de ese objetivo). Como alternativa intermedia, podría cumplirse el sueño de modificar las declaraciones, derechos y garantías. «Terminar con la Constitución liberal», resume la militancia. O, como acaba de escribir Ernesto Laclau en Tiempo Argentino, con el «fetichismo institucional».
El cronograma judicial podría aligerar el proceso. En diciembre, la Corte acordará el reemplazante de Ricardo Lorenzetti en la presidencia. ¿Promoverá este defensor de las instituciones también su reelección?, ironizan en el Gobierno, que apuesta al único que considera en condiciones prácticas de sucederlo: Eugenio Zaffaroni, demiurgo del anhelo reformista.
¿No era ése el «vamos por todo» que Cristina Kirchner hizo público en febrero, en Rosario, y que se ha vuelto lugar común del lamento empresarial? Abogados de Guillermo Moreno, secretario de Comercio Interior, tienen entre sus borradores uno que prevé la expropiación de Papel Prensa. Todo dependerá, como dicen en La Cámpora, de «la Doctora»? ¿Cómo contradecirla entonces? ¿Qué le debería contestar, por ejemplo, Eduardo Elsztain, dueño de IRSA, convocado por ella misma hace 20 días para financiar el Polo Audiovisual de Puerto Madero?
No parece momento para negativas. Lo saben los empresarios que por estos días reciben llamadas de Moreno para que inviertan en un próximo bono de YPF. Ni la propia petrolera escapa a ciertos enredos: algunos de sus técnicos se vieron sorprendidos por el esfuerzo que les demandó liberar la importación de bombas para firmas contratistas. Fue sólo una de las sorpresas kirchneristas que viene digiriendo Miguel Galuccio. «Gracias por llamarme técnico. Soy un técnico», se definió el martes el presidente de YPF ante sus pares del Club del Petróleo. El ingeniero ubicó la meta de primeros resultados del yacimiento Vaca Muerta en 2018. La era del hidrógeno, para cualquier cronograma electoral.
Gimnasta de esta nueva disciplina, Galuccio ya se instaló en Buenos Aires. Hace dos jueves firmó el contrato del piso amueblado que habitará en el edificio Estrugamou, Retiro, por 70.000 pesos por mes. Ironías inmobiliarias: la propietaria es Guadalupe Noble, hija del primer matrimonio del extinto dueño de Clarín. La mudanza será en diez días, para tranquilidad de sus vecinos de Libertad y Posadas (donde paga ahora 7000 dólares), que se quejan del batallón que lo custodia.
La suerte de este ingeniero de innegable capacidad dependerá de quien le da órdenes, el secretario Axel Kicillof, que acaba de sumar una segunda gesta personal: la intervención en el sistema eléctrico. En este nuevo emprendimiento, no debería sorprender que el sagaz economista de la UBA recurra al mismo tipo de discurso que empleó con los hidrocarburos y que hace de cada uno de sus diagnósticos una incriminación hacia Julio De Vido.
¿Será un modo de explicar por qué se dilapidó una de las privatizaciones más exitosas? Se trata de una industria que en 2002 tenía un parque eléctrico juzgado el más moderno del mundo, y que además redujo la tarifa. Una familia tipo que pagaba 35 pesos por bimestre en septiembre de 1992 (cuando se privatizó), abonaba 28 pesos diez años después, un 21% menos. Pero todo cambió con la ley de emergencia económica: los costos se multiplicaban por nueve, la tarifa subió en la última década un 60% y se cuadriplicaron los cortes.
Fue acaso el argumento que faltó hace dos viernes, en la reunión en que Kicillof les comunicaba a los ejecutivos que las reglas volverían a ser las de Segba. La novedad supuso, con todo, un alivio para empresas que vienen entrando en default y a las que el secretario les prometió una rentabilidad justa y razonable. «Cuenten con Pampa», lo alentó Marcelo Mindlin, de Pampa Energía, hombre sobre el que los nuevos funcionarios han puesto el ojo (le investigan operaciones con bonos desde 2005 y, herejía nacional y popular, haber comprado dólares). «Qué bueno escuchar eso», contestó Kicillof. «Hasta ahora, lo único que venía oyendo eran argumentos para volver a los 90.» Nadie osará en adelante proponer semejante cosa.
lo lindo es que los periodistas dicen qué es lo que «secretamente piensan» y «qué les convendría» a los empresarios…